“La imaginación es algo que se utiliza
para alegrar a las personas que están deprimidas”
En Los que no muerden, Esteban Roberto Solis
-¿Cómo se formó y quiénes integran el colectivo Vomitando Conejitos?
-Vomitando Conejitos se formó en septiembre de 2014 por Daniela Felitte, Julia Kornberg, Milagros Morsella, Carolina de Urioste y Verónica Stewart. Nos conocíamos de distintos lugares, pero nos hicimos amigas por frecuentar distintos eventos de poesía oral. Notamos rápidamente que a todas nos entusiasmaba mucho la escritura y literatura en general, y a Milagros se le ocurrió hacer algo más con ese entusiasmo que simplemente leer en eventos. Propuso organizar talleres de poesía donde sintíeramos que hiciera falta ofrecer las palabras como una herramienta para algo más, ya sea como una forma de terapia, como sucede en ocasiones en el Borda, o como una forma de autodescubrimiento, como sucede en los colegios secundarios. Cuando ya estaba más avanzado el taller, a mediados de 2015, se sumó Milagros Vago, quien nos acompaña todos los viernes.
-¿Cómo surgió la idea de dar un taller en el centro cultural del Hospital Borda?
-Milagros había ido hacía unos años a un festival de variedades, de los que luego nos enteraríamos que se hacen el primer domingo de cada mes para mostrar el fruto de los talleres que se hacen a lo largo de la semana. Había quedado fascinada con el Centro Cultural del hospital. Los contactamos, les propusimos un taller y en octubre empezamos.
-¿Cómo fueron recibidos por los pacientes?
-La verdad es que nosotras nos acercamos al Borda con un plan muy armado sobre qué queríamos discutir en ese primer encuentro, y con muchas ganas de conocerlos y de que nos cuenten cuál era su relación con la escritura y la lectura. Sin embargo, el primer encuentro fue caótico pero de la mejor manera posible, porque nos acostumbró rápidamente al ritmo que luego persistiría en el resto de los encuentros. Nos metieron en una conversación que ya estaban teniendo de antes, y se pusieron a debatir sobre el miedo a la libertad. Nos dimos cuenta de que no hacía falta conocerlos para hacerlos escribir, sino que ponernos todos a escribir era la mejor manera de ir conociéndonos. El vínculo, siempre marcado por la complicidad que uno siente con quienes comparten su misma pasión, así se dio de una forma mucho más natural y distendida. Hoy, después de un año de ir al taller, ya es como ir a charlar y a escribir con amigos.
El primer encuentro fue caótico pero de la mejor manera posible, porque nos acostumbró rápidamente al ritmo que luego persistiría en el resto de los encuentros. Nos metieron en una conversación que ya estaban teniendo de antes, y se pusieron a debatir sobre el miedo a la libertad. Nos dimos cuenta de que no hacía falta conocerlos para hacerlos escribir, sino que ponernos todos a escribir era la mejor manera de ir conociéndonos.
-¿Cuándo surgió la posibilidad de hacer el libro?
– Al ir a muchos eventos de la poesía oral y participar mucho del ambiente, tenemos tres amigos – Fer Durden, Clara Inés y Malena Saito – que por ese entonces estaban arrancando con su editorial, Elemento Disruptivo Editora. Fer vino un día de diciembre del año pasado al taller, y en cuanto empezó a escuchar los textos de los que habían asistido nos dijo que había que hacer algo con todo eso. En ese momento empezamos a pensar en la posibilidad de una antología que reuna todo ese material con el que nos encontrábamos todos los viernes.
-En el libro se pueden ver poemas de distintos estilos y registros, la mayoría muy buenos. ¿Cuánta mano de las talleristas y cuánto hay de los propios escritores?
-Todo es de los propios escritores. Nosotras, junto con Malena Saito de la editorial, participamos más del proceso curatorial, en el que seleccionamos los textos y pensamos en cómo y dónde ubicarlos. Pero los escritos fueron publicados tal cual fueron escritos, y en el taller nosotras nunca nos detenemos a corregir o trabajar cuestiones de estilo porque consideramos que lo más importante es que escriban. En el Borda priorizamos el poder decir y aliviar ciertas tensiones mediante la escritura más que la estética del texto – que, de todos modos, casi siempre es fantástica.
Todo es de los propios escritores. Nosotras, junto con Malena Saito de la editorial, participamos más del proceso curatorial, en el que seleccionamos los textos y pensamos en cómo y dónde ubicarlos. Pero los escritos fueron publicados tal cual fueron escritos, y en el taller nosotras nunca nos detenemos a corregir o trabajar cuestiones de estilo porque consideramos que lo más importante es que escriban
-Actualmente sigue habiendo mucho prejuicio con los pacientes de instituciones psiquiátricas. Después de tanto tiempo trabajando a la par, ¿qué le dirían a esa gente?
-Nosotras nos encontramos con que no solo no teníamos ningún problema relacionándonos con quienes venían al taller, sino que en muchas ocasiones teníamos mucho en común con ellos, desde gustos hasta problemas familiares. Quizás de allí viene el prejuicio: es en realidad miedo a verse parecido a aquel que ha sido catalogado como “loco”. En definitiva, nada nos asegura cordura por el resto de nuestras vidas, así que no es un miedo del todo irracional. Pero acercarse al Borda es la mejor forma de terminar con ciertos prejuicios, porque uno se encuentra con gente con la que se puede identificar y a la que puede entender. Por supuesto que los niveles de sufrimiento varían enormemente de acuerdo a la persona y que sí, hay casos que responden a patologías que deben ser tratadas por profesionales de la salud mental, pero todos sabemos cómo se siente la angustia, el miedo, la ansiedad. Al final del día, neuróticos somos todos. Hay también una cierta estigmatización de la locura que es muy actual y contra la cual estaría bueno desprejuiciarse: después de todo, los pacientes del Borda sufren justamente de una situación de salud mental, ni más ni menos. Si se tratarse de enfermos de salud física, si alguien tiene una gripe o tiene que tomar pastillas para un dolor de muelas, no sufre el mismo estigma que alguien que tiene bipolaridad y está medicado para tratarla. Sacarse el prejuicio quizás tiene también que ver con eso: dejar de demonizar la locura y tratarla por lo que es – una condición de salud que no deshumaniza ni merece el alejamiento.
-¿Qué anécdotas o experiencias destacan de lo trabajado?
-Lo más lindo del taller en el Borda fue el grupo que se armó, y la confianza que se generó muy rápido entre todos. Es muy lindo escucharlos decir que les hace bien el taller, que la escritura les sirve como algo terapéutico y que esperan ansiosos al viernes por el taller. Una anécdota muy linda es la que le da nombre a la antología, que se titula “Los que no muerden”. Un día Franco, que solía venir al taller seguido, agarró un libro sobre velas aromáticas de la biblioteca del Centro Cultrual para regalárselo a Mili. Lo dedicó: “para lo joven poeta, que gasta su tiempo en los que no muerden”.
Nos encontramos con que no solo no teníamos ningún problema relacionándonos con quienes venían al taller, sino que en muchas ocasiones teníamos mucho en común con ellos, desde gustos hasta problemas familiares. Quizás de allí viene el prejuicio: es en realidad miedo a verse parecido a aquel que ha sido catalogado como “loco”.
-¿Qué sensaciones les produjo el libro terminado? ¿Qué opinaron los pacientes?
-Estamos muy felices con el libro. Los chicos de Elemento Disruptivo Editora hicieron un gran trabajo, y las ilustraciones de Ana Adjiman quedaron fantásticas. Los pacientes está muy contentos. Varios resaltaron, con mucho entusiasmo, que es la primera vez que los publican.
-¿Qué próximos proyectos tienen?
-Durante este año, además de ir al Borda, también dictamos talleres de poesía oral en colegios secundarios y en el Centro de Salud n° 1. El año que viene, queremos no solo continuar con esas actividades sino también organizar un encuentro intercolegial.