En esta primera entrega de la entrevista con la antropóloga brasileña analiza y describe la situación actual en el estado de Minas Gerais, escenario de los grandes crímenes ambientales de este siglo y cuestiona la idea de que el destino de ese territorio este ligado a la extracción de minerales
Con una maestría en Antropología Social de la Unicamp (Universidad Nacional de Campinas, Estado de São Paulo) y un doctorado en Sociología de la Universidad de Essex, Inglaterra, Andrea Zhouri ha seguido la minería específicamente desde 2010, pero no lo hace limitada por una mirada académica. Miembro del Comité de Pueblos Tradicionales, Medio Ambiente y Grandes Proyectos de la ABA (Asociación Brasilera de Antropología) y de la Red Brasilera de Justicia Ambiental, se convirtió en coordinadora del Gesta –Grupo de Estudio sobre Temas Ambientales de la UFMG (Universidad Federal de Minas Gerais)– que hace 20 años observa los efectos de los mega emprendimientos en la vida de las poblaciones afectadas. Más recientemente, examina la preocupante expansión de la frontera minera sobre otros sistemas ecológicos, como el Complejo de Espinhaço y el norte de Minas Gerais.
¿Qué sería la ideología de la minería? ¿Cómo está estructurada?
Este es un título que me propusieron los organizadores del evento. Quieren que hable del discurso que todavía prevalece en Minas Gerais: que Minas es un estado dependiente de la minería, que sin minería no vivimos. Según este discurso, la actividad minera es natural, una vocación del Estado. Esta es una ideología de la minería, porque de hecho la actividad minera es histórica y no un hecho natuarl. Fue una condición histórica que comenzó con la colonización y que nosotros hemos estado perpetuando. Es decir: estamos perpetuando el proceso de colonización de otra manera, ahora con el neoextractivismo.
Mi intención en la conferencia fue mover a la reflexión. Más que dar respuestas, es tiempo de elaborar preguntas para estimular la reflexión sobre narrativas naturalizadas históricamente, que nos hacen creer que así son las cosas. Después de todo, el ser humano no vive sin agua: el agua es una cuestión de supervivencia, de vida. La minería es una cuestión de elección que tiene que ver con el consumo, con el estilo de vida, con el énfasis de la sociedad industrial urbana. Mucha gente vive sin minería, especialmente las personas que mencioné: las comunidades tradicionales, los indígenas, los ribereños, que tienen mucho que enseñarnos. Porque nosotros estamos desconectados de nuestra realidad material. Pensamos que vivimos en el mundo material, pero en realidad estamos desconectados por una serie de ideas, valores, ideología. Creemos que el agua viene del grifo. Nosotros, desde la ciudad, vivimos intermediados por aparatos tecnológicos que nos impiden, incluso, ver y pensar que necesitamos tierra para producir alimentos. Y que la tierra necesita agua. Entonces creo que hay mucho que pensar y cuestionar sobre este discurso de la vocación minera, de que Minas Gerais no puede sobrevivir sin minería.
E incluso si consideramos sólo el punto de vista económico, podemos preguntarnos: ¿cuál es efectivamente la contribución de la minería a Minas Gerais? ¿Cuál es la situación económica y social de los municipios históricamente vinculados a la minería? Los municipios del Quadrilátero Ferrífero (Cuadrilátero del Hierro) –Mariana, Itabira, Congonhas, Ouro Preto… Barão de Cocais– ¿disfrutan un nivel de vida a la Suíza, por casualidad? ¿Es real ese proclamado desarrollo generalizado, ese discurso que difunde la ideología de la minería? ¿Realmente encuentra respaldo, ancla en nuestras observaciones? Confiemos en lo que estamos viendo y no sólo en los discursos. Ese es un poco el desafío.
¿Cuál es la particular mirada de la Antropología sobre el medio ambiente?
–Nuestro enfoque se inserta en el campo de estudios de la «ecología política», un concepto creado por el antropólogo Eric Wolf. Es un enfoque interdisciplinario que involucra también sociólogos, geógrafos, ecologistas y economistas entre otros profesionales. Lo que nos une es la perspectiva del análisis de las relaciones de poder, especialmente el poder de acceso al medio ambiente, a la naturaleza, a lo que algunos llaman «recurso natural» en un sentido más restrictivo. Analizamos el acceso, la apropiación de los recursos y la naturaleza, y también la distribución del costo que esa apropiación causa en términos de daño –algo no incorporado por la economía capitalista. Ese costo acaba recayendo en ciertos grupos de la sociedad, generalmente las capas más vulneradas por los procesos históricos de ocupación territorial.
Pocos grupos tienen acceso a una gran parte del medio ambiente, a muchos recursos naturales, y muchos grupos tienen poco acceso. O sea: estamos hablando de una distribución desigual de los bienes de la naturaleza entre los diferentes sujetos de la sociedad y también de una distribución desigual de los daños, de la carga, de los perjuicios que esta sociedad produce y que también se distribuyen de manera desigual. Mientras los ricos sigan pensando que pueden producir su riqueza a costa de los otros, se tomarán pocas medidas ambientales. La antropología ayuda a comprender las ideas y valores que sustentan estas prácticas, y que de máxima pueden llegar a ser realmente crueles.
Pero esta es una de las formas en que la antropología puede entrar en el tema del medio ambiente. Hay otras formas, como la de considerar que no existe una entidad llamada «medio ambiente» separada de la sociedad. Incluso muchos pueblos, en otras culturas y sociedades, ni siquiera tienen el concepto de naturaleza como lo «otro» de la sociedad. Muchos grupos indígenas, por ejemplo, no conocen este concepto de «naturaleza» como una externalidad, una esfera que existe aparte de la sociedad. Tratamos entonces de aportar esa diversidad de concepciones culturales, de modos de vida, de revertir un poco esta separación que surgió y se reafirmó con la Ilustración, con el pensamiento cartesiano.
En la práctica ¿cómo hacen los antropólogos el acompañamiento de los temas ambientales?
–Desde hace 20 años aplicamos la etnografía, es decir hacemos un seguimiento sistemático de grandes emprendimientos: la forma en que se aprueban, cómo atraviesan los procesos de licencias ambientales, cómo se aplican y las consecuencias de su implementación para los grupos locales. Comenzamos con las represas hidroeléctricas en Jequitinhonha y otros lugares y a partir de 2010, debido a la demanda de grupos de habitantes de Conceição do Mato Dentro (en la Serra do Cipó), comenzamos a seguir el proceso de licencia ambiental del proyecto Minas-Río, un megacomplejo minero que involucra la minería del hierro, minas a cielo abierto y una ruta de transporte por mineroducto hasta el puerto de Campos (RJ).
O sea: hace nueve años que venimos siguiendo emprendimientos mineros, observando también la expansión de la frontera minera hacia áreas de Minas Gerais que no eran tradicionalmente de minería de hierro. Estamos hablando del complejo de Espinhaço y del norte de Minas Gerais. Las empresas están abandonando el “Cuadrilátero del hierro” (antes mencionado) –incluso por el agotamiento de las minas en la región–, y avanzando hacia nuevos ecosistemas y territorios de grupos tradicionales tanto en Espinhaço como en el Cerrado, en el norte de Minas Gerais.
Y en las situaciones críticas de Mariana y Brumadinho, ¿cómo actuar?
–Algunas instituciones se acercaron a nosotros, especialmente el Ministerio Público Federal: al principio hubo una demanda para que hiciéramos un estudio de las consecuencias para las comunidades tradicionales a lo largo de la cuenca del Río Doce. Empezamos a involucrarnos en ese caso, pero el proyecto no tuvo éxito por varias razones, especialmente por nuestra insistencia en que –como investigadores vinculados a una universidad pública–, debíamos tener una autonomía absoluta en relación con la empresa Samarco.
Como esto no fue posible debido a la dinámica misma de la gobernanza del desastre en la cuenca del río Doce, terminamos buscando un camino autónomo a través de la investigación académica. Hubo una convocatoria pública de Fapemig (Fundación de Amparo a la Pesquisa del Estado de Minas Gerais) para tecnologías de recuperación en 2016; nos presentamos, fuimos seleccionados y a través de esa convocatoria estamos haciendo la investigación, monitoreando los procesos y también colaborando, dialogando e interactuando con los actores –especialmente con los afectados–, a medida que avanza el trabajo. Hicimos algunas notas técnicas para el Ministerio Público y las pusimos a disposición en nuestro sitio web. Entre ellas hay un análisis del registro para identificar a los afectados y sus pérdidas, que llevó a la construcción de otro instrumento catastral.
Usted se refirió a la expansión de la frontera minera: desde el Cuadrilátero de Hierro hasta Espinhaço y al norte de Minas Gerais. ¿Quiénes son los nuevos afectados?
–En las nuevas fronteras, yendo hacia Espinhaço, hacia el Médio Espinhaço y hacia el norte de Minas Gerais, es muy evidente lo que tenemos: ecosistemas y comunidades que viven de ellos. Hay quilombolas, pueblos indígenas y comunidades que vienen siendo desplazadas forzosamente de sus tierras, si no físicamente, desplazadas in sito, que es otra forma de desplazamiento. Aún si no fueran trasladadas físicamente, al quedar río abajo de esos emprendimientos tienen su medio ambiente comprometido.
Los ríos ya no son los mismos; las comunidades tienen problemas de abastecimiento de agua, contaminación del suelo, contaminación del aire, ruido, grietas en las casas, movimiento de personas extrañas…. Todo esto compromete su forma de vida.
De hecho, el mismo proceso sigue ocurriendo en el Cuadrilátero de Hierro, porque lo que se comprueba en los casos de Mariana y Brumadinho es que el avance a lo largo de la cuenca va barriendo comunidades: ahí tenemos, en el caso del río Doce, a los indios Krenak y Tupiniquim, comunidades quilombolas, comunidades chispeantes de mineros artesanales, todos viviendo de una tradición ahora comprometida por la contaminación del río, y también de las tierras.
Además, con el agravante de que la mayoría de los muertos también eran trabajadores. En el caso de Brumadinho en una cantidad espantosamente mayor, ya que el mismo comedor de la empresa estaba construido río abajo. Las comunidades que quedan río abajo se quedan a vivir en zonas de riesgo, en zonas que son llamadas de «auto-salvataje». Auto-salvataje es un eufemismo para designar, en realidad una zona de muerte, porque al declarar que el área es de «auto-salvataje», el Estado y las empresas están diciendo que no tienen cómo salvar vidas. Están dando fe de su incapacidad para salvar vidas, dejando a la gente abandonada.
Cortesía de Pressenza