«De la pandemia del Mediterráneo a la pandemia del coronavirus» con esa frase muchos africanos resumen lo que les ha tocado vivir desde que decidieron abandonar sus tierras para hacerse una vida nueva en España.
Contra viento y marea los africanos han intentado llegar a Europa para construirse una vida lejos de la guerra, la violencia y del hambre. Detrás de ese sueño miles han quedado en el camino, ahogados en ese Mediterráneo que, como dijo el Papa Francisco, se convirtió en «un cementerio de migrantes».
Muchos de los que llegaron a España ahora están atrapados en una emergencia sanitaria por el coronavirus que los ha dejado en una situación de gran vulnerabilidad. No pueden generar sus propios recursos con la venta ambulante porque está prohibida la movilización, no pueden volver a sus países porque las fronteras están cerradas ni pueden acceder a subsidios económicos del Gobierno por no cumplir con los requisitos.
Luis Pernía vocero de la Plataforma de Solidaridad con los Inmigrantes y fundador de la Asociación Andaluza por la Solidaridad y la Paz manifiesta su criterio sobre dicha realidad.
Pernía es reconocido por su amplia trayectoria como activista social, por haber formado parte de un grupo de curas obreros y por haber protagonizado durante los primeros años de la Transición una huelga de hambre durante 15 días en una iglesia de Vallecas para denunciar la falta de empleo en Málaga, en el sur de España.
Luis Pernía también es enfermero jubilado y ha sido voluntario en Cuba, Perú, El Sáhara, Ruanda, Burkina Faso, Togo y Benin. En la Nicaragua sandinista participó en las jornadas de alfabetización y durante los últimos 30 años se ha dedicado a atender y a denunciar los atropellos contra los inmigrantes.
¿Cuál es la situación que están viviendo ahora los inmigrantes africanos en España?
—La mayoría de los que estaban con su documentación en regla están intentando capear el temporal como pueden, a través de algún vínculo familiar o de amigos que tienen establecidos.
Las personas que estaban sin documentos en regla quedaron un poco en el aire, que son bastantes. Desde las entidades sociales pro-inmigrantes y los servicios sociales de las instituciones del Estado se han provisto de centros para que estas personas puedan permanecer allí y así garantizarles un techo mientras dure la pandemia y no queden en la calle. Ahora mismo muchos de ellos están acogidos, tienen su alimentación, que es donde han puesto el énfasis todas nuestras organizaciones, pero lo que nos preocupa es ¿qué pasará cuando la pandemia se termine?, ¿qué pasará con el alquiler de los lugares donde viven?, ¿qué pasará con el tema de los papeles? A las inmigrantes que ejercen la prostitución en la costa se les está visitando e intentado ayudar porque han quedado a merced de la nada.
Ahora, muchos de ellos están protegidos con lo más básico que es la alimentación. Ellos saben dónde tienen que acudir para comer o para que les den una bolsa de alimentos. Pero, insisto, nuestra preocupación es ¿cómo será la vida cuando pase la pandemia?
A todos los españoles y residentes en este país les ha afectado la pandemia. Pero para los inmigrantes pobres, como el caso de los manteros (como se les llama en España a los africanos que se dedican a la venta ambulante) la situación es doblemente difícil porque no pueden salir a hacer algo de dinero ni tampoco pueden acceder a ningún subsidio directo del Estado ¿Qué debería hacer el Gobierno con ellos?
—Ahora mismo la situación es de gran incertidumbre.
Lo que sí me consta es que si algunas de estas personas llama a la puerta de una de nuestras organizaciones el asistente social está autorizado a llevarlo a algún punto donde puedan darle una atención básica tanto de alimentación como para un subsidio. Para eso se han expedido ayudas a nivel autonómico, municipal y se ha dado esa libertad a los trabajadores sociales que antes necesitaba un papeleo enorme para que lo facilitaran.
Se ha pedido regularizar la situación migratoria de estos inmigrantes ¿Qué ha pasado con eso?
—Aún no se ha logrado. Hemos hecho una campaña por los medios de comunicación, a los políticos y por las instituciones pidiendo la regularización extraordinaria de unos trescientos mil ciudadanos por dos razones: por la seguridad de estos ciudadanos y porque el propio país está necesitando mano de obra en sectores como la agricultura, que los nativos no cubren. Esa campaña se ha hecho, pero sin resultados por el momento.
Usted y otras personas, como el ministro de Agricultura, hablan de la necesidad de regularizar a los inmigrantes para que trabajen en las cosechas de la temporada, pero ¿en qué condiciones trabajan los migrantes en los campos españoles?
—Hay un poco de todo. Hay empresarios que tienen cierta sensibilidad y los tienen en centros adecuados para hacer la labor. Pero en otros sitios, es verdad que trabajan sin ninguna infraestructura y ubican a estos trabajadores en sitios de malvivir, hechos con lata y plástico, con condiciones laborales lamentables. Esto es algo que viene ocurriendo desde hace muchos años.
El coronavirus ha dejado en evidencia que la población africana, que es la que hace ese trabajo temporal de recolección de frutas y hortalizas, es necesaria porque no muchos españoles quieren hacer ese trabajo. Es curioso porque Vox sostiene que los inmigrantes le quitan el trabajo a los españoles.
—Vivimos en una mentalidad neoliberal donde vales por lo que tienes y donde no cabe lo que el Papa llama «la población sobrante». Hay organizaciones, como el caso de Vox, que se han encargado de hacer patente de esto. Pero quienes hacen estas acusaciones son personas que ni trabajan ni colaboran y su único esfuerzo es poner palos en la rueda de gente que hace algo por los demás.
El esfuerzo de nuestras organizaciones sociales es precisamente cambiar esa mentalidad que no nos lleva a ningún sitio. Hay que pasar por los colegios, institutos, universidades para intentar que los niños entiendan que vivimos en una casa común, donde todas las personas son importantes y donde cualquier cosa que pase en Japón te puede afectar aquí o lo que pase aquí puede afectar a Japón. Ese es un trabajo de hormigas con el que estaremos comprometidos hasta el final. Otra cosa son los resultados, que son muy difíciles de ver a corto plazo, porque nadamos contracorriente.
Todo parece indicar que no será un camino fácil. Vox es un partido político que cada día crece más defendiendo un discurso antiinmigrante ¿Cómo llegar al corazón de esos votantes de Vox que creen que los migrantes son los responsables de todos sus problemas?
—En primer lugar, la pandemia ha puesto en evidencia a los ejércitos, a las fronteras, a los gobernantes, a los obispos, a todo el mundo. Un pequeño germen microscópico nos ha demostrado que todos somos iguales y que ninguno se puede escapar.
En segundo lugar, hay que seguir trabajando para desmontar todas las mentiras y hacerle entender a la gente que los inmigrantes no son los que traen las enfermedades, que necesitamos a los inmigrantes para cuidar a nuestros mayores en un país que es anciano y que cada día envejece más, que sus mujeres son las que dan a luz y traen seres nuevos porque aquí hay cada vez menos natalidad. Es decir, los inmigrantes son toda una esperanza, son todo un aire nuevo, no un problema.
Por muchos años usted ha pedido el cierre de los Centros de Internamiento para Extranjeros por las violaciones a los derechos humanos que ahí se cometen. De eso habla en su libro «Cárceles encubiertas». Por primera vez en 30 años los CIEs en España están vacíos porque con el coronavirus dejaron en libertad a los extranjeros allí detenidos ¿Qué debería hacerse con estos CIEs cuando pase la pandemia?
—Deben continuar cerrados porque no se puede privar de libertad, que es el derecho más hermoso que tenemos, por una falta administrativa, por no llevar un papel o un carnet encima.
De ninguna forma tiene justificación humana, jurídica ni democrática mantener abiertos esos centros. Lo que anhelamos, y que seria un regalo de la vida, es que al salir de esta pandemia ya no abran más esos centros y que los chicos que cometan faltas sean juzgados según esas faltas, porque la privación de libertad se da por un delito grave, pero no por faltas administrativas como estas, por no llevar un documento o por haberse colado por un lugar por donde no debían.
Usted ha sido enfermero, voluntario en África, América Latina, participó en las jornadas de alfabetización en Nicaragua, durante los primeros años de la Transición estuvo durante 15 días en huelga de hambre para denunciar la falta de empleo en Málaga, lleva más de 30 años dedicado a la ayuda de los refugiados y migrantes ¿Por qué siempre al lado de los pobres?
—Lo he hecho, en parte, por mis convicciones humanas y cristianas. En un momento especial de mi vida me atrajo el compromiso con los pobres, que es como yo entendía todo lo que aquí se llama cristianismo, no la Iglesia, que ese es otro mundo.
Entiendo el mensaje de Jesús como el de las bienaventuranzas, el de «bienaventurados los pobres, los desprotegidos». La idea de este mensaje me resultó muy atractivo porque pienso que Jesús de Nazareth es el padrino de la humanidad y su mensaje de igualdad, de tolerancia, de poner el sentido de la vida en el colaborar, tener empatía y proximidad con nuestra gente me parece primordial, todo lo demás me parece secundario. Esto me anima a mí, como ha animado a mucha otra gente, que en otra época fue considerada hereje y fueron quemados por eso.
En medio de tanto sufrimiento, de tanta desigualdad y dolor, especialmente el sufrido por el pueblo africano, muchos se preguntan ¿Realmente existe Dios?
—Esto es un tema que se ha querido polarizar hacia un Dios lejano, hacia un ser que es un misterio. Lo único plausible es el mensaje de Jesús de Nazareth que es un mensaje humanizador, transformador donde la religión es servir y ayudar a los demás, echar una mano al que está caído. Ese es el sentido de la vida.
Las poblaciones africanas viven y construyen a un Dios representado en la naturaleza, en el relámpago, en el bosque, en seres naturales que tienen connotaciones divinas y viven otra realidad muy distinta a la de otras personas. Ellos miran al cielo y gritan ¿por qué? ¿por qué nos pasa esto? Y hay que respetarlos porque su cosmovisión es así. Ellos creen en un mundo impregnado de dignidad de arriba abajo y gritan al cielo con todo el derecho. Tendríamos que unirnos a su grito porque ese Dios al que gritan tiene el nombre de EE.UU., China, Holanda, Francia, de todos aquellos países que sacan coltán con las manos de los niños africanos y queman bosques en todo el golfo de Guinea para plantar aceite de palma.
Para nosotros, ese Dios al que gritan también tiene nombre y es el de esas empresas europeas que no han descolonizado África, que en los años 60 les dio una formalidad de independencia, pero dejando gente allí gobernando a favor de sus empresas. Cuando algunos pueblos africanos han intentado mover ficha y han denunciando la situación, como en el Níger, donde están los mayores yacimientos de uranio que explota Francia, pues Francia los calla y pone ahí a gobernadores que sirven a sus intereses. Eso mismo en Mali, en la República Centroafricana. Cuando ellos intentan decir «aquí estamos» ese grito les dura poco. Se les calla.
Muchos otros pueblos también han gritado al cielo con la consigna de «otro mundo es posible», «otro mundo es necesario», pero el tiempo pasa y la humanidad, y el planeta, cada vez se degradan más ¿Realmente será posible transformar el mundo o no es más que una utopía?
—Yo soy de la opinión de Eduardo Galeano que hay que seguir caminando, eso es lo único cierto.
Un poco también lo que decía Antonio Machado de «caminante no hay camino, se hace camino al andar» que Galeano lo traduce con la utopía, con aquella montaña que se ve a lo lejos y que mientras más caminan más se aleja, y hace que el hombre se pregunte ¿para qué seguir caminando si la montaña se aleja cada vez más? Y le responden que para eso, para caminar. Yo creo que esa es nuestra fortaleza, nuestra esperanza porque somos parte de un mundo, de un conjunto. Lo que tú hagas va a repercutir a los demás y a ti mismo mañana o en otro momento de la historia. Lo importante es seguir caminando y no dar un paso atrás.
Cortesía de Sputnik