Es un domingo de agosto en la ciudad de Ituzaingó, localidad de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. El sol cubre las casas, los árboles y una sombra de diecisiete metros se recorta sobre el pavimento de una calle estrecha. Un padre con dos hijas adolescentes que pasea por allí se detiene, arquea el cuello al cielo y exclama: «Bueno, ¿querían ir a París? Acá llegamos», les dice, mientras señala la punta de una Torre Eiffel. La situación se repite a unas pocas cuadras, donde se alza, debidamente inclinada, una Torre de Pisa. Ocurre lo mismo justo en frente de una plaza, tras toparse con el Arco del Triunfo o con el emblemático Obelisco argentino, apenas unas cuadras más.
Desde hace varios años, al doblar por cualquier esquina de Ituzaingó ─distrito ubicado a 27 kilómetros de la capital argentina─, es posible encontrarse con réplicas de más de 25 monumentos de diferentes países. Algunos están sobre terrenos vistosos y amplios; otros, en cambio, se erigen desde los canteros de algunas casas. No tienen ningún tipo de señalización, simplemente uno los encuentra yendo al supermercado o a la farmacia. Tampoco hay razones comerciales ─incluso lógicas─ que justifiquen la construcción y ubicación de todas las obras. Sin embargo, como explicará su creador el interrogante se resuelve con una simple pregunta: «¿Y por qué no?».
Rubén Díaz llega a la entrevista en su auto, un vehículo revestido por ocho colores totalmente mezclados entre sí, como si hubiera atravesado un arcoíris de pintura fresca a toda velocidad. Baja lento, acomodándose un barbijo verde y dejando ver sus ojos huidizos. Tiene pintura verde en las cejas y en las manos. Aunque es un arquitecto de 67 años con más de 600 inmuebles construidos por toda la ciudad, él se despoja de cualquier etiqueta académica y se presenta como un «arquitista».
«Los títulos son discriminatorios», destaca Rubén. «Cuando terminé la universidad, el decano me obligó a ir de traje y corbata para recibir mi diploma de arquitecto. Me negué durante tres años y estuve sin matrícula profesional», explica. «Un día me di cuenta de que no me había dicho de qué manera tenía que llevar la corbata y el traje, así que fui a retirar el título con una prenda en cada mano”, completa. Anécdotas de este estilo abundan en la vida del artista urbano, quien desde pequeño se reconocía como «diferente».
Proveniente de una familia humilde, a los 16 años decidió viajar solo por el mundo. Sin dinero en los bolsillos, llevaba artesanías para vender como medio de vida y se trasladaba de un lugar a otro haciendo dedo. Entre idas y regresos, lleva visitados 123 países. Las diferentes culturas le hicieron entender que lo que importa en cualquier lugar «siempre es el escenario».
«La gente se cree que lo que importa es lo que está adelante de uno, cuando lo relevante es lo que está detrás, el contexto», apunta Díaz. «Si vas al Amazonas y te encontrás con un pueblo de nativos, el ignorante es uno mismo. Si ellos vienen a la ciudad, pasa lo mismo. El escenario, finalmente, es el protagonista de la foto», concluye.
La afición por las esculturas de otros países, sumado al rechazo con la arquitectura convencional, lo llevaron a romper los esquemas a la hora de la construcción. De esta manera, comenzó a gestar su propia visión del escenario urbano en Ituzaingó, localidad carente de circuitos culturales similares para uso público.
Su modalidad de trabajo es sencilla en la teoría: Rubén compra o renta terrenos baldíos para luego comenzar con la edificación de sus obras. No importa si es en una calle recóndita o la principal avenida de la localidad, él ve monumentos históricos en sitios donde solo hay maleza dura creciendo al sol. La financiación de esos proyectos, por otro lado, es compleja: todo proviene exclusivamente de su bolsillo. «Hace unos años junté a mis cuatro hijos y les dije que van a tener menos herencia porque voy a gastarla en cosas que me gustan», remarca el ‘arquitista’.
Su objetivo siempre fue el mismo: crear un paseo turístico ─y gratuito─ para que los vecinos de la ciudad pudieran disfrutar de las diferentes atracciones. Sin embargo, no todos se alegraron con su idea. Tener a la Torre Eiffel o el Arco del Triunfo como parte del paisaje cotidiano resultó «molesto» para algunos y un par de sus obras fueron denunciadas ante la municipalidad. «Siempre me señalan y me preguntan en un tono acusatorio ¿por qué hiciste este monumento justo acá o allá?», explica Díaz. Él les responde siempre lo mismo: «¿Y por qué no?».
César Fernández conoció a Rubén una tarde del 2019, mientras andaba en bicicleta. Sus amigos le habían comentado que un arquitecto iba a inaugurar una réplica de la Torre de Pisa a unas pocas cuadras y que, para celebrarlo, iba a regalar 300 pizzas. Cuando llegó al evento, vio a un señor mayor de pelo blanco hablando a un público que contemplaba una copia del monumento italiano de 15 metros. César recuerda una frase de aquel día que lo marcó: «No le tengan miedo al ridículo».
«Fue un enamoramiento instantáneo. Me volví fanático de su trabajo. Es un mundo de conocimientos», resalta Fernández. Como es un especialista en sistemas, junto a otros colegas, decidieron crear ‘Rubén en Acción’, una aplicación móvil en donde se puedan recorrer las obras del arquitecto de una manera interactiva. «Queremos que todo el mundo pueda disfrutar del circuito que creó Rubén», explica. Y agrega: «Sabemos que se vienen más cuando la cuarentena lo permita».
Por estos días, Rubén espera que las actividades de construcción vuelvan a habilitarse para continuar con la edificación de una copia del Coliseo romano y comenzar con la de una pequeña estación de tren ─compró un vagón de 17 metros el cual cortará en tres partes iguales─. Si bien él no pone su nombre es ninguna de sus obras, su trabajo es cada vez más reconocido: «Yo me doy cuenta de que voy por el camino correcto cuando los jóvenes te siguen», señala.
Ahora el sol se funde en un lienzo azul en el cielo de Ituzaingó y las estrellas comienzan a brillar sobre la Torre Eiffel. Rubén vuelve a su auto salpicado de colores, mientras imagina la posible construcción de un posible Panteón romano a pocas cuadras. «¿Por qué no?», dice y arranca.
Cortesía de Facundo Lo Duca RT