¡¡Arte Marta arte!!

La legendaria artista argentina Marta Minujín estuvo presente con una nueva versión de sus colchones sicodélicos, en ArteBa, la feria de arte más importante de su país y del cono sur


Autor: Wari

La legendaria artista argentina Marta Minujín estuvo presente con una nueva versión de sus colchones sicodélicos, en ArteBa, la feria de arte más importante de su país y del cono sur. Días antes revisó su trayectoria en sendas conferencias en Buenos Aires repletas de público y abrió su taller a esta servidora donde transcurre esta entrevista.

“¿Vos te creés que Warhol era feliz? No era feliz. No era feliz porque un artista nunca es feliz. Siempre es superado por su angustia existencial. Un artista sólo es feliz en los momentos en que está creando”. Son las quemantes declaraciones de Marta Minujín, la leyenda pop de las artes visuales argentinas en el marco de la conferencia “La vida como obra de arte” desarrollada en la 35 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, ante un auditorio colmado de gente de todas las edades que la aplaudió en cada alocución con la misma adoración con que se aplaude a un Rolling Stone.

Y es que además de ser lejos la artista viva más mediática y querida de la Argentina, Minujín es un icono de la visualidad. En 1998, el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, al realizar una revisión histórica sobre la incursión de la acción en las artes plásticas para la muestra Out of Actions: Between Performance and the Object, ubica a Marta Minujín entre los pioneros, junto a Ives Klein, Allan Kaprow, Piero Mazzoni y el grupo Gutai.

Con Andy Warhol tuvo una relación de pares que se divierten y se admiran lo suficiente como para crear en pareja. En 1985, hicieron juntos la performance “Deuda” donde ella le pagó a él la deuda externa argentina con mazorcas de maíz, y luego se fotografiaron, al momento de la entrega, sentados sobre una montaña de choclos, ambos rubios rutilantes, vestidos de riguroso negro, ella con sus tradicionales lentes de aviador y una sonrisa que inclina más hacia un lado, él con esa mirada asustada que no lo abandonó nunca.

Asimismo, y hablando ahora de pop, Marta Minujín considera que con Keith Richards (guitarrista de los Rolling Stones) no existe mucha diferencia, “A Keith Richard lo considero un par mío, lo mismo que a Warhol; a la Madonna no, porque está en otra. Es una genia igualmente pero está en otra”, dice esta artista que en los 80 resolvió de una vez y para siempre el conflicto de las Malvinas con la doble de Margaret Thatcher y que intentó pagarle con la misma moneda (maíz) a la Reina Sofía, los 500 años del descubrimiento de América, pese a que a su majestad no tuvo ni una pizca de humor y casi la expulsan de España.

“Soy famosa desde los 16 años. País donde iba, país donde armaba quilombo”, dice de su época más recalcitrante.

ARTE, ARTE, ARTE firma Minujín con letras rojas en sus mails. ARTE, ARTE, ARTE, dice su grabadora telefónica antes de darte el tiempo para dejar un mensaje. ARTE ARTE ARTE cuenta la leyenda popular que le dijo a la policía aduanera una vez que la sorprendieron en el aeropuerto de Ezeiza camino a una bienal (de Arte), con unos papelillos de cierta sustancia ilícita escondidos en la comisura de sus dedos enfundados en unos finos guantes blancos.

ARTE ARTE ARTE, es lo que se respira en su amplio taller en el barrio de Montserrat en el casco viejo de la ciudad de Buenos Aires, donde transcurre este diálogo y donde por primera vez veo a Marta sin sus lentes de aviador; tiene unos prístinos ojos celestes.

Antes de entrar en su oficina, un amplio salón blanco, esperamos en el patio a que su asistente nos traiga dos cafés y yo, sin querer, paso a llevar una escultura hecha de cristales de lentes de sol y boto dos, con su correspondiente ruido, clic, clic, imposible de disimular. ¡Me quiero morir!, pero Marta, regia ella, me dice que no me preocupe, que esa escultura esta ahí para ser intervenida.

VANGUARDIA FOREVER

“Desde muy chica, yo decidí que era una genia y que quería ser artista. Tomé todos los cursos de pintura y escultura que existían y siempre fui la mejor. Pero no era eso lo que yo buscaba, yo quería hacer vanguardia, así que me retiré de la academia. Participé en concursos y los gané, me independicé, me gané una beca, me fui a Europa, trabajé con los grandes, volví, y ahora te puedo decir tranquilamente que siempre, siempre hice vanguardia”, afirma de entrada.

“Nuestra realidad no puede no ser de vanguardia porque somos latinoamericanos y vivimos una realidad fragmentada. Tenemos presidentes a los que los supera la realidad, ministros que cambian todas las semanas, monedas que devalúan de la noche a la mañana, trabajos que son ficticios, en fin. Vivimos en una realidad mucho más fluctuante y multidireccional que el resto del mundo. Entonces, los latinoamericanos estamos condenados a ser vanguardia”, agrega una de las protagonistas del arte de punta de todos los tiempos.

En 1961 Marta Minujín ganó una beca para estudiar en Paris. Allí, se vinculó con los artistas del Nouveau Réalisme, los informalistas y con figuras cuya influencia sería decisiva como Niki de Saint-Phalle, Jean Tinguely, Christo, Lourdes Castro y Robert Rauschenberg. Por esa época comienza a realizar sus primeras performances y adscribe a las teorías de la «muerte del arte», rechazando el mercado y los museos con obras efímeras.

Minujín fue protagonista por excelencia de los locos años 60. En su país formó parte de la escena que se creó alrededor del famoso Instituto Di Tella, que antes de ser cerrado por el gobierno militar de Onganía, en 1968, anidó la revolución más decisiva de las artes visuales argentinas. De aquella época son sus happenings, Revuélquese y Viva (1964), una construcción habitable, cubierta de colchones multicolores que invitaba al público a desplegar sus capacidades lúdicas y con la cual ganó el Premio Nacional del Instituto Torcuato Di Tella. La consolidación mediática llegó al año siguiente, cuando compone, junto a Rubén Santantonín, La Menesunda, un laberinto de sensaciones y estímulos del cual era imposible salir indiferente. Esta pieza congregó innumerable público y a toda la prensa, que con sus elogios y condenas, catapultó a Marta Minujín en el estrellato argentino.

Sin embargo, la vía del happening no sólo le trajo fama, sino también problemas. En Suceso Plástico (1965), Marta recreó en el Estadio de Peñarol de Montevideo, un aquelarre con motociclistas musculosos, mujeres gordas, parejas de novios atados, pollos, lechuga y harina, que no fue de ningún agrado para las autoridades y por varios años no pudo volver a entrar a Uruguay. Similar reacción tuvo la Reina Sofía de España, cuando la rubia artista intentó pagarle con choclos el descubrimiento de América. Y al borde de la tragedia, con intervención de bomberos y policía, terminaron obras como el obelisco de pan de dulce.

“NO VEO NADA MÁS QUE ARTE”

Cuenta que un día, mientras pintaba un cuadro para el que necesitaba mucha carga matérica, se le ocurrió pegar sobre la tela parte del colchón de su cama. De ahí en adelante, el colchón sería una pieza con reiterada presencia en su obra. Por estos días aquel material vuelve a su taller, esta vez en versiones fluorescentes y con seres de trapo. Son las piezas para ArteBa.

“La gente se pasa la mitad de su vida en la cama. En la cama, sueña, vive, ama, padece, nace y muere. Son objetos con muchísima vida, con mucha carga; los colchones de los hoteles, de los hospitales, de las casas, tienen vida, están cargados de energías. Yo comencé a trabajar con el colchón de mi cama, después recogí colchones de los hospitales, luego hice mis propios colchones. En el 74, hice la ‘Galería Blanda’ con 200 colchones de un hotel que habían cerrado por prostitución y muerte. En el 2000, en Viena, hice que 200 personas trajeran los colchones de sus camas. Después, en los Ángeles, con colchones de todos colores y colchones nuevos blancos, colchones de estreno, los que la gente usó para saltar, les cambio el rol”, explica.

¿Ves a los objetos dotados de energía?, ¿El arte es también una suerte de fetiche para ti?

No, fetiche no. Lo que pasa es que sobre los objetos interviene el poder transformador del arte. Por ejemplo, yo tomé esos colchones sucios, horribles, que sólo iban a la basura donde había muerto y sufrido gente, y los transformé en una galería y hubo happenings, con gente jugando ahí dentro todos los días.

Esa es de alguna manera la tesis en las primeras obras de Demian Hirst, el arte como una medicina ¿Postulas también esa tesis?

Sí, claro. El arte tiene una función sanadora a nivel de la energía. Por ejemplo, fíjate en los museos. Yo antes estaba en contra de los museos pero ahora no, porque pienso que los museos son como sanatorios. La mayoría de la gente que va, aunque no entienda nada, va con una actitud de contemplación que es la misma actitud que adquieres cuando contemplas la naturaleza. Entones, un museo es un espacio que te saca de la cotidianeidad y te vincula con la trascendencia que es eso de lo que se ocupa el arte, del ser y su trascendencia, su devenir. En el arte hay un atisbo de rescate del ser, de entendimiento.

¿Es el arte un tipo de energía y de conocimiento?

Sí, y la energía del arte es la más suprema de todas. Es más suprema que la energía de los templos religiosos, porque encarna la libertad total del espíritu. Ahora esa energía está encarnada en el artista, el artista es el transmisor de esa energía que puede ser de distinta naturaleza. Buena, mala, más o menos oscura.

¿Cómo así?

Por ejemplo, la diferencia que existe entre los Beatles y los Rolling Stones, que es la diferencia que existe entre Lucy in the Sky with Diamonds y Satanic Majesties, entre Jimy Hendrix y Bob Dylan. La poesía maldita tiene un tipo de energía diferente al resto de la poesía. A eso me refiero con más o menos oscura.

¿No es arriesgado considerar al arte en términos tan totales, más que como un oficio como cualquier otro?

No es arriesgado, porque cuando entras en el arte, entras en un mundo que te pertenece completamente. Yo ya no miro nada más por ejemplo. No veo nada más que arte. Me cuesta vivir en la cotidianeidad, dormir y despertar, salir a la calle, me cuesta. Pero una vez que llego al taller y echo a andar la maquinaria del arte, ya me siento bien otra vez. Otro lugar donde me siento bien es en el sur, con la naturaleza. Ahí no hago nada, no puedo ni leer, solo miro extasiada todo a mi alrededor. Y eso me hace un bien brutal.

“MARTA, MARTA, ¡DAME UN PAN DULCE!”

Muchas de tus acciones tienen un contenido social. Cuando ofreces para su destrucción el obelisco de pan dulce a la gente, el Partenón con todos los libros prohibidos durante la dictadura. ¿Existe al menos en estas obras un anhelo de encuentro con el otro?

Sí, claro. Todo lo que yo hago es para los demás. La torre de pan dulce fue para la gente, eso para mí es el arte de acción, tiene que provocar cosas en la gente.

Como un ritual…

Hay mucha ritualidad en estos trabajos porque la gente se emociona. Algunas obras mías han generado emociones colectivas muy fuertes e incontrolables. Con el obelisco de pan dulce, la gente se abalanzó sobre la estructura al punto que la botaron y me gritaban “Marta dame pan”. Cuando quemé a Gardel, hubo gente que lloraba; reía y lloraba.

¿Cuál es la cuota de riesgo y cuál es la cuota de planificación en tus performances?

Siempre tengo un plan de acción, pero nunca sé cómo va a terminar. Siempre hay un grado alto de indeterminación. 50 y 50, diría yo.

¿Qué te pasa cuando la realidad supera al arte y la sociedad pasa por encima de una obra, tal y como te sucedió con la mujer gigante, una escultura tuya, que fue destruida por negligencia de una grúa?

Me deprimo y me quedo pasmada. De todas maneras, ya estoy acostumbrada. Acá destruyen todo. No respetan nada.

¿Cómo es actualmente tu relación con los medios de comunicación?

Bien, buena, simpática. Me canso un poco de dar tantas entrevistas pero es parte de lo que yo hago también. Lo hago porque es una manera de transmitir lo que quiero al público

¿Cuál es tu acercamiento con la web?

No es tan interesante. La pantalla no transmite lo mismo que la voz humana. Lo mismo una obra. Verla en internet no trasmite la misma energía que verla en vivo. La pantalla transmite la forma, pero no lo invisible. En la web todo es demasiado cool. Hay cosas que todavía quedan que son hot. A mi me gustan ésas.

Por Eli Neira

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Foto cabecera: www.rionegro.com.ar


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