Una vulva de más de 30 metros incrustada en la ladera de una montaña. Ese es el último trabajo de Juliana Notari, una artista brasileña que quería reflexionar sobre el machismo estructural y los tabúes hacia el cuerpo femenino y que levantó una enorme polvareda en los últimos días.
La artista explica en entrevista que no se lo esperaba, sobre todo porque hubo críticas muy fuertes en las redes sociales.
«No me lo esperaba de ninguna manera, fue todo medio ingenuo, pero fue una locura. Sabía que es un trabajo que causa impacto, pero no esto (…) Me llegaron a decir que debía ser abortada, de ahí para abajo», lamenta la artista.
La obra está en una antigua plantación de caña de azúcar en Agua Preta, un municipio del interior del estado de Pernambuco (sureste) que ahora forma parte del Museo de Arte Moderno Aloísio Magalhães (MAMAM). Sobre la ladera de una colina en los últimos meses la artista y un grupo de trabajadores levantaron esta vulva que mide 33 metros de largo, 16 de ancho y seis de profundidad.
La obra, que se llama «Diva», está hecha de hormigón armado y cubierta de resina pintada en tonos rojizos y rosados. La construcción duró 11 meses, debido a las dificultades de realizar ondulaciones con una excavadora y los parones impuestos por la temporada de lluvias y la pandemia. Para la artista, las críticas acaban formando parte de la obra porque revelan parte de su propósito.
«¿Por qué se incomodan tanto? Pues porque hay una historia de silenciamiento. Pero aquí está la fuerza la de la vulva, la de la dimensión sexual, la fuerza sagrada, porque ella asusta. En la historia de la Humanidad, la menstruación siempre fue un tabú, algo sucio, oscuro, que hay que esconder», reflexiona, mientras que recuerda que los obeliscos, símbolos fálicos por excelencia, decoran las grandes ciudades sin problemas. «Es una misoginia milenaria, creo que la obra removió esos miedos primitivos, ese odio», concluye.
Una herida abierta
Notari sostiene que su obra, además de ser claramente un órgano genital, también puede interpretarse como una gran herida en el planeta, una alegoría del sufrimiento impuesto a la madre «Gaia» (diosa griega que representa a la Tierra) que cobra más sentido todavía en el lugar donde se sitúa, un territorio cuya biodiversidad fue arrasada por el monocultivo de la caña y donde hubo mucho trabajo esclavo.
«Hay esas dos agresiones, la cuestión femenina traumática y la Tierra que está siendo devorada; la mujer, quieras o no, está ligada a los ciclos de la naturaleza, de la luna, etcétera», apunta Notari, quien también cree que el momento de «regresión» que vive Brasil bajo el Gobierno de Jair Bolsonaro ha reabierto muchas heridas.
No es la primera vez que esta artista aborda el tema de lo femenino en su obra de forma más o menos radical: lo hace desde 2003. Realizó performances como «Dra. Diva», en que, de forma bastante agresiva, recuerda, «abría vulvas» en paredes con aparatos ginecológicos. También usó su propia menstruación para escenificar un ritual sagrado en los troncos de las «sumaúmas», los árboles más grandes de la Amazonía, y fue arrastrada por el suelo atada a un buey para luego comerse sus testículos crudos.
La gran vulva de la montaña no es una obra de arte efímera, está hecha para durar, pero no se sabe cuánto. La artista explica que recibirá cierto mantenimiento, pero será la naturaleza la que decida su futuro. «Sufrirá las intemperies del tiempo. No sabemos qué será de la cicatriz. Es como Brasil, una herida abierta, inflamada», resume.
Cortesía de Joan Royo Gual Sputnik