Primero perdió a su padre, luego a un tío, después un abuelo… así hasta 17 miembros directos de su familia: es el drama del indígena brasileño Edney Kokama Samias, uno de los líderes de una comunidad especialmente golpeada por el coronavirus.
Edney vive en Tabatinga, una ciudad de 66.000 habitantes al norte de Brasil, en el estado de Amazonas, justo en la frontera con Perú y Colombia, un rincón encajonado entre ríos y de muy difícil acceso que durante la pandemia se convirtió en una ratonera.
«Mi padre tenía 64 años (…) Le llevé al hospital pensando que estaría mejor que en casa, aunque él no quería ir. Al llegar al hospital le pusieron oxígeno, le entubaron y ya no tuvimos acceso a él. Murió 11 días después, el 14 de mayo», relata en entrevista.
Guiherme (Wirimi Tsamia Tsamia en lengua Kokama) fue el primero de muchos. Después vendrían Lindalva, Augustinho, Anselmo, Alberto, Antonio, Elci, Marilene, Antonio, Severino, Otaviano, Luiz Carlos, Luzia, Fernando, Dirlene, Adilha e Idelfonso. «Esos son mis familiares próximos, de sangre», remarca Edney.
En total, en el pueblo Kokama (uno de los más afectados por la pandemia) ya habrían muerto 56 personas, sobre todo en la región del Alto Solimoes y en Manaos, la capital de Amazonas, según los recuentos de las entidades indígenas.
En Tabatinga, «el virus está en cada esquina», y según Edney, muchos se habrían contagiado en las últimas semanas en las aglomeraciones que se formaron en las puertas de los bancos para cobrar el auxilio de emergencia de 600 reales (123 dólares) al mes que aprobó el Gobierno.
Según Edney, otro punto problemático es que en Tabatinga el hospital no tiene Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), todos los enfermos graves deben ser trasladados en avionetas medicalizadas a Manaos, a más de 1.100 kilómetros de distancia (más de tres horas de vuelo) y esto no siempre ocurre como debería.
«En el caso de mi padre y de otros parientes nunca actualizaron el sistema informático y la avioneta nunca llegó. Dejan a la persona morir», critica el indígena, que tras mucho batallar con el ayuntamiento consiguió que en los cementerio de Tabatinga se habilitaran una zona para entierros indígenas.
«Antes nos enterraban en un agujero con un tractor, como a un animal. Aquí en Tabatinga ahora han cedido un trozo para los indígenas y ya podemos hacer nuestro ritual. Soplamos un perfume hecho con plantas y raíces y luego dejamos una fruta o un plato de comida encima del ataúd. Es la forma de honrar el espíritu del guerrero», dice.
La alternativa de la ayahuasca
Después de ver como sus parientes iban cayendo uno a uno, Edney decidió desistir de «la medicina del blanco» y volver a la medicina tradicional. El, que de profesión es terapeuta y masajista, trata ahora en casa a los Kokama que presentan síntomas de COVID-19 con la planta mágica: la ayahuasca.
«Es una medicina que lo cura todo, como una mano espiritual en el pecho», apunta, mientras asegura que los que están tomando esta bebida y otros tés hechos con «plantas secretas» están mejorando, a pesar de que aún no hay pruebas científicas que confirmen estas afirmaciones.
Edney explica que en este momento de pandemia muchos se están interesando por rescatar los saberes tradicionales, que se estaban perdiendo en los últimos años por la presencia de comunidades cristianas.
«En muchas aldeas hay iglesias evangélicas, y nos llamaban despectivamente hechiceros, ‘macumbeiros’, brujos.. ahora están viendo que había que volver a la medicina tradicional nuestra, porque el pastor y el médico no les van a curar», dice.
Según la Coordinación de las Organizaciones Indígenas de la Amazonía Brasileña (COIAB), hasta el 7 de junio se contabilizaban 218 muertes en 41 pueblos indígenas que habitan en los nueve estados que forman parte de la Amazonía brasileña, y habría más de 2.600 indígenas infectados.
La pandemia sigue avanzando en Brasil, y en todo el país ya hay casi 40.000 muertos y más de 700.000 personas contagiadas, según los datos oficiales más recientes.
Cortesía de Joan Royo Gual Sputnik