El director de cine Jon Viar acaba de presentar ‘Traidores’, una película sobre su familia, sobre el nacionalismo y sobre la idealización del pasado en España con el terrorismo.
Recuerda aquellos años en Getxo, una localidad de Vizcaya, al norte de España, con una atmósfera opresiva. Jon Viar, nacido el 20 de noviembre de 1985, caminaba por Bilbao y otros lugares del País Vasco notando una sensación extraña, «terrible». Confiesa que «no era normal», pero también que él, «un friki» absorbido por el cine, lo asumía como una de las múltiples secuencias que revoloteaban por su cabeza después de engullir las películas de Billy Wilder, Ernst Lubitsch o Woody Allen. Hasta que, cuando hizo la comunión, le regalaron una cámara y pudo empezar a emular a esos directores.
Entonces se rodeaba de algún amigo y salía frente a la cámara con un pasamontañas o disparando a bocajarro, simulando esas terribles secuencias que, ahora sí, veía en la realidad. La banda terrorista ETA llenaba de plomo los informativos y la sociedad desayunaba a menudo con un tiro en la nuca, un atentado o un secuestro: desde su formación en 1968 hasta su abandono de las armas, en 2011, esta organización nacionalista ha dejado en España más de 800 cadáveres. «Quizás era una vía de escape, un refugio», cavila Viar en conversación con Sputnik, mientras enumera episodios como el de Gregorio Ordóñez o Miguel Ángel Blanco, asesinados en 1995 y 1997.
Jon Viar cumplió los 18 años, se mudó a Madrid, vio que la vida era distinta y le llegó el bombazo: su padre había pertenecido a ETA y había estado en la cárcel ocho años. Iñaki Viar, psiquiatra y psicoanalista reputado de Bilbao, fue uno de los miembros que se unieron a esta organización a finales de la década de los sesenta. «Claro, veíamos en la tele lo que pasaba y era algo muy incómodo», rememora. Además, su madre era una periodista de la delegación provincial de Televisión Española y más de una vez le tocaba narrar alguno de estos acontecimientos.
Total: un puzle familiar que de repente se trastocó. Y Jon Viar, ya en la senda de la dirección y la actuación profesional, decidió armarlo. Después de los cortometrajes Síntomas (2014) y Derbi (2018), el creador acaba de presentar Traidores, un documental donde une entrevistas, imágenes de archivo o experiencias propias en una especie de terapia psicoanalista para contar su caso familiar. «El asunto es ese. Y luego la metáfora ya es la historia de ETA o, mejor dicho, la intrahistoria», puntualiza en medio de la Semana Internacional de Cine (Seminci) de Valladolid, donde está a concurso con esta cinta que ha sido producida por varias compañías independientes y una subvención de Televisión Española.
«Al final, cada uno experimentó esa época a su manera y no todo el mundo sabe qué ocurrió. Yo doy una visión personal y entiendo al que proteste o a quien se interese, porque creo que era algo que no estaba contado», arguye.
Se refiere Viar a esos momentos imprecisos entre los años sesenta y setenta de lucha nacionalista, con la rémora que arrastra a nuestros días. Su padre sirve de hilo conductor junto a otros protagonistas como el escritor Jon Juaristi, el antropólogo Mikel Azurmendi o el periodista Ander Landaburu. El País Vasco se regía, como el resto del territorio nacional, por la dictadura de Francisco Franco. En esta Comunidad Autónoma la garra era más sólida, aplastando su lengua, el euskera, o cultura propia. Y su progenitor, Iñaki Viar Echevarría, nacido en Bilbao en 1947, entró a militar en ETA.
Procedía, según se explica en la película, de un «linaje» nacionalista. Su bisabuelo, Nicolás Viar, fue un conocido abogado y amigo personal de Sabino Arana, el padre del nacionalismo vasco. Su abuelo materno, Benjamín Echevarría, fue condenado a muerte, aunque se libró. Su progenitor, también Jon Viar, combatió durante la Guerra Civil en el bando republicano, se le envió a campos de concentración y pasó dos años en el exilio francés. Con estas referencias, Iñaki se dejó arropar por esa causa identitaria. En 1963, con 16 años, dos compañeros le ofrecieron entrar en ETA. No dudó: le pareció justo y honorable.
«Aún no sabía lo que era ETA. Me hablaron de la liberación de la patria vasca y de la liberación social, de que no sería algo burgués como el PNV [Partido Nacionalista Vasco]. Ya entonces surgió con una cierta inclinación a la violencia: había que enfrentarse con el Estado», rememora Iñaki Viar.
Viar ya participaba en alguna acción. Repartía propaganda, retiraba alguna placa o escalaba a palabras mayores: una bomba en el sótano de la Bolsa de Bilbao, que ni siquiera explosionó, le llevó en 1969 a una comisaría, donde le torturaron, y posteriormente a las celdas de varias cárceles. En ellos coincidió con sindicalistas o comunistas en clandestinidad que le hicieron darse cuenta de que él «no era distinto». Se le cayó una ideología.
«Descubrí que el nacionalismo era el nombre elegante de la xenofobia. Esa idea que me habían transmitido de que los vascos éramos mejores y que los españoles eran el enemigo, que es la base de todo, de pronto me pareció una absoluta sandez», alegaba Iñaki Vial en una entrevista del diario El Mundo.
Rompió entonces la cadena. Traicionó esa banda y se situó en una de las escisiones de ETA. Era la denominada ETA VI Asamblea, que abandonó la violencia, optó por el trotskismo y acabaría convergiendo la Liga Comunista Revolucionaria, una organización española. Le condenaron a 20 años. Y en 1977, con la Ley de Amnistía, fue liberado. Pronto, sus antiguos camaradas, que siguieron con actos vandálicos y un arsenal de víctimas, le otorgaron la definición que titula el documental.
«Me parece espeluznante que se les considerase traidores», afirma Jon Viar, que ha intentado «justificar» a su padre, pero teniendo una cosa clara: «No hay ETA buena». Las diferentes facciones, desde la que se gestó como una llama contra el franquismo hasta la que anunció el fin de la lucha armada hace nueve años, tienen en común el «racismo, la xenofobia». «Son un delirio étnico», describe, añadiendo el calificativo de «fascistas».
El director encuentra en esa formación una analogía con otros grupos del mismo cariz. Viar habla de Vox, Trump o el extremismo húngaro como resultado de un «auge identitario nefasto». «En la película, utilizo el nacionalismo de forma velada, lo que quiero es contar la intrahistoria de un país por medio de una familia», insiste, lamentando que en España no se hayan sabido percibir los matices de cada causa. La izquierda, dice, no ha sido equidistante, cuando sus ideales son el internacionalismo y los valores ilustrados.
«Ninguno, ni Podemos ni el PSOE, ha sabido cómo alejarse de esta corriente, igual que pasa en Cataluña, y la tragedia no se acaba nunca», esgrime, volviendo al País Vasco. «La gente sigue teniendo miedo. A mí me dicen que no sea pesado. Y luego lo ven y no conocen la historia, se quedan flipados», asegura, desentendiéndose del bum de tramas sobre ETA: «Ahora están Patria, La línea invisible… pero yo llevo toda la vida haciendo esto, no puedo decir por qué de repente es mainstream”. Él, efectivamente, lleva desde pequeño intentando sacudir ese horror a través de la ficción. Lo aprendió a hacer con los maestros del séptimo arte y lo ha plasmado en Traidores, esta vez tomando la realidad como materia prima e influenciado, principalmente, por Alan Berliner, un documentalista estadounidense.
Cortesía de Alberto García Palomo Sputnik