Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, en 1972. Es escritora y psicoanalista. Vive desde 1990 en Buenos Aires. Coordina talleres de escritura. Con un estilo sereno y a la vez intenso, como es su propia obra, Claudia Masin no tiene problemas en contestar cualquier pregunta. Dueña de una mirada crítica con el momento político de la Argentina, la autora cree que la poesía tiene mucho para aportar en estas épocas: “En los momentos de mayor incertidumbre social es cuando la poesía se planta y empieza a crear sus propios espacios. Cuando más alienación parece haber, la poesía tiene mucho para dar”, señala
Actualmente, la editorial Contexto acaba de publicar la obra reunida de Masin, la cual lleva como nombre La desobediencia, un término que para la autora es clave a la hora de pensar la escritura poética: “A mí siempre la primera palabra que se me viene a la cabeza, hace muchos años, es ‘resistencia'», afirma.
— Para vos, ¿qué es la poesía?
— Es una pregunta que siempre es difícil que contestar. A mí siempre la primera palabra que se me viene a la cabeza, hace muchos años, es “resistencia”. También “desobediencia”, son todas palabras que tienen que ver con lo desafiante, un oficio que rompe con los modos estereotipados, cristalizados del lenguaje. Se rompe de alguna manera con el discurso dominante. La poesía es aquello que está en el otro extremo del discurso dominante, porque viene a instaurar caos ahí donde hay un orden que te indica cuál es el lugar de cada cual en el mundo.
— En el prólogo del libro hacés referencia justamente a eso, y Paula Jiménez España también. Leyendo el libro, se puede pensar en una desobediencia estética también, ¿no? Por fuera del poema explícitamente político.
— Sí, absolutamente. Yo recién en los últimos años empecé a escribir poemas abiertamente políticos, sin ser panfletaria. Me parece que ese tono en la poesía le habla a los que piensan de la misma manera, cuando se trata de llegar a que un otro vuelva a pensar o piense por primera vez una problemática. Para eso se necesita sutileza, delicadeza, la poesía opera con otros modos, como el de conmover. Suelo ligar a la poesía con la empatía, esa forma de ponerse en el lugar de un otro. El arte nos acerca en ese aspecto, yendo a contracorriente de una tendencia que se da cada vez más en nuestra sociedad, como es la de juzgar a los demás.
— Pensando en eso que decís sobre la empatía, el lector también tiene que dar su parte, predisponerse a ese tipo de lenguaje. ¿Pensás que la poesía puede ser algo masivo?
— Yo creo que la poesía y la masividad son algo difícil, por muchas cuestiones. Una, es la que te decía recién, su característica de ser un discurso que constántemente está molestando, demoliendo ciertos cimientos. No es fácil, en muchos sentidos, leer un libro de poesía. Y no porque “no se entiende”, tal como se suele repetir, sino porque se prefiere dejar en la sombra ese costado de rebelión que tiene el género. La poesía te incomoda, más allá de cuál sea el tema. Siempre hay elementos de quiebre, y ese es un factor que no me parece menor.
— ¿En qué sentido?
— Porque requiere una disponibilidad, una sensibilidad atenta. Estamos, me incluyo, en una sociedad muy desensibilizada, todos muy embotados, muy alienados, fuera de la posibilidad de construir cualquier mundo interno. También hay otros factores, claro, como un cierto elitismo. Hay un poco de hacer de la necesidad, una virtud: ya que la poesía se lee poco, es porque somos una suerte de elite. Desde ya eso no me representa de ningún modo, muchas veces prefiero que me inviten a una lectura donde sé que la gente que va a ir no es poeta o lectora de poesía. Sería fabuloso poder abrir el juego, porque la poesía a nivel social puede hacer cosas muy interesantes.
— ¿Qué sentiste al ver tu obra reunida en La desobediencia?
— En principio es raro hacer el trabajo de recopilación de un libro, más allá de las pequeñas correcciones que uno pueda hacer siempre. Ver el conjunto, el recorrido de todo lo que escribiste siempre es bastante raro. En ese sentido, tomé la decisión de sacar poemas de Bizarría (1997), mi primer libro, porque sentía que era un libro un poco ajeno. El que sí reconozco como primero es Geologías (2001), ahí si hay más huellas de mi poética. Esa fue una decisión: excluir poemas de lo que debería ser una poesía completa, al final no lo es. Sí noté, en relación a lo veníamos hablando, cómo cada vez más hay una mirada política, una mayor conciencia de la poesía como una herramienta de transformación subjetiva. Si a alguien más le sucede cuando lo lee, bienvenido sea. En La cura (2016), por ejemplo, se puede ver mucho, donde no se habla de una cura terapéutica, sino en el sentido de deconstruir y construir.
— Justo hablabas de abandonar un poco esa mirada terapéutica relacionada a la poesía. ¿Pensás que la obra de las autoras se está dejando de leer en esa clave también? Lo mismo con el prejuicio que asocia a una poeta mujer con una lectora mujer.
— Sí, es algo reciente igual ese fenómeno. En las presentaciones o lecturas se advierte una mayor diversidad en el público, cuando antes era normal una predominancia de mujeres. La lucha del feminismo y el trabajo de hormiga de muchos años que se viene llevando a cabo tiene que ver con eso. Ahora también, la potencia de la obra de muchas poetas contemporáneas ayuda a esa disponibilidad de los lectores. Esa mirada que se suele tener sobre si es escrito por un hombre es un libro universal, mientras que si es escrito por una mujer es “confesional”, la he experimentado repetidas veces. Pienso en Sharon Olds, que es una poeta a la que se quiere minimizar, y es algo increíble con una obra universal. Lo mismo con Sylvia Plath, que suele ser el estandarte de lo que se llama como “confesional”, cuando en realidad eran poemas muy trabajados.
— ¿Cómo ves la relación que existe entre el movimiento feminista actual y la literatura?
— Veo con gran felicidad y gran alivio que haya cosas que recordamos de hace 10 años atrás y que hoy sepamos que sería imposible que se permitan. Eso tiene que ver con desnaturalizar, como hablábamos al principio. Se está reordenando todo, por más que falten muchas cosas, y eso es fabuloso.
— En La desobediencia se puede ver cómo desde el principio te interesaba poner a la mujer como personaje en tus poemas, donde se puede ver también esa consigna sobre “lo personal es político”. ¿Fue algo consciente?
— No fue algo consciente, como muchas de las cosas que estamos hablando acá. Es un consejo que doy a la hora de escribir: no pensar, dejar atrás todo lo que se sabe y lo que uno quiere decir. En mí operó así, se fue dando esa constante. Diana Bellessi siempre dice que aún cuando se tenga un programa a la hora de escribir, el poema termina siendo una falla de ese plan.
— Por último, teniendo en cuenta tu experiencia como tallerista, ¿qué consejo le darías a alguien que se está acercando a la poesía?
— En principio, creo que lo fundamental es no esperar nada externo. Si bien es humano el querer publicar, el querer tener un poco de reconocimiento, también tiene que ver un poco con la cultura que nos atraviesa. Productividad y éxito son palabras que se llevan muy mal con la poesía. Cualquier intención y voluntad contamina la escritura de poesía, más si está ligada al ego. Este es un oficio como cualquier otro, con logros y fracasos. Es como si uno construyera una silla: lo mejor no va a ser pensar en la fábrica entera, sino en la silla que estamos haciendo acá y ahora. Claro que se tiene en cuenta al otro, pero no un otro que venga a llenar un vacío.