Entrevista realizada por Pierre Lebret, cientista político y experto en cooperación internacional.
Hace unas semanas, la justicia tomó una decisión importante: Marine Le Pen fue condenada y declarada inelegible. ¿Cuál es el impacto en la vida política francesa?
— Ante todo, esta condena representa un avance en la lucha contra la corrupción. Para mí, es un paso valioso hacia una política más ética. El efecto sobre la extrema derecha está por verse: todo dependerá de si Marine Le Pen puede presentarse en 2027. Si se lo impidieran, sería un auténtico terremoto político. Ella es la encarnación de este movimiento y es difícil predecir qué pasaría si Jordan Bardella tomara el relevo.
Lo que es seguro es que una decisión judicial emanada de una institución puede, paradójicamente, reforzar la retórica conspirativa de la extrema derecha, que se nutre precisamente de la desconfianza hacia las instituciones. Así que prudencia.
Por nuestra parte, la única salida es dar el ejemplo. Defendiendo los valores del Estado de Derecho, la transparencia y la lucha contra la corrupción podremos construir una alternativa creíble. Una alternativa tanto al sistema vigente… como a la ola trumpista.
Esta alternativa se construirá de aquí a las elecciones presidenciales de 2027. ¿Cuáles son las condiciones para construir una coalición duradera en la izquierda?
— Hemos perdido un tiempo considerable, y eso es muy lamentable. En las últimas elecciones parlamentarias, obtuvimos nueve millones de votos como parte del Nuevo Frente Popular. Esto ocurrió contra todo pronóstico, tras una campaña europea marcada por fuertes tensiones entre los partidos de izquierda. Pero conseguimos unirnos a toda prisa y generar un impresionante impulso público, mucho más allá de los aparatos políticos. Y, sin embargo, no se hizo nada para estructurar esta esperanza. Ni a nivel nacional ni a nivel local. Ningún trabajo en profundidad, ninguna estrategia, ningún vínculo duradero con esta fuerza cívica que se levantó. Es una pérdida terrible. Todo el mundo ha vuelto a sus asuntos, a sus cálculos mezquinos. Es patético.
Parece surgir una nueva esperanza con la iniciativa de Lucie Castets, nuestra antigua candidata a Primera Ministra, que convoca una reunión de las fuerzas de izquierda para el 2 de julio. Esta iniciativa ha recibido respuestas positivas de nuestro movimiento « L’Après », del movimiento de François Ruffin, de los ecologistas con Marine Tondelier, y muy probablemente del Partido Socialista.
Sólo La France Insoumise permanece al margen. Se trata de un gran error histórico, en un momento en que el paisaje político se estructura en torno a tres polos. En nuestro sistema electoral, si se quiere pasar a la segunda vuelta, hay que reunir a todos en la primera. Si la izquierda parte de manera dispersa, se elimina a sí misma.
Jean-Luc Mélenchon tiene una gran responsabilidad. Encarnó una inmensa esperanza, a la que yo misma acompañé tres veces. Pero ahora tiene 75 años y tres campañas presidenciales a su cuenta. Su rechazo por parte de la opinión pública es masivo. Ha llegado el momento de que la France Insoumise se ponga las pilas y se una a esta dinámica unitaria. No podemos permitirnos no unirnos.
Recientemente ha publicado « El Futuro, es el espíritu público » ¿Por qué este libro y por qué ahora?
— Esta es mi contribución a la narrativa colectiva que debemos construir si queremos ganar las próximas elecciones. Aún queda mucho por hacer para reorganizar radicalmente nuestra oferta política. El populismo de extrema derecha se nutre del desmoronamiento de las esperanzas nacidas en el siglo XX.
El espíritu público, tal y como yo lo veo, descansa sobre tres pilares: la puesta en común de los recursos, un Estado estratégico capaz de planificar a largo plazo la respuesta a las necesidades y una democracia reforzada. Esto no es planificación soviética, es emancipación ciudadana frente a la mercantilización del mundo. Mi diagnóstico es que el libre mercado está destruyendo nuestras vidas y nuestra capacidad de convertirnos en individuos libres.
Ante el auge del trumpismo en todo el mundo, ¿cómo puede reorganizarse el progresismo a escala internacional?
— Necesitamos una nueva Internacional progresista, es una evidencia. Una Internacional impulsada no sólo por los Estados, sino por los pueblos, los movimientos ciudadanos y las fuerzas políticas del mundo.
Durante un tiempo, el alter mundialismo mantuvo esta esperanza, pero estamos al final de un ciclo. Frente a esta ola de autoritarismo e imperialismo, es inevitable un nuevo comienzo. Y tendrá que basarse en la cooperación Norte-Sur, y Sur-Sur. Francia podría haber desempeñado este papel, pero se perdió el punto de inflexión. Con el movimiento descolonial, Francia debería haber cambiado completamente de rumbo y haber comprendido la necesidad de una alianza con los países del Sur. Lo que llamamos el Sur Global. Pero dejó que Rusia y China asumieran ese papel. El reto hoy no es crear un pequeño Occidente frente al imperialismo de Trump, Putin o China, sino ser capaces de promover una visión del mundo que se oponga a esos proyectos de dominación, de poder de los dominantes y de extractivismo.
El discurso de Javier Milei en Davos, que leí con detalle, me dejó atónita. Es un manifiesto contra el siglo de las Luces (les Lumières), contra el Estado, contra la igualdad. Es el retorno asertivo de los dominantes. Anuncia el fin del Estado.
Fue quizás en ese momento, leyendo este texto, cuando me di cuenta de la magnitud de la brutalidad del desafío a las profundas conquistas sociales y democráticas que han influido y calado en el mundo. Si nos tomamos en serio lo que está en juego, lo que sigo llamando la tragedia de la historia, normalmente en Francia necesitamos una revisión a fondo de la izquierda con los ecologistas. Y en todo el mundo, creo que tenemos que forjar nuevas alianzas para crear un frente y una internacional progresista digna del siglo XXI. Y será social-ecológico-democrática, o no será.
En este contexto de guerra, especialmente con Ucrania, ¿cómo podemos replantearnos la posición de Europa y Francia?
— Irónicamente, es Estados Unidos, bajo Trump, quien está destrozando la OTAN. Es hora de sacar las consecuencias. El atlantismo es un callejón sin salida, al igual que negar las ambiciones imperialistas de Putin.
Tenemos que repensar nuestro sistema de defensa y recuperar nuestra soberanía, al tiempo que rechazamos la estrategia de choque implementada por nuestros líderes: ellos utilizan el contexto geopolítico para imponer políticas de austeridad. Esto también es un callejón sin salida. No se puede preparar la paz preparando la guerra.
Francia debe construir un discurso coherente, sin dobles raseros, siendo clara sobre los principios que defiende. No debe pretender volver a ser una potencia, sino una influencia: la de un país que propone un modelo creíble de progreso.
Los países del Sur miran a veces a Europa como una región que practica un doble rasero con Palestina. Francia podría reconocer pronto el Estado de Palestina. ¿Cuál es su postura ante el genocidio de Gaza?
— Estoy profundamente conmocionada. El reconocimiento del Estado palestino debería haberse producido hace mucho tiempo. Es muy tarde para este gesto simbólico, pero esencial.
Tenemos que ser claros con el gobierno de Benjamin Netanyahu, aliado de Trump y Putin. Nos enfrentamos a una brutalidad extrema y a una negación total de los valores democráticos y de los derechos humanos. Solidarizo con el pueblo palestino. La paz solo llegará a través de la justicia: el fin inmediato del genocidio, el reconocimiento de los derechos palestinos y la liberación de los rehenes. Estas son las condiciones para una paz duradera.
En su toma de posesión, la Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, afirmó: «No llego sola, llegamos todas juntas». En 2024 se produjo un retroceso en la representación de las mujeres en los parlamentos del mundo. ¿Cómo podemos garantizar el acceso de las mujeres al poder en el futuro?
— Es cierto que Francia ha progresado gracias a la ley de paridad, pero el techo de cristal sigue muy presente. Lo que veo con esperanza es que las mujeres están ascendiendo a los puestos más altos haciendo hincapié en lo colectivo. No es en absoluto por razones esencialistas. Pero las mujeres, a través de su cultura, su vida cotidiana y su historia, también pueden transformar la relación con el poder. Todo el mundo sabe que Golda Meir y Margaret Thatcher no lo hicieron. No es simplemente el hecho de ser mujer lo que lo hace posible. Pero creo que a través del feminismo global, la ola MeToo y la especificidad cultural de las mujeres, tenemos aquí una forma de desvirilizar la relación con el poder. Y frente a Putin, Trump y otros, no es poca cosa. No se trata de copiar métodos, sino de inventar otra forma de ejercer el poder.
Las instituciones de cooperación internacional se ven regularmente amenazadas por los conservadores y la ultraderecha, y por los recortes presupuestarios. El cierre de USAID está teniendo un gran impacto en la población más pobre de muchos países. Hace sólo unos días, miembros de la Asamblea Nacional francesa propusieron el cierre de la agencia de cooperación técnica internacional. ¿Por qué debemos seguir creyendo en la cooperación internacional?
— Es vital. Lo que está ocurriendo es una carnicería. La retirada estadounidense de muchos programas sanitarios, por ejemplo, tendrá consecuencias desastrosas, incluso para Estados Unidos. Los virus no conocen fronteras.
Este mundo, basado en el repliegue identitario y la cerrazón, no puede hacer frente a los retos sociales y climáticos. Sólo la cooperación, la ayuda mutua y la solidaridad pueden garantizar la paz y la justicia. Oponer a los pueblos, organizar la competencia entre los poderosos y los más vulnerables, es una receta para el desastre. Soy una militante de una cooperación más estrecha y nuevas alianzas con los países del Sur. Ahí es donde está el futuro. No en la dominación, sino en la esperanza.