Tuvimos la grata oportunidad de conversar con parte de la Colectiva «Tiesos pero cumbiancheros», constituida por las investigadoras Lorena Ardito, Eyleen Karmy, Antonia Mardones y Alejandra Vargas, quienes nos contaron algunos detalles y miradas sobre su trabajo en el estudio del fenómeno de la cumbia en nuestro país desde sus inicios hasta la actualidad, y que han resultado en la creación del libro «¡Hagan un trencito! Siguiendo los pasos de la memoria cumbianchera en Chile (1949-1989)».
¿Cómo nace la Colectiva de Investigación “Tiesos pero cumbiancheros”? ¿Qué las motiva a abordar este género de la música popular y desentrañar su desarrollo en nuestro país?
La Colectiva nace el año 2010 y se nos suma Antonia el 2011. Partimos como Colectivo, pero a partir de ir construyendo otras formas de reflexión, diálogo, memorias, conocimientos, escritura, incluso autorías, mudamos la piel para ser Colectiva. En este libro, renacemos en femenino.
Los que nos motivó a abordar el estudio de la cumbia fue que nos permitía hablar desde otro lugar, plantear lo musical como correlato de lo social, proponer una mirada cultural y política hacia la historia y la musicología más tradicionales, que niega a los sujetos populares y sus miradas de mundo, especialmente si estos son alegres, revoltosos y festivos.
Por eso también fue estimulante encontrarse con los cultores vivos y protagonistas de la llegada y adopción de la cumbia en Chile. La investigación giró entonces hacia relevar la voz y la memoria de los músicos que le han puestos los sonidos a la fiesta de las últimas décadas. La relevancia social de una música popular como testigo de la historia reciente y que, además, evidencia muchas de las paradojas y contradicciones de nuestra chilenidad.
¿Cómo creen que la Academia observa el fenómeno de la cumbia en Chile? ¿Es posible, desde la teoría, validar este fenómeno cultural tan arraigado en nosotros por muchas generaciones?
Bueno, es interesante esa pregunta, porque la Academia también tiene sus niveles y matices. Hay una que es muy tradicional, y que mira con prejuicio, con sospecha, hasta con desdén a la música popular en general, y en particular a la cumbia como tema de trabajo. Como si por ser festiva y alegre fuese un objeto poco serio o irrelevante, confundiendo seriedad con rigurosidad.
Pero hay también otra academia, y aunque es poco conocida, en ella existe todo un circuito de reflexiones en torno a las músicas populares, donde se organizan congresos, se asignan becas de estudio, se coordinan publicaciones, etcétera. En esta escena, la música popular está plenamente validada como tema de investigación, pero la cumbia tampoco tenía un papel tan relevante, al menos cuando empezamos a dialogar en esos espacios. Y es gracioso porque hoy se ha instalado una suerte de discurso post-cumbia, donde se plantea que no existe tal cosa como un género popular que pueda ser denominado “cumbia”. Es un debate centrado en lo musical, donde la diversidad de ritmos, estilos y formatos es abrumadora para quien investiga. Para nosotras ese problema es menos relevante pues aunque nos importa lo musical, también hablamos desde el cuerpo, la fiesta y la memoria. Desde ahí vamos construyendo nuestros discursos y re-construyendo los testimonios orales que recorren la trayectoria cumbianchera local. Los propios cultores tienen su debate al respecto de si podemos hablar o no de una cumbia propiamente chilena. Y lo que a nosotras nos interesa no es zanjar esa discusión, sino plasmar e interpretar ese debate y sus implicancias en términos históricos, culturales y políticos.
¿Qué las motiva y convence de hacer el libro “¡Hagan un trencito!”?
Principalmente relevar la voz de los cultores cumbiancheros. La experiencia de trabajar con ellos, tener la oportunidad de compartir memorias, de permitirnos, conocer sus vidas dedicadas a la música, fue un privilegio, pues ellos fueron la banda sonora de nuestros años universitarios, es decir, nos marcaron festiva y profundamente como generación.
Pero vimos que, aun tratándose de una música popular, sus compositores, arreglistas y en general aquellos cultores que no han sido voz principal de las agrupaciones más mediáticas, se mantienen en mayor medida en el anonimato.
Emblemático es el caso del compositor del himno cumbianchero local por excelencia, “Un año más”, el coquimbano Hernán Gallardo, quien falleció el 2013 en condiciones muy precarias y sin el reconocimiento merecido. Y no se trata de fomentar grandes premios nacionales ligados a la industria, sino de la relevancia de una política orientada a que quien dedica su vida a trabajar en las artes, tenga, mínimamente, las condiciones para vivir dignamente.
El trabajo con los cultores, dialógico y a la par, nos desafió además, a proponer una forma de trabajo distinta, más horizontal, en la que las voces y las memorias, fueran de los mismos músicos. El libro es un ejercicio de ofrecer nuestros conocimientos académicos al servicio, a disposición de los protagonistas de esta historia.
¿Cómo ven el escenario de los estudios sobre la música –popular en específico- desarrollada en nuestro país?
Es interesante lo que ha venido pasando en las últimas décadas, pues la música desafía las fronteras disciplinarias. Aquello que tradicionalmente era objeto de estudio de la musicología, y de investigación periodística especializada, se fue volviendo un foco de trabajo para diversas disciplinas, tales como la sociología, la antropología, la historia, entre otras. En los ochenta, noventa e inicios de los 2000 todavía estábamos pegados en debates sobre ¿por qué hay un prejuicio académico hacia el estudio de las músicas populares? Tal vez entonces se fueron dando los primeros cruces interdisciplinarios. Lo cierto es que en nuestros días hay una amplia gama de trabajos que testimonian, interpretan, cuestionan y relevan géneros, agrupaciones, generaciones, repertorios y artistas.
Desde nuestro punto de vista, aquí ha sido clave el desarrollo de organizaciones que estimulan ese trabajo de investigación original. Hay una serie de asociaciones y redes virtuales transdisciplinarias e internacionales, que operan como plataformas para compartir y poner en diálogo diversos discursos en torno a las músicas populares, como sucede con la Rama latinoamericana de la IASPM o con la Asociación Chilena de Estudios en Música Popular (ASEMPCH), fundada en 2009. Porque la política pública estimula muy pocas investigaciones sobre estos temas. Acá, básicamente lo que tenemos es una dependencia a los Fondos de la Música, que se quedaron estrechos para financiar la enorme diversidad de temáticas históricas y emergentes que es necesario ir abordando.
Nuestro trabajo se sitúa en este escenario, intentando valorizar formas que entonces estaban menos validadas que hoy en día, tales como el énfasis en el trabajo colectivo, el enfoque en lo testimonial, y la apuesta por lo interdisciplinario. Armamos una web para difundir el proceso de trabajo sirviéndonos de lenguajes académicos y periodísticos, y también de soportes audiovisuales, que es otra arista fundamental en esta historia, donde desde inicios del 2000 vienen desarrollándose colectivos de trabajo que hoy aportan un riquísimo acervo documental, como Etnomedia, Obreros Visuales y las plataformas web de archivos sonoros que coordina Felipe Solís.
Más recientemente, destaca el trabajo que las y los propios hacedores han venido realizando en cuanto a investigación musical. Acá encontramos desde autobiografías, como la de Lucho Córdova, el percusionista de la tremenda Orquesta Huambaly, que falleció hace un año, hasta proyectos interdisciplinarios basados en principios del aprender-haciendo o experimentando, como el Colectivo Ronda Negra, el Proyecto Orígenes o el Colectivo Impar.
No conocemos tan de cerca el trabajo de documentación hemerográfica o fonográfica que se esté realizando en otros espacios más formales, pero la sensación es que están moviéndose y haciéndose muchas cosas en el ámbito local de los estudios en Música Popular -lo que se condice con lo que ha venido pasando con la propia escena musical local, cada vez más prolífera-, pero que es necesario re-pensar la política orientada a dichos procesos para poder hacerlos sostenibles y no exclusivamente académicos.
¿Creen que los prejuicios que alguna vez tuvo la cumbia en Chile siguen estando presentes?
En un país prejuicioso es difícil romper con la regla, sin embargo, creemos que sí se ha logrado un progresivo reconocimiento a los cultores de la cumbia. Ha habido homenajes destacados en diversos espacios. Sin embargo, falta mucho. Basta mirar el escenario con una de las mayores vitrinas a nivel nacional, como es el Festival de Viña del Mar, en el que solo recientemente se han incorporado las agrupaciones cumbiancheras. Aun así, grupos sound, de cumbia ranchera, u otros estilos y agrupaciones, a pesar de que llenan estadios y movilizan un gran número de seguidores, están lejos de llegar a la Quinta y quedan relegados a circuitos más bien subterráneos y alternativos del tropical.
Los mismos cultores cumbiancheros reconocen, de todos modos, que jamás pensaron que estarían presentes en todo tipo de escenarios, muy cuicos o más populares y que actualmente, es posible. Lo que no rompe es la segregación de los públicos, ya que si se toca en los barrios altos, o si se toca en los barrios bajos, difícilmente se encontrarán todos los chilenos en la misma pista y haciendo el mismo trencito.
Desde las grandes sonoras de música tropical chilenas de allá por los años ‘50 hasta lo que acontece en la escena actual con la movida cumbianchera, ¿Cómo ven que se ha desarrollado este género a través de los años?
Ese es uno de los grandes recorridos y viaje que hace el libro, a través de los cultores y sus memorias. En distintos contextos sociopolíticos y económicos, la cumbia ha logrado acomodarse, simplificarse y apropiarse. La mirada para este análisis puede ser muy diversa. Nuestra propuesta, para ordenarnos un poco, fue establecer hitos que respondieran a caracterizaciones específicas de tres grandes momentos de la cumbia en Chile, sin olvidar que pensamos el género como correlato de lo social y por su relevancia histórica y musical, no sólo sonora.
Establecimos, entonces, un primer periodo, como el de los años dorados de la bohemia chilena, marcado musicalmente por la formación de la agrupación de los hermanitos Palacios en Talca en el ‘49, hasta 1962, momento en que se constituye como la primera agrupación de cumbia chilena.
El segundo momento, comienza en el ‘62 y termina con el quiebre de la historia nacional, en este caso un quiebre que afecta al circuito en el que se desenvolvían los cultores cumbiancheros, como es-fue, el Golpe de Estado de 1973. Este periodo está marcado por la explosión de la cumbia, con un formato local, lo que llamamos apropiación del género.
El último periodo que abordamos va desde el quiebre del ‘73 hasta 1989, en que se nos dijo que hubo un retorno a la democracia. Acá abordamos la pregunta acerca de la existencia de una cumbia chilena: ¿qué tanto de cumbia es lo que escuchamos? Y al mismo tiempo, ¿qué tan chilena es? Además, por un lado, abordamos el uso del ritmo como un placebo social, y por otro, seguimos los caminos que recorre a través de la escucha subterránea.
Nos detuvimos en este punto, pues creemos que todavía nos hace falta ampliar la mirada territorial, a toda la diversidad de cumbias que se hacen en Chille, para llegar a comprender el género más cabalmente. Sumar voces, por sobre todo. Así es que el análisis hasta nuestros días, formará parte de la próxima entrevista y del próximo libro…
Por último ¿Con qué se encontrarán quienes adquieran el libro “¡Hagan un trencito!”?
Se encontrarán con las voces de los protagonistas de esta historia, con sus memorias, con sus archivos personales y con sus fotografías. Una reconstrucción sociohistórica que pone el énfasis en la palabra.
También se encontrarán con una mirada crítica hacia la historia reciente, pero que es al mismo tiempo, alegre y festiva.
Carlos Montes Arévalo