Cuando la bicicleta venció a los tanques

Hubo un tiempo en que el arte fue peligroso. Fue arma y estuvo en la mira de las dictaduras. Eduardo Yentzen fue protagonista de la resistencia cultural a Pinochet desde La Bicicleta, una publicación que a puro corazón llegó a ser la revista mensual más leída en Chile, transformándose en trinchera de quienes buscaban devolver los colores a sus vidas.

Cuando la bicicleta venció a los tanques

Autor: Wari

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Lejano parece el tiempo en que difundir arte era como cargar armas, donde había que darle vueltas a la lengua tratando de decir lo inefable. Eduardo Yentzen Peric (61) y su generación se hicieron expertos en el arte de la metáfora, y más aún del camuflaje de los sentidos que debía enfrentar la censura dictatorial mediática. La Bicicleta, así, pedaleó milla a milla, siempre desde la precariedad, transformándose entre 1978 y 1987 en la revista de artes y humanidades más importante, un bastión de la diversidad activa contra la Junta Militar.

Yentzen autoeditó recientemente “Los voz de los setenta: un testimonio sobre la resistencia cultural a la dictadura (1975-1982)”, un relato personal que, sin embargo, “es un soporte para la memoria colectiva”, escrito por un joven que en 1982 cumplía 30 años, cuando La Bicicleta cumplía 27 números publicando colaboraciones nacionales e internacionales de lujo.

Así, desde los espacios de la creación, al amparo de la Iglesia Católica, al calor de las peñas y actividades, y empujada por organizaciones que poco a poco iban reconstituyendo las confianzas, empezó a escribirse la historia de una revista que, desde sus contenidos, fue oasis en medio del desierto, contraparte al plan cultural oficial que esos años preparaba el camino a la instalación de los valores neoliberales; una historia llena de anécdotas tragicómicas, de solidaridad, y aventuras colectivas que permitieron resistir el miedo al terror milico.

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Una de esas historias tiene que ver con el concurso literario que -anónima, como suelen ser las obras participantes en un concurso- ganara Mariana Callejas (agente de la Dina), obligando al equipo a definirse: finalmente publicarían a Callejas, luego de un debate que resolvió que se debía premiar obras o personas; decisión que, claramente, traería coletazos.

“Hace poco un lector de La Bicicleta me dijo que en ese momento, siendo estudiante secundario, tomó la posición de consecuencia con los principios democráticos –que es en lo que nosotros sustentamos nuestra decisión- como ética de vida. Eran tiempos complejos, los que nos confrontaron tuvieron buenas razones para ello”, recuerda Yentzen.

Porque no sólo se enfrentaron contra la prensa y la represión: a veces los militantes más antiguos, desde su ortodoxia, no comprendieron sus dinámicas, rechazándolas por “poco claras en sus objetivos políticos”.

“No es que las rechazaran, sino que por su vida exclusivamente clandestina vivieron un aislamiento respecto de las lógicas que se iban dando en la resistencia cultural (filo) legal”, aclara Yentzen. “Estaba la opción de hacerles caso o expresarles que estaban desubicados y proceder en consecuencia, que fue la actitud que yo tuve. Y que fue tolerada”, explica.

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Sorprende la diversidad de actores envueltos en la red de La Bicicleta (“debe ser uno de los tiempos más fraternos entre las distintas trincheras que luchaban contra la dictadura”), así como lo ascendente de su impacto en la sociedad chilena, ya que a través de sus contenidos se reflejan los cambios culturales que la ideología dominante iba generando en el ciudadano medio y los análisis que de ello hacían académicos y artistas.

Varias problemáticas se mantienen incólumes al día de hoy. Una de ellos, por ejemplo, es la concentración de los medios, el monopolio de la imprenta y la distribución, la uniformidad ideológica: una herencia dictatorial que la Concertación más que disolver, consolidó.

-Me llama la atención que el punto de inflexión de la revista en 1981 venga dado por la inclusión protagonista de los contenidos musicales, al punto que algunos sectores los criticaron por “haberse vuelto comerciales”…

-Nosotros, tras el primer especial de Silvio a comienzos de 1980, optamos por ser una revista juvenil, y la revista juvenil en Chile se ha anclado siempre en una música, y esa era nuestra música. Y hemos sido sin duda la revista juvenil más profunda en la historia del país, con más temática cultural, más impulsora de los nuevos temas de ecología, valoración de los pueblos originarios, feminismo, etc.

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Y lo de ser comercial es un chiste, porque digo en el libro que el sueldo de todo nuestro equipo no alcanzaba para más de pagar el arriendo de una pieza en una casa comunitaria, pagar las cuentas, comer y movilizarse.

-¿Qué opinas de la recurrente caracterización del Canto Nuevo como “llanto nuevo” por su estado anímico y disposición? A propósito, en algún momento imaginé que el título del libro era una respuesta al mensaje de la canción de Los Prisioneros…

-No era una respuesta sino una referencia o contrapunto. Mi motivación fue hacer una declaración pública de que existió una generación o voz de los 70, que era la última de las silenciadas en nuestro rol en esos años. Para mí el Canto Nuevo fue la música de mi vida juvenil, y en el libro declaro que paradójicamente ésta tuvo una intensidad gozosa. Por otro lado, qué onda con que el Canto nuevo expresara dolor, si es quizá el periodo histórico de Chile en que ha habido más de qué dolerse.

-El ‘92 criticabas en tu obra de teatro los incipientes “abusos de poder” que detectabas en la Concertación. ¿Qué reflexión haces luego de cuatro gobiernos que hoy se ve tan cómplices del modelo diseñado por la dictadura?

-Criticar es decir: lo hacen mal, o tienen mala intención. En mi visión las conductas llamadas malas nacen de la debilidad. Esto es difícil de explicar aquí. En la obra de teatro unos fantasmas se le aparecen a un alto dirigente (cualquiera) de la Concertación para decirle que si se interesaba en no caer en abusos de poder, ellos se ofrecían a apoyarlo en poder cumplir ese deseo. Criticar no es útil. Yo ofrezco apoyar a quienes deseen no cometer abuso de poder. Lo podríamos llamar un ‘coaching democrático’.

-¿Tiene sentido para ti para la idea de contracultura en la actualidad?

-Absolutamente, respecto de la cultura neoliberal, respecto de la cultura occidental/racionalista. Tenemos la oportunidad de transformación en grande. A ver si podemos.

Por Cristóbal Cornejo

El Ciudadano Nº151, marzo 2014


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