Entre 2020 y 2021 hubo un aumento de personas divorciadas en México del 61,3%, de acuerdo con cifras oficiales estadísticas, pues en el primer año se separaron 92.739 parejas y en el siguiente 149.675.
De este universo, en el 60% de los casos, no hay hijos de por medio, además se señala que las mujeres se divorcian en promedio a los 39,6 años, ligeramente más jóvenes que los hombres, quienes tienen 42,2 años al separarse legalmente.
Con más de 90 millones de personas en el país latinoamericano que se describen como practicantes de la religión católica, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), este aumento en las separaciones sin embargo habla de una transformación en las relaciones sociales en las que se practican los enlaces civiles, considera en entrevista con Sputnik el doctor en antropología social Carlos Dávila.
Además de México, el país más poblado de la región latinoamericana, Brasil, también presentó un despunte récord en 2021, con 80.573 casos, un aumento del 4% en relación con el año anterior y la mayor cifra de casos presentada desde 2007, cuando se permitió formalmente esta práctica civil, de acuerdo con el Colegio Notarial del país sudamericano.
En 2021, Colombia también generó una concentración insólita de divorcios, pues fue el año con más casos en los últimos 10 años, según datos de la Superintendencia de Notariado y Registro, con un total de 26.519 vínculos matrimoniales disueltos.
En el caso de Argentina, el cuarto país más poblado de la región latinoamericana, tan sólo en Buenos Aires se registraron más de 24.000 divorcios, la tasa más alta en los últimos 15 años en el distrito más habitado del país.
El COVID-19 y los antecedentes
Si bien algunas interpretaciones periodísticas atribuyeron este aumento a la normalización de servicios civiles tras la reducción de la emergencia por la pandemia de COVID-19, el también profesor de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) estima que el asunto antecede a la crisis sanitaria.
«Fue más o menos en 2014 cuando el Inegi empezó a alertar que en algunas ciudades del país había más divorcios que matrimonios, por ejemplo, sí la pandemia agudizó, pero no solamente en el ámbito administrativo, me parece que lo que terminó [haciendo] fue acelerando las crisis de convivencialidad que hicieron que, a final de cuentas, la gente se separara o se divorciara», apunta el docente.
Para entender el panorama, Dávila apunta que también hay que contemplar los enlaces de personas que no se casan en el ámbito civil pero sí se mudan a un mismo hogar, en un escenario de la llamada modernidad líquida donde los amores también son más líquidos, o sea, menos sólidos y con menos perspectivas de largo plazo.
Así, añade el antropólogo, existen vínculos poliamorosos que no necesariamente se formalizan ante entidades administrativas, a los que también pudo erosionar el desgaste doméstico que supuso el confinamiento impuesto por la proliferación del coronavirus.
Transformación generacional y apps de ligue
Generaciones jóvenes ligadas a la interacción vía redes sociales han estado reconfigurando sus formas de trazar vínculos afectivos, señala el antropólogo social. «El uso de redes sociales, o plataformas, o Tinder, o Bumble, etcétera, son formas digitales de acelerar la creación de vínculos afectivos», explica.
Generaciones anteriores a la explosión de estas plataformas, describe Dávila, ejercían el ritual del enamoramiento con un sentido del tiempo prolongado, lejano a la inmediatez. «Ahora no, ahora la proximidad, el algoritmo, la app han ido reconfigurando la socialización de espacios afectivos, o de posibilidades afectivas, entonces por supuesto que esto genera también nuevas durabilidades en la relación», agrega.
«Hay gente que se engancha una tarde o una noche en una aplicación y al otro día se desenganchó de la persona, pero no de la aplicación», añade, en contraste con la noción bíblica de la durabilidad del matrimonio.
El desplazamiento político del amor
Las prácticas culturales asociadas al amor, describe, como su lenguaje, su música, las nociones románticas, están en transformación, donde por ejemplo el movimiento ha enseñado a poner en crisis la idea del amor romántico.
«Se ha politizado de una u otra manera, las relaciones de poder vinculadas a las relaciones afectivas se han cambiado de signo, se han movilizado, no digo que se hayan hecho mejores o peores, digo simplemente que se transformaron culturalmente», describe.
Además, el antropólogo califica al divorcio como una conquista femenina en un 100%, tras años de estigmatización de la ruptura del enlace matrimonial derivada de la religiosidad católica. «La carga moral y religiosa del desprestigio del divorcio no es ahora lo ordinario», dijo.
Dávila comparte que en algunas comunidades indígenas no se estigmatizaba el divorcio sino la figura de las mujeres solas, consecuencia de un abandono de la pareja por migración o por otra pareja.
Sin embargo, es necesario matizar estas observaciones con la realidad de concentraciones rurales en México, donde los desempeños son más tradicionales. Esta afirmación coincide con los datos del Inegi, que presentó la mayor cantidad de divorcios en estados urbanizados, como Nuevo León y la Ciudad de México.
En contraste, estados como Guerrero y Oaxaca, con dinámicas más tradicionales, no registraron más de 3.000 separaciones en 2021, según los datos estadísticos oficiales. «Seguramente algunos tipos de vínculos tradicionales se mantienen porque sobre ellos está soportada la propia unidad de la comunidad», apuntó.
Otras formas de enlace matrimonial
En comunidades de la costa colindante entre Guerrero y Oaxaca existen formas de vinculación afectiva que no están avaladas por el Estado, señala el antropólogo, como el queridato, que consiste en la normalización social de vínculos múltiples.
Un hombre casado, además de su esposa, convive con varias amantes sin conflicto, pues se conocen entre sí, conviven entre sí y comparten la interacción conforme a acuerdos prestablecidos, «una especie de versión mexicana del poliamor».
Normalizar por exposición
La proliferación de casos de divorcio generan que los estigmas sociales contra esta práctica se diluyan y se muevan hacia otros campos, valora el profesor de la ENAH, como permite también la normalización de otras prácticas, como el matrimonio homosexual.
Así, las sociedades van haciéndose cada vez más conscientes del ejercicio de derechos sexuales, apunta, mientras se debilitan las cargas represivas. «Los estigmas en términos sociales van desapareciendo cuando ciertas prácticas se normalizan», explica.
Hoy, dice, es frecuente encontrar entre estudiantes de secundaria enunciarse como poliamorosos o de género fluido, lo que contribuye a una normalidad, si bien fuera de esos espacios existen violencias profundas motivadas por el género que alcanzan incluso el homicidio. «Pero me parece que es una tendencia irreversible», concluye.
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