La industria 4.0, también conocida como cuarta revolución industrial, refiere al rápido cambio tecnológico que se vive en la actualidad y su potencial para incrementar la productividad y el bienestar, similar a las anteriores experimentadas con la implementación de la máquina de vapor en el siglo XVIII, la electricidad a fines del siglo XIX y las tecnologías para la información y comunicación a fines del siglo XX.
Lo nuevo esta vez es el uso de grandes bases de datos para la toma de decisiones, y la inteligencia artificial (IA) es la tecnología clave al respecto. A pesar de que Argentina no se encuentra particularmente rezagada dentro de Latinoamérica, la región sí corre muy detrás de las economías líderes y de varias asiáticas emergentes en la materia.
«En nuestro caso, lo que resalta es la heterogeneidad: mientras un pequeño puñado de empresas está encarando la transformación digital, la mayor parte todavía relaciona a la IA con un robot de gran tamaño que, si nos descuidamos, termina por dominar el mundo», dijo Ramiro Albrieu, investigador principal del programa de Desarrollo Económico del think-tank argentino Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC).
El economista aseguró que hay varias razones para explicar el atraso relativo. Para las corporaciones en transformación, el límite lo pone la calidad de los bienes públicos, principalmente, la conectividad. Para las empresas más alejadas de la industria 4.0, aparecen obstáculos internos como el desconocimiento de la tecnología y el miedo al cambio.
Pero para las pequeñas y medianas empresas, que representan a la clase media argentina, los obstáculos están en el entramado con el resto de los sectores de la economía ya que tienen limitaciones para obtener financiamiento y recursos humanos calificados, contó Albrieu.
El sistema financiero en la Revolución 4.0
«El sistema financiero es clave porque la innovación tecnológica, por su carácter disruptivo, es de alto riesgo, de naturaleza prospectiva y suele canalizarse a través de empresas nuevas. Todo ello implica que es imposible la transformación digital sin un sistema financiero que pueda absorber parte de los riesgos implicados», comentó.
La mala fama que tiene este sector en Argentina se debe a que en el pasado el país ha fallado en crear canales seguros de intermediación, remarcó el economista que es coautor del informe Travesía 4.0: hacia la transformación industrial argentina.
«Si no se crean esos canales, el sistema financiero mira hacia atrás y no hacia adelante: el éxito en conseguir financiamiento se debe más a tener buenas garantías o colaterales que a las características del proyecto en cuestión. Por supuesto, ello reproduce los diferenciales de productividad que existen entre las empresas grandes y las pequeñas», detalló.
El buen y viejo Estado
«En los últimos 10 años, hubo iniciativas buenas y otras no tanto, pero en general la innovación y el cambio tecnológico tuvieron un rol secundario en las discusiones sobre los dilemas del desarrollo argentino», aseguró Albrieu, también experto en finanzas internacionales.
Asimismo, el economista argentino explicó que el rol del Estado es clave porque debe conducir el proceso de cambio estructural, promoviendo los caminos promisorios y desincentivando los que atentan en contra. En el caso específico del avance tecnológico, es además clave para desarrollar la investigación básica que luego articula con el sistema productivo.
«Primero es necesario que la política asuma que la innovación importa y que puede ser un camino hacia el desarrollo. Ello llevará a una discusión sobre los trade-offs: cómo potenciar a los ganadores y compensar a los perdedores. Pero es una discusión que hay que dar», insistió.
El impacto de lo digital en la vida moderna y sus consecuencias son enormes y, en buena medida, irreversibles. Pero en la mayor parte de los casos, los argentinos son consumidores pasivos de tecnologías.
El problema no son los conflictos propios de los cambios tecnológicos acelerados, como se plantea en las economías de los países más desarrollados, sino más bien el probable rezago y brecha tecnológica que terminaría repercutiendo negativamente, advirtió Albrieu.
«Las resistencias al cambio existen y los desafíos en términos de readaptación de habilidades son altos. Por eso, es necesario que se escuchen todas las voces y se transparenten no solo los beneficios sino también los costos del cambio tecnológico. Ese es el primer paso para empezar a discutir una verdadera agenda de desarrollo», concluyó.
Cortesía de Sputnik