Luto (Emecé, 2017) es una novela que puede leerse en clave histórica, ya que está situada en la década de los 90’s en Argentina, momento en el que el país trasandino empezaba a transitar el camino que lo llevaría a su peor crisis económica, social y política. Sin embargo, Edgardo Scott no se detiene en ese aspecto, sino que muestra detalles que solo la literatura (y no el periodismo) pueden mostrar sobre las relaciones humanas que se van tejiendo en un barrio del conurbano de Buenos Aires.
Partiendo de la potencia y eficacia que puede traer una narrativa de corto aliento, Scott se introduce en situaciones y descripciones que logran imantar al lector más allá de la identificación histórica que la historia central de Luto pudiera provocar. De esta manera, no hace falta haber sido un argentino en los 90’s para sentir en carne propia el dolor y la incertidumbre que se retratan en esta novela.
— ¿Cómo surgió la idea de escribir Luto (Emecé, 2017)? Ya que me imagino que es una historia que al menos socialmente te tocó durante tu juventud
— Generalmente yo soy bastante poligámico con la escritura, siempre estoy escribiendo y con ideas de libros o relatos. Es una especie de magma subterráneo que siempre está ahí. Hace varios años se me había venido la historia de Luto a la cabeza, pero de una manera general. Resulta que desde hace dos años estoy escribiendo dos libros más grandes, extensos, que me están llevando mucho tiempo. Eso es algo que está bueno y a la vez es agotador, porque a veces también se necesita terminar algo, que sea de más rápida ejecución. Luto fue como una suerte de desahogo de esa situación y hasta me puse una suerte de programa, que era escribir un capítulo por día durante una semana.
— Hablando con otros autores de tu generación, son escritores que ya crecieron viendo series o películas. ¿A vos qué se te ocurre?
— Sí, seguro, hay un poco de todo, como siempre ocurre cuando hay un problema que atraviesa a muchas obras, al menos en su valor estético.Puede ser que haya un poco de comodidad, a la vez que somos una sociedad que tiene una gran dosis de ansiedad e impaciencia, donde no se puede soportar la incertidumbre o la espera. Muchas veces se quiere que el hecho estético ocurra ya, y se lo confunde con el impacto, la ocurrencia. En ese sentido, el arte contemporáneo tiene mucho de ocurrencia, pero no la profundidad de las grandes obras de arte. La experiencia estética está un poco lavada, entrenada. En ese sentido yo soy bastante enemigo de las series, por ejemplo.
Somos una sociedad que tiene una gran dosis de ansiedad e impaciencia, donde no se puede soportar la incertidumbre o la espera
— Internet y su inmediatez, se podría pensar, ¿están afectando a algunas disciplinas del arte?
— Yo creo que sí, tiene que ver un poco con cierta subjetividad de época en la que no me reconozco ni escribo. Elías Canetti decía que la misión de un gran artista es ser original, resumir su época y criticar su época. La idea es ir un poco en contra, las mejores obras son las que van en contra de esas obras reproductoras. En el caso de Luto, aunque yo era un crítico de esa fragmentación, creo que me pasó al revés: estaba siendo demasiado barroco y quería cambiar un poco eso. También estoy en contra de ciertas cristalizaciones en el mundo de la crítica. Por ejemplo ahora es el momento de lo sutil, lo cual está muy bien, pero es solo un elemento más. No todo tiene que ser sutil, también está lo directo y lo frontal. Depende qué es lo que quieras o lo que sientas que hay que comunicar. Lo que yo más valoro de un artista es que sea impredecible.
— ¿Qué dificultades te planteó encarar una historia con tanto peso político e histórico en Argentina más allá de la ficción?
— Capaz la dificultad en un escritor es lo formal, porque en la temática un escritor puede escribir sobre lo que quiere. Siempre fue un propósito el tratar de no vivir de mi obra, en eso me curó bastante el haber tenido bandas de rock. No tengo ningún condicionamiento en ese lugar. Lo que sí es complicado el cómo utilizar los elementos ideológicos que están dando vuelta para que a su vez se puedan estetizar en una historia que los trasciendan. Sino, una novela queda fechada en su coyuntura y con suerte será un buen periodismo. La cuestión es no ir hacia una dirección, porque eso sería panfletario, burdo y sobre todo aburrido. Por otro lado, yo tengo presente que ahí está mi infancia y mi juventud, hay cosas que me afectaron y un escritor siempre tiene un gran comercio con el recuerdo, la evocación, esas primeras intensidades. Ahora, si bien la historia puede estar ambientada en un momento histórico, siempre hay que tener en cuenta cuándo lo estás escribiendo y publicando. Ahí hay una tensión, pero el arte siempre tiene que ver con la libertad.
Por ejemplo ahora es el momento de lo sutil, lo cual está muy bien, pero es solo un elemento más. No todo tiene que ser sutil, también está lo directo y lo frontal. Depende qué es lo que quieras o lo que sientas que hay que comunicar
— Al principio decías que eras un escritor bastante polígamo. ¿Tenés alguna rutina a la hora de escribir?
— Dependo un poco de la inspiración y de los plazos. Últimamente pacto algunos plazos porque me ayuda a ordenarme y además necesitás que, cada tanto, algo se publique. Eso sirve para sentir cómo te aproximás a lo que vas a escribir después. A pesar de eso, suelo ser alguien aplaza un poco la escritura, no es algo inmediato. Escribo cuando ya no puedo no escribir.
— Por último, ¿qué consejo le darías a alguien que está dando sus primeros pasos en el ambiente literario?
— Primero y principal es que lea, aunque suene un poco reaccionario. Me acuerdo siempre lo que me dijo Ricardo Piglia cuando le dí un ejemplar de El exceso. Me dice»Buen título, pero ¿vos sabés que esto es largo no?» (risas). Esto es largo y si es realmente una pasión va a estar para toda la vida, por lo que es bueno formarse, cuidarla. También recomiendo mucha paciencia. Otra cosa importante es no estar solo, rodearse de sus contemporáneos, lo que te hace sentir que no sos único y bajar un poco el ego.