Roco Perna es una artista joven (1989) residente en Buenos Aires. Se dedica a la fotografía. Aquí conversamos con ella porque cada una de sus imágenes transmite, con simpleza y potencia, un sentimiento; acaso lo que todo artista desearía.
Cuando le preguntamos quién es, respondió «No estoy muy segura». ¿Quién lo sabe sobre sí mismo, con seguridad? Ella, para no dibujar una autobiografía ficticia que fuera un impedimento para comprender su obra —la otra, la fotográfica—, respondió así; y sin buscarlo, hizo toda una declaración filosófica en cuatro pequeñas palabras.
Sin embargo, a los fines periodísticos que aquí perseguimos, esta honestidad nos obliga a una lucidez mayor y, como suele suceder a menudo, tener que reformular.
—¿Cómo te formaste?
—No tuve más formación que un par de cursos que no terminé, y sacar fotos sin parar. Creo que no hay método académico que valga más que lo autodidacta, si uno no pone su corazón en eso. Corazón, y mucho tiempo.
—¿Quiénes son tus referentes?
—En verdad, no tengo referentes, y trato de que así sea. Obviamente, me siento mucho más identificada con algunos que con otros. Eso no significa que no vea el trabajo de los demás.
El referente es un arma de doble filo, porque es una gran excusa para hacer covers. No quiero que me pase eso, quiero mantenerme lo más auténtica posible. Suelo revisar mis fotos viejas constantemente, y siempre sé cuándo me repito, cuándo innovo, cuándo estaba terriblemente deprimida y cuándo estaba feliz. Podría decir que soy mi propia referente.
—¿Hay una conexión directa entre tus estados de ánimo y tu trabajo fotográfico?
—Pues sí la hay. El interés empezó en el 2012, en una de mis peores depresiones. Dejé de comer, dejé de bañarme, dejé de importarme. El espejo no era mi amigo, porque claramente me mostraba algo que no quería ver, así que deje de verme. Tiempo después empecé a autoretratarme y ahí comenzó todo. Como lo analógico nos priva (gracias a Dios) de lo instantáneo, me daba varios días para cambiar de nuevo y acordarme cuánto mejor o cuánto peor estaba la semana pasada. Con el tiempo fui mutando y mi interés variando, pero yo seguí igual, fotografiando todo lo que sentía.
—¿Se puede sacar fotos con rabia?
—Doy fe que se puede sacar fotos como sea.
—Yo encuentro amor por lo que fotografías, muchas veces ternura, y una sensación de angustia ante el tiempo que pasa. ¿Vos también notás esto en tu obra? ¿Qué me podrías decir al respecto?
—Antes que nada: que linda descripción. Realmente me gustó. Pero creo que lo que notamos está sujeto a la subjetividad. Que vos podrías decirme que una foto te causa muchísimo dolor y a mí nada, o visceversa. Odio los cambios y odio el paso del tiempo, pero al mismo tiempo, tengo una incapacidad para quedarme mucho tiempo en el mismo lugar. Soy una depresiva, pero no por eso voy a pasarme la vida mirando el techo, mi fuerza de voluntad suele ser mayor. Odio la vida y la amo por igual, y quiero tener registro de todo. Me alegra que se note todo el mix de sensaciones, porque soy mis fotos y soy muchas cosas.
—Artisticamente, ¿qué estás buscando?
—Nada en particular. Mi fotografía es de registro, es mi día a día. No lo hago en forma de arte, lo hago en forma de expresión. Aspiro a no cerrarme, a mantener una línea repitiéndome lo menos posible. Claro que me encantaría trabajar de esto, en lugar de un trabajo que hace que me despierte a las 7 am mirando el techo y pensando en qué estoy haciendo con mi vida, pero, al mismo tiempo, lo que hago es tan, pero tan personal, que a veces me cuesta despegarme de mí misma.
—Sin embargo, en toda tu obra, como vos misma lo decís, hay una coherencia interna y patrones estéticos, por ejemplo, la conexión con tu vida cotidiana, o esto de decir de modo simple lo que es simple y de modo complejo lo que es complejo. ¿Qué me dirías si yo te dijera que se evidencia una búsqueda artística?
—Diría que estás en lo cierto, pero no es tanto una búsqueda artística, sino más bien personal, de índole madurativo, acompañado de una facilidad estética (Ascendente Libra). Hay gente que se le da bien las matemáticas o la música, a mí se me da bien la estética y ha sido así desde que tengo uso de razón, o eso dicen las anécdotas familiares.
Me aburro fácil y nunca estoy conforme con nada, así que siempre tengo que estar buscando. No quiero dar con la formula, quiero variarla.
—¿Qué opinás de la repercusión social de tu trabajo? ¿Cómo lo ves en contexto?
—Hace cinco años, no me conocían ni mis papás y me hacían bullyng por mi personalidad anti-todo y mi mala predisposición a la vida en general, y hoy eso es una de mis cosas características, y lo que más le gusta a la gente en general.
No sé si lo que hago realmente se destaca o provoca un cambio en alguien, pero creo ser tan sincera en lo que hago, que se nota, como se nota en la vida real.
La repercusión que logre es de la gente que puede ver eso. Quiero que vean que estoy hablando de algo, aunque no lo entiendan. No me interesa tener un millón de seguidores porque les parece cool o porque otros ya me siguieron antes. No me interesa ser mainstream.
—¿Y qué opinás del trabajo actual de tus colegas?
—Por esta respuesta me van a lapidar, pero al carajo. Es difícil reconocer a un colega. La gente cree que comprarse una cámara la hace fotógrafa, pero tener una guitarra en tu casa, no te hace guitarrista (lo sé, yo tengo una y estoy más lejos de ser guitarrista que de ser presidente).
Me sorprende la cantidad de gente que se ofrece a dar talleres de fotografía… gente que hasta hace dos meses ni siquiera tenía una cámara. Cuando se pase la moda y vea quiénes quedan, ahí podré opinar.
Por lo demás, la sociedad en la que vivimos es tan de plástico y tan poco sensible que la fotografía de moda es lo que vende. Hace poco hice una serie (Pantone), muy todo esto que estoy criticando, porque quería ver si podía, si podía despegarme de mí y hacer algo «comercial». Personas que «me siguen» hace años me escribieron para preguntarme cuándo me volví tan buena…
Ahora mismo, hay una fórmula que funciona: no importa lo que hagas, si das con la fórmula, das en el clavo, y le encantás a todo el mundo. Es una pequeña desilusión. Veo muchas cosas repetidas, porque la imagen ocupo todo. Estamos todos haciendo lo mismo.
—¿No hay ningunos que identifiques que tengan un ojo singular?
—Sí, claro, muchos. Paula Aparicio que siempre me hace extrañar algo que nunca viví, me retuerce de felicidad y angustia al mismo tiempo. Jesús Llaria, que hace algo completamente distinto a lo que yo hago, pero que entiendo con mucha facilidad: trata la sensualidad no solo de un modo erótico, sino natural, sin poses forzadas o pretenciosidades. Rocío Zabala, que logra plasmar todo el amor que siente por la fotografía, con todo su increíble idealismo que hace que su estilo de vida rompa con los esquemas establecidas. Maxi Magnano, que logra que sus fotos sean todo lo cínico y cálido que es en la vida real. Violeta Capasso, que bien puede hacer una sesión de moda o salir a fotografiar autos viejos por toda la ciudad sin perder su toque, solo por nombrar algunos.
—Retrospectivamente, ¿qué logro te satisface?
—El haber encontrado lo que me gusta hacer. La mayoría de las personas no lo encuentra jamás. Yo lo encontré, lo tengo. Esa es mi mayor satisfacción.
—¿Qué ambicionás?
—Lo mismo que todos: hacer lo que me gusta, bajo mis reglas.
Coherencia, entonces. Una artista en busca de la coherencia, y que lo consigue. Un esfuerzo y un resultado nada deleznables, y ejemplares, aunque posiblemente esta palabra no sea muy del agrado de Roco Perna.
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