Cuesta un poco imaginar a la menuda Susana Díaz, directora del documental “Hardcore…” metida en un pogo lleno de pelados sin polera y envueltos en sudor. Cuesta. Será porque siempre el hardcore punk ha sido un asunto de machos o, al menos, de personas bio-políticamente asignadas al género masculino, según puede verse en los registros históricos, nacionales e internacionales.
Pero como un fantasma oriental, Díaz si estuvo ahí, junto a otros cientos o miles, cámara en mano, y registró algunos de los episodios más memorables de la música subterránea de este país en la década antepasada; la escena del hardcore, que reunió por varios años a diversos agrupaciones musicales que con una ética/estética que eran lo mismo, fueron protagonistas del auge y caída de una comunidad situada al margen y muy rica en contradicciones, como la vida misma, si realmente se vive o intenta vivir.
El 12 de diciembre pasado, en el marco del Festival In Edit 2011, Díaz, junto a Efraín Robles, su prolijo compañero en el núcleo Corte Irracional -sitio web dedicado a la difusión y crítica de producciones audiovisuales underground– estrenaron el documental que intentó invocar el espíritu de ese momento.
Por medio de registros audiovisuales, fotográficos y entrevistas a músicos de bandas como Disturbio Menor, Fuerza de Voluntad, 608Z, Enfermos Terminales, Alternocidio, Justicia Final, Reo -entre otras-, asistentes y cercanos a dicha escena, donde confluyeron straight edges, krishnas, punks destroy, machocore, nacionalistas y anarquistas, en lugares como Taller Sol, Cimarrón, y algunas discotecas, Díaz tuvo la compleja tarea de retratar e indagar en las lecciones de dicho momento histórico.
Dos años antes, habían estrenado en el mismo festival, “Supersordo: Historia y Geografía de un Ruido”, trabajo que husmeó en la vida de la bestia sonora que había surgido unos pocos años antes, y que marcó a toda una generación de bandas con sus letras y sonidos particularmente originales y rabiosos.
Ese documental se movió en el underground. No es que fuera una película de culto, sino que, totalmente autogestionada, no fue concebida para instalarse en las redes de distribución comercial tradicionales. Así, se vendió mano a mano, en copias limitadas artesanalmente manufacturadas, y viajó por Chile como una banda de rock, adonde necesitaran su exhibición. Pero también estuvo en cartelera en la Cineteca Nacional, y fue exhibido en Buenos Aires.
“No tuvimos una pauta. No somos productores, y esa fue la primera vez que nos enfrentamos a ese asunto”, explica la directora. “En todo caso, este documental también se moverá como una banda de rock: Nos escriben, nos pagan los pasajes y nosotros llevamos el documental a cualquier parte de Chile” –aclara riendo en un silón de la librería de El Ciudadano.
“Nos gusta que se de en otros espacio, como tocatas, y que pueda conversarse en torno a la película”, continúa.
¿Por qué decidiste realizar un documental sobre la escena hardcore, acotada a esos años?
S: Yo iba a esas tocatas por el ’97, y me llamó mucho la atención lo que había ahí: Muchos fanzines, una onda bien distinta a la de las tocatas punk más clásicas, como de Fiskales (Ad hok) o Los Miserables, donde había unas peleas gigantes, y era mucho más marginal. Acá eran todos más chicos, había más buena onda, y menos violencia, aunque la música era fuerte. Me fui metiendo ahí y descubrí muchas cosas: Cabros de 17 años que leían y hablaban de Guy Debord, el situacionismo, todo un rollo político que uno no cachaba. Todos se hacían amigos, intercambiábamos discos, conocías un montón de bandas…
¿Y ahí empezaste a documentar?
S: Los primeros registros los hice a las 18, cuando empecé a estudiar cine, con unas cámaras VHS muy grandes que me prestaban en la Escuela….
¡¿Con el riesgo que eso significaba?!
S: Noo, es que ahí no pasaba nada. Aparte, las tocatas eran en la tarde, partían a las seis de la tarde y terminaban a las nueve o diez…
…Te lo digo en el sentido de meterse grabar ahí entremedio, que era como grabar en el centro de un tornado…
S: Claro, pero igual eran respetuosos. Igual hice muy pocos registros propios, hubo mucha gente que aportó con sus grabaciones para el documental.
¿Y por qué abordaste esos años específicamente?
S: El desarrollo en esos años fue muy fuerte y el ’98 empezó a fragmentarse. Vino una nueva moda, el post rock, el país cambió políticamente, la gente iba creciendo, le iba gustando otra música…. Las bandas que tocaban mal aprendieron a tocar ahí. No se, está Griz, o Congelador o Familia Miranda. El hardcore se puso melódico, machocore o New York, cada estilo se separó, más que seguir con una política de comunidad donde todos convivían aunque eran distintos y ahí se sentían en un espacio más libre, construyendo un mundo paralelo en una sociedad que consideraban que estaba mal. Yo me sentí parte de eso en el hardcore, pero después fue pasando.
Y tú, Efraín, ¿también participaste de esa escena?
E: No, yo tengo ciertas reminiscencias, pero más como espectador. Con el tiempo he ido conociendo más cosas, además trabajando dos años en el documental, me volví fanático casi a la fuerza (risas). En el material aprendí a conocer mejor ese tipo de música y lo que pasaba en esa escena. Al final, los registros son muy fidedignos, son espejos de una situación y las entrevistas también dan muchas luces de lo que pasaba.
Respecto al nombre: “Hardcore: Una revolución inconclusa”, hay un guiño al texto de Symon Reynols sobre el post punk, pero ¿cómo lo interpretan ustedes en el contexto específico del documental?
S: Es súper similar. Y es como lo que le pasa el cine independiente: Generan redes súper importantes, pero siempre vas a estar en el lado de los perdedores, nunca vas a ganar nada, no vas a estar en el mercado, sino siempre ahí. Y eso es como el gran logro, la resistencia, pero que en el fondo queda inconclusa porque se fragmenta y se pierde…
¿Y esa idea de lo inconcluso como una derrota” o como puntos de fuga que se expanden y se transforman en otras cosas?
S: No, no de derrota. Yo creo que ahora viene muy fuerte de nuevo. Por ejemplo, cuando empecé con esto, como el 2005, la escena hardcore no era nada. Tenía muy buenos registros a nivel de imagen, pero la gente sólo iba a golpearse, no tenía ninguna idea de nada, una actitud súper distinta a la que había antes. En esos años era un fracaso total. Pero los últimos años de nuevo hay gente muy metida, muy politizada, con todo el discurso de la independencia; con esto del movimiento de los estudiantes se ha visto aún más, como una expresión de protesta. Y los antiguos también han retomado el hardcore, como Distancia, al Jero Ruiz (Silencio Absoluto) yo le he visto tocando afuera de la (Universidad de) Chile varias veces.
¿Por qué no abordaste lo que ha pasado después del ’98 en adelante?
S: Yo hablo desde mi adolescencia, desde mi identidad. Intenté tomar la escena de ahora, pero no lo veía como algo afín. Por eso me centré sólo en esos años. Igual siempre lo he pensado como una trilogía, siempre quise registrarlo, más allá de si fuese comercial o no. Yo quería cerrar una etapa de mi juventud con “Supersordo” y “Hardcore”.
¿Qué es lo que falta de esa trilogía?
S: Aún no está muy claro. Quería hacer algo sobre Ojo de Apolo, un sello de electrónica abstracta, pero los músicos están súper reticentes, como lo que pasó con “Supersordo”; quieren hablar de lo que hacen hoy, pero a mi me interesa lo que pasó antes. Y tengo súper pocos registros. También he pensando en Congelador, pero aún no lo hemos definido.
REDES SUBTERRÁNEAS
¿Cómo fue el proceso de producción del documental, considerando que no tuvieron financiamiento?
S: Amigos y gente que quiso participar voluntariamente. Es que más allá de todo, se trata de hacer, hacer, como sea, por la necesidad de expresarse. Son casi puros amigos y, con los que no lo son, hicimos canjes, pero igual terminamos siendo amigos (risas). Es que la idea es impulsar sistemas de producción más under o independientes, y el canje lo potencia.
En “Supersordo” fue igual: La postproducción de sonido la hizo Libélula y fue gratis, porque a ellos les gustaba mucho la banda. En “Hardcore” la hizo Outro y sabemos que aún hay que afinar cosas.
¿Y cómo se toman eso?: ¿Les gustaría que fuese más prolijo?
S: Claro, nos gustaría que fuese más prolijo. Pero hemos ido aprendiendo y hemos mejorado técnicamente. El trabajo que hizo Efraín es heavy, porque hay archivos de youtube, y tuvo que usar un montón de filtros, las imágenes tienen mucho tratamiento, hay un trabajo importante y muy profesional, pero estamos medio determinados por los formatos que trabajábamos, que son bajos, aunque a mí igual me gusta esa estética.
Igual “Hardcore” y “Supersordo” compitieron en In Edit, que es un festival importante…
S: Si, y es súper difícil competir con documentales que se escuchan bien y se ven increíbles, uno está en desventaja. Pero a mi me valen más los contenidos; acá como somos súper precarios se valora la parte técnica, pero en otros lados no, porque lo tienen todo.
¿Quedaron conformes con la manera de abordar el fenómeno documental en “Hardcore”? Lo pregunto por las propias características de esa escena, como por la cantidad de voces.
S: Si, hay una construcción que nos dejó contentos, porque a nivel de montaje, de guión, hicimos un trabajo conjunto que logró resultados mucho mejores que “Supersordo”. El tiempo me pareció bien y el montaje es rápido, como hardcore, y hay muchos más personajes.
Se logró que los personajes reflexionaran sobre varios conflictos de esa escena: Violencia casi de tribu urbana, diferencias políticas, de clase, etcétera. ¿Qué reflexión les que quedó de aquello?
S: Había una cosa de cabros chicos un poco ingenuos. Ellos mismos cuentan que se trataban de fascistas, discutían y se decían cosas duras a la cara porque todos tenían caracteres muy fuertes. Había harto de adolescencia pero siempre fueron más allá de la música, porque te das cuenta de quién es el otro: No podías estar con alguien con el que no piensas igual. Tratar a alguien de fascista porque le gusta Chile… puede ser… pero también era muy radicalizado, y eso tenía que ver con la edad; o “yo no tomo copete y tu eres malo porque sí tomas”, lo mismo.
¿Y lo de las diferencias sociales?
S: Lo de la lucha de clases yo creo que puede ser en algún punto, pero creo que no era tan fuerte. En algún momento eran todos amigos, gente de diferentes partes, creo que era un rollo más ideológico que tiene que ver con cómo vas viviendo y cómo vez las cosas. Y, claro, había gente que tenía muchas ideas políticas, pero nunca salía de su casa, estaba en Internet viendo cosas y otros que no, y eso obviamente influye en como uno ve la vida.
E: Lo que yo veo es que el tema de clase ahora es un poco al revés: Son tan amigos, ahora, a esta altura, cuando los individuos están mucho más insularizados, y hay sólo respuestas virtuales. Aún así ellos se aúnan y tienen nichos, mantuvieron una linealidad en el tiempo, y eso tiene que ver con algo netamente político.
Hoy no podría hablarse de algo así como una ‘escena del hardcore’, ya que está muy dispersa, separada por estilos, por sectores, que, excepcionalmente, se juntan en alguna tocata…
E: Claro, en los ’90 había algo más potente.
S: Y también está el tema de “seguir siendo jóvenes”, la edad no determina la juventud, y que es un tema que está en los dos documentales.
Y, viendo la experiencia que tienen hasta ahora haciendo documentales, ¿Cómo ven sus posibilidades hoy en Chile?
S: La competencia nacional en In Edit este año estuvo increíble. Películas de muy buena factura, más allá de quien haya ganado; había exploración, diferentes estilos, retrospectivas, me pareció súper bien que haya harta gente haciendo cosas, con más o menos recursos, pero súper bien.
En el underground hay que tener cojones y hacerlo y es difícil porque uno va trabajando y quiere hacerlo cada vez mejor, por lo que se necesita más plata, pero también se pueden ir consiguiendo en la medida en que se va valorando tu trabajo. Por eso es bueno estrechar la red de colaboraciones
E: Si, es necesario tener muy claro lo que uno va a hacer, porque si no uno se agota el doble. Yo creo que hacer ahora es súper viable, esta película salió sin nada. Que existan cosas que se hagan sin nada y cosas que se hagan con mucho está bien. Este también es un subgénero que está bajo el alero de la gente del cine y de los músicos, que es un tremendo apoyo, pero la determinación está en el cómo lo vas a hacer. El under es una red de distribución y para nosotros es muy interesante.
S: Claro, en la medida en que la calidad de la película funciona cinematográficamente, vas teniendo más percepción en ese medio, aunque por ser un subgénero no tiene la misma valoración que otro tipo de documentales, siempre está ahí como al medio.
Para terminar, una pregunta imaginativa: Si tuvieran los recursos y contactos, ¿con qué banda viva o muerta les gustaría hacer un documental?
S: Ahhh, que difícil….. Es que uno piensa tan cerca…
E: ¿PJ Harvey?…
S: No means no, The Ex, Tom Cora. Como música, No means No, The Ex por historia, por contexto.
Por el momento, quienes estén interesados en ver “Hardcore”, deben tener paciencia –dice Efraín- ya que se están realizando algunos retoques al audio. Por lo pronto, se exhibirá el 6 de enero en Concepción, en una tocata del estilo donde también se hará un foro.
“Eso es lo bueno del under: La producción es al revés. No parte de la Institución, sino del público, del fan, de los medios alternativos. Si te gusta y quieres, puedas llevar la película”, concluye Robles.
Para enero, además, podrá verse en un ciclo de documentales en la librería de El Ciudadano. Pronto más detalles.
+ INFO: Sitio oficial
Por Cristóbal Cornejo
El Ciudadano