-¿Qué influencia tenés de la literatura chilena?
-Me interesan mucho los poetas chilenos. Me gusta el Pablo Neruda de Residencia en la tierra y de Las odas elementales. Me interesan mucho Violeta y Nicanor Parra. El concepto de antipoesía es una ruptura gigante de gran libertad. A la vez es una actitud que debe ser siempre renovada, no es algo que quedó en el tiempo. Una vez que se instala un discurso, viene muy bien esa cosa corrosiva de la antipoesía. Gonzalo Rojas también me encanta.
-¿Y Roberto Bolaño?
-Bolaño me interesa, no leí todo. Leí Los detectives salvajes, Estrella distante y muchos cuentos. Hay a uno, «El gaucho insufrible» que es una parodia a un cuento de Borges y nos está tomando el pelo a los argentinos, esa fama de insufribles que tenemos. Bolaño era un gran pensador de la literatura argentina. También está Enrique Lihn que no solo tiene grandes poemas, sino que también grandes dibujos.
El concepto de antipoesía es una ruptura gigante de gran libertad. A la vez es una actitud que debe ser siempre renovada, no es algo que quedó en el tiempo. Una vez que se instala un discurso, viene muy bien esa cosa corrosiva de la antipoesía
-¿Cómo te movés entre los distintos géneros? Ya sea cuento, poema, novela o canción ahora.
-Sin duda lo que más rutina te exige, porque sí o sí tenés que sentarte y trabajar. Los demás géneros pueden ser más permisivos, te pueden salir poemas, canciones o cuentos en dos sentadas o menos. La novela exige más, mantener un espacio de trabajo para soportar ese tono. La continuidad es clave, porque cuando parás se nota. Es algo que me dijo un trenzador una vez: él intentaba hacer todas las trenzas de un solo saque, porque sino se notaba donde había hecho el salto temporal, porque al otro día estaba distinto. Con la novela eso pasa bastante. Hoy día es difícil de lograr, porque hay muchas distracciones. Después hay que insistir, en todos los géneros, no queda otra, porque no tengo muchas rutinas, soy impulsivo. Me suelo aburrir rápido.
-¿Qué riesgos asumiste al plantear una novela como La uruguaya en la que toda la acción dura un día?
-Quizás lo que más me costaba era el futuro, porque en un día entra la vida entera. Eso ya lo hizo James Joyce en Ulises, pero siempre entra el pasado. ¿Cómo haces para meter el futuro? En el último capítulo sí aparece un futuro cercano al menos.
-Claro, las consecuencias de la historia.
-Sí, ese era el desafío cuando decidí encorsetarme en un día. De todas formas, al contrario de lo que se pueda pensar, fue algo que a mí me liberó mucho, no me encerró. Es como alguien que escribe con rima, que se puede pensar que condiciona, pero te termina sugiriendo ideas que quizás nunca se te hubieran ocurrido. Lo mismo me pasó a mí con que la historia pase en un día, porque sino se te desbanda, la historia se va para todos lados. La novela, como género tiene esa capacidad de expansión infinita en cierto punto.
-Sí y absorber a otros géneros también, ¿no?
-Claro, pueden ser infinitos los tiempos, la cantidad de personajes. A mí me sirve mucho encontrar un recorte. A partir de ese día puedo ir para atrás, para adelante, hacer pequeños monólogos que me dan la posibilidad de alejarme pero para después volver al viaje siempre. Eso me dio una estructura, una base melódica dentro de la cual improvisar.
vos estás con un tema relacionado en la cabeza y ésta va a recortar de la realidad lo que le está pasando en ese momento. En definitiva es como si la realidad no existiera, es un recorte que cada uno hace.
-Similar a la improvisación de jazz.
-Exacto, los músicos de jazz saben que se pueden ir lejos en los solos pero después vuelven a caer dentro de la estructura básica de esa canción que estaban tocando. En definitiva fue un desafío, pero un desafío liberador.
-Siguiendo con el paso del tiempo, es interesante ver como en La uruguaya todo lo que puede pasar en un día. Me hizo acordar a lo que decía Julio Cortázar sobre el tiempo cuando viajaba en el metro de París, en la que el tiempo de un recuerdo no coincide con el tiempo ordinario del viaje. Eso es algo que le sucede mucho al protagonista de la novela.
-Está muy bien descripto por Cortázar eso. El personaje de La uruguaya cae en esos pozos de tiempo donde el cerebro logra recordar una vida entera en minutos. En los sueños es todavía más rápido, donde necesitás media hora para contar cosas muy breves que pasaron mientras soñabas. Me interesaba esa introspección cerebral, esas asociaciones con lo que iba ocurriendo: la chica uruguaya, el viaje, la relación con su mujer. Está la realidad contaminada de sí mismo, que es algo que suele ocurrir. Como cuando un día vez muchas mujeres embarazadas en la calle: no es que de repente hay más, es que vos estás con un tema relacionado en la cabeza y ésta va a recortar de la realidad lo que le está pasando en ese momento. En definitiva es como si la realidad no existiera, es un recorte que cada uno hace.
-¿Qué facilidades y qué dificultades plantea que el personaje de la novela también sea un escritor?
-Por un lado me da facilidades porque sé de qué va el trabajo, no me tengo que poner a investigar y puedo hablar con mucha soltura de eso. En cambio, una dificultad es estar seguro de no ser un plomo, porque hay cosas que no le interesan a nadie sobre un escritor. Por ejemplo la dificultad que plantea el no escribir, no quise meterme demasiado en eso. Hay que tener cuidado con las cuestiones del oficio, no siempre son interesantes dentro de la ficción. Una ventaja es que me permite jugar con el morbo de que el protagonista de La uruguaya parece que soy yo. Hay algo medio exhibicionista en la que Lucas Pereira parece un seudónimo mío, juego a que soy y no soy. En eso sí me sirvió que sea escritor, para que el lector lo encime conmigo.
-En ese sentido, ¿vos como autor te aprovechás un poco de la curiosidad que puede tener el lector?
-Sí, me parece legítimo aprovechar la palabra que vos usas: «curiosidad». Es un costado poco chusma que tenemos todos como lectores. Es una especie de situación de lectura donde vos inferís al autor, lo pensás, agarrás datos biográficos que ya conocías y a la vez empezás a deducir qué es lo que le pasó o lo que no. El lector empieza a construir un autor en la cabeza, muchas veces equivocado. Mi vieja tenía una foto de Albert Camus en su mesita de luz y el Camus de ella seguramente era distinto al mío. Esa curiosidad del lector y el costado exhibicionista del autor terminan inclinando la balanza hacia la lectura. No es algo que haga todo el tiempo entonces.
El lector empieza a construir un autor en la cabeza, muchas veces equivocado
-¿Te pasó con La uruguaya o con otros libros que se confunda la ficción de la realidad?
-Sí, claro. Incluso situaciones lejos de mí. Por ejemplo, cuando yo gané el Premio Clarín por la novela Una noche con Sabrina Love, la abuela de un amigo estaba indignada con que Clarín me haya premiado con una noche con una prostituta. Inevitablemente las cosas se cruzan, las personas leen en diagonal y arman tu biografía con lo que ellos proyectan sobre vos. Es algo que no se puede controlar, aunque se puede jugar un poco con eso. En mi propia familia me pasa: tuve que hacer un asado con mi mujer para que vieran que estábamos juntos porque no les cabía duda a partir de La uruguaya que nos habíamos divorciado.
-Tu generació o la anterior de escritores tuvo que vivir una época en la que ya no había vacas sagradas como Cortázar, Borges, Bioy o Sábato, para nombrar algunos casos y capaz sea difícil encontrar al «gran autor nacional» ahora.
-Sí, hay cierta orfandad, aunque suene un poco esquemático decirlo así. Los autores que deberían haber sido un poco las figuras como Rodolfo Walsh, Antonio Di Benedetto, Haroldo Conti, no estaban en las bibliotecas, los habían silenciado. Empezaron a estar después y un poco recuperados por la academia. Soy de una generación criada un poco por los «abuelos literarios», y con los abuelos no tenés conflictos, no querés matarlos. La lectura de los «padres» es posterior, de llenar una brecha o un vacío. Sin embargo, hay referentes sin duda ahora. César Aira es un referente y funcionó como un liberador de conciencia. Están también Ricardo Piglia,Alberto Laiseca, Abelardo Castillo, Hebe Uhart, pero todos tienen sus discutidores. Eso es interesante, que no sea hegemónico da más chances de elección.
-Para alguien que quiere escribir o le interesaría empezar, ¿qué consejo le darías?
-Yo no escucho mucho los conejos, así que le diría que escriban lo que quieran. Sí es verdad que tengo una lista de pasos o consejos, ciertas cosas. Por ejemplo lo que dice Roberto Arlt: «Escribir en orgullosa soledad». Está muy bien puesto el adjetivo, es una buena soledad, es productiva. Hay que bancarse esa soledad y estar orgulloso de tu tiempo. Otro consejo que podría dar es ser observador, tratar de que no se te escapen detalles, pequeñas cosas como texturas, expresiones. En los detalles hay algo muy valioso, hacen que la vida sea más entretenida, porque abrís la cabeza a la multiplicidad de sentidos que hay en las cosas más cotidianas y simples. Ya no te aburrís más.
Los autores que deberían haber sido un poco las figuras como Rodolfo Walsh, Antonio Di Benedetto, Haroldo Conti, no estaban en las bibliotecas, los habían silenciado. Empezaron a estar después y un poco recuperados por la academia. Soy de una generación criada un poco por los «abuelos literarios», y con los abuelos no tenés conflictos, no querés matarlos
-¿Cuáles son tus proyectos?
-Con respecto a las canciones todavía no definí a donde va ir, cómo encararlo. Todavía me faltan algunas cosas, aprender más música, cantar un poco menos mal (risas). Aún no me animo a compartir. Después estoy trabajando en un libro de cuentos para el año que viene y viendo si se hace una película con La uruguaya, por lo que habría que ver de encarar el guión.
-¿Eso es algo que a la hora de escribir el libro se te viene a la cabeza? ¿Ver si va a convertirse en película?
-No, trato de escribir la mejor novela posible. Por supuesto hay momentos que son muy visuales y abren la puerta a una posible película, porque hay toda una educación que ya está acostumbrada a ver películas, ver televisión. Sin embargo yo me concentro en las palabras y después ver cómo se puede dar ese paso al cine, me embarullaría mucho pensar desde el inicio en el cine, me haría mucho ruido y no podría hacer las cosas tranquilo.