Sobre el autor
Walter Lezcano nació en Goya, Corrientes, en 1979. Es docente y periodista freelance. Colabora en Tiempo Argentino, Ni a palos (suplemento joven del diario Miradas al Sur), Brando, Rolling Stone, Revista Ñ, Eterna cadencia y Crisis. Es editor en Editorial Mancha de Aceite, la primera editorial de San Francisco Solano. En ficción publicó Los mantenidos (Funesiana, 2011), Tirando los perros(Gigante, 2012), Los Wachos (Editorial Conejos, 2015), entre otros. Algunos de sus libros de poesía son: 23 patadas en la cabeza (Eloísa Cartonera, 2015), La vida real (Viajera Insomne, 2015), El condensador de flujo (La carretilla roja, 2015).
Foto: Jazmín Arellano
— Para vos, ¿qué es la poesía?
— No sé bien qué es, la verdad. Sí tengo la sensación de lo que me pasa con la poesía y por qué a veces la escribo. Tiene que ver con que me parece la forma más viable para retratar algo que no termina de ser claro para mí. No podría ser expuesto con otro tipo de lenguaje que no sea la forma poética, esa disposición en la página, la búsqueda de la cadencia, del ritmo, el encadenamiento de las palabras, su ubicación. Yo reconozco que algo es poético más que saber qué es en sí la poesía; puedo darme cuenta de que lo que tengo en la cabeza tiene ese espíritu poético, o por lo menos lo que yo entiendo un poco por poesía y salió en alguno de mis libros.
— ¿La reconocés más fácil que si se te viene a la cabeza un cuento o una novela, por ejemplo?
— Lo reconozco inmediatamente, porque también tiene algo difuso, algo nebuloso, un poco caótico. Algo que no termina de tener bordes claros pero me doy cuenta que quiero que sea así como pueda ser trasladado al papel o a la computadora. Para mí esa es la idea de la poesía que me gusta, lo que no termina de estar claro para mí. Esa sensación de riesgo, de ambigüedad, es lo que hace que me den ganas de escribirlo de ese modo. Y después tener la suerte de que eso llegue a alguien y lo lea. Yo no sé bien si eso es “la poesía”, pero sí que a mí me gusta leer ese tipo de poesía.
— ¿Te acordás cómo fue tu primer acercamiento a la poesía?
— Sí. Como muchos empecé escribiendo malos poemas, ¿no? Es como el inicio ineludible.
Yo reconozco que algo es poético más que saber qué es en sí la poesía; puedo darme cuenta de lo que tengo en la cabeza tiene ese espíritu poético, o por lo menos lo que yo entiendo un poco por poesía y salió en alguno de mis libros.
— Los malos poemas de amor…
Claro, los malos poemas de amor de la adolescencia, hijos de un fracaso amoroso, de una chica que te deja. Yo había leído algo de Rimbaud, de Baudelaire, también algunos poemas de Borges, esos libros que circulan en las casas y no sabés por qué lo hacen. Mi casa era una casa muy pobre, los libros no eran algo de acceso natural, de decir “Hoy vamos a comprar un libro”. De pronto aparecía un libro. No sé por qué me había gustado ese tono lastimoso con el que un adolescente se engancha: todo es terrible, trágico, oscuro, todo muy Sábato (igual lo banco a Sábato). Me acuerdo cuando me encontré esa situación de soledad repentina, arranqué escribiendo también, una especie de catarsis para sacarme de encima esa situación. Estuvo bueno, porque no aprendés nada de la poesía, ni como escribir, cortar el verso, ningún acercamiento a la experiencia estética, pero sí te acerca a la escritura como algo físico. Un momento en el que podés convertir algo que tenías en la cabeza en otra cosa que tenga una forma real, concreta. Eso te permite tomar distancia. Esos fueron poemas súper largos, escritos a máquina (obviamente no había computadora, no había nada) y no me gustaba escribir con la mano. Esa cuestión del pulso no me interesaba, pero sí lo de transmitir algo al papel, tratar de ver si era real lo que me pasaba o no.
— Es decir que en el mismo momento en el que empezaste a leer, a descubrir la poesía, se te generó la inquietud de escribirla.
— Sí, me pasó lo que le pasa a mucha gente: a veces te das cuenta que cuando otro lo hace, alguien cercano, es posible. Hay gente valiente que da pasos solos sin que nadie lo habilite, pero hay otra como yo que tal vez se siente inspirada por el camino que otro hace y se manda. A mí me pasó lo mismo. Yo no quería escribir ni como Rimbaud, Borges, Baudelaire o Sábato; traté de hacer mi propia versión de lo que me pasaba. No quería escribir como ellos porque no tenía intención estética, ni tampoco llegaba a comprenderlos bien, algo que pude hacer con el tiempo, de un largo recorrido como lector. En ese momento es como que recién empezás a caminar, a usar las pocas palabras que sabés, y todas tienen que tener ese tono destruido. Todo era muerte y destrucción.
— Más allá de esos autores que nombraste como iniciáticos, ¿qué otros autores dentro del género tenés como referentes o que te hayan marcado?
— El primer golpe fuerte fue con Charles Bukowski. Me acuerdo que me había comprado una revista que se llamaba La Maga por que en la tapa decía bien chiquito algo así como “Los mejores poemas del gran borracho norteamericano”. Yo estaba muy embelesado con todo lo que era el alcohol, como la llave de acceso a una vida más interesante, ¿no? Compré la revista, leí los poemas, me encantaron y al poco tiempo cumplía años y mi vieja me dio unos pesos. Ahí me compré Peleando a la contra, que es un libro de Anagrama que reúnes textos de él: narrativa y poesía. La verdad que quedé completamente anonadado, desestabilizado. Era algo muy físico, un momento entre epifánico y tener como un satori y, a la vez sentir, que era lago para siempre. Ese fue un gran momento: darse cuenta de que la poesía podía cambiar tu vida. Después hubo un acercamiento que yo también lo veía como algo poético con ese grupo de Henry Miller, Jack Kerouack, Allan Ginsberg, Neal Cassady, entre otros.
— ¿La generación beat?
— Yo no tenía claro los beats, la generación que vino después, la que estaba un cacho antes. Sí sabía que eran todos norteamericanos los que me iban atrapando, los que me mostraban una forma de concebir a la poesía. Era una forma que desacralizaba todo lo que es el laburo poético.
— Claro, esos autores que nombrás, para lo que quizás se suele pensar más generalmente a la poesía, eran muy desestructurados…
— Claro, había una ruptura ahí, ¿no? Yo odiaba a la secundaria, pero me encantaba leer esos libros. No podía entender que algo así era posible. Aparte también mi vida cotidiana estaba bastante teñida por situaciones que no estaban copadas, entonces me metía mucho más en los libros de una forma medio vital. Ahora leo más para dejar de ser estúpido, pero en esa época era más para escapar de la vida cotidiana. Después, con el tiempo, empecé a sentirme más atrapado por los contemporáneos: Luciano Lamberti, Carlos Godoy, Francisco Bitar, Alfredo Jaramillo; gente cercana a mi edad que estaba escribiendo, en una búsqueda favorita. Un cachito antes había descubierto a Fabián Casas, Washington Cucurto, un poco de la generación de los 90’s.
— La poesía de los 90’s capaz se hizo un poco más popular en estos últimos años, ¿no?
— No sé si ahora, pero cuando yo me empecé a meter más en la parte de edición y esas cosas, ahí investigué y descubrí. Unos años antes había leído Punctum de Gambarotta, por ejemplo. La verdad que fue otro momento importante en la vida de un lector.
Yo odiaba a la secundaria, pero me encantaba leer esos libros. No podía entender que algo así era posible. A parte también mi vida cotidiana estaba bastante teñida por situaciones que no estaban copadas, entonces me metía mucho más en los libros de una forma medio vital. Ahora leo más para dejar de ser estúpido, pero en esa época era más para escapar de la vida cotidiana.
— ¿A la hora de escribir, tenés algún mecanismo o una rutina?
— No, rutina no. Tal vez sí se le pueda llamar rutina a que escribo, desde hace dos años, en el celular. Después lo paso a la computadora y lo corrijo. En general es porque no tengo tiempo, pero también es que la poesía llega de una forma enigmática y tiene que ver más con las preocupaciones que tengo en ese momento. Entonces, hay una imagen, una frase, algo que veo en el colectivo que me dispara para escribir algo concreto. A partir de ahí, trato de escribir el poema de una para que no se pierda. Obviamente me dejo llevar por esa primera frase, esa primera imagen, y trato de explorar ahí. Cómo construir mejor a partir del ritmo que se te va imponiendo. Si bien hay poemas que tienen más sentidos que otros, no deben rendirle tanto tributo a la comprensión. Cada uno hace la suya, ¿no?
— Hay una frase dentro del mundo editorial que sostiene que “la poesía no se vende” ¿Por qué pensás que pasa eso?
— No sé, por ignorancia quizás. Me parece que la gente que no lee poesía, que no le interesa ese mundo dice eso. Tal vez deberían ser más honestos y decir “No entiendo nada de poesía, lo mejor es que no publiques acá porque sé nada”. Estaría todo bien, no pasa nada. Por otro lado hay movidas todo el tiempo, impulsadas por la misma gente que publica y vende poesía. Es un goteo constante de libros que se venden, hay muchos que no están inscriptos en ningún lado. No sabemos en realidad cuántos libros que se vendieron en editoriales que no están inscriptas, que hacen movimientos entre amigos, en sus eventos, sus recitales. Entonces, tampoco se puede saber la magnitud real de lo que mueve la poesía. Yo creo que es mucha cantidad, hay eventos todo el tiempo. También hay cada vez más público oyente de poesía, muchos que no están interesados en escribir o recitar, sino leer y escuchar únicamente. Eso es un flujo de energía alrededor del laburo poético que gente de la industria mainstream se acerca muy cautelosamente y no apuesta porque ellos buscan hits. Y la poesía no es un hit, va por otros carriles que no tienen que ver con la perdida, pero sí con la incertidumbre. Yo creo que todos los editores van a pérdida en términos económicos inmediatos pero salen ganando a la larga. No conozco a ningún editor, realmente, que no haya apostado plata y no la recupere después, a la larga o a la corta. La poesía se vende, se escucha, se escribe, se traduce a otros idiomas. La poesía hace que la gente se conozca, que la gente coja, que haya talleres -mucha gente vive de eso. Hay muchos que han modificado su vida alrededor de la poesía. Tiene una vida que puede tener cualquier gremio. Obviamente tiene otras leyes más interesantes y atractivas que estar ocho horas frente a un torno.
No conozco a ningún editor, realmente, que no haya apostado plata y no la recupere después, a la larga o a la corta. La poesía se vende, se escucha, se escribe, se traduce a otros idiomas. La poesía hace que la gente se conozca, que la gente coja, que haya talleres -mucha gente vive de eso. Hay muchos que han modificado su vida alrededor de la poesía.
— Vos recién hablabas del movimiento actual de recitales de poesía. ¿Estás en contacto con esos movimientos? ¿Conocés o participaste alguna vez de los recitales de poesía slam?
— Los eventos los conozco de hace mil años, pero no siempre participo de ellos porque vivo en Solano, una zona un poco fea de Quilmes. Si voy a algún lugar a leer es porque me invitan y voy y leo y está todo bien con todo el mundo. Es una cosa muy copada lo que se arma en esas lecturas, porque hay intercambio de experiencias, un descubrimiento de otras voces. Hay una oferta interesante para tratar lo poético donde uno puede robar bastante. Siempre hay alguien que tira algo que te rompe la cabeza, ya sea porque no se te ocurrió antes o porque no habías pensado trabajar con ese material. Eso es algo que no te va a pasar leyendo o estudiando solo poesía. La realidad tiene esa particularidad de poner el texto en otro paradigma. De todas formas pienso que el poema se tiene que bancar la soledad y la intimad de tu pieza. Si es un buen texto soporta las dos cosas. Respecto a la poesía slam no estoy muy familiarizado, nunca fui, no tengo mucha opinión.
— Vos que te movés en otros géneros, tanto la novela o el cuento, ¿qué diferencias ves entre la poesía y la narrativa?
— La diferencia principal, para mí, es que con la poesía no necesariamente te tenés que hacer entender. Es algo muy parecido a la música o la pintura, donde hay una especie de cuestión difusa, caótica, que no termina de resolverse y es algo que tiene que terminar de hacer el otro. En ese sentido, la poesía recorre lugares inexplorados tuyos y también del otro. Trata de establecer ese puente con zonas tuyas que tal vez no tenías ganas de conocer, no te interesaban tanto. La narrativa creo que necesariamente tiene que hacerse entender. Sobretodo por la extensión. Obviamente hay textos casi incomprensibles, como por ejemplo Néstor Sánchez, donde él hizo esa apuesta. Son libros que yo intenté leer y los dejé automáticamente. Obvio que es una falencia mía como lector, pero me da la sensación de que un texto narrativo requiere de ciertos gestos de camaradería con el lector para que el tránsito hacia el final no sea tan escabroso, tan lleno de obstáculos. La poesía, además, es maleable. Vos podés meter en un texto narrativo algo poético, raptos que permiten que el texto mejore un poco. No sé quien había dicho que la mejor poesía del siglo XXI, hasta ahora, está en la narrativa. Pensemos en el caso de Roberto Bolaño, por ejemplo. En 2066, la parte de los crímenes es una sucesión interminables de muertes, una más terrible que la otra. Eso se puede leer como un poema de la crueldad, de lo más oscuro de la humanidad. En ese sentido hay puentes entre la poesía y la narrativa: en pequeña dosis, un género puede habitar dentro del otro. Puede haber poemas narrativos pero eso no quiere decir que hagas un poema cortado, un micro cuento al que le diste enter seguido. En la lectura hay algo que no termina de sostenerse, se le ve las costuras, la intención. Eso es algo de la poesía: quedás muy expuesto mostrando tus falencias, tus fortalezas, tus temores. La narrativa al ser algo más de construcción consciente y constante, podés hacer que no se te vea tanto. Mientras más trabajás un texto narrativo, lo que más se va a evidenciar es el artificio al final.
Es una cosa muy copada lo que se arma en esas lecturas, porque hay intercambio de experiencias, un descubrimiento de otras voces. Hay una oferta interesante para tratar lo poético donde uno puede robar bastante. Siempre hay alguien que tira algo que te rompe la cabeza, ya sea porque no se te ocurrió antes o porque no habías pensado trabajar con ese material.
— En tus libros, por ejemplo en La vida real (Viajera Insomne, 2015), tomaste como eje un lugar, Constitución y todas las cosas que suceden en torno ahí. Después, en 23 patadas en la cabeza (Eloísa Cartonera, 2015) se puede ver como un poco más introspectivo en tus vivencias, lo mismo que en El condensador de flujo (La carretilla roja, 2015). ¿Como escritor, cómo es la relación con la materia prima a la hora de escribir algo?
— Yo no hago autobiografía en términos estrictos. No cuento lo que me pasa en la vida persé, no es que me pasa algo y al instante lo convierto en un poema. Sí uno hace autobiografía porque trabaja con materiales donde uno pone el cuerpo, recuerda detalles, sensaciones, tratando de que lo escrito parezca vivo. Me da la sensación de que hay una biografía que se remite a mi propia vida.
— Claro, como hablamos un poco antes, donde uno como lector pueda poner su historia personal.
— Sí, totalmente, porque uno no quiere impresionar ni dar golpes bajos, sino confrontar experiencias de última. Ahí se produce la empatía, el rechazo o alguna sensación que no sea el aburrimiento o el letargo, uno quiere que pase algo. La poesía de ninguna forma es exhibicionismo. Lo que tenga que ver con la utilización de materiales siempre es algo que te resulte atractivo, fuera de lo ordinario. Ordinario en el sentido de hecho en serie, de lo normal. En ese sentido, uno utiliza cosas que recuerda, que le contaron, que leyó, que vio, que imagina como posible. En definitiva la biografía lo único para lo que sirve es como plataforma de despegue, nunca para quedarse ahí. Uno lo va moldeando, la escritura va brevando de todo: la publicidad, la televisión. Yo soy docente también y hay muchas cosas que me ayudan y me sirven. Ayer un amigo me dijo va a llamar su libro de poesía La Razón a voluntad, que es una frase que escucha de esos chicos que en Constitución te dan el diario La Razón por lo que les quieras dar. En ese sentido, los materiales tienen que despertar algo en vos, tenés que tener algo para decir. No está bueno ser escritor, lo que está bueno es ponerse a escribir algo que a vos te despierte, te saque de tu zona de confort y te ponga en una zona de obra. Obra en término de obrero, de laburante, de ponerte el overol como decía J. D. Salinger y darle maza. Para eso sirve la vida, supongo, para la construcción.
Sí, totalmente, porque uno no quiere impresionar ni dar golpes bajos, sino confrontar experiencias de última. Ahí se produce la empatía, el rechazo o alguna sensación que no sea el aburrimiento o el letargo, uno quiere que pase algo. La poesía de ninguna forma es exhibicionismo.
— Varias veces hablaste de la relación entre literatura y música. ¿Qué relación ves entre la música y la poesía en particular o la literatura en general?
— Sí, me acuerdo de la decepción enorme cuando traduje las canciones de Los Beatles de los primeros discos. Después mejoraron con la composición. El tema de la relación es que las canciones se permiten tener una letra, aunque pueda ser innecesaria, porque ahí está la música que lo sostiene. Hay gente tocando, creando cierto contexto para que las palabras después tengan sentido. En la poesía son tus propias palabras las que tienen que generar eso, ¿no? Si una canción tiene rima A y B, cuando se acompaña con determinada instrumentación puede volverse algo renovado para el que lo esté escuchando, por más que sea una rima básica. Cuando el lector está solo en su casa leyendo, todo ese contexto de sonoridad que fortalece la pronunciación de las palabras, se la tiene que dar el propio poema. Ahí hay algo a lo que hay que prestarle mucha atención. Un poema tiene que tener la capacidad de crear su propio contexto de enunciación, por decirlo de alguna manera. Le tiene que permitir al que lo está leyendo ingresar a un lugar distinto al que se encuentra. Supongo que el mejor halago que pueda recibir un escritor es que leyendo su libro se pasaron de la parada del colectivo o perdieron la noción del tiempo, ese tipo de cuestiones que implican que un texto rompe la barrera del tiempo y espacio.
— La última: para alguien que le interesa la poesía y capaz todavía no empezó a escribir, ¿qué consejo le darías?
No, no…ninguno. No me gusta que me den consejos y no doy consejos, me parecen absolutamente innecesarios. Los decálogos de escritores, o de cualquier tipo, los detesto a todos. O a cualquiera que crea que tiene claro como se hace algo. Encima es un contrasentido, la forma de hacer algo es haciéndolo. Hasta que uno no se sienta y activa, las cosas no ocurren, no.
— La mayoría de los escritores a los que le hice esta pregunta, respondieron que el consejo que podrían dar es leer mucha poesía, por ejemplo.
— No sé, Neil Young no leía y escribía las mejores canciones del rock. Bob Dylan lee un montón y también escribe las mejores canciones del rock. Estamos hablando de dos mega genios que cada uno hizo su camino. El tema es que a veces nos da miedo elegir un camino, ese es el tema. Ahí uno tiene que hacerse varón, como dice Calamaro, y bancarse una lección. Eso también va a traducirse en lo que vas a escribir también. Yo no creo, definitivamente, que ningún escritor o poeta no lea. Eso se notaría también en sus textos. Porque somos lo que leemos, escribimos lo que leímos y reescribimos lo que tratamos de dilucidar. Siempre estamos en un proceso alquímico. Yo supongo que la gente que no lee va a abandonar rápidamente el tema, porque no va a tener materiales de donde brevar. Me parece algo inevitable la lectura a la hora de tener ganas de escribir. Después, lo otro es un camino súper solitario, espantoso e ingrato. Si uno acepta eso, la soledad es una buena forma de enfrentarlo.