La lucha de los obreros madereros en la precordillera de la entonces región de Los Lagos (hoy, región de los Ríos) es un capítulo de la historia que merece ser revisitado. Desde fines de los años 60 e inicios de los 70, en paralelo a la elección de Salvador Allende, las movilizaciones por justicia social y las sucesivas tomas de fundos marcaron la vida de miles de personas, desde Panguipulli a la montaña. Hombres y mujeres que no querían ser más explotados, hacinados en barracones a modo de vivienda, muchas veces pagados con fichas, en medio de un riguroso clima, donde la lluvia, el frío, la nieve, paradójicamente, forjaron un carácter decidido y solidario. Así se evidenció en la toma del fundo Carranco, que marcó el inicio de tal proceso. A fines de 1970, 24 predios particulares estaban en manos de los obreros. Rol remarcable le correspondió al Movimiento Campesino Revolucionario (MCR), vinculado al MIR.
La organización y convicción de estos madereros apuró al gobierno de la Unidad Popular para que expropiara los inmensos terrenos y creara el estatal Complejo Forestal y Maderero Panguipulli (COFOMAP), compuesto por 21 fundos, totalizando casi 300 mil hectáreas. Esta experiencia resalta a la distancia. Los cerca de 3600 trabajadores tenían presencia en el directorio, con 3 delegados, mientras el Gobierno contaba con 2, además del director ejecutivo. En los predios se crearon, por primera vez, escuelas y talleres de oficios. En algunos, se proyectaron películas, a cargo de Chile Films. Eran los resultados de la lucha de hombres y mujeres, muchos de ellos mapuche, que se habían puesto de pie y roto sus cadenas, como los baguales, esos toros o caballos que abandonan la domesticidad y se lanzan a la montaña. Allí se desenvuelven. En libertad. Dueños de sí mismos.
Los ribetes de este hecho contrastan con la represión encarnizada por parte del Ejército, apenas iniciado el golpe de Estado. No obstante, en Neltume se resistió. Un grupo de obreros armados asaltó el retén policial para recuperar armamento. La historia siguiente ha sido recobrada.
Pedro Cardyn Degen, hoy un médico de 73 años, conoció en primera persona la experiencia obrera en el Complejo. Luego, en 1981, formó parte del destacamento Toqui Lautaro que llevó a cabo un foco guerrillero en las montañas que rodean Neltume. Tras ser descubierto, aquel grupo de milicianos del MIR fue cruelmente diezmado. Cardyn sobrevivió y su libro “Sangre de Baguales. Epopeyas mapuche y obreras en el tiempo del Complejo Maderero Panguipulli. Un efecto mariposa inconcluso” (Lom, 2017), testimonia mediante crónicas estos pasajes. Pensando siempre en proyectar tal ejemplo al presente y futuro.
El Ciudadano compartió un mate y una charla con el autor, en un atardecer tras la lluvia, en Panguipulli.
¿Cómo nace el libro?
Es una cosa que me rondaba hace muchos años, desde que volví del exilio, en 1993. Visitando a la gente y viendo lo que había dejado el paso de la dictadura en estas montañas… Yo hago la comparación que quien conoció el amor, por primera vez, no lo puede olvidar nunca más. El Complejo Maderero fue algo de ese tipo, y aún más: Esa capacidad de la gente de ponerse de pie, de liberarse, como baguales… Yo lo viví y es algo inolvidable. Sentía que no lo podía guardar para mí. Pienso que la gente de esta época y este mundo, merecían conocer esa historia.
El título del libro plantea esta dualidad: Epopeyas mapuche y obreras. ¿Cómo era la relación entre mapuche y obreros chilenos, en la época de fines de los 60 e inicios de los 70, en el Complejo Maderero?
La historia obrera del Complejo, que incluyó dos guerrillas, en 1973 y 1981, ya ha sido relativamente conocida y difundida. Todos los años hacemos una romería. Hay un memorial, hay un memoriante, y eso ha roto un poco el muro de silencio. Entonces, uno podría conocer la epopeya obrera, social, socialista y el control territorial que significó el Complejo Maderero. Sin embargo, cada vez más llego a la convicción que es un capítulo que tiene conceptos occidentales; válido, pero que es un capítulo dentro de la historia mapuche, profunda, del territorio. Siento que los actores mapuche y obreros que vivieron la experiencia del Complejo, corrían por carriles distintos pero, si yo veo la realidad, es la misma historia: Son los mismos caracteres, el mismo rupturismo, aunque para el mundo mapuche no es rupturismo. Ha vivido 500 años, sojuzgado, maltratado, pero vive.
Siento que la historia obrera, mestiza, está empapada hasta los tuétanos de esa cultura. O sea, el obrero maderero es un mapuche con casco, mameluco y herramientas. Su cultura de relacionarse con los otros trabajadores y los compañeros del sindicato, en aquellos años; los dichos, el sentido del humor, el modo de afrontar el frío de la montaña y el trabajo con los bueyes, todo eso, es herencia mapuche. Aunque, muchas veces, el obrero hablara de los “cholos” o las “cholitas” (para referirse a los mapuche) tenía un barniz. Él se sentía parte de la República, la bandera, los valores superficiales pero, en el fondo, en su manera de ser, él practica la solidaridad entre los compañeros y la decencia: La palabra de un obrero consciente vale igual que la de un mapuche. Creo que son esas transculturizaciones negadas por la República.
¿Ambas luchas, la mapuche y la chilena, se emparentan hoy en el sentido de construir otro modo productivo, en Panguipulli y alrededores? Pienso en la defensa que se ha dado contra las hidroeléctricas, los proyectos mineros y el monocultivo…
Yo siento que, en los últimos años, eso se ha dado. La defensa del territorio fue un fenómeno exclusivo de las organizaciones mapuche, como el Parlamento Koz Koz pero, además, hoy se suma gente de Puerto Fuy, Panguipulli, Coñaripe, Choshuenco y Liquiñe, gente chilena. Se conforma un sujeto social, que cada vez tiene más conciencia del territorio y de ser parte de la historia. Puede tratarse de un Miranda, un Salazar o un Soto que sienten el territorio o aprenden a sentirlo de un modo muy parecido a como lo sienten los peñi y las ñañas.
En ese sentido, ¿habría una continuidad de la lucha de los obreros madereros con lo que pasa hoy en Panguipulli y alrededores?
Un poco la pretensión es que este libro signifique no sólo recordar el pasado sino alimentar el presente. Que las generaciones jóvenes, los nietos del Complejo puedan decir: Mi abuelo hizo esto. Soy hijo y nieto de un bagual, de un hombre libre, de un hombre que se alzó, que se ganó la libertad, que construyó un proyecto social, político, cultural y hasta militar, único en la historia de toda América. O sea, tienes 400 mil hectáreas de selva, montañas, ríos y lagos bajo control del pueblo obrero y del pueblo mapuche. Conocer la historia, tener firme la identidad, me hace sentir que todo es posible. Un poco, los capítulos del libro intentan decir: “Esto fuimos capaces de hacer”. Hoy el mundo no tiene proyecto. La proyección es la devastación, las catástrofes, los incendios planificados e intencionados. Yo siento que el libro puede señalar que acá se puede sobrevivir y no sólo lo estamos programando sino que lo estamos haciendo. Las relaciones que se dan (entre las organizaciones socioambientales y las mapuche), en este espacio, con quienes nos vamos enredando, son lógicas completamente distintas: Están basadas en la confianza, en el cariño, en la reciprocidad. Por ejemplo, la minga: Trabajamos juntos por el gusto de trabajar, no por acumular. El trabajo vuelve a transformarse en un juego. Yo siento que lo estamos haciendo ahora, no programando para 10 años.
“Sangre de Baguales. Epopeyas mapuche y obreras en el tiempo del Complejo Maderero Panguipulli. Un efecto mariposa inconcluso”, de Pedro Cardyn Degin fue lanzado el pasado martes 23 de mayo, en la Biblioteca Nacional, en Santiago. El acto se repetirá este sábado 27 en Valparaíso. Habrá un encuentro con el autor y el historiador Igor Goicovic, desde las 18:30 horas, en el restorán “Valparaíso Mi Amor”, ubicado en calle Salvador Donoso 1408.