La escritora Perla Suez es la cuarta argentina en recibir el 20 Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, después de Abel Posse (1987), Mempo Giardinelli (1993) y Ricardo Piglia (2011). Ya su obra ‘Letargo’, había sido finalista de este prestigioso premio que ha galardonado a los grandes de la literatura latinoamericana.
Suez se alza con el galardón que rinde homenaje al novelista venezolano, al responder las preguntas que le apasionaran cuando escribió Doña Bárbara: ¿qué es barbarie, qué civilización? ¿Quién es el salvaje?
Con este planteamiento, Suez escribe para contar la historia no contada de la conquista del desierto, la campaña militar con la que se invadió la Patagonia a finales del siglo XIX y desplazó a los pueblos mapuche, ranquel y tehuelche. Su magnífico aliento poético, destacado por el jurado integrado por Laura Antillano de Venezuela, Vicente Battista de Argentina y Pablo Montoya de Colombia, acompaña al lector que, como expresa el veredicto, Suez «logra sumergirlo en el horror de la violencia y resarcirlo de ella con su bella escritura».
El país del diablo cuenta la historia de Lum, una niña mapuche, que envuelta en la campaña militar para la conquista de la Patagonia mira la destrucción de su cultura. Niña y desierto, retan a la historiografía oficial.
En diálogo con Sputnik, la autora profundiza sobre su deseo de que esta ficción se convierta en una memoria que trascienda la crueldad y el salvajismo de aquella invasión, y se manifieste como un acto de fe y de respeto a los pueblos originarios de América y del mundo, a sus raíces, milenarias y ancestrales.
Cuéntenos del comienzo, ¿cómo llegó esta historia a su pluma?
Estaba en Santiago de Chile mirando en la vidriera de una librería los títulos recién publicados cuando mis ojos se clavaron en uno que se llamaba Testimonio de un cacique mapuche, del lonco Pascual Coña. Estaba escrito en español y en mapuche. Me fascinó esa cultura. Volví a mi casa y empecé a leer un diccionario mapuche, también todos los libros de Mircea Eliade que pude y más textos sobre chamanismo araucano y sobre mitos del pueblo mapuche. Otro libro fundamental también fue Viaje al país de los araucanos, de Estanislao Zevallos, que fue el escriba de la Campaña del Desierto del general Roca. Encontré mucho material allí adentro para trabajar la novela.
Tuve que hacer un trabajo de documentación importante que no está en la novela, pero que me conmovió. Era importante para mí dejar cimentar todo lo que leí para que apareciera la imagen de una niña mestiza, mitad mapuche mitad blanca. La palabra Lum quiere decir en mapuche «encuentro entre dos lagunas», eso leí. El desafío estaba esperándome así que arremetí. Empecé a trabajar y me di cuenta de que le tenía que dar protagonismo a esa niña, Lum.
Amo el cine de Tarantino y el de los hermanos Cohen, sentía que había una geografía similar, el mismo continente, pero con una cultura diferente. El desierto en las lecturas de la narrativa norteamericana y en las películas de western también nutrieron mi trabajo.
‘El país del diablo’ relata la conquista del desierto, un hecho histórico muy contado y estudiado. ¿Qué va a encontrar el lector en la mirada que usted hace de la campaña militar para la toma de la Patagonia?
Desde que fui a la escuela me contaron que la barbarie estaba puesta en los indios y me enseñaron que no tenían cultura, que eran salvajes. Quería invertir la historia oficial. Llegó a mis manos un gran libro: Un desierto para la nación, de Fermín Rodríguez, que me abrió la cabeza sobre las posibilidades del desierto como ese espacio vacío e infinito y sobre esa necesidad de «civilizar» y de ignorar una cultura considerada bárbara.
Desde que se colonizaron estas tierras hubo genocidio, pero también hubo sobrevivientes para contar. Como argentina, no puedo dejar de repudiar ese exterminio y preguntarme por qué no respetaron esas culturas tan ricas.
Mis abuelos ucranianos vinieron a Argentina gracias a que se abrieron en esa época las corrientes inmigratorias. Sentí que había complejidades y contradicciones que solo la ficción podía contar. Tenía ganas de que tenga una cierta rareza, algo onírico y que forme parte de un clima. Eso busqué en el personaje del fotógrafo, Deus, a quien en plena Patagonia se le aparece París, un París que soñaban muchos en esas épocas.
Durante el anuncio del veredicto del Premio de Novela Rómulo Gallegos, usted comentaba que la literatura nos permite «crear una memoria futura». ‘El país del diablo’ es ficción, pero ¿hasta qué punto la historiografía oficial no es ficción? Y en este sentido, ¿ha sido la historiografía oficial, una ficción que ha servido a invasores y usurpadores de territorios y culturas?
La pregunta es ¿bárbaros o civilizados? ¿Civilizados o bárbaros? En ese dualismo decidí quedarme para trabajar. Siempre desprecié la xenofobia, hay valores que los tengo incorporados como parte de mi cuerpo y no pienso separarme nunca.
A la hora de escribir El país del diablo, lo único que tenía claro era que no quería escribir una novela realista y que la historia tenía que ser solo un telón de fondo, apenas una ayuda para contextualizar. Traté de alejarme de la mirada nostálgica, romántica del siglo XIX y comienzos del XX. Quise dejarme influenciar por libros como El corazón de las tinieblas, Moby Dick, El desierto de los tártaros. Fueron libros centrales, matrices, digamos.
Sí sé que el desierto manda en El país del diablo, el viento insoportable, los cardales, el sol que mata todo, un cuervo lucha con una serpiente, un puma destroza el cuerpo de un guanaco, del cielo bajan pájaros carroñeros, las moscas azules, el frío de la noche. El gran protagonista de la novela, junto a Lum, es el paisaje, ese desierto que habla, un lugar en el que todo es posible.
¿Por qué una niña? ¿Qué importancia tiene que el personaje central de la historia sea una mujer, y sea una niña indígena?
Fue muy fuerte tratar de ponerme en la piel de una niña de 14 años perteneciente a un pueblo originario, viniendo yo de la cultura centroeuropea, con abuelos que me transmitieron la cábala y la Torá. Yo creo que la ficción manda cuando te metes y trabajas a fondo. La fuerza del desierto es demasiado terrible y maravillosa como para soportar cualquier sombra. Yo estoy circundada por el desierto porque a mí, de niña, mis abuelos me contaron cómo escaparon y cómo fueron perseguidos, cómo andaban por el desierto vagando y cómo las tribus se dispersaron. No casualmente quería llegar al hueso, a la esencia. Hueso es una palabra muy importante porque nuestra esencia está en los huesos.
¿La Patagonia continúa siendo blanco del interés de conquistadores modernos?
Intenté poner en escena una historia que habla de la identidad, el destierro, la violencia, la memoria, entre otros temas. Son temas que he venido trabajando desde hace tiempo, pero en El país del diablo el escenario es otro y la mirada la puse sobre otro tipo de construcciones identitarias. A través de la ficción quería desenterrar la historia del pueblo mapuche en este lugar de la Patagonia. Lo único que tenía entre manos era que no quería repetirme y que quería contar la historia que no me contaron.
Mis primeras novelas que forman la Trilogía de Entre Ríos trataban de mis antepasados de Europa; esta novela trata de los antepasados de mi país, Argentina. La ficción, en definitiva, puede contar precisamente la historia que nunca se contó, la esencia de una cultura que se quiso tapar.
Quizás lo más inquietante sea preguntarse quién es el que recorre el camino en la novela: ¿Lum? ¿Ancatril? ¿El teniente Obligado? ¿Los soldados de la Campaña del Desierto? Quizás seamos todos.
¿Qué van a encontrar de nuevo en la Perla Suez de ‘El país del diablo’, los lectores que la siguen?
La ficción puede escarbar la tierra hasta encontrar los huesos. En este libro pude abordar una historia de violencia, destierro y soledad. La Patagonia durante la segunda mitad del siglo XX, los territorios robados a los habitantes originarios, la Campaña del Desierto como pretendido proyecto civilizatorio. En ese territorio intenté desplegar una historia buscando ir más allá de miradas maniqueas. En esta novela, los personajes que intenté construir están inmersos en un mundo mestizo. Lum, la niña machi, es hija de un blanco y una india. En la caravana de soldados viaja Ancatril, un indio que ha sido obligado a enrolarse, a vestir el uniforme de los blancos y a ser un paria entre dos culturas. Cada uno de los personajes acarrea historias terribles en su pasado. Y toda la acción transcurre en la Patagonia, en el desierto verde, que no es el Sahara con camellos.
¿En qué momento de su evolución como escritora la encuentra el premio Rómulo Gallegos? ¿Qué significa para usted?
Estoy muy agradecida por este premio, es un orgullo para mí ser parte del Rómulo Gallegos, premiación de tanto prestigio.
La escritura es un camino que termina cuando termina nuestra vida, de modo que siempre me estoy buscando y desafiando. En este momento estoy releyendo Atrapa el pez dorado, de David Lynch, para empaparme de nuevo en el proceso creativo de otros autores como él.
Estoy trabajando en otra posible novela intentando atrapar las ambivalencias y contradicciones de ese universo nuevo que pretendo escribir.
Cortesía de Mauricio Montes Sputnik