A través de las anotaciones a veces diarias, a veces semanales, Fabián Casas derriba los Diarios de la edad del pavo (Emecé, 2017) el mito del escritor en su torre de marfil elucubrando grandes obras, mostrando, en cambio, a una persona normal y corriente que lucha por ordenar ideas, anhelos y trata de pasarlos al papel en medio del desastre que es la cotidianidad. En esa bitácora desordenada, pueden verse los primeros indicios de lo que después serán poemas del autor o situaciones que se verán reflejadas en la novela Ocio o los cuentos que componen Los Lemmings y otros, ambos también reeditados por Emecé durante agosto.
Con respecto a los Diarios de la edad del pavo, que fueron editados en 2016 por primera vez en la editorial independiente Eloísa Cartonera, Fabián Casas afirma que llevar ese tipo de escritura lo había “hartado” y no volvió a llevar adelante uno porque le pareció “una experiencia tonta”. Sin embargo, de aquella época recuerda que “escribía en todos lados”. Leé la entrevista completa a uno de los referentes de la literatura argentina actual, a continuación.
—Siempre dijiste que los Diarios de la edad del pavo no fueron pensados como un diario de escritor. ¿Qué era lo que te hacía ir a escribir a esas libretas?
— No es que no fueran pensados como un diario de escritor, sino que no fueron pensados para publicarlos. Me sorprende la devolución de la gente que me escribe: yo los perdí por 15 años y el único que les daba algún valor fue Washington Cucurto (NdE: Editor de la editorial Eloísa Cartonera). Yo escribía en todos lados, no solo en los diarios, era lo único que me gustaba hacer después de leer.
—¿La regularidad y la constancia en la escritura, por más que sea por fuera de lo literario, ayuda a un escritor?
— No hay fórmulas, yo escribo de manera discontinua. Hay escritores que empiezan a escribir a los setenta años.
— Diarios de la edad del pavo tiene la particularidad que puede ser leído en clave de novela que adopta el formato de diario personal. Por ejemplo, el libro termina cuando termina una historia de amor. ¿Por qué decidiste terminar de llevar un diario? ¿Nunca más volviste a escribir en uno?
— Lo terminé porque el diario me había hartado. Es como cuando se termina una pareja que quisiste mucho. Nunca más volví a llevar un diario porque después me pareció una experiencia tonta.
No hay fórmulas, yo escribo de manera discontinua. Hay escritores que empiezan a escribir a los setenta años.
— Uno de los temas centrales del libro es la dificultad de un escritor (joven e iniciático en este caso) para encontrar un tono que lo deje conforme. ¿Qué recuerdos tenés de esa época? ¿Esa angustia es algo que se mantiene durante toda la vida para un autor?
— Sí, creo que ahora siento angustia por otras cosas más fundamentales que escribir o no. Me acuerdo lo que le dijo John McEnroe a Gastón Gaudio antes de la final de Roland Garrós cuando este le contó que estaba nervioso: nervioso, dijo John, tienen que estar los chicos que van a Vietnam.
— Otra clave de lectura de los Diarios… es el pasaje de la poesía a la narrativa y recientemente afirmaste que era cómo “electrificar la guitarra acústica”. ¿Qué es lo que define la forma final de un texto?
—La forma final de un texto se define, supongo, cuando uno cancela el deseo de seguir escribiéndolo.
— En esa dirección, en los últimos años dejaste de escribir poesía, ¿por qué?
— Fue un tiempo en mi vida. Ahora tengo cien poemas en prozac no en prosa, que vinieron después del “Gran Dolor”.
creo que ahora siento angustia por otras cosas más fundamentales que escribir o no. Me acuerdo lo que le dijo John McEnroe a Gastón Gaudio antes de la final de Roland Garrós cuando este le contó que estaba nervioso: nervioso, dijo John, tienen que estar los chicos que van a Vietnam.
— En una entrevista anterior, Luciano Lamberti -que también dejó momentáneamente ese género- me afirmó que se necesitaba un estado especial. ¿Coincidís con eso?
— Como te decía antes, en la literatura no hay fórmulas. Para mí el estado especial es el de escribir cualquier género: trato de trabajar en contra del confort, buscando la voz extraña.
— Hablando de estados especiales relacionados con la escritura, me interesa un concepto que solés usar en tus ensayos y en charlas: “el estado de disponibilidad”. Cuando lo utilizás asociado a la escritura y al arte en general, lo ves como algo sumamente necesario. Sin embargo, cuando es en relación a otras personas, hacés hincapié a tratar de limitarlo. ¿Qué diferencias trazarías?
— Es una buena pregunta: el estado de disponibilidad, para mí, es trabajar para vaciar el canal a través del cual se va a expresar un talento que no te pertenece. Por eso cuando veo a escritores talentosos pegados a sí mismos me dan vergüenza ajena. En cambio, con los seres queridos es mejor mantener un grado de inaccesibilidad para no gastar a las personas y que la relación perdure de manera auténtica y no burocrática.
— En Diarios…hacés referencia a la escritura de un guión teatral: La Felicidad, que nunca vio la luz. Ahora en octubre se presenta Luis Ernesto llega vivo. ¿Qué diferencias vez entre el joven Casas dramaturgo y el actual?
— Es verdad, pero más que diferencias veo semejanzas: ninguno de los dos es dramaturgo, no me pienso dentro del teatro.
— Se te suele asociar como un escritor que genera el interés de jóvenes lectores. La reedición de Los Lemmings y Ocio va un poco en ese camino. ¿Cómo ve eso vos?
— Como dice Jesús en el nuevo testamento: ¡Dejad que los niños vengan a mi! (risas)
— Por último, desde el 2015 llevás de manera regular talleres literarios, algo que salvo contadas excepciones no habías hecho en el pasado. ¿Por qué empezaste ahora? ¿Qué sensaciones te deja esa actividad?
— Los talleres literarios son la experiencia más importante de este tramo de mi vida. Me gusta hacer eso más que escribir. La gente que viene es extraordinaria, humilde y me enseñan y acompañan mucho.