A propósito del 12 de Octubre y el día de la resistencia indígena conversamos en exclusiva con el Arqueólogo egresado de la Universidad Complutense de Madrid Mikel Herrán.
Con una larga trayectoria académica que va desde un Master en arqueolgía por la UCL Qatar hasta ser doctorando de la Universidad de Leicester. Este joven español también es youtuber, mejor conocido como «El Puto Mikel», motivado por la falta de encuentro entre la academia y la gente que no hace vida en ella.
Mucho se dice que “el pasado no se puede juzgar con la moralidad del presente” ¿Consideras que existe un doble criterio entre mirar el pasado para enaltecerlo o para condenarlo?
Desde luego. El pasado está constantemente siendo utilizado para justificar el orden de las cosas, para entender de dónde venimos o quiénes somos. Y por eso el pasado no está realmente atrás, en muchos casos seguimos viviendo sus consecuencias.
Al final estamos utilizando la frase de no podemos juzgar el pasado casi como una excusa para evitar pensar demasiado en las trazas de ese pasado al que le tenemos un cariño especial porque se ha convertido en un símbolo. Siempre vamos a estar juzgándolo, pero normalmente es con un filtro casi romantizado, como de nostalgia.
También ocurre que no hay sólo un pasado, hay muchos, que reconstruimos como podemos. Pero decidimos, como sociedad, dar más importancia a un pasado o a otro. Y cuando llega un grupo de gente para intentar subrayar el suyo, que puede contradecir nuestra versión, nos sentimos casi atacados.
Por otra parte, cuando dicen «la moralidad del presente» parece que están pensando que la moral se inventó hace 70 años. Por supuesto había una deshumanización enorme de, por ejemplo, los esclavos negros traídos a América, y cosas en las que podemos decir que se ha mejorado, pero también hubo condenas a Colón por esclavizar a nativos, o autores en el siglo XVIII que condenaban prácticas como la mita.
Retirar monumentos públicos puede significar tratar de obviar parte de la historia casi “como si nunca hubiera ocurrido” sin embargo colocar una placa que resignifique el espacio o el monumento en algunos casos no es efectivo ¿qué más hace falta o qué otras acciones se pueden tomar cuando se quiere transformar la connotación de un monumento?
Yo diría que es importante tener más de una solución, porque no puedes aplicar la misma a todos los casos. Quitar todo rastro de que ha habido un pasado colonial puede terminar por causar una incomprensión del presente en el que vivimos (¿cómo hemos llegado hasta aquí?) y algunas figuras, como los «padres de la nación» (conquistadores o criollos) son más susceptibles de poder resignificarse con una placa que añada matices. También creo que, las que se retiren, se lleven a un museo donde se pueda tener un debate sano y con múltiples voces, indígenas, mestizas, criollas…
Otra alternativa que a veces se explora desde el activismo, y que deberíamos adoptar más, es perder ese miedo que tenemos a jugar con el patrimonio, y emplearlo en performances o actos artísticos. Por ejemplo en Bristol, con la estatua del esclavista Edward Colston se añadieron 100 figuras humanas dispuestas como en un barco a los pies de la estatua, imitando un barco negrero sobre los que Colston hizo su fortuna. Ese tipo de intervenciones ayudan a dar más matices al relato, más dosis de realidad. El potencial de estas estatuas al final es que podemos usarlas para ilustrar muchos pasados, si queremos.
Tu hablas de las implicaciones que tienen las estatuas de Colón en España y las posiciones encontradas entre los ciudadanos españoles pero ¿Cuáles consideras que son las implicaciones de los monumentos públicos que hacen referencia a Colón en América Latina?
En América Latina no debemos olvidar que la independencia fue un logro de ciertas élites, sobre todo criollas. El impacto del colonialismo se mide en muchos aspectos, y uno de ellos es esa concepción del sistema de castas, que siguió en gran parte vivo tras las independencias.
La independencia no trajo mayor libertad para los pueblos originarios, y en casos como Argentina o Uruguay, o EE.UU., los dirigentes del país, criollos, construyeron el país a base de la persecución indígena y la expansión sobre sus tierras, en una nueva colonización que no era sino la continuación de la anterior. Y estos nuevos países seguían necesitando un relato que glorificase el pasado de esas élites criollas, su conexión con Europa y los conquistadores. Colón era la celebración de la Raza y la Hispanidad, que no dejaba de ser su base cultural.
¿Cuál es el riesgo de “celebrar la riqueza cultural de la conexión de los dos mundos “ y obviar las consecuencias del colonialismo como un sistema político y económico de explotación?
Creo que, obviamente, hay causas de celebración. Al final somos resultado de ese pasado, para bien y para mal. Pero cuando se construyen esos monumentos sólo se representa algo casi idílico. Y al hacer eso el mayor peligro es que nos podemos olvidar de cómo el colonialismo sigue, con otros mecanismos, pero el Norte global sigue interviniendo en el Sur global para desestabilizarlo o explotarlo, podemos perdernos en el relato romántico de que somos el resultado de mezclas continuas de culturas, lo cual es cierto, y no ver cómo estas mezclas en realidad articulan relaciones de poder. Las poblaciones indígenas continúan siendo perseguidas y explotadas hoy, sigue habiendo un racismo y una gran desigualdad entre personas según su árbol genealógico y cuánta ascendencia europea tenga.
En América latina muchos de los patrimonios cultuales que se erigieron durante la colonia se hicieron sobre monumentos, lugares de culto, espacios rituales y demás elementos de profundo valor en la cultura indígena ¿Es viable rescatar ese acervo prehispánico sin destruir el colonial?
Es complicado, porque por mucho que queramos recuperar estos lugares y devolverlos a un «estado primigenio», en la gran mayoría de los casos es imposible hacerlo. Y creo que tampoco es recomendable. Se han acumulado demasiados significados en esos lugares, para poblaciones de todo tipo. Se puede reapropiar el espacio, para que su pasado indígena no quede enterrado, o incluso para que recupere ese tipo de funciones y pueda convertirse en un espacio híbrido.
Sin duda la ocupación colonial es parte de su historia, que podrá ser fuente de dolor, pero también de reivindicación para quienes siguen siendo perseguidos por las consecuencias del colonialismo. Estas decisiones nunca serán fáciles, y requerirán una discusión profunda entre las comunidades que puedan tener un interés en ese lugar.
Sofía Belandria El Ciudadano