Creen que gobernar es un mandato divino. Militan contra el aborto, la educación sexual, los derechos sexuales y reproductivos, los feminismos y la comunidad LGBTIQ. Sus pastores se convierten en famosos Youtuber. O en estrellas mediáticas, gracias a que obtienen licencias de canales de televisión. Tienen una visión patriarcal de la sociedad. Demonizan a sus adversarios. Se alían tanto con la izquierda como con la derecha. Ya cuentan con numerosas bancadas legislativas y ocupan ministerios en diversos países.
Y hoy pueden exhibir como algunos de sus máximos triunfos las llegadas de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos y de Jair Bolsonaro en Brasil, más el golpe de Estado que permitió a Jeanine Áñez encabezar un gobierno de facto en Bolivia.
Se trata de una comunidad conservadora que Ariel Goldstein, doctor en Ciencias Sociales, analiza en ‘Poder evangélico. Cómo los grupos religiosos están copando la política en América’, su más reciente libro publicado en Argentina por Marea Editorial, y en el que alerta sobre los riesgos que entraña la penetración de este colectivo en los poderes públicos.
«No puede dejar de considerarse a este nuevo pentecostalismo como peligroso para la democracia», afirma el autor en entrevistA.
El problema, explica, es que introducen en la política categorías religiosas del bien y el mal puros en las que el adversario debe ser exterminado, lo que daña la convivencia política y social.
«Cuando el adversario es identificado con el diablo y los gobernantes entienden su tarea como una misión divina, aumenta el peligro de una deriva autoritaria, amenaza la convivencia democrática basada en el respeto a la pluralidad», señala.
Estrategias
Goldstein decidió investigar cómo es que los evangélicos han obtenido tanto poder político en las últimas décadas. Lo que más le llamó la atención fue que cada vez cuentan con mayor legitimación social a partir de su trabajo territorial en sectores vulnerables y un proceso de recaudación económica que luego les permite construir sus propios medios de comunicación.
«Los dos casos más logrados son Estados Unidos y Brasil, pero lo que pasa en Centroamérica es tremendo, están avanzando muy rápidamente», dice.
Lo que puede sorprender, agrega, es que los grupos evangélicos se alían no sólo con políticos de derecha a partir de una afinidad ideológica, sino con los de izquierda, como en el caso de Nicolás Maduro en Venezuela o Andrés Manuel López Obrador en México, lo que demuestra su pragmatismo con tal de obtener influencia en la toma de decisiones.
El libro desglosa la historia y estado actual del avance de esta comunidad religiosa en el Continente, con una agenda común y con líderes o pastores locales en América Latina que muchas veces son formados en Estados Unidos o que evangelizan desde ese país.
Aunque es evidente que hay una estrategia común y muy bien organizada, Goldstein aclara que no adhiere a la idea de una conspiración internacional porque ello simplificaría este proceso.
Más bien, dice, lo que demuestra el crecimiento de los grupos evangélicos es la plasticidad con la que se han adaptado a todo tipo de sistemas sociales y políticos, desde el bipartidismo de Estados Unidos hasta el multipartidismo de Brasil.
Menos católicos, más evangélicos
El autor advierte, además, que este avance va a la mano del declive del catolicismo que tanto preocupa al papa Francisco, ya que en los años 60, el 94 % de la población latinoamericana se identificaba como católica, pero en 2014 esa cifra ya se había reducido al 69 %, mientras que la proporción de evangélicos pasó del 9,0 % al 19 %.
También precisa que los países más creyentes de la región, como México y Paraguay, son tierra fértil para el fortalecimiento de los evangélicos gracias a que cuentan con sociedades muy religiosas a pesar de que son estados laicos.
Por el contrario, señala, Uruguay es un caso excepcional, ya que es el único país de la región con un Estado y una sociedad laicos, lo que explica que ahí los evangélicos no hayan logrado penetrar con el mismo ritmo e intensidad que en el resto del Continente.
Con respecto a las alianzas políticas, Goldstein explica que para los líderes políticos progresistas es tentador asociarse a los evangélicos en un principio, pero eso, como ya ocurrió con Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil, sólo les sirve en el corto plazo.
A la larga, dice, la agenda progresista se contradice con la conservadora y el supuesto apoyo termina siendo una trampa porque las organizaciones evangélicas pasan a ser enemigas pero con mucho más poder. Ese es el riesgo que corre ahora López Obrador, por ejemplo.
Los estados deben ser laicos
Para Goldstein, autor de otros libros como ‘Prensa tradicional y liderazgos populares en Brasil’ y ‘Bolsonaro. La democracia de Brasil en peligro’, es importante defender la laicidad del Estado con legislaciones que limiten el poder de las iglesias evangélicas y, por lo tanto, de la construcción de figuras reaccionarias.
De esta forma, confía, podrían seguir cumpliendo un papel de contención social en los barrios más humildes, pero sin el elemento nocivo del dogmatismo religioso impuesto al poder político.
Sin embargo, reconoce que en el panorama actual la Iglesia Católica sigue perdiendo presencia en América Latina mientras la Evangélica va ganando fieles y cargos en los poderes legislativos y ejecutivos.
«Son un factor de poder con mucho peso, y peligroso. Los pastores se asocian a los políticos dándoles una bendición divida y penetran el lenguaje religioso en la política, eso es muy perjudicial para una vida democrática sana porque entonces del otro lado sólo queda el infierno, lo execrable», advierte.
Cortesía de Cecilia González RT