Srecko Horvat, filósofo croata sub 40, está aprendiendo a manejar. La decisión le genera sentimientos encontrados, pero la considera inevitable después de un año de pandemia que lo obligó a hacer base en su país natal y a considerar un medio de transporte individual más seguro en términos sanitarios y también más rápido: “En Croacia la red de trenes está destruida. Te toma más tiempo ir de Zagreb a Belgrado hoy que lo que tomaba hace 200 años en el Imperio Austrohúngaro”. Mirar al mundo desde Croacia y desde los países considerados “periféricos” es una constante en su análisis como filósofo y también como activista. En 2016 fundó con Yanis Varoufaris, ex ministro de finanzas de Grecia y fundador a la vez del partido Styriza, el Movimiento Democracia en Europa 2025, que apuntaba a una unión de movimientos de izquierda para repensar instituciones globales como por ejemplo la Unión Europea. Junto con Varoufakis también armó la Internacional Progresista, compuesta por representantes de distintos países del mundo como Noam Chomsky, Naomi Klein y Fernando Haddad. Las representantes argentinas son Elizabeth Gómez Alcorta y Alicia Castro.
Cómodo en el cruce entre el lenguaje de la filosofía y las referencias a la cultura popular, habitualmente vinculado a Slavoj Žižek, este año de pandemia Horvat publicó dos libros. Uno se llama ¡Todo debe cambiar!, que consiste en una serie de conversaciones sobre el mundo post Covid-19 con celebridades variopintas, desde Gael García Bernal hasta Vijay Prashad, pasando por Brian Eno, Saskia Sassen y Shoshana Zuboff. El otro es Después del apocalipsis, en donde vincula distintas amenazas -desde la crisis climática hasta la pandemia, el fascismo y el capitalismo- y llama a una reinvención del mundo.
Su mirada internacionalista observa con pasión y preocupación la nueva geopolítica que acentúa la pandemia, entre vacunas escasas y encadenadas, nuevos órdenes globales y una reorganización del poder: “No creo que la globalización esté cerca de terminar, pero me parece que vemos un nuevo tipo de globalización. En lugar de Estados Unidos exportando sus productos a todo el mundo y siendo tan poderoso financieramente a través del FMI o el Banco Mundial, la situación está cambiando por la influencia de China en la periferia, en el Sur Global, no solamente en África sino también en los Balcanes, que están conectados a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Es una globalización diferente. Si eso es bueno o malo, no lo sé”.
–¿Hasta qué punto la pandemia reforzó ideas que ya tenías, como por ejemplo la idea del apocalipsis?
-Lamentablemente confirmó muchos de mis miedos y los análisis que hemos hecho con muchos teóricos críticos por años o décadas, en el sentido de que si privatizás las instituciones estatales de salud, educación, cuidado, etcétera, cuando una catástrofe sucede, sea o no causada por seres humanos, vos necesitás un sector público fuerte, una infraestructura que se preocupe por el devenir de las personas. Lo que vemos, lamentablemente, es que la catástrofe fue usada como una especie de terapia de shock, como diría Naomi Klein, en el sentido de que así como Palantir está penetrando en el Sistema Público de Salud Británico, privatizando la data de las historias clínicas, en otras partes de Europa podemos ver otras compañías de Silicon Valley haciendo uso de la pandemia. Y después hay otra cosa interesante pero a la vez preocupante que es la geopolítica de las vacunas. Ves un escenario raro -aunque más que raro esperable- en el que en Europa dos países son los primeros cuando se trata del avance en la vacunación: uno es el Reino Unido y el otro es Serbia. Uno porque se fue de la Unión Europea y el otro porque no es parte. Lo que está haciendo Serbia es buscar dosis de la vacuna china, de la vacuna rusa, etc. El primer ministro de Hungría dijo hace poco la frase de Deng Xiaoping «No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”, refiriéndose a las vacunas rusas y chinas. Croacia está también negociando con China, así que creo que debido a la pandemia toda esta esfera geopolítica está cambiando. Las cosas que estaban mal empeoraron, y creo que algunas cosas que estaban bien estuvieron un poco mejor cuando uno habla de solidaridad, cooperación, ayuda mutua, resistencia, la gente abriendo los ojos sobre algunas cosas que están podridas.
–En los últimos años se hizo claro que había un movimiento de derecha extrema. El último año de cuarentenas, hubo casos en los que las derechas de diferentes países rechazaron medidas de aislamiento, ¿los movimientos progresistas quedaron en cierta medida despolitizados o invisibilizados al retirarse del espacio público?
-Sí y no. No diría que hay una despolitización, diría mejor que fue una posición difícil para la izquierda, especialmente la que no está en el poder. En las cuarentenas, la mayor parte de la oposición estaba en su casa. Incluso los parlamentos en algunos países estaban cerrados. En muchos países todavía tenés un estado de excepción. Pero si te fijás en el último año después del asesinato de George Floyd, hubo un gran movimiento de Black Lives Matter que fue más allá de eso al punto de canalizar la energía progresista en las calles. Pero después obviamente si hacés fast forwarded y llegás hasta ahora podés ver dónde la energía, esa economía libidinal, la frustración, el enojo fueron canalizados: hacia el Capitolio, con esa performance de los seguidores de Trump. Creo que hay una pregunta más profunda sobre cómo la izquierda es capaz o incapaz de usar y entender la economía libidinal, qué hacer con las emociones acumuladas, la frustración, el enojo de la gente que está desempleada e insatisfecha con el sistema. Viendo a Bolsonaro en Brasil, a Orban en Hungría o a Polonia, que prohibió el aborto ahora, podemos ver que esa energía es a menudo secuestrada, usada y manipulada por la derecha populista radical. Creo que la izquierda tiene mucho trabajo que hacer cuando se trata de entender las emociones y cómo las políticas en esta época de las redes sociales, cuando todo está mediado y puede ser manipulado, cuánto los deseos, el inconsciente, las emociones son importantes. Creo que la izquierda hasta ahora es incapaz de usar eso en el modo en que lo hace la derecha.
–¿Qué quedó de la experiencia de movimientos de izquierda como Occupy Wall Street o Syriza en Grecia?
-Yo estaba justamente en Nueva York cuando ocurrió y lo apoyé mucho, a la vez que también fui muy crítico, en el sentido de que no creo que la horizontalidad pura, solo ocupar las calles, sea suficiente para un cambio político radical. No creo que haya fallado, creo que muchos de esos movimientos a 10 años -como Syriza, la Primavera Árabe, Indignados, muchos de estos movimientos han capitulado, como Syryza en Grecia, otros comparten el poder como Podemos en España, pero creo que muchos de estos movimientos dejaron una influencia grande en nuestros días. Podés decir “fallaron, dónde está la izquierda excepto en algunos países”, pero creo que no se puede mirar a los movimientos progresistas de ese modo porque a veces cuando algo luce como una falla es difícil ver en las décadas siguientes cómo su potencial se ha cumplido. Si no hubiera habido Occupy Wall Street no estoy seguro de que habría una Alexandria Ocasio-Cortez y los demócratas socialistas en Estados Unidos. Lo mismo en Grecia, no hubieras tenido el movimiento DiEM 2025 que fundamos con Yaris. O lo mismo con el Foro Social de Porto Alegre hace 20 años. No tenemos que despreciar una lucha o un evento social histórico solo porque no tuvo “éxito” en un punto, lo importante para nosotros es no hundirnos en lo que Walter Benjamin llamaba la “melancolía de izquierda”: “nada es posible, todo siempre se corrompe”. Creo que esto no es verdad.
–En la Primavera Árabe, las redes sociales fueron vistas como clave para la movilización. Ahora son vistas como vehículo de mensajes extremos y noticias falsas. ¿Conservan un potencial útil para la democracia?
-Si te fijás hoy, la primera impresión sería que las redes sociales están llenas de noticias falsas, manipulación, el mayor problema sería, en términos clásicos marxistas, quién es el dueño de los medios de producción. Los jóvenes empiezan sus días yendo directamente a Instagram o a Tik Tok, ni siquiera van a Google. Aunque es preocupante que muchos de nosotros googlelizamos el comienzo de nuestros días. En este sentido creo que esta esfera que está privatizada en manos de unas pocas compañías de Silicon Valley es percibida como una esfera pública. Hay otro problema ahora. Además de la derecha extrema usando redes sociales u organizándose para esparcir noticias falsas, tenés otro fenómeno muy interesante en la figura de Elon Musk: las redes sociales usadas ahora para la especulación financiera. Él pone la palabra “bitcoin” en la descripción de su perfil en Twitter y el Bitcoin crece 14.000 euros. Solo por un signo puro, el valor crece. Es lo que el filósofo Bifo Berardi llama semiocapitalismo: los signos y el capitalismo juntos donde los símbolos, mediados por las redes sociales, pueden crear una diferencia en el mundo material. Yo soy siempre pragmático: creo que tenemos que usar las redes sociales, incluso en contra de las compañías a las que pertenecen.
–Solés hablar del uso de los “memes de producción” parafraseando a los “medios de producción”: ¿Creés que todavía es potente usar los códigos de la cultura popular para producir mensajes desafiantes?
-Absolutamente: la historia de los memes vuelve. No empezó con internet o las computadoras. Si te fijás en la Revolución de Octubre o en la Revolución Francesa la forma en que diferentes afiches y obras de arte circulaban y muy habitualmente era un simple cambio en las imágenes para producir un mensaje crítico. Algo parecido está pasando hoy, de los dos lados. Pero por supuesto Bolsonaro y ese tipo de grupos lo están usando mucho mejor. Uno puede hablar del poder de los memes -o de la impotencia de los memes, no estoy seguro para ser honesto-, con Bernie Sanders en la asunción de Biden. Es bastante triste que Bernie Sanders haya devenido un meme. No pudo ser presidente de los Estados Unidos, porque es demasiado radical para ellos, entonces se convierte en un meme. Pero incluso este meme tiene una especie de potencial emancipatorio, como lo tiene un chiste, un mal chiste, tiene ese potencial emancipatorio porque por lo menos canalizás algo que es traumático para vos. No deberíamos subestimar el poder de los signos, de los símbolos, algo que atrae tu atención. Es una forma vieja de subversión simplemente cambiando una imagen para generar lo que Brecht llamaba efecto de distanciamiento, de extrañeza.
–Al comienzo de la pandemia, hablabas de sus consecuencias sociales en cuanto al miedo al otro, algo todavía más peligroso que el propio virus: ¿seguís pensando en esa dirección?
-Creo que es todavía peor que al principio. La situación psicológica de que tenés algo que no termina es realmente dura para mucha gente, incluso si tenés la suerte de que todavía tenés un trabajo. Creo que es la naturaleza del homo sapiens socializar, tener contacto con el otro, sentir los olores, tener encuentros espontáneos que ahora desaparecieron. No tenés espontaneidad en un Zoom. Creo que los efectos son profundos en los miedos, la ansiedad, en el comportamiento social. En algún aspecto esto puede ser peor que el Covid-19, así de blasfemante como puede sonar. Odio muy seriamente el virus y la pandemia y creo que hay que protegernos, pero creo que hay que fijarse también en estos efectos, que a veces son más duros que el propio virus. Creo que esto abre muchas preguntas. Giorgio Agamben fue muy criticado, pero creo que hasta cierto punto tenía razón. Por supuesto que estaba equivocado en menospreciar el virus y decir que no era serio, pero sí tenía razón en que esto abría una nueva era en la biopolítica en el sentido que fuera lo que fuera el virus, lo que estábamos enfrentando ahora era una verdadera situación de estado de excepción de la biopolítica. En Israel ya tienen esta especie de biopolítica de vacunación, que si estás vacunado podés entrar a lugares; en Europa están hablando de pasaportes de vacunación que lógicamente significa que están creando ciudadanos de primera, segunda y tercera.
El miedo al otro genera una atmósfera peligrosa. Depende quien esté en el poder y cómo use este miedo para manipular y para implementar medidas que pueden ser totalitarias.
Por Natalí Schejtman
Publicado originalmente el 17 de marzo de 2021 en eldiarioar.com