Con el Colectivo Viajeinmóvil tiene temporada hasta noviembre con una versión del Otelo de Shakespeare. A principios de este año, sorprendió con “La Polar”, obra/juicio público contra los ejecutivos de la tienda del retail. En septiembre viajarán a México a presentar Gulliver, que a seis años de su estreno aún es éxito. Es Jaime Lorca, quien desde su nueva trinchera en el Parque Forestal, nos habla de lo humano y lo muñeco.
Autor, actor y director con más de 25 años de trayectoria, Jaime Lorca tiene cierta semejanza con las marionetas. Teatrero tardío y casual, se puso a estudiar a los 21, luego de pasar por filosofía e intentar estudiar sociología. “Me enamoré del teatro cuando empecé a estudiar, pero no tenía la vocación previa”, confiesa.
“Yo creo que el teatro es un refugio. La gente frágil encuentra trincheras en el arte, y el teatro es un buen escudo de protección. Uno se apoya en el teatro porque el teatro es medicina”, señala, quien a mediados de los ’80 fundó La Troppa y hoy se dedica a la exploración de la materialidad con el Colectivo Viajeinmóvil.
-¿Cuál es su relación con los muñecos?
-Nosotros usamos los muñecos para narrar historias más eficazmente. Por ejemplo, en una escena de sexo o de violencia física, cuando hay actores, el público siente un rechazo y la obra no logra transmitir lo que quiere. Con el muñeco no hay ese problema porque está muerto. Puedes ser perverso sin culpa. Lo hemos comprobado con Otelo (actualmente en cartelera), las escenas eróticas o de estrangulamiento cobran su verdadera dimensión del espanto. Estamos jugando, pero estamos estrangulando…
–En todos sus trabajos hay distintas maneras en que actor y muñeco se relacionan, desde la invisibilidad del primero (Gulliver) hasta la interacción entre ambos (La Polar). ¿Cómo se construyen esas relaciones?
-El primer mono que hicimos dialogaba con el personaje que hacía el actor. Y ese trabajo es hermoso, ya que implica una disociación que es técnicamente muy difícil, es un grado superior. Y hay algo que es muy bonito, que es cuando el mono se da vuelta y mira al manipulador. Ahí se abre un mundo… porque uno puede verlo como que es el hombre que mira a dios (si uno fuera el títere de dios), o, además, puede que el manipulador sea el esclavo de la marioneta, alterando la jerarquía, aunque, en el fondo, ninguno puede vivir sin el otro, son siameses.
-¿Cómo se ha desarrollado esa exploración a través de los años?
-En las relaciones actor-muñeco hay algo bien curioso: cuando se interactúa con el muñeco uno tiene que ir hacia la muerte, mecanizarse, y la marioneta se humaniza. Eso es muy misterioso. Para lograrlo hay que estudiar las reacciones humanas y adjudicárselas a un objeto. La animación de objetos un ejercicio mental fundamental en el ser humano, es el primer grado de abstracción. Son metáforas…
-Y en el caso de Otelo, ¿adónde han llevado esas investigaciones?
-Esta vez ocupamos cabezas de maniquí y descubrimos que eso era lo que necesitábamos, porque es una creación industrial, no artesanal. Ahora no hay taller, sólo pedazos de brazos, cuerpos desmembrados. Lo que necesitamos ahora es volver a ser niños, porque un niño no hace artesanía, juega con un palo y le da vida.
MUÑECOS REBELDES
Desde hace unos meses, Lorca y el Colectivo Viajeinmóvil se encuentran instalados en el anfiteatro que está a un costado del Parque Forestal, sitio donde principalmente se han presentado obras de muñecos. “Hice el link parque-museo-muñecos…y ¡este es el eslabón perdido!”, cuenta sobre la génesis.
“Quise hacer una sala donde los artistas sean reyes, que sea agradable venir a trabajar, que no tengas que estar cambiándote en calzoncillos en el pasillo. ¡Ninguna profesión es tan indigna!, continúa. Hoy el Anfiteatro tiene una programación regular y se encuentra climatizado.
-Han realizado dos versiones del festival “La rebelión de los muñecos”. ¿Contra qué es su rebelión?
-Es contra la vulgaridad. Uno muestra algo tan bello que la vulgaridad se arranca…
-¿Qué opinas del teatro para niños?
-¡Hay cada cosa!… Hay obras “aptas para niños” porque el adulto no se las traga y el niño se las debe tragar. Disney ha hecho mucho daño. ¿Quién dijo que los niños necesitan teatro para entretenerse? ¡Si se entretienen solos! El teatro para niños debería ser igual al de adultos. Claro, hay algunas cosas un poco escabrosas, que no recomendaría, como nuestra obra “Chef”… Pero un teatro con músicas, colores, disfraces y máscaras… ¡qué peligroso!
–¿Por qué deciden hacer “La Polar” de forma tan inmediata al hecho?
-Llegué al audio de la última reunión del directorio, y la encontré muy teatral. Después vinieron las preguntas: cómo hacerlo, para qué hacerlo. La gente piensa que no van a ser juzgados. Y eso crea una frustración, entonces la gente no va a tener su catarsis… y la sociedad necesita catarsis, sino explota. Así que dijimos: vamos a hacer una catarsis, un juicio.
EL PAIS DE NADA
-¿Cuál es la relación entre tus obras? ¿Dónde están sus vasos comunicantes?
-Son un viaje de regreso a la realidad. “Gulliver” y “El último heredero” son historias de un “había una vez”. Nosotros partimos haciendo metáfora en los ’80, cuando aún estaba Pinochet, entonces ir a estos países imaginarios era escapar un poco del infierno, una manera de mantenerse positivo, y a la gente le gustaba mucho, enganchamos con una necesidad de la gente. Ahora la situación es otra, ¡todo es eso!, estamos en el negocio del entretenimiento, de la banalización del arte, todo es mercado, y mi interés es confrontar esa realidad.
-¿Tienes alguna nueva obra en mente?
-Si, se podría hacer algo con las grabaciones en la Onemi para el terremoto, que no tienen nada de humor, pero son muy decidoras de cómo somos. ¿Habrá habido boicot de las Fuerzas Armadas? Yo veo esas grabaciones y digo “Si”, sus gestos lo develan. Develan que no somos país, somos un campamento. Un país tiene un discurso, ética, himno, nosotros no tenemos nada. Imagino una obra que termina con un rezo como “Oh señor, te pedimos que no descargues tu ira sobre nosotros porque no estamos preparados”.
Por Tania Corvalán y Cristóbal Cornejo
El Ciudadano
Publicado en El Ciudadano Nº 131, segunda quincena agosto 2012