Julio Villanueva Chang, editor de Etiqueta Negra: «Una crónica es un gran reportaje muy bien escrito»

Hace un par de años, el diario español El País se interesó por el aparente boom de la crónica en América Latina

Julio Villanueva Chang, editor de Etiqueta Negra: «Una crónica es un gran reportaje muy bien escrito»

Autor: Cristobal Cornejo

Hace un par de años, el diario español El País se interesó por el aparente boom de la crónica en América Latina. En un amplio reportaje publicado en Babelia, su suplemento cultural, calificaron a Villanueva Chang como el «gurú-editor» de la nueva generación de cronistas.

A la base del calificativo está que este peruano fundó allá por 2002 la revista Etiqueta Negra, uno de los incuestionables y escasos referentes cuando se habla de periodismo narrativo. Con 43 años, Villanueva Chang tiene un currículum en el que, además de Etiqueta Negra, destacan sus dos libros sobre crónicas y perfiles («Mariposas y murciélagos» y «Elogios criminales«), sus artículos publicados en medios como Gatopardo, El País, Soho o Reforma, sus talleres, cursos y charlas impartidos en universidades y medios de comunicación de Estados Unidos, Latinoamérica y Europa, su premio a la mejor crónica otorgado de 1995 por la Sociedad Interamericana de Prensa…

Merecía la pena sentarlo para platicar con él sobre la crónica.

-¿Atraviesa el periodismo un buen momento?

-¿Es una broma?

-Para nada.

-Pues en tiempos en los que las noticias llegan en forma de alertas de mensajes de texto a tu teléfono celular, sea un iPhone o un modelo barato con cámara, o que desde ellos puedes enviar videos en tiempo real de lo que estás haciendo en una cocina, no puede haber más que una gran incertidumbre sobre el sentido del periodismo y sobre cuál será la ocupación de un reportero de agencia en el futuro. Para un empresario de medios de prensa, y sus asesores, la mayor preocupación sigue siendo inventar una estrategia publicitaria para ganar dinero o, al menos, para no perderlo. Y los gurús de la comunicación no pueden quejarse porque son los que tienen más trabajo durante esta temporada de despidos masivos a periodistas y de reorganización de las empresas de comunicación.

-El periodista es el que tiene las de perder…

-¿Qué perfil de periodista necesitamos en tiempos en los que las noticias ya no son dictadas por los medios de comunicación tradicionales, sino por redes sociales como el Facebook? ¿En qué clase de publicación acabará uno trabajando en unos cinco años? Una tendencia actual es invertir en los diarios electrónicos con reporteros y editores multimedia, y esto es más o menos igual en las televisoras y en los periódicos. Hoy los profetas de la improvisación creen que seguir haciendo periódicos de papel solo tendrá sentido con información muy elaborada para élites.

¿Internet es lo que ha generado toda esa incertidumbre que dibujas?

-Más que internet, la tecnología, dentro de la cual está internet. Por supuesto que desde la popularización de internet la relación entre los hombres y las máquinas ha cambiado nuestra percepción del mundo. Tratar de inventar aparatos para facilitarnos la vida, volverla más veloz y hacer cada vez más cosas con un solo objeto ha hecho que no sepamos si somos prótesis de los aparatos o los aparatos son prótesis de nosotros. Eso nos ha facilitado en gran parte la vida diaria, pero de cuando en cuando nos vuelve unos zombies tecnológicos.

-Yo mencioné internet porque ahora desde un blog se puede informar y generar opinión, algo que parecía reservado al periodismo hace unos poco años.

-Sí pero, más que la forma de producir noticias, lo que ha cambiado es sobre todo la forma de percibir el mundo a través de la tecnología. La revolución ha sido cómo las audiencias acceden a la información. Si ahora cada tres minutos interrumpimos lo que estamos haciendo para mirar si tenemos un mensaje de texto o si hay novedades en el Facebook, lo que tenemos es una crisis de la atención. Es decir, si escuchar a más de una persona a la vez ya era un acto más o menos contranatura entre seres humanos, hoy vivimos en un mundo en el que todos hablan a la vez y casi nadie escucha como debe. Y esa crisis general de la atención es una crisis de la percepción del mundo, y en última instancia, de memoria y entendimiento. Internet está cambiando nuestro cerebro.

-¿Y la relación entre medios tradicionales y blogs?

-La incertidumbre sobre qué sentido tiene el periodismo de hoy guarda relación con que el gran problema no es tanto la abundancia de información, sino su uniformidad, y también con la incapacidad del público de distinguir qué es verdad y qué no. Tenemos demasiada información sobre lo mismo y desde un mismo punto de vista. Y se supone que los blogs son la revuelta crítica contra la información oficial. Eso es extraordinario y bienvenido. Los blogs, hay que agradecerlo, han obligado a la prensa a ser distinta hoy. Pero, si te fijas en sus comentarios, la mayoría de ellos son una versión moderna de la literatura de los baños públicos. El blog como expresión individual y género de nueva creación colectiva es una fascinante oportunidad para la rebeldía, pero con ella de algún modo convive la sombra de Babel. La abundancia de los blogs y sus comentarios también han convertido el uso de la opinión en una nueva forma de la pornografía y de la impunidad. ¿Es esto preferible a los tiempos en que solo las empresas periodísticas dictaban qué era noticia y cuyo peor pecado era lo que no publicaban? Quiero creer que, a pesar de sus costos en destruir reputaciones, sí.

-En este contexto tenemos la crónica, un género que exige al lector esa atención que está tambaleándose.

-Que no es un género nuevo…

-No, pero sí parece estar llamado a romper con la uniformidad que dibujabas.

-La crónica es por naturaleza un género desobediente. Pero una crónica puede ser todopoderosa o puede ser una reverenda basura. Depende de la historia que se cuenta, de la mirada de su autor, del tiempo que le ha dedicado, de si ha tenido un editor como colaborador secreto, de lo que ha descubierto con el pretexto de contar una historia, de dónde la publicará y hasta de la suerte. Como en todo, hay buen o mal periodismo, buena o mala literatura. Todo se ha vuelto muy previsible y muy conservador, incluso dentro de lo más decente que se está haciendo. Un escritor de best seller dijo que desde hace un tiempo la mejor literatura era obra de los guionistas de series de televisión. No le faltaba razón. En periodismo, hay sobre todo una preocupación por la velocidad y las ventas, en lugar de preocuparnos por la gente. Por ahora, es un callejón sin salida.

-¿Cuál es el papel que deberían de cumplir la crónica y el cronista?

-No me gusta predicar sobre el deber, y menos adivinar el futuro: nos gustan tanto las profecías que nunca se cumplen. Solo puedo decirte lo que por lo menos intento, de cuando en cuando, hacer yo: contar una buena historia y descubrir cosas y desengañar a través de ella. Dar sentido al caos de las noticias y los rumores. Convertir el dato en conocimiento, y un acontecimiento en una experiencia personal. Y por supuesto, divertir. La gente en una crónica no busca historias porque le guste leer: la gente busca experiencias. Y escribimos historias en parte para intentar dar sentido y lógica a una experiencia. Más que dar noticias, una buena crónica transmite una experiencia.

-¿La crónica ha cumplido alguna vez ese papel de generar conocimiento para la sociedad?

-Cuando uno escribe una crónica, lo primero que quiere es que le lean y que su historia publicada tenga alguna consecuencia. La mayor parte cree que su influencia como cronista va a ser más individual, que es lo que en general ocurre con una crónica más ligada a la literatura. Una minoría cree que su influencia será más noticiosa y política, aunque la realidad es que se está escribiendo muy poca crónica noticiosa.

-¿Se puede definir la crónica en pocas palabras?

-La crónica es un género camaleónico y excéntrico. De ahí que Juan Villoro la definiera como el ornitorrinco de la prosa. Pero en tiempos de confusión, una crónica ya no es tanto un modo entretenido de enterarse de los hechos, sino que sobre todo es una forma de traducir el mundo. Cuando se propone ir más allá de la narración y adquiere un vuelo ensayístico, una crónica es también una forma de conocimiento en el que los hechos conviven con la duda y la incertidumbre. En ese sentido, me gusta otra definición de Villoro que dice que la crónica es el sentido común del futuro. En el siglo XXI, un cronista ya no es solo un buen escritor de la información. Su desafío es ser un reportero y traductor de los acontecimientos, pero desde una perspectiva de juego de dominó en la que los hechos locales son parte de una tendencia global, es decir, de «lo glocal», entendiendo a un cronista como una especie de GPS, un orientador en el caos de noticias y rumores. Ya no es tan admisible que, en nombre de la urgencia y la objetividad, la mayoría de los reporteros dedique su tiempo a historias cuyo máximo sentido de verdad se constriña al trabajo notarial de reportar hechos incontestables, tipo verdadero o falso. Su reto es narrar los hechos de tal forma que lleven a un lector a entender qué encierra un fenómeno y sus apariencias, pero tomándose la molestia de no aburrir con ello.

-¿Y cuál es el futuro de este género es un escenario en el que cada vez se lee menos?

-La crónica seguirá siendo un asunto de minorías, a menos que los cronistas asuman el reto de convertirse en multimedia y supongo que por allí ya se están trabajando experiencias ejemplares que aún desconocemos.

-Un asunto de minorías, dices, ¿porque así debe de ser o por resignación?

-Porque es lo que hay. Elaborar una crónica es un acto muy costoso, al menos como yo la entiendo: es decir, una crónica es un gran reportaje muy bien escrito, un gran trabajo de campo con entrevistas, documentos y la suerte de ser testigo y cuyo relato no aburra. Ello supone semanas o meses de dedicación, un editor cómplice del cronista, una historia en la que los protagonistas cambian ante los ojos de su autor y donde el azar actúa sobre la realidad, y también lecturas. Todo eso es lo que yo llamo una buena crónica. Otra cosa es dar a algunas páginas de un periódico cierta amenidad, cierto cuidado de la prosa, incluso cierto vuelo poético, todo eso lo puedes hacer sin necesidad de salir a la calle. Pero una crónica, cuando es ambiciosa, exige un trabajo tan delicado como atlético.

-Antes dije que ahora se lee bastante menos. ¿Compartes esa idea?

-No. Es evidente que ahora leemos más, pero sucede que el nuevo lector sub 23 años lee como un decodificador, sin tiempo para las lecturas formativas. A mí me desespera no poder leer más. Estoy inscrito en el i-Google y tengo un agregador de noticias donde consulto ciertas páginas de diarios, revistas y blogs. Como es obvio, no podría acabar de leer siquiera la mitad de las novedades noticiosas que me llegan cada día. Desde ese punto de vista, esta oferta y accesibilidad a la información vía internet conspira contra la lectura ideal, la que pretende darle un sentido a las cosas y ser un objeto de puro placer. En resumen, si nos referimos al acto físico de leer, se lee más. Pero si hablamos de la lectura como un trabajo intelectual, la mayoría de la gente lee menos.

-¿Y si nos ceñimos a la lectura de la prensa escrita?

-Los periódicos tradicionales de papel están viviendo un verdadero apocalipsis, sobre todo los diarios. Pero insisto en el adjetivo tradicional, porque creo que algunos sobrevivirán si se plantean inaugurar una nueva relación con el lector.

-Busquemos culpables de la nueva situación. ¿Seríamos los periodistas o serían los lectores?

-No soy juez y esta entrevista no es un tribunal al aire libre, pero creo que la desesperación que hay para que todo se vuelva una empresa y para que todo genere rentabilidad ha hecho que se pierda de alguna manera la naturaleza de la misión original del periodismo, que es orientar a la gente.

-El periodista, en general, ¿se ha convertido en cómplice de ese anhelo por la rentabilidad?

-El promedio se ha convertido en un empleado mediocre, pero esto no es propio de los medios de comunicación, sino que es un mal contemporáneo que ha invadido tanto a los estudios de abogados como a las fábricas de detergentes. Manuel Vicent decía a principios de este siglo que ya no se puede decir del periodista que es ese tipo que escribe a toda velocidad sobre un tema que generalmente ignora.

-Usted también es docente. ¿Cree que los periodistas salimos bien formados de las facultades?

-Si eso fuera cierto, yo no tendría trabajo y sería la persona equivocada para esta entrevista… aunque sigo creyendo que lo soy.

-Sin embargo, en este escenario apocalíptico para el periodismo que has trazado, la crónica está teniendo un boom. ¿Cómo se explica esa paradoja?

-En realidad, el boom que hay es de congresos y talleres por todos los lados: es más publicitario. Pero sí, igual sigue siendo un boom, aunque casi todo suceda entre los amigos que hacemos crónicas y publicamos más o menos en los mismos diarios y revistas.

-Se están editando muchos libros de crónicas…

-Sí. Es cierto que se están vendiendo más libros de crónicas, en español por lo menos; en inglés siempre se han vendido. Pero hay algo más esencial que eso. Hace un tiempo Martín Caparrós decía que él se sentía un marginal llamándose a sí mismo cronista, porque la crónica era crítica, se oponía al oficialismo y era desdeñada incluso por los propios periodistas. Pero ahora él siente que la crónica ya no está al margen, sino que se está volviendo parte del centro y ya no de la periferia, que es vanagloriada y que dedicarse a ser cronista da cierto estatus. Desde sus implacables bigotes, Caparrós dice que algunos cronistas jóvenes están posando con cara de bronce.

-¿Por qué más libros vendidos? ¿Porque hay mala novela de ficción o porque se ha escrito buena crónica?

-Creo que es porque de cuando en cuando la gente se da cuenta de que el mundo es más asombroso de lo que creía.

-¿Y coincide el boom en Latinoamérica con una mejora objetiva en la calidad de las crónicas?

-No lo veo así. Publica más gente, sí, pero como dijo Martín Caparrós, la crónica se sigue escribiendo como hace 50 años lo hacía Rodolfo Walsh.

-En un plano muy personal, ¿tienes la sensación de que se está trivializando la crónica?

-No. Hay muchos cronistas triviales, pero la crónica no es trivial. Los periodistas y los medios y los editores son los que la trivializan, no la crónica.

-Cronistas como Caparrós han defendido que los detalles menos trascendentes se pueden alterar y hasta inventar para que un texto gane presencia.

-Para mí ese es un falso problema, es un asunto de conciencia de cada uno. Y la única forma de que a uno le preocupe tanto es si se siente parte de la estación de policía del periodismo. Una cosa es la ética y otra, la policía. En mi caso, yo escribo por amor propio. El proceso de percepción de la realidad ya, de por sí mismo, es un acto subjetivo. La subjetividad no es una elección, es una fatalidad. Si lo vemos en un sentido estricto…

-… todo el periodismo estaría bajo sospecha…

-No, por favor, no des la exclusiva a los periodistas: todo acto de percepción y de conocimiento del mundo estaría bajo sospecha. Es normal. El cerebro, los sentidos y la memoria pueden ser muy engañosos. Es inevitable. Iluminar una cosa supone ensombrecer otras. Timothy Garton Ash llama a esto poder literario de selección, ese ojo clínico que un reportero usa para seleccionar unos cuantos momentos que transmitan toda una vida, en lugar de todo aquello que, por falta de tiempo o de espacio, tendrá que omitir. El vigor y la autoridad de una historia periodística está en cómo administrar esa tensión natural entre lo que se sabe y lo que se ignora, entre lo que se cuenta y lo que se omite, y en cómo en última instancia un cronista selecciona y da lógica y sentido a esta información fragmentada y parcial para poder construir con ella una imagen colectiva de su época. El periodismo, por su naturaleza simplificadora y urgente, está condenado a desdramatizar la realidad, pero apostar por publicar una crónica, en lugar de una nota informativa o una entrevista, es solo un modo de intentar desdramatizarla menos. Un cronista ejerce con libertad ese poder literario de selección de un modo similar al de un fotógrafo que elige un determinado encuadre: como le es imposible relatar la historia en su totalidad, encuadra solo unos fragmentos que expresen lo que más conviene al propósito de su historia. El relato no es la realidad, pero la ética y sus lectores tácitos le exigen que no la traicione. Al optar por un determinado encuadre, por algunos fragmentos del acontecimiento que ha decidido narrar, el cronista deja otros afuera. El acto de descubrir supone inevitablemente el de encubrir. El peligro está en que lo que un cronista decide excluir de su historia contradiga o desautorice lo que ha elegido mostrar en ella. Entonces no solo no es la realidad, sino que es un fraude.

-Eso de inventar detalles se lo pregunto porque Etiqueta Negra es la única revista latinoamericana con verificadores de datos.

-Sí, pero el hecho de tener verificadores de datos, al estilo de las revistas de mayor tradición en Estados Unidos, no la vuelve infalible ni la convierte en más moral que otras. Trabajar con verificadores de datos nos ayuda a no volver a cometer los mismos errores que pueden acabar con reputaciones, a recordar con vergüenza nuestros cinismos y perezas, y, como bien dice Alma Guillermoprieto, a protegernos de nuestra propia ignorancia y de la posible ignorancia de los lectores.

-Pero como editor, ¿aceptaste la modificación de los detalles?

-No. Y si supiera que está ocurriendo, trataría de advertírselo al lector. Si eres editor de una revista, tus autores deben saber cuál es tu política editorial. Hay que conversarlo. Pero también se trata de un acto de fe y de confianza.

-¿Tampoco te tomas esas libertades al escribir?

-No. Por ahora, me gusta leer ficción, no escribirla.

-Hay como dos grupos de cronistas: los que hacen descansar sus textos en el reporteo exhaustivo y los que se apoyan más en su manejo del lenguaje.

-Eso es una forma gruesa de decirlo, porque, como decía Víctor Hurtado, aún hay más estilistas en las peluquerías que en la prensa escrita. Hay autores que en algún momento no han querido salir tanto a la calle a hacer un reporteo puerta por puerta y que se preocupan más por el ingenio y el lenguaje. Pero esos mismos autores, en otro momento, pueden preferir hacer un descomunal trabajo de campo y dedicar menos tiempo a trabajar el lenguaje o incluso creer que si lo trabajan en exceso van a oscurecer su exploración de la realidad. Lo que quiero decir es que no me parece muy justo dividir a los cronistas en intelectuales y obreros, con todos los malentendidos que ello supone. Sino que, de acuerdo con la exigencia propia o la de los editores de una publicación, un cronista elige experimentar más en el reporteo o en el lenguaje.

-Relatos que se hacen en horas y otros que requieren de meses reciben el mismo nombre: crónica.

-El tiempo de trabajo en un tema no es lo que determina el género. En algunos casos, el tiempo invertido puede determinar la calidad, pero no el género en sí. Si alguien cuenta una historia que tiene una intriga, un clímax y un final, y casi todo es verificable, eso ya una crónica. Aunque se haya reporteado y escrito en la misma tarde.

-Seguro que te ha pasado que cuando vas dos, tres o 10 veces a un mismo lugar a hablar con la misma gente, cada día percibes realidades distintas, opuestas a veces. Y si eso ocurre, ¿cómo fiarnos de la primera impresión que es el material de trabajo del cronista de un diario?

-Algo parecido me pasó en un perfil que hice al alcalde ciego de la ciudad de Cali. Lo visité dos veces, con seis meses entre el primer y el segundo encuentro, entrevisté a unas 50 personas y esa diversidad me permitió descubrir matices en el personaje, al punto que tuve que corregir varios detalles de mi primera versión y cambiar el sentido de mi percepción de algunas cosas que había observado seis meses atrás en él. Ser testigo del paso del tiempo y de cómo cambia la gente es el lujo de un cronista a diferencia del reportero de diario. Pero también soy un creyente en los aciertos de la intuición y de la experiencia, aunque eso depende más de tu ADN.

Una fuente se abre cuando tiene confianza con el periodista, algo que rara vez se logra con una visita.

-¿Tu pregunta tiene que ver con qué credibilidad tiene alguien que escribe crónicas de un día para otro?

-No, me refiero más a la fidelidad de su reporteo.

La confianza que un periodista puede lograr con una fuente el primer día es la misma que se puede tener en una primera cita con la que quisieras que fuera tu novia. La química de ambos puede hacer que sea un encuentro honesto, pero también puede ser una farsa.

Siguiendo tu metáfora, en una crónica de largo aliento el reporteo lograría la confianza del matrimonio.

Si el reporteo para una crónica de largo aliento fuera un matrimonio, sería igual a una tumba. Porque eso son a menudo los matrimonios, ¿no? Sería la tumba de la crónica, dicho desde el punto de vista de un cronista soltero.

por Roberto Valencia

Revista Sole


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