¿Cómo conociste a Pedro Lemebel?
– Yo intentaba escribir una novela, tenía escrita como cien páginas y se las pasé a un escritor colombiano, Ramón Illán Baca, y él me dijo: ‘mira, tienes que rearmar eso. Te voy a dar algo que leas’. Y ese algo fue Tengo miedo torero.
No lo conocías.
– No. No conocía a Pedro Lemebel, me fascinó, empecé a buscar cosas por internet, me encantó. Efraím Medina, un escritor colombiano, me dio su contacto, le escribí y comenzamos a comunicarnos. Era difícil llegar a él. Era una persona muy prevenida. Logré traspasar ese halo de prevención y nos hicimos amigos.
¿Le mostraste lo que estabas escribiendo?
– Sí. Pedro comienza a leer mis cosas y me dice ‘tienes que hacer algo con esto’. Fue un empujón, un consejo que en ese momento necesitaba para seguir escribiendo. Me dio el impulso. Si hasta prologó mi primer libro de relatos, Locas de felicidad.
Después siguieron en contacto…
– Aquí en Barranquillas se hace un evento que es el Carnaval de las Artes que trae a creadores de todo el mundo. Yo había hecho un artículo para un periódico local, un perfil de Pedro y luego una entrevista. Un día me llama el director de la fundación y me dice que invitemos a Pedro Lemebel a Barranquilla en 2008 para entrevistarlo en vivo. Y lo convencí, lo traje a Barranquilla, lo entrevistamos en un teatro lleno.
Por ahí contabas que Pedro te pidió un regalo…
– Le regalé unos tacones dorados y le conseguimos un muchachito moreno cuando pasó por Barranquilla. El a mi madre le dejó un abanico de encajes blancos que usó para una foto de la entrevista en la revista Gatopardo.
Según se sabe a Pedro Lemebel no le gustó esa entrevista. ¿Te contó a ti por qué?
– Digamos que nos la gozamos, bebimos Havana Club, fue muy relajado, pero la entrevista apareció en un libro que recogía las memorias de ese evento y la trascripción fue algo incorrecta, asunto que le molestó mucho. Desde el título no le gustó, que lo llamara hombre con tanta insistencia y ese énfasis en la palabra ‘resentimiento’. Si hasta le mandó correos al periodista diciéndole cosas.
¿Qué te gusta de su crónica?
– Tiene algo de Lezama Lima, de Perlongher, tiene visos de esas generaciones tan disímiles y a la vez su escritura llega a la gente, narra de una forma, tiene un español que lo transfigura, el slang chileno que es muy complicado, a veces intraducible. Ese lenguaje de la subcultura gay que más lo marca aún. Es la influencia más cercana que tuve al momento de escribir Locas de felicidad, al punto de que él mismo lo prologó.
¿Qué otros escritores te influenciaron?
– Truman Capote, Tennessee Williams, Reinaldo Arenas, Manuel Puig, toda esa gente me influenció. Te diría sin vaselina. Capote es un arquitecto del lenguaje, cada palabra está puesta en su sitio y logra crear ambientes casi perfectos.
DE BARRANQUILLA A BOGOTÁ
Oriundo de Barranquilla, al norte de Colombia, John Better fue ayudante de peluquero y varios otros oficios antes de partir a Bogotá. Su primera incursión literaria fue un libro de poesía: China White, publicada en 2006 por una editora mexicana.
“Antes había escrito una serie de poemas que se llaman ‘Los cantos oscuros’, haciendo desde el punto de vista que ahora me encuentro los veo como un ejercicio de iniciado. Con mi primera novela conseguí un libro más adulto, una mirada más autocrítica con el proceso de escritura, un compromiso más con el lenguaje”-cuenta.
¿Cómo partiste escribiendo?
– Empecé escribiendo poesía, que es lo primero que hice. Comencé a leer los libros del bachillerato, encontré en la poesía algo… lo encontré, igual cuando encuentras algo, lo puedes patear o recoger. Era algo valiosos, así comencé a leer y leer y leer. A medida que leía escribía mucho. Tenía 15 años.
¿Cómo era tu vida en aquel momento?
– Vivía en la parte sur de Barranquilla, Ciudadela 20 de julio, un barrio popular de mucha algarabía, de fiesta, una ciudad muy alegre, siempre con ruido. Música, gente…. aunque yo no era tan costeño, sino que un poco más introspectivo.
¿Cómo llegaste a Bogotá?
– Llegué en bus, ja ja ja… Fui en busca de un escritor para quien yo trabajaría supuestamente y terminó siendo un hombre despiadado, cruel y vil que me engañó y me dejó solo tirado en una ciudad tan grande. Era la primera vez en Bogotá, no tenía un peso, ¿qué hago? ¿dónde voy? No me di por vencido. Compré el periódico y vi un aviso clasificado de una casa de masajes sexuales de chicos. Quise ir a ver que pasaba y entré en ese mundo.
¿Fue muy difícil?
– Tenía una predisposición a eso, me valía una verga acostarme con tipos que ni conozco. Y más si es por dinero, pero como no tenía dinero lo hice y me sirvió bastante para iniciarme a escribir.
Un buen material para la escritura…
– Obviamente. Tomaba apuntes, quería como sacarme la rabia.
¿Recuerdas aún algún chico que conociste ahí?
– Hay un chico que se llamaba Felipe, que era paisa, rubio, hermoso, era un chico hermoso. Vestía con ropa costosísima y tenía una deformidad en una mano que siempre trataba de ocultar con chaquetas largas. Eso para mí lo hacía perfecto. Hicimos una amistad preciosa. Era un chico con mucho dinero, no tenía necesidad de trabajar en un sitio como ese y lo hacía porque le gustaba. El era un personaje muy lindo
¿qué habrá pasado con él?
– No sé, yo me fui. No supe más de nadie. Y como todos teníamos otros nombres, nadie sabia los nombres reales. No podría buscarlos hoy en facebook. Aparte de que teníamos nombres, no apellido: Ángelo, Sergio, Felipe, Alejandro que era yo.
La experiencia de John Better en Bogotá en 2004 cuajó en su primer libro. El barrio Santa Fe, la bohemia que no para en Chapinero o los saunas para mayores, el eclipse de una travesti sesentona que sufre porque la Miss Colombia no consiguió el título de Miss Universo o el tener que pasar dos días en la calle sin tener donde dormir, durmiendo en el parque son el centro son el ambiente de sus historias
Te acomoda hablar de tu trabajo como literatura gay
Las etiquetas a veces son… son… yo hago literatura. El lector que se siente cómodo colocándole una etiqueta a lo que leen, no hay problema. Hay escritores que se ofenden. Escribo sobre varios temas: asesinatos sin resolver, personajes de la ciudad que están por ahí perdidos, el que vende ropa americana en el centro. Eso me gusta de Lemebel, su crónica urbana.
Mauricio Becerra Rebolledo
@kalidoscop
El Ciudadano
LEA ADEMÁS: La partida de Pedro Lemebel en los diarios del mundo
La crónica recomendada por Pedro Lemebel: Matan a una marica