Nominado al premio Altazor en el 2005 y 2011, es el primer fotógrafo (bajo el régimen pinochetista) que capturó el hallazgo de los cuerpos de detenidos desaparecidos en los hornos de Lonquén.
TIEMPOS DE CÓLERA
Luis Navarro, uno de los fotógrafos protagonistas de la dictadura, es oriundo de Antofagasta, estudió arte, pero cuando por primera vez llegó a sus manos nunca más su cámara soltó y entonces dejó la pintura. Más tarde se fue a Santiago, para comenzar a trabajar en la Vicaría de la Solidaridad, y en los 80’s fue uno de los fundadores de la AFI, Asociación de Fotógrafos Independientes, una agrupación que iba en ayuda de los fotógrafos que trabajaban en las calles durante el régimen dictatorial.
–Chile es fome, Chile es muy fome fotográficamente, como ya viví mucha adrenalina en esos años me puse exigente, es más bien la necesidad de adrenalina que uno siente cuando te motiva un evento fotográfico y no sólo el hecho de que haya sangre de por medio-. Dice Luis, mientras aspira mesuradamente la bocanada de su cigarrillo.
-Luego de las vivencias que implicó tu trabajo en aquellos 17 años de dictadura, fotografiando cadáveres y gente sufriendo. ¿Cuál es la perspectiva que hoy tienes de la vida?
-Eso te marca para siempre, no hay vuelta que darle, yo soy un sobreviviente, estoy viviendo de yapa.
-¿Qué fue lo que te llevó a dejar Antofagasta?
-Me fui de Antofagasta en el 76′, arrancando de que me pudieran detener. Habíamos organizado una ayuda solidaria a las familias de los detenidos, a las mujeres y los niños que quedaban solos. Me detectaron y por esa razón me podrían haber tirado 10 años. Un día martes me dijeron que ya me estaban buscando, y el jueves iba viajando a Santiago. Por unos amigos llegué a la Vicaría, allí comencé dibujando afiches para los consultorios, y después comencé a trabajar en la identificación de los detenidos desaparecidos… llegaba la mamá con la fotito de su hijo y se la rescataba. Evidentemente fue un trabajo jurídico.
-¿Imaginas una vida tras las rejas?
-Yo sin libertad me muero, para mí la libertad es el bien más preciado que hay, por eso pelié tanto contra la dictadura, ser detenido sin ser yo un delincuente habría sido una injusticia, y con las experiencias que he vivido soy incapaz de hacerle daño a alguien.
-Antes de comenzar a trabajar en la identificación de los desaparecidos. ¿No te planteaste el estar aventurándote en algo que indiscutiblemente te traería consecuencias?
-Son decisiones que tomé, que peligrosamente tomé, pero era tanta y tan terrible la injusticia que por muy fuerte, era una realidad que me impactaba emocionalmente, era la gente a la que estaban matando y torturando, por ende había que apechugar.
-Como uno de los protagonistas en la película de Sebastián Moreno “La Ciudad de los Fotógrafos” hablaste de tu padre, de la reacción que tuvo al enterarse de lo que habías vivido estando tú detenido. ¿Qué fue lo que le contaste, que hizo posible aquel conocido retrato?
-Esa es la parte más dura, todo lo que es la tortura… que te amenacen con matarte o con matar a tus hijos, cosas así, lo que siempre hacían.
-A los pocos meses de conseguir tu libertad se da impulso a la creación de la AFI. Específicamente, ¿de qué manera la AFI los protegía?
-Principalmente cuidando la integridad física.
-Si bien debió haber sido inevitable sentir temor en medio del caos que se producía en aquellos años, ¿cuál era tu forma de canalizar esos miedos?
-Aparte de hacerlo a través de la misma fotografía, existía mucha solidaridad entre la gente y sobre todo entre los colegas, eso ayudaba mucho.
-¿Qué sucedió después, seguiste en lo mismo o cambiaste el rumbo?
-Tuve que renunciar porque mi hijo estaba amenazado. Estuve por años trabajando en publicidad con un amigo, en revistas institucionales y publicaciones eclesiásticas para distintas congregaciones. Después viene de nuevo la etapa del periodismo en donde entro al diario La Época, termino mi carrera periodística siendo editor en el Fortín Mapocho y ahí no quise saber más de periodismo, me aburrí, me cansé. Trabajé unos años solo y después me llamaron del Centro Cultural Estación Mapocho, donde sigo actualmente. Lo demás son viajes varios, viví en París un año, en Brasil, Uruguay, Argentina, Perú, Colombia…
SU ESCENCIA
Lo dominan las emociones cada vez que habla de sus dolores, de su trabajo en tiempos de cólera, las torturas que sufrió y sus problemas a la espalda. Cicatrices de una dictadura que aún lo aquejan.
-A veces existe un grado de morbosidad en la gente cuando se enteran de lo que hice en la época de los derechos humanos; de las ejecuciones, generalmente se centran en ese tema y eso me termina cansando. Soy un hombre que tiene un carácter de puta madre, soy muy mal genio cuando me pisan los callos, si no me los pisan ni un problema.
-Hace un tiempo hiciste un receso en tu carrera producto de una dolencia a los ojos, dejando de lado tus trabajos como autor y dedicándote a como tú dices “Hacer fotos sólo para comer”. ¿Te sientes arrepentido de haber prolongado ese receso quizás por más tiempo del que era necesario?
-Hubo un periodo antes de mi operación a los ojos en que estaba viendo pésimo, estaba muy mal anímicamente, no hacía nada para el espíritu y eso me llevó a estar casi un año parado, el gran error. No me arrepiento, me sirvió para comprar una casa, pero no me llenaba, todo fue por mi familia. Ahora quiero darle prioridad a lo que es mío, pretendo terminar el “Pintar con Luz”, seguir con los gitanos (porque en ellos sigo una historia), y el circo (que me apasiona).
-¿Cuál es la percepción que hoy tienes de la fotografía en Chile?
-Con estas técnicas digitales la fotografía es un desastre, hay un montón de gente que quedó marginada, que ya colgó la cámara, unos que están haciendo muebles, otros taxiando. Es una decepción salvaje.
Afuera llega un coleccionista y dice: -Oye me gustó esta foto, ¿cuánto vale?-. En Chile dicen: -Oye, que bonita tu exposición- . Y antes de decirles el precio ya te están pidiendo una rebaja. Aquí la gente sólo compra arte en las galerías del barrio alto, pueden ser un bodrio, pero ¡ah!, están de moda.
LA POTENCIA DE LA MEMORIA
-En co–autoría con Gonzalo Leiva, Navarro realiza La Potencia de la Memoria, un recorrido por su historia y sus trabajos más importantes.
-Trato de demostrar aquí, que he abarcado casi todo el arco iris de la fotografía, desde las tomas periodísticas hasta la publicidad, y que siempre quise ser el fotógrafo de la belleza, pero me tocó ser el fotógrafo de los muertos. Aquí te encuentras con fotos de las manifestaciones de aquel tiempo, hechos relevantes como “Lonquén”, las huelgas de hambre, los desaparecidos; una cosa realmente muy fuerte.
Después viene un trabajo en el cual me especialicé durante años, el teatro. A diferencia de los demás mi teatro es actuado, no hay ni una sola foto posada, y eso es 10 veces más difícil. Ir al teatro es como ir a un zafari, ir a cazar fotos y eso me encanta. Aquí están casi todas las obras más emblemáticas: Viaje al centro de la Tierra, Gemelos, La negra Esther, en fin.
Encandilado con las luces de los escenarios teatrales y a la vez cautivado por la historia que sigue en los gitanos, cuenta que cada vez que va en busca del retrato de dichas polleras, no deja de admirar lo fieles que son a su cultura, de sentirse un gitano más y hasta de hablar junto a ellos algo de romané. Sobre “Pintar con luz”, su último trabajo autoral, señala:
–Es el trabajo que siempre quise hacer (con una cámara análoga). Este es un trabajo más autoral, pero he incursionado en todos los estilos, a mí me gusta rescatar una escena que no tenga ni una importancia, no me gustan las fotos espectaculares. Del tiempo de la dictadura tengo montones de fotos de represión, de dolor, de palos, de guanacos, pero en este libro no hay ni una, voy más bien por la expresión corporal, o la mirada de la gente frente a hechos concretos que yo pueda rescatar.
Por Camila Gómez San Martín