La literatura chilena ha sido siempre una plaza estática, que permite la entrada a un selecto grupo con invitación y vínculos. A veces se cuelan autores salvajes que muestran otra cara de la sociedad o se queman en cada línea. A Luis Rivano, conocido como el “Paco” Rivano, esta invitación le llegó recién el año pasado. Una transnacional editó su narrativa completa, lo que se suma a una edición anterior de su dramaturgia.
Hoy en cada mall se podría encontrar sus gruesos libros. Pero caminando por ferias de libro usado unas ediciones más baratas en su producción cuentan otro relato. Cuentan que el “Paco” Rivano autoeditaba sus libros desde los 60, los premios que le negaron, hasta cómo vendía cuadernillos artesanales de oficina en oficina. Una historia que parte desde la autoedición y finaliza en la canonización de un autor, que en los balances del año pasado apareció repetidamente.
-¿Podría describirme la sensación que tuvo cuando le pidieron cambiar fragmentos de Este no es el paraíso, su primera novela, para publicarlo en editorial Zig-Zag, por un premio obtenido en un concurso literario?
-Bueno, primero era muy joven, y la gente joven es muy soberbia. En vez de pensar cinco minutos o contar hasta 8 qué era lo que estaban pidiendo, qué era lo que se podía hacer, llegué y dije: rotundamente no. El libro está hecho así, y así queda. Ahora con los años y la vejez uno piensa si fue buena decisión o no, eso después lo va a decir mi propia historia.
-¿Y usted qué piensa ahora, que fue buena o mala?
-Yo creo que fue buena, porque me obligó a tomar primero el camino de la autoedición, si yo hacía algo, yo tenía que hacerlo y yo tenía que financiarlo; si tenía que financiarlo, tenía que tener la plata necesaria; si quería tener la plata necesaria, tenía que buscar una forma de hacerlo, una forma de apoyarme, y eso me llevó a tener mi librería, editar mis propios libros. Incluso ahora último muchas de las obras de teatro tenía que financiarlas yo mismo, así que en ese contexto creo que fue una buena decisión.
-¿Y cuándo lo dieron de baja de Carabineros por esa novela fue sorpresivo o algo que esperaba?
-Fue sorpresivo, porque realmente el libro no lo hice ni con el ánimo de ofender, ni de molestar: fue un relato absolutamente realista. Entonces cuando te enfrentas con la realidad siempre hay cosas que no te gustan, y por supuesto a la jefatura del momento hubo cosas que no le gustaron.
-¿Podría contarnos de su formación lectora?
-Las lecturas no me influenciaron mucho, pero leía bastante, leía todo tipo de papel impreso que me llegaba. Era muy malo para estudiar, pero era muy bueno para leer, para la ensoñación. Me gustaban mucho los libros de historia, las biografías, todo tipo de libros.
-¿Cómo surgió el ritmo tan increíble de sus narraciones?
-Lo que pasa es que parece ser una cosa absolutamente instintiva. Las lecturas, el cine, el teatro, todo lo que uno va viendo, lo va bombardeando con códigos y señales que se quedan en uno, entonces cuando uno quiere representar algo todas esas cosas que han quedado codificadas brotan; yo creo que es eso: intuición y mucha lectura y mucha observación de todo.
-¿Cuál cree usted que es el papel del argot en su obra?
-Yo considero que uno tiene que ser absolutamente naturalista en la manera de enfrentar la vida, o sea, el retrato que yo hago ya sea en mi teatro o en mis novelas o en mis cuentos es naturalista. La concepción es realista, entonces hay una mezcla entre esas dos cosas, porque en el teatro el naturalismo puede matar una obra, pero la puesta tiene que ser naturalista, el lenguaje tiene que ser naturalista.
-Se ha vinculado ciertos textos suyos con la literatura homosexual. ¿Usted consideró esa relación?
-No, lo que pasa es que yo cuando estoy retratando cualquier tipo de vida, cualquier tipo de situación, yo siempre doy un acercamiento compasivo de las cosas, entonces en vez de enfrentar algunas situaciones de manera violenta o brusca, yo trato de ir viendo qué es lo que hay de compasión. Mucha gente dice lo que usted me dice, pero no, lo que es, es, y lo que no es, no es nomás.
-¿Aprecia la influencia que ha tenido en las nuevas generaciones su escritura?
-No creo que exista eso. Alguno seguramente por choreza, o por decir algo, pero no creo. La influencia de los jóvenes está muy lejos, en Estados Unidos, en San Francisco, en California.
-Pero existe
-Eso se va a ver después, no creo todavía.
-¿Conoce autores jóvenes? ¿Le interesan?
-Francamente, leo muy poco ahora. El oficio de librero es como el herrero con cuchillo de palo, es lo mismo. Es tal la cantidad de libros que me llegan todos los días, por compras, remates, que sé yo, toda cosa. Estoy hojeando libros todos los días, siempre quedándome con uno y con otro, con que lo voy a terminar y después me llega otro: es un remolino. En este momento debo tener unos ocho libros empezados en mi escritorio.
AUTOEDICIÓN
-¿Qué recuerda de la experiencia de la autoedición artesanal de cuentos?
-Cada cosa que yo he hecho siempre empezó como una prueba, como un ensayo. Escribí esos cuentos en unos folletitos: La mujer del auto celeste, El informe, La trampa, El menú de Orestes, y después en El rucio de los cuchillos los compilé. Fue una experiencia bien bonita porque el arte de la edición me gustó siempre, entonces tenía amigos que me ilustraban los cuentos y los vendía. Eran unas cositas con ocho páginas, con papel que se llamaba en esa época papel imprenta, un papel muy ordinario, muy barato.
-¿Cómo era la respuesta económica?
-Horrible. Por lástima de repente me compraban uno. El negocio estaba en que yo estaba aprendiendo a escribir cuentos, aprendiendo a distribuir, aprendiendo el trabajo de la imprenta, ver cómo funcionaba una linotipia, todo, todo era un enriquecimiento propio.
-¿Por qué abandonó esa práctica?
-Fue todo junto. Justo cuando apareció el boom, en las vitrinas de las librerías sólo había espacio para los libros que se vendían en cantidades, entonces para qué ocupar el espacio en la vitrina con un autor chileno autoeditado si se podía colocar un libro de García Márquez o Carlos Fuentes que se vendía más rápido. Entonces me di cuenta que un autor que no tenía editorial… y tenía que ganarme la vida, dedicarme a la librería, y dejé de lado eso. Y lo dejé de lado hasta que alguien me empujó al teatro, y seguí con el teatro.
-¿Qué piensa al ver los libros que compilan su obra?
-El de RIL era esperable, el teatro mío es un teatro que se pide bastante. Por ejemplo, en todas las escuelas de teatro, cuando se hace teatro realista, casi siempre es una obra mía. Entonces había una necesidad que el teatro mío estuviera en librerías. Era más o menos lógico.
Ahora, cuando la persona encargada de Alfaguara me dice que quería editar mi narrativa completa, yo pensé que me estaban tomando el pelo. Entonces después de muchas conversaciones entregué todos los originales y empezó a rodar el proyecto. Hasta que no vi la portada todavía no creía que podía ser cierto.
-¿Cómo ve usted el contexto editorial en relación al que usted vivió? Usted y sus contemporáneos se autoeditaban y vendían tiradas y tiradas.
-Cambió. En las librerías, vamos a nombrar algunas: Zamorano y Caperan, Cultura, que ya no existe, Andrés Bello, Librería Universitaria, un escritor autoeditado iba y le recibían sus libros. A veces se lo compraban, otra vez se lo dejaban a consignación, pero todos los autores teníamos la posibilidad de entregar nuestras cosas a los libreros. Después con la cosa tributaria, como escritor, tenían que hacer iniciación de actividades, tenían que tener contabilidad, tenían que tener facturas, entonces era muy engorroso sobre todo para los escritores jóvenes. Todo se transformó en una especia de despelote, entonces eso junto con las librerías que cambiaron su visión comercial, fue haciendo que para el autor autoeditado fuera cada vez más difícil.
-¿Continuó o continúa escribiendo prosa?
-Estoy escribiendo. Estoy jugando con una novela.
LA POLÍTICA
-En Internet, al escribir en cualquier buscador su nombre, se lo asocia a una visión política de derecha. ¿Usted cree que eso retrasó su reconocimiento?
-Yo tengo una posición que es muy revuelta, muy anárquica. Entonces la gente que se maneja con imágenes anda buscando por qué lado lo etiqueta a uno. Yo podría decir que en muchas cosas mi literatura dado el ambiente que trata, que describe la injusticia, la injusticia social, cualquiera podría decir que es una persona de izquierda.
Ahora yo voto por los candidatos de derecha, porque tengo una cosa que es muy clara, yo sé que la igualdad no se da, y que la igualdad no la busca nadie. Y que en los ambientes que yo retrato, incluso en la gente que está más bajo en el escalón socioeconómico, igual se hacen diferencias, y el pelusón que es pelusón siempre va a encontrar otro que es más pelusón que él, y lo va a discriminar, es una cosa que se ve todos los días.
A mí no me cabe esa cosa de votar por mis iguales. Eso a mí no me perturba. Por otro lado, del punto de vista económico, si el capitalismo no es una cosa perfecta, le da de comer mucho mejor a la gente que una economía socialista. Hasta tal punto que el único país inteligente que hay ahora son los chinos, que tienen una política absolutamente socialista y una política económica absolutamente liberal, y cuando la gente reclama los encierran en la plaza y matan 7 mil huevones de un viaje. Y yo, como dramaturgo, como escritor, me manejo con esas lógicas; a mí me dicen que viene la Revolución Cubana porque Cuba era el prostíbulo de Norteamérica y gritan y gritan, y han pasado 50 años y ahora es el prostíbulo de los españoles. A lo mejor con Batista ganaban más. Entonces todas esas cosas ideológicas enfrentadas con la realidad se les acaba el muro. Esa es mi concepción, y por eso la gente dice que es facho, que es momio. No.
-Pero eso retrasó su reconocimiento.
-Sí, pero no me importa porque el problema es de ellos. Imagínate, qué le hace a Ezra Pound, qué le hace a Borges que no le hayan dado el Nobel por recibir una condecoración del gobierno militar, ¿quién hizo el rídiculo? Porque siempre hay que juzgar la obra. A mí siempre que me dicen de política yo les digo: ¿viste El rucio de los cuchillos? ¿viste Por sospecha? ¿has visto una obra mía? Todo lo que te pueda decir está en la obra.
-En la calle no se aspira a la igualdad.
-Es como el Rucio, un pobre gallo que viene saliendo de la cárcel, el otro es un peliento que vive de una mujer: un cafiche. Y el otro que dice que te metís con este pelusón, o sea un ordenamiento social económico clarísimo, y se ve en la cárcel, y tú vez un piño de presos y se hacen los grupos, la discriminación, las peleas y los abusos, porque es parte del ordenamiento natural. No hay nada más terrible y nada más injusto porque es la ley de la selva. Entonces a qué voy yo cuando escribo mis obras, voy a cómo hacer un poquito más amable una convivencia, que no puede ser de otra manera. Eso es todo.
Recuadro
LOS COMPAÑEROS
-Se le ha dado un ánimo generacional a su obra, la de Méndez Carrasco y la de Gómez Morel, ¿siente usted esa vinculación? ¿la hubo, a nivel personal?
-Por supuesto, nos conocíamos. Yo con Armando Méndez Carrasco éramos amigos y fuimos hasta socios en un intento de librería que quisimos colocar en San Diego, que no resultó porque nos dedicábamos a conversar y a tomar café. Con Gómez Morel también, una semana antes que muriera estuvo en mi librería. Así Lucho Cornejo también, todos nos conocimos, lo más importante es que jamás rivalizamos en nada, nunca.
-La crítica, después de la publicación de Alfaguara, lo separó de los autores enunciados, ¿usted lo siente así?
-Lo único que nos acercaba eran dos cosas: los ambientes retratados y la falta de respeto con la gramática. Nada más.
Por Cristóbal Gaete
Grado Cero Nº1, primera quincena marzo 2011
El Ciudadano Nº97