En entrevista con El Ciudadano, la doctora en Sociología de la Universidad París VIII e investigadora y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, María Emilia Tijoux, analiza los procesos recientes de inmigración en nuestro país.
¿Cómo ha observado el proceso migratorio en Chile, primero con los peruanos y luego con otras comunidades: resistido, bien recibido?
El proceso migratorio ha sido de las últimas décadas, ha sido bien complejo, porque es muy distinto a lo que fueron las migraciones siglo XIX, donde los que llegaron fueron inmigrantes europeos, en un contexto de desarrollo blanco y por lo tanto arrimados a la imagen que siempre se quiere lograr. En los años ’90 comenzó con los argentinos en realidad primero, y luego fueron los peruanos, ecuatorianos, bolivianos, en un proceso siempre de mucha desconfianza por parte de la sociedad chilena, que no está habituada a inmigraciones de grandes flujos, tampoco son tantos, y siempre fue por pedazos pequeños, porque estaban los sirios, hubo palestinos, llegaron también asiáticos y, en general, todos ellos lo pasaron muy mal, independientemente que después se hayan insertado, no sé si integrado completamente, porque la idea del turco o del chino –dos ideas bajo las cuales se enfocan un montón de nacionalidades– permaneció.
¿Y por qué lo pasaron mal?
Por esta desconfianza con la que la sociedad chilena mira al recién llegado tiene que ver con una cuestión de clases fundamentalmente. Y se supone que quien llega de afuera no solamente tiene que traer un cuerpo blanco, una figura alta y deseada, sino que también dinero. Los que llegan como inversionistas no provocan ninguna sospecha, aunque vengan a estafar, y por eso también se cae en las redes muchas veces de estos negociados y estafas. Obviamente que el estafador chileno se ve menos, sobretodo si tiene buena pinta. Pero en el caso de los inmigrantes de América Latina, el Caribe, América central, las cosas han sido muy difíciles. Para los peruanos en una primera instancia fue muy duro, su condición de pobreza, de indígenas, de refugiados –porque llegó gente bajo el régimen de Fujimori- o expulsados por el gobierno. Por lo tanto fue una condición colocada bajo la lupa del peligro, la sospecha, el robo.
¿Pero uno podría hablar de desconfianza o de discriminación abiertamente?
Yo creo que así empezó. Bueno, para mí eso se llama racismo. Creo que ya basta de palabras suaves. En Chile tenemos esa mala costumbre de hablar suavemente de las cosas por no decirlas como son. Ese doble estándar tan, tan nacional, que también está armado desde el siglo XIX. Pero, claro, llegan peruanos, llegan ecuatorianos también, bolivianos, uno que otro venezolano, cubano, pero ellos no aparecen como provocando problemas, en realidad. Y en un primer momento los peruanos son muy maltratados, pero luego tienen también una suerte de inserción, sobretodo en los servicios laborales, extremadamente precarios: servicio doméstico, jardinería, cocina, construcción. En un proceso complicado. Y ya por el siglo XXI comienzan a llegar los inmigrantes que más los chilenos humillan o detestan o violentan, de distintos modos. Estamos hablando de inmigrantes negros. Ecuatorianos, colombianos, dominicanos y haitianos.
EL CUERPO NEGRO
¿Usted diría que más que contra el peruano y el boliviano?
Yo diría que el racismo es generalizado, pero el cuerpo negro en Chile trae consigo los resabios de la colonia, trae consigo de nuevo ese lugar terrible de la esclavitud, que es mundial, no es solamente chileno. Pero Chile es un lugar donde supuestamente o se había “olvidado” o ya no se hablaba, porque además hay toda una historiografía que señala que la esclavitud no fue importante o la gente se fue; no aparece como un lugar histórico potente en Chile. Sin embargo, existió: hay afrodescendientes en Chile, tenemos un porcentaje de sangre negra en nuestras venas, sin embargo, el que lleguen ahora inmigrantes pobres, algunos extremadamente pobres, que curiosamente establecen la paradoja de que vienen de países donde el chileno va mayoritariamente de vacaciones, a buscar también por parte de los chilenos esta suerte de exotización y también erotización, mucha sexualización. Además, llegan muchas mujeres, que ni siquiera son aceptadas para el servicio doméstico.
¿Por qué?
Porque lo que traen consigo es un problema mayor: traen un cuerpo, de determinadas formas y un cuerpo de un color que se hace insoportable para la sociedad chilena en general. El racismo está en nuestras venas, en todas, en las suyas, en las mías, y de norte a sur. Por lo tanto, estas chicas que llegan a buscar trabajo en lo que sea, se ven condenadas muchas veces a ejercer comercio sexual porque es el lugar que la sociedad chilena le tiene de cierto modo asignado, de antemano. No es que ellas lleguen a hacer eso, sino que en la mayoría de los casos no les queda otra, porque es allí donde los chilenos y chilenas las ven. Y ocurre algo parecido con los hombres, que también son cuerpos deseados: hay vedettos, hay protagonistas de los martes femeninos, de las despedidas de solteras, en donde lo que se pide –como mercancía- es el cuerpo negro o el cuerpo mulato.
¿Estas son formas más sutiles de discriminación, porque se les vería de forma “positiva”?
Es que no es positiva, es violentamente negativa porque se les cosifica, se les convierte en objetos. Son objetos para el goce. Es decir, un objeto usted lo puede usar y después desechar, descuartizar o lo puede aniquilar. Por eso ha habido crímenes contra las inmigrantes de la cuales ni siquiera se ha sabido, brutales. Por ejemplo, en Punta Arenas. Brutales, por ejemplo en el norte. El problema es preguntarse por la sociedad chilena, porque el racismo involucra una relación social y todo se coloca en el lugar de estos cuerpos, ya sean negros o indígenas y pobres, serían como receptáculos de la responsabilidad que tendrían por lo que sucede, y se olvida que hay una población chilena que está actuando de manera racista y el racismo es una realidad nacional.
{destacado-1}¿Es transversal?
Es transversal, es nacional. Es decir, el concepto de discriminación o maltrato o no sé qué ya no sirve, esto se llama racismo. Además, hay distintos tipos de racismo, pero un racismo incluso biologicista, que supone que hay razas inferiores y superiores, y que por eso que las inferiores tienen que trabajar en nichos laborales de servicios, precarios, y del sexo. Pero lo interesante es que esos mercados alguien los usa, ¿y quiénes los usan?, chilenos y chilenas de todas las clases sociales. Entonces, una música como el reggaeton, que atraviesa toda nuestra sociedad –porque no me vengan a decir que solamente las clases pobres perrean, porque perrean todos y eso es sexualización-, y quienes hacen esos movimientos intentando imitar la flexibilidad del cuerpo negro son chilenos y chilenas. Entonces pienso que la inmigración hace ya bastante tiempo ya no es el problema, porque en Chile cuando se habla de la inmigración no se habla en general, sino que de solo seis naciones: Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, República Dominicana y Haití. No ocurre lo mismo con españoles, venezolanos, argentinos…
De hecho los argentinos están en segundo lugar de inmigrantes…
Uruguayos, norteamericanos hay muchos, españoles hay muchos, pero a ellos se les considera extranjeros y en una extranjeridad bienvenida, independientemente que de repente por ahí no se les trate muy bien, pero no están en este imaginario colectivo de estas seis nacionalidades, que son las seis condenadas por su origen, su pobreza, su género, su nacionalidad y su clase social. Por lo tanto, inmigración en Chile, para mí es igual a racismo, porque cuando se habla de inmigrante inmediatamente en la cabeza de un chileno o chilena lo que surgen son estas nacionalidades, no las suecas… Si uno va al departamento de extranjería hay filas de inmigrantes, pero de repente uno encuentra a muchos colombianos, suecos, irlandeses, norteamericanos, en la misma fila, porque son inmigrantes como los demás, en términos jurídicos.
Y uno podría vincular también este racismo a estas determinadas comunidades con lo que ocurre con los mapuche…
Por supuesto. Lo que pasa es que cuando se trata de entrevistar a un chileno, y que haga una comparación entre un colombiano de Buenaventura y un mapuche, va a decir que el mapuche es chileno; va a operar una suerte de estratificación del racismo al interior de todos estos cuerpos, por decirlo de algún modo. Y obviamente el racismo contra los mapuches en Chile es mucho más antiguo. Pero también resulta que he hablado con mapuches que han sido objeto de racismo y que son racistas contra los inmigrantes. Como he hablado con afrodescendientes en el norte que son racistas contra las colombianas, a las cuales no se quieren parecer. Es decir, lo que opera es un sentimiento de eterna separación, de eterna división, y que es muy propia además de la sociedad chilena.
{destacado-2}¿Y en qué se nota más cotidianamente el racismo?
Yo invito a quienes se mueven por esta ciudad de manera normal, en Transantiago, en Metro y en colectivo, a observar lo que ocurre al interior. O sea, en primer lugar es un escenario para ver cómo operan las miradas, los gestos, lo que no se dice. El lenguaje corporal contra ellos y ellas, y luego viene ya la violencia verbal, los insultos, y después la violencia física, los golpes. O sea, nosotros hemos visto golpes, escupitajos y orinar sobre la gente. Sin contar acá los crímenes, los golpes y lesiones graves. Así opera en la vida cotidiana. Ahora, opera en las instituciones, porque se les hace esperar más tiempo o se les recibe mal o se les pide que regresen a su país, tanto por parte de funcionarios o funcionarias no avisadas, como por parte del público que está en la sala de espera. Se advierte también muchas veces el maltrato a los niños en las distintas escuelas que tienen un alto porcentaje de alumnos inmigrantes. En la vida cotidiana el racismo opera, yo diría el racismo cotidiano, como una acción naturalizada. Si alguien insulta a un negro en la calle a todo el mundo le parece normal. Si ocurre lo contrario, entonces son peligrosos y delincuentes y hay que echarlos del país.
“MIENTRAS MÁS COSMOPOLITA SEA UN PAÍS, MÁS SE POTENCIA SU INTELIGENCIA”
¿Cuáles son los beneficios de la inmigración en todos los ámbitos?
Muchos. A mí me parece que es interesante seguir pensando en tejer una relación social. Y el hecho de que lleguen comunidades de otros países, en primer lugar, nos plantea un recuerdo creciente: más de un millón de chilenos viven en el extranjero. Y más de un millón de chilenos está repartido por todo el mundo, ejerciendo profesiones, estudiando, en todas las labores que nos podamos imaginar. Desde la venta de sopaipillas o mote con huesillo, completos, hasta los altos niveles científicos o políticos. Por lo tanto, hemos sido un país de emigrantes, antes que de inmigrantes. Lo segundo es que mientras más cosmopolita sea un país, más se potencia su inteligencia porque todas las culturas y todas las historias traen consigo aquello que han forjado tanto desde el punto de vista intelectual como desde el individual. Sin olvidar que América Latina, América Central, las Antillas hacen parte de un solo y gran lugar que fue conquistado, diezmado y esquilmado desde que llegaron los españoles, los portugueses y los franceses a nuestro continente. El que la gente llegue hoy, no solamente hay que verlo con los ojos exotizantes de que estamos comiendo peruano o colombiano y que bailamos el candombe, o que vamos a aprender la salsa de otro modo. Esto son cosas interesantes, más superficiales, una folclorización que también a veces juega al revés. Pero, sobretodo, el hecho de encontrarse gente de la otra parte del mundo es importante porque Chile como está en esta suerte de sur eterno, muy provinciano además como país, tiene serias dificultades muchas veces para lograr juntarse con otros que vienen de otros lados y que, por último, cuentan historias distintas.
¿Qué otros beneficios se pueden mencionar?
Desde el punto de vista político, hay un modo de hacer política distinto en todos los países, pero además hay historia, hay literatura, hay ciencia, hay arte, hay música. La música uruguaya, o brasilera o haitiana, pienso en el reggaetón, porque los primeros que dieron vueltas aquí con el reggaetón fueron los haitianos; sacan un poco eso de que somos tan pasivos pero además tan inmóviles. Efectivamente, la huella de la dictadura, de una revolución mental “fabulosa” que hizo este tipo deja a esta sociedad en un adormecimiento y un temor eterno de que el que va a llegar te va a hacer algo: te va a robar el trabajo, la señora, el marido, las cosas de la casa, el conocimiento. Una ciudad cosmopolita, un país donde haya mezclas, como en todo el mundo está sucediendo, es pura riqueza. Pero además los chilenos somos producto de una mezcla. Somos mestizos y además de un mestizaje oscuro que siempre intenta ser blanco y sufre cuando no lo es. Cuando nace un niño la gente quiere que sea rubio como la tía, o que saque los ojos del tatarabuelo porque lo que no quieren es que sea negro.
LEY DE INMIGRACIÓN
¿Cómo valora el rol del Estado en relación a la migración? Por ejemplo, ahora se va a mandar una nueva ley al Congreso. ¿Qué debiera tener?
Nosotros participamos en este proyecto y creo que lo que hicimos aparentemente no va a valer. Dudo mucho del Estado chileno respecto a las comunidades. Sin embargo, rescato las voluntades que hay de algunos por considerar a estos y a estas extranjeras como pares, como personas, sin cosificarlos, dejándolos en el lugar de lo humano. Nosotros entregamos después de un trabajo muy largo 60 recomendaciones para esta nueva ley y por lo que he visto, hasta el momento, ninguna está considerada. Así que veremos. Aquí también está el MAM, el Movimiento Acción Migrante, que también ha trabajado mucho.
¿En qué duda el Estado chileno?
Tengo muchas dudas del Estado chileno en general porque ha abandonado a su gente hace muchísimos años y está todo vinculado. Sin una nueva Constitución hecha completamente de nuevo dudo de que la nueva ley, aparte de que a lo mejor actualice algunas cosas -porque la otra era del ´75, bajo Pinochet, una ley de la seguridad nacional-, yo pienso que ésta de todas maneras va a estar ubicada al interior de un aparato que no va a dejar a estos ciudadanos como pares. Esperemos que salga y que se ejecuten algunas de las acciones que de ahí van a venir.
“LA TELEVISIÓN HA PRODUCIDO UNA IMAGEN PELIGROSA”
¿Qué opina del trato de los medios de comunicación hacia el tema de la inmigración?
Voy a hablar de la prensa en general. Está la prensa de los dominantes y está la prensa como tendría que ser. La primera obedece a los dictados del Estado y a los modos en que funciona el Gobierno. Lo que la prensa retrata sobre los inmigrantes no es el verdadero retrato porque descontextualiza, sobretodo la televisión. Saca de cuajo aquello que se puede decir, lo coloca y lo reedita para darle una visión de producción de peligro; sobretodo, la televisión ha producido una imagen peligrosa que ahora no se logra sacar de la cabeza de la gente. Y ha habido voluntad también de otras personas que trabajan en medios distintos de hacer otro tipo de cosas, pero yo creo que se ve aminorado también. Por ejemplo, en los noticiarios cuando ha habido algún tipo de delito y coincide que es un extranjero, se recalca eso.
Se espectaculariza…
Claro. El delincuente es un delincuente. Y el delito es un delito. Que lo cometa Juan, Pedro o Diego… Hace pensar de nuevo en que eso podría ocurrirle a quienes vivimos fuera de Chile. O sea, nos pasó, de ver situaciones en donde si había un delito, el chileno podía ser considerado el primer sospechoso porque no era del lugar, era un extraño, un extranjero. No necesariamente habría que ver las cifras para ver cuántos delitos están cometidos por extranjeros, y habría sorpresas, porque la mayoría están cometidos por chilenos. Ahora, cuando uno de ellos comete un delito la prensa hace un tratamiento para colocar a todo su país o a todas las naciones de la gente que llegó, como probable sospechoso o como delincuente en general. Entonces aparece la figura de delincuente, prostitutas, traficantes, etc. Y las cosas no son así.
Si bien Chile es un país racista, existe una suerte de convivencia entre nosotros. ¿Usted proyecta de forma más positiva esta relación?
Yo creo que el racismo va a predominar. Pero lo que es posible que ocurra -y dependiendo de los programas del Estado, de las instituciones universitarias, de la educación-, es que se está viendo en los niños que conviven en escuelas con niños que vienen de distintos lados, que ya vieron a otra persona distinta, no parece como un hecho tan extraño. Pienso que también hay barrios o lugares donde hay lazos mucho más estrechos entre chilenos y extranjeros, entendido bajo el concepto de inmigrante. Pero también viviendo yo misma en uno de esos barrios veo que eso también es superficial. Todavía se mantiene esa desconfianza. La aceptación chilena tiene límites: siempre y cuando no sean muchos, siempre y cuando se porten bien, siempre y cuando no pongan la música fuerte, siempre y cuando no se vistan de otro modo, y sigo insistiendo que eso es paradójico porque para ir a bailar salsa, chilenos y chilenas se visten así. Para el reggaetón lo mismo, para las vacaciones lo mismo, y el sueño siempre es conseguir la satisfacción pero en otro lado, no acá.
Por Meritxell Freixas Martorell y Daniel Labbé Yáñez
Versión extendida de entrevista publicada en la última edición impresa de El Ciudadano (n° 175)