María Moreno, escritora argentina: “La verdad no es fáctica, no es simple”

A fines de 2016 la también periodista publicó Black out. Desde un comienzo plantea los géneros literarios como algo que se mueve, que transita. Tiene registros de todos los tipos. En entrevista con El Ciudadano plantea su protesta contra la verdad establecida; la "verdad fáctica". Enarbola una bandera tomada por otros escritores: la ficción no es equivalente a la mentira.

María Moreno, escritora argentina: “La verdad no es fáctica, no es simple”

Autor: Nicolás Massai

María Moreno. Foto: Eterna Cadencia

María Moreno conoció a grandes estandartes del periodismo, lírica y narrativa de Argentina. Ricardo Piglia, autor de Respiración artifical (1980) y Plata quemada (1997), entre otros, le pasó un último texto a la escritora el mismo día de su muerte, ocurrida el 6 de enero de 2017.

Ella se ha desarrollado en distintos diarios a lo largo de su extensa carrera como periodista. También cuenta con libros de ficción, como el que vino a presentar esta semana a Chile. Tanto en los medios como en la literatura se hace de su pluma barroca –un barroco autosuficiente, que no deja de alimentarse a sí mismo– para describir y contar.

Moreno y Black Out (Literatura Random House, 2016), una publicación que transgrede los límites del género. Pasa de registros autobiográficos a registros de ficción. Comienza con ese planteamiento: la protesta contra una «verdad fáctica».

No sabía cómo definir el libro. ¿Es novela, cuento, memoria?

–Bueno, lo que quieras. Es un libro sin género. Yo lo declaro estratégicamente como autobiografía. La verdad no es fáctica, no es simple. Estoy de acuerdo con Martín Caparrós, cuando le hice una entrevista y juntos protestábamos por cómo el biógrafo de Kapuściński va deschavando las cosas en las que supuestamente mintió o editó. Caparrós me decía: “lo que me importa es que me contó África como nadie”. Eso es muy importante. El testimonio es el género sustancial del exterminio. Como el del Holocausto.

¿Cómo?

–Hay un libro de un autor que se llama Pierre Menard, testimonio de resistencia. El tipo plantea que el testimonio no tiene que ser el modelo ni judicial ni fáctico; que hay otras maneras, otro tipo de verdad. Pone un ejemplo. Él entrevistó a sobrevivientes de Auschwitz. Muchos de ellos le contaban que a la noche veían a lo lejos, en las chimenas de los crematorios, salir fuego. Los crematorios son ignífugos, no podían haber visto fuego. Muchos historiadores que creen en la cosa académica y fáctica consideraron que era falso, por una experiencia que no era válida. En cambio ese tipo lo que dice es bueno, para recurrir al horror tenés que ser metáforico. Y el fuego es una metáfora del infierno. La manera de expresar lo vivido era a través de una ficción. Para mí es una anécdota insignia.

¿Hay una protesta contra la historia en Black out?

–¿Hacer una protesta contra la historia?

Porque la historia se hace a través de verdades…

–Pero a verdades fácticas. Yo creo más en una historia como la del Emma Zunz de Borges. Viste que dice algo así como solo no eran verdad dos o tres nombres propios. La verdad no son los hechos desnudos.

¿Es odiosa esa pregunta que dice “oye, es verdad lo que se cuenta en este libro”?

Pero pensemos de otra manera. Es inevitable, a lo largo de estas últimas entrevistas –en las que digo ojo, no soy yo, la narradora no es la autora– empezar a hablar como si fuera mi vida. Es inevitable la creencia propia y del autor. Hay una anécdota que siempre cuento de cómo se puede leer pegado a lo literal. Es de una poeta que se llama Irene Gruss, argentina, que escribió un texto en referencia a la dictadura y que dice yo estaba lavando ropa cuando muchos desaparecieron, se escondieron. Es un texto no realista ni está diciendo algo literal. Bueno, un periodista para hacer una entrevista le pregunta bueno, usted no se enteró nada de la dictadura porque estaba lavando ropa. Entonces hay algo de esto pero al mismo tiempo me encuentro diciendo me pasó, mi padre. Hay referencia a mi experiencia.

La sangre

–Uso la sangre, con una hemorragia perpetua, como metafóricamente. El personaje se piensa como una lambique, que bebe alcohol y elimina sangre. Tampoco la enfermedad, que era endiometrosis, era tan grave.

Pero en un punto se vuelve grave…

–Digamos que atravieso la metáfora de la sangre, en el libro, en relación a esto de que sea una historia de fluidos, porque también aparece un río, que es un espacio donde la narradora deja de sangrar y de beber, aunque en la última página desmiente eso. No es un libro de autoayuda.

María Moreno. Foto: Revista Anfibia

Me gusta el comienzo de tu madre transformando en una probeta el color de un líquido…

–Eso es real.

Caí en la trampa de hablar de ti…

–Y yo caigo en la trampa de decirte eso es verdad. Estamos en la dimensión de la creencia. Esto es como uno lee. Mi madre era doctora en química y me hace una prueba, como magia, que eran dos líquidos transparentes, los fusionaba y daba colorado. Entonces lo uso como metáfora; ecuación de la enfermedad ligada a la sangre. Alan Pauls me marcó algo muy interesante, porque casi todo transcurre con el fondo de la dictadura, y hay una sangre derramada, política, y hay alguien que tiene una enfermedad menor, que sangra. Pauls interpreta que hay un fantasma de encarnar la sangre derramada. Pienso que hay un personaje, una gran histérica, que decide encarnar eso, y además cuando lo escribo no me doy cuenta que estoy haciendo eso. De hecho estuve enferma entre 1976 y 1982, como al compás de gobierno militar, cosa que percibí después con la crítica de Alan Pauls. Me parece que es interesante los efectos de lectura; cómo profundizan el libro.

La sangre, a lo largo del libro, está más fuera de tus venas que dentro…

–Sí. Por eso te digo que hay una asociación con la sangre derramada. Con consignas políticas. Sin que el personaje tenga conciencia de eso. La sangre derramada no será negociada, un eslogan de la época.

Revisa la entrevista completa en el siguiente link.

Nicolás

@nmassai

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