María Teresa Andruetto nació en la provincia de Córdoba, Argentina en 1954, hija de inmigrantes italianos. Es la primera escritora trasandina y en lengua española en ganar el premio Hans Christian Andersen (2012), entre muchos otros prestigiosos premios. Su narrativa ha sido editada en alemán, gallego, italiano, portugués, turco y chino, y continúa traduciéndose. Es poeta, narradora y ensayista.
En esa dirección, la reciente publicación de No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (Random House, 2017) de María Teresa Andruetto vuelve a poner en el centro de la escena literaria a una escritora versátil y fundamental dentro de la literatura argentina. A partir de breves cuentos, la autora logra recrear sentimientos, escenas y biografías de personajes a los que no todo le salió bien y cargan consigo un gusto amargo por todo lo que no pudo ser.
Otro factor clave dentro del libro es la presencia del viaje como un exilio y también como una metáfora del avanzar imprevisible que puede tener la vida a partir de pequeños detalles: gestos, expresiones y decisiones mínimas que alteran el orden total de las cosas. En esa dirección, la autora expresa que el hilo conductor de estos relatos es “el interés en las historias mínimas, en personajes ‘rotos’, en el sentido de decir no, la frustración, lo que no pudo ser o no se dijo”.
Con la precisión, ritmo y calidez que hacen que un texto de Andruetto sea reconocible a primera vista, No a mucha gente le gusta esta tranquilidad propone una experiencia activa en el lector, donde va a poder posicionarse frente a lo que ocurre en cada uno de sus relatos. De las decisiones que se van tomando en cada uno de estos cuentos, es imposible mantenerse neutral, lo que hace a la lectura del libro una experiencia no solo literaria, sino también íntima.
Sí hubo una cierta demora en mi ingreso al circuito de literatura para adultos, porque se me había encasillado como autora infantil. A veces el reconocimiento puede ser una suerte de tabicamiento.
— Teniendo en cuenta tu trayectoria como escritora de literatura infantil y que No a mucha gente le gusta esta tranquilidad es un libro para un público adulto, ¿cómo manejas esos bordes?
— Tengo épocas. Tiene que ver sobre todo con el modo en el que el lenguaje aparece en lo que escribo, más que con los asuntos. En No a mucha gente le gusta esta tranquilidad claramente desde el comienzo me di cuenta que estaba frente a un lector sin preservación de ningún orden, que es algo que siempre me pasa con los libros adultos. En cambio, con los libros que están en la franja infantil y juvenil, que es una franja del mercado básicamente, sí me ha pasado que es más difuso. Hay muchas variantes, pero yo no me pregunto mucho eso a la hora de escribir, salvo cuando se trata de primerísimos lectores.
— ¿Lo importante para marcar esa diferencia entre lo juvenil y lo adulto está en lo que se dice o en cómo se dice?
— Sí, no está en la temática, sino en el modo en que esa temática sea tratada. Por ejemplo, el libro Peras (mágicas naranjas, 2012) es un poema de un libro mío para adultos, ¿qué es lo que lo hace un libro para chicos? Las ilustraciones, el corte de los versos. Es el editor el que ve esas cosas, más que el escritor a veces. Nunca me hubiera imaginado que era un poema infantil, pero a mí me gustan esos cruces, esos desafíos. A veces, no siempre, que un libro vaya a un público infantil, tiene que ver más con el editor que con el escritor.
— ¿El autor cómo se posiciona con respecto a eso?
— Se puede acceder o no. En el caso del libro de mágicas naranjas, al tratarse de poesía sin ser masticada ni digerida para un lector infantil, me encantó el concepto desde el principio. En ese sentido la editorial hace un trabajo muy especial. Si un editor toma ese riesgo, me parece muy valorable.
En mí la escritura aparece y desaparece, está ligada al impulso, al deseo, no es algo que yo tenga bajo control. Cuando estoy muy entusiasmada, puedo trabajar mucho. Sí ocurre que cuando uno escribe, se abre la percepción a un universo de lo similar, dando lugar a escenas, recuerdos.
— ¿Ser tan reconocida dentro del ámbito infantil/juvenil puede jugarte en contra a la hora de publicar un libro para el público adulto?
— Por parte de la crítica no, siempre he sido muy bien tratada por suerte. Sí hubo una cierta demora en mi ingreso al circuito de literatura para adultos, porque se me había encasillado como autora infantil. A veces el reconocimiento puede ser una suerte de tabicamiento. Eso se ha ido diluyendo con el tiempo, yo ya no lo veo así con mi obra. Creo que en parte por mi escritura y por la mayor presencia de libros míos editados en editoriales más grandes. Además, sin importar el ambiente, yo me considero una escritora por sobre todas las cosas. Después, vemos.
— Además, a la literatura infantil y juvenil se la suele considerar como un género «menor», ¿no?
— Sí, es muy complejo. Si vos me hubieras hecho esta pregunta hace 15 años, yo te hubiera dicho que sí, que era despreciado. Pero es un campo que ha crecido muchísimo en calidad -por más que siempre hay de todo-, en la composición de los libros como objetos y la academia ha empezado a ocuparse de estas obras. Además, también es visto con cierta codicia por otros ambientes de la literatura, porque es un campo que tiene una gran cantidad de ventas. Todo eso hace que la vara sea más alta, sumado a algunos premios que hemos tenido algunos escritores e ilustradores argentinos.
— Volviendo a No a mucha gente le gusta esta tranquilidad, ¿cuál fue el germen inicial para pensarlo como un libro?
— Eran todos relatos aislados, no hubo un propósito de escribir cuentos sobre determinada temática para armar un libro. En mí la escritura aparece y desaparece, está ligada al impulso, al deseo, no es algo que yo tenga bajo control. Cuando estoy muy entusiasmada, puedo trabajar mucho. Sí ocurre que cuando uno escribe, se abre la percepción a un universo de lo similar, dando lugar a escenas, recuerdos. En el caso de este libro sería a historias mínimas, a personajes «rotos», en el sentido de decir no, la frustración, lo que no pudo ser o no se dijo.
— Otra cosa que los puede unir, en mi opinión, es la noción de viaje y de la migración, en un sentido amplio de ambos términos.
— Es muy interesante, no lo había pensado. No sería extraño de todos modos, yo soy una persona que empezó a viajar de grande pero soy hija de un viaje de mis padres. También la vida es un viaje continuo, ¿no?
— En ese sentido, ser hija de inmigrantes italianos y que años después tu obra se traduzca al italiano, ¿qué te produce?
— Es muy hermoso eso. Este año me invitaron al salón literario de Torino que es a un paso de donde se crió mi papá, por ejemplo. Eso es algo muy conmovedor.
— ¿Pensás que ese factor de ser hijos o nietos de viajes se puede ver en la literatura argentina y latinoamericana?
— Sí, aunque claro que no todos. La literatura argentina, que yo sigo bastante, tiene distintas variantes. Una fuerte es esa, sobre los viajes y las migraciones de los antepasados. Pero también hay otros temas, como la política, el género, la vida en los pueblos y también lo latinoamericano. A mí me gusta estar en el cruce de esas lineas.
Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo o Clarice Lispector son autores a los que he vuelto una y mil veces. También muchas poetas de la región, como Circe Maia.
— ¿Cómo es tu relación con la literatura latinoamericana?
— Yo he leído mucha literatura latinoamericana hasta los años 80’s. me han servido de formación. Por ejemplo Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo o Clarice Lispector son autores a los que he vuelto una y mil veces. También muchas poetas de la región, como Circe Maia. Suelo fanatizarme mucho con algunos autores, porque conectan con algo profundo mío, que es en definitiva lo que le sucede a cualquier lector. Ahora trato de leer a la gente joven, mujeres sobre todo.
— Recién hacías referencia a la producción literaria de mujeres, ¿creés que en estos últimos tiempos se pudo romper esa barrera que había con las autoras mujeres?
— Eso ha cambiado mucho, porque han aparecido escritoras muy poderosas y también tiene que ver con los modos de posicionamiento de las autoras mujeres, que ya no nos dejamos encasillar. En definitiva, son todos los encasillamientos que pone el mercado y la prensa: literatura para niños, literatura femenina, literatura de provincia. De todos modos, a veces sucede que los escritores varones no han advertido la calidad de autoras que existe y existió, algo que se repite en las escritoras mujeres. No siempre han leído a sus antecesoras, que no tenían un lugar público tan interesante por las condiciones de la mujer en esa época.
— Al ser una autora que se puede mover en distintos géneros, ¿cómo se da en vos ese pasaje?
— Es un trabajo con las formas. El transitarlos tanto te permite moverte entre los distintos registros. Hay algo interno que me dice en qué registro va a ser contado eso que esto escribiendo, priorizando el pensar o el sentir. Sin embargo, puedo equivocarme y eso hace que el texto no funcione. Escribir es un poco ese desafío: ver si puedo escribir esto, si puedo escribir lo otro. Es un juego entre la escritora que soy y la lectora que soy.
Han aparecido escritoras muy poderosas y también tiene que ver con los modos de posicionamiento de las autoras mujeres, que ya no nos dejamos encasillar. En definitiva, son todos los encasillamientos que pone el mercado y la prensa: literatura para niños, literatura femenina, literatura de provincia.
— Hablando con otros autores me ha pasado que me contestaron que, a la hora de escribir poesía, se necesita un estado particular. ¿En vos como opera eso?
— Sí, de todas formas yo no soy una escritora que fuerce mucho las cosas, no me impongo rutinas. Soy como esas revistas o diarios, que aparecen cuando salen. La narrativa están un poco más sujetas a mi voluntad por decirlo de alguna manera, prendidas al oficio. La poesía, en cambio, está más ligada a esa conmoción interior.
—Por último, ¿qué consejo le darías a alguien que está dando sus primeros pasos en la literatura?
— Le diría varias cosas: hay que ser un lector, por supuesto, pero también hay que saber mirar y oír en profundidad. No hay que apostar a vivir de esto ni al éxito. Que las expectativas no estén puestas en eso, es mejor tener otro trabajo y escribir sea una suerte de recreo y crezca a su aire, no imponérsela como una meta. Hoy en día se hacen muchos libros, más de los necesarios, ¿pero quién los lee? Un escritor se sostiene dentro de una comunidad de lectores, y eso no es tan fácil de conseguir, depende de muchas variables. También conozco a muchas personas que escriben muy bien y les cuesta ser editados o encontrarse con sus lectores.
Por Gustavo Yuste, desde Argentina
@gusyuste