Nacido en México, aunque vivió toda su vida en Argentina, el escritor Mauro Libertella fue criado en un ambiente rodeado de libro a través de sus padres Héctor Libertella y Tamara Kamenszain. De esta manera, ve su interés a la literatura como algo natural, al mismo tiempo que se desempeña como periodista cultural.
Con tres novelas publicadas donde lo autobiográfico va tomando distintos matices, su estilo busca encontrar historias interesantes al interior de la vida cotidiana. Eso puede verse con claridad en su última novela, Un reino demasiado breve (Penguin Random House, 2017), donde la historia personal es capaz de ser universalizable, lo que también desnuda los estereotipos que se repiten en una generación.
— Un reino demasiado breve es una novela breve, que a su vez se motoriza con fragmentos breves, ¿te sentís cómodo con ese formato?
— En lo personal me di cuenta que me cuesta escribir largo. Más allá del tema, me gusta reducirlo a su mínima expresión, ir al hueso puro. Me sale así al pensarlos, al estructurarlos mentalmente. Es un trabajo similar a bocetar una escena: el corazón de lo que sucedió y una idea que te surge a partir de eso. Después hay que ver como esas escenas se van conectando entre sí. En Mi libro enterrado, que es el libro sobre mi padre, se van enhebrando en presente y pasado. En El invierno con mi generación, es algo más lineal, aunque también es a partir de las escenas. Acá también es lineal, aunque se van interrumpiendo con fragmentos un poco más reflexivos, literarios.
— ¿Creés que es algo característico de tu generación la escritura breve?
— Es cierto que hay menos libros voluminosos, o que intenten reflejar una experiencia orgánica. Los hay, aunque quizás el último que lo hizo de gran manera fue Roberto Bolaño. Tanto él, como Mario Levrero, me parecen dos momentos claves para las letras sudamericanas, de los cuáles se van alimentando los nuevos escritores. Hacemos cosas chicas, sí, pero mirando esa épica íntima de Levrero y la generacional de Bolaño. A mí me costaría escribir un libro canónico, porque tampoco consumo mucho esa literatura.
— Dijiste en varias ocasiones que tu generación fue la última que vivió el mundo analógico. ¿Pensás que ese consumo cultural -cine y televisión- tuvo algo que ver con esa escritura más breve de escenas?
— Puede ser, nunca lo había pensado. Somos la generación de los videoclips: MTV, CQC, El Rayo, esa lógica de la edición rápida, un poco salpicada, que pasa de la emoción al sarcasmo. Lo mismo pasa con Los Simpsons, que marcaron a toda una generación. También se entremezcla lo político, el vivir el 2001, todo eso tiene que ver con la escritura. No sabría decirte como eso se traduce en la escritura, pero sí me parece que es lógico que escribamos de lo que podemos dar cuenta, de eso que nos atravesó en su momento. Eso va en contra de lo que se piensa de la globalización, porque a pesar de nuestros consumos transnacionales, al final solo se puede dar cuenta de lo que a uno lo rodea.
— En Un reino demasiado breve se ve esa tensión entre el amor vivido como una experiencia única y, al mismo tiempo, cierta estereotipización de las relaciones, como si a todos nos pasara lo mismo. ¿Fue tu idea?
— Sí, eso es algo que me pregunto desde que empecé a escribir cosas basadas en lo autobiográfico: ¿en qué medida importa lo que me pasó o no me pasó? Hay una frase de Ricardo Strafacce muy buena que es “Si no sos Proust, no me cuentes tu merienda”, porque él está muy en contra de la literatura autobiográfica. Con esa frase no estoy de acuerdo de todas formas, porque me parece que hay cosas para contar y que sirven para un lector. Después están detalles y lo que uno ficcionaliza a partir de una experiencia de vida. Ese es un poco el truco de magia: la experiencia de alguien mezclándose con una experiencia universal, es algo que interpela, un choque eléctrico de planetas.
— ¿Qué panorama tenés de la literatura argentina actual?
— Es difícil, porque uno está en el medio de algo que está sucediendo. De por sí, la narrativa tiene una vara muy alta, porque hubo escritores que marcaron mucho. Me gusta mucho el estilo de algunos jóvenes, otros no tanto, hay mucha convivencia entre la generación anterior, la de los 90’s: Sergio Bizzio, Alan Pauls, Daniel Guebel. Otros siguen otra línea, como la de Sergio Olguín, Pablo De Santis. Hubo algo que funcionó bien entre ambas generaciones. Hay casos, como los de Hernán Vanoli, que sí confrontan más a los antecesores, pero mi naturaleza no es la de ir al choque. Yo los veo un poco como padrinos: Fabián Casas es un poco el tío copado de todos. De todas formas, no idealizaría a mi generación de narradores, no somos una generación dorada ni nada parecido. En el teatro sí veo que eso pase, y desde hace mucho tiempo. Ahí sí están pasando cosas que son de avanzada, una renovación de las formas. En la narrativa, siendo parte de eso, yo no veo que ocurra algo que renueve demasiado las formas. En los 80’s sí pasó en la música: estaban Charly, Fito, Spinetta, estaban todos.