Oliver Stone: “Estados Unidos siempre gana”

Oliver Stone acaba de acceder a participar en la versión estadounidense de Jamie’s Dream School, el programa televisivo que exploraba la idea de que la gente famosa podría educar a los niños mejor que los maestros

Oliver Stone: “Estados Unidos siempre gana”

Autor: Mauricio Becerra

Oliver Stone acaba de acceder a participar en la versión estadounidense de Jamie’s Dream School, el programa televisivo que exploraba la idea de que la gente famosa podría educar a los niños mejor que los maestros. «Recibió fuertes críticas en Gran Bretaña, pero sigo pensando que es una buena idea», dice Stone mientras se toma un café con bollos en un hotel de Soho. [Stone] Va a ser el equivalente estadounidense de David Starkey, el profesor de historia de Jamie’s. Sólo que, obviamente, más radical.

La clase de historia televisada de Oliver Stone bien podría llamarse Herejías EEUU 101. «Vamos a tomar textos de la historia normal y vamos a compararlos con lo que nosotros creemos que sucedió». Nos mostrará que el bombardeo de Hiroshima se basó en una mentira, que la guerra secreta de la CIA contra los gobiernos izquierdistas centroamericanos se basó en una amenaza comunista quimérica, que las invasiones de Afganistán e Irak fueron locuras y, probablemente lo más intolerable para los patriotas, que los Estados Unidos de América son tan egoístas, hipócritas, corruptos, expansionistas, opresores y racistas como —no es fácil decirlo— el Imperio Británico.

En la década de 1960 Stone fue condecorado con una Estrella de Bronce y un Corazón Púrpura con ramillete de hojas de roble por su heroísmo en Vietnam. Si sobrevive al linchamiento por parte de neocons de reality shows adolescentes debería recibir otra medalla.

Será el último improbable capítulo de la vida de un hombre que se crió como un republicano de Eisenhower, que luchó como un patriota en Vietnam y que se forjó una reputación en Hollywood escribiendo guiones tan ostentosos y amorales como el del Scarface de Al Pacino, antes de convertirse en un budista oscarizado y filochavista al que The Observer describió como «uno de los pocos hombres comprometidos de la izquierda que trabajan en la industria cinematográfica estadounidense de masas». Hoy me dice que está a la espera de asistir al festival de cine subversivo de Croacia. Apostaría a que sí.

Una de las razones por las que Stone se ha transformado en un aplicado historiador televisivo es porque en 2011 la encuesta del gobierno federal de EEUU reveló que sólo el 12% de los estudiantes estadounidenses de secundaria conocen la historia de su país. ¿A qué se debe eso? «Mi teoría es que la historia es aburrida porque se dejan de lado las historias de horror. Lo que queda es la versión aséptica Disney: una narrativa triunfalista. Siempre ganamos nosotros. Y siempre tenemos razón».

Durante los últimos cinco años el director de 66 años ha estado trabajando con el historiador Peter Kuznick en una versión [de la historia estadounidense] no edulcorada y profusamente aliñada con sus correspondientes historias de terror. El resultado es una serie de televisión de 10 horas llamada La Historia no contada de los Estados Unidos (The Untold History of the United States) y un libro de 750 páginas. Stone y Kuznick desean cuestionar la idea de que los EEUU hayan cumplido el destino expresado en 1630 por el abogado puritano inglés John Winthrop, uno de los fundadores de Nueva Inglaterra, de que el destino de los Estados Unidos era convertirse en una celestial «ciudad sobre la colina», un faro que habría de servir de modelo a todo el mundo.

«De pequeño me crié con todo ese rollo del destino manifiesto», dice Stone. «Hasta los 40 fui un sonámbulo». Lo que le llevó a hacer este documental histórico fue descubrir que la versión aséptica de la historia de EEUU que él había desechado todavía se seguía enseñando a sus hijos. «Las razones que se dan para [explicar la decisión de lanzar sobre el Japón] las bombas atómicas son, en mi opinión, nefastas y falsas. Pero nos las tragamos igualmente. Ahora mi hija de 17 años va a una escuela —una muy buena escuela— en la que los libros de texto todavía dicen: `Japón no se habría rendido. La bomba puso fin a la guerra para salvar vidas estadounidenses'».

¿Acaso el presidente Harry S Truman no dijo que el bombardeo de Hiroshima salvó la vida de miles de soldados que de otro modo habrían muerto si se hubiera invadido Japón en 1945? «¡Mentira!», salta Stone. «Y hay una razón muy práctica por la que es mentira: ni siquiera habríamos podido organizar una invasión hasta noviembre».

Así pues, su teoría, y la de Kuznick, es que la finalidad del bombardeo atómico de la población civil no fue conseguir la capitulación del Japón sino impresionar e intimidar a Stalin. [Stone y Kuznick] Creen que si los EEUU no hubieran bombardeado Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 habrá ocurrido algo más intolerable para la sensibilidad tanto de japoneses como de estadounidenses, a saber, que el Ejército Rojo, que para agosto ya había conquistado la Manchuria ocupada por los japoneses, habría invadido Japón. Stone imagina el escenario desde el punto de vista japonés: «Los japoneses están aterrorizados. Estos tipos [las tropas soviéticas] son bestias. Violan y asesinan. Matarían al emperador sin pensárselo dos veces. Mirad lo que han hecho en Alemania….»

En cuanto a los EEUU de Truman, la amenaza de una Unión Soviética rampante en el anillo del Pacífico de la posguerra era un escenario incluso más escalofriante. Así pues, bombardear atómicamente al Japón tuvo por objeto impresionar a los soviéticos. Las bombas atómicas, en opinión de Stone y Kuznick, no solamente mataron a millares de personas inocentes, sino que fueron el detonante de la carrera armamentista nuclear y de la Guerra Fría.

En opinión de Stone, desde aquellos dos días aciagos de agosto de 1945 los EEUU han permanecido presa de las maléficas garras de engaños militaristas y hegemónicos. Han querido mostrarse como un país dedicado a propagar los ideales democráticos, pero lo que ha propagado realmente ha sido su control por todo el planeta por todos los medios, incluyendo el apoyo encubierto de la CIA a los escuadrones de la muerte, ataques con aviones no tripulados y desastrosas invasiones.

«Demostrábamos que somos tan bárbaros como ninguno. Podíamos ser tan despiadados como los rusos en Alemania. No teníamos ningún problema en lanzar la bomba atómica sobre la población civil —un crimen de guerra devastador. Si los alemanes hubieran lanzado esa bomba y hubieran perdido, esa bomba habría sido estigmatizada para siempre. Se habría llegado a algún tipo de acuerdo internacional para controlarla». Sin embargo, arguyen Stone y Kuznick, como los EEUU fueron los primeros en utilizar la bomba atómica y lo hicieron ocultando las verdaderas razones que les llevaron a ello, ese acuerdo internacional no se produjo; en cambio, Stone creció bajo la amenaza del Armagedón nuclear.

Como era de esperar, este relato ha enfurecido a algunos historiadores estadounidenses. En el New York Review of Books, Sean Wilentz argumentó que Stone y Kuznick ignoran estudios académicos que contradicen sus suposiciones. «No está nada claro, por ejemplo, que el gobierno japonés estuviera a punto de capitular en los términos exigidos por los aliados en el verano de 1945», escribe Wilentz. «Los analistas estadounidenses creían que excepto en el caso de producirse una sangrienta invasión de sus costas los líderes japoneses lucharían duramente y aguantarían a la espera de una solución negociada mucho más suave, cosa que refuta la afirmación de Stone y Kuznick de que Truman engañó sobre sus motivos para utilizar las bombas atómicas».

Sin embargo, es posible que la teoría de Stone y Kuznick sea un poco más difícil de refutar. Por ejemplo, Ray Monk, en su reciente biografía del llamado padre de la bomba, Robert Oppenheimer, afirma que el único científico nuclear del Proyecto Manhattan que renunció por cuestiones de principios, Joseph Rotblat, lo hizo cuando se dio cuenta de que la bomba atómica no iba a utilizarse para derrotar a los nazis sino para intimidar a sus presuntos aliados. Durante la guerra, por ejemplo, Rotblat escuchó al director militar del Proyecto Manhattan, teniente general Richard Groves, decir en una cena: «Se habrán dado cuenta, naturalmente, de que el objetivo principal de este proyecto es dominar a los ruskis».

En cualquier caso, la labor más interesante de Stone y Kuznick consiste en hacer historia contrafactual. Su historia de los Estados Unidos no es la historia que no se ha contado, sino más bien una reflexión sobre lo que podría —y, en su opinión, debería— haber ocurrido. ¿Qué habría pasado —se preguntan— si Truman no hubiera sucedido a Franklin D. Roosevelt como presidente en abril de 1945? ¿Y si en lugar de elegir a Truman —a quien la pareja psicoanaliza afirmando que padecía irresueltos «problemas de género» y al que describen como persona débil, dócil y arrogante («Errar es Truman», decían con sorna los republicanos en la década de 1940)— como candidato vicepresidencial de Roosevelt en las elecciones presidenciales de 1944, la convención demócrata hubiera vuelto a elegir al ahora poco conocido Henry Wallace como compañero de candidatura de Roosevelt?

Su tesis es que si tras la muerte de FDR en abril de 1945 el vicepresidente Wallace hubiera tenido éxito la historia del mundo de la posguerra habría sido muy diferente. «En mi opinión, la bomba no se habría arrojado con Wallace o Roosevelt de presidente», dice Stone. «De ningún modo. Imposible. Ellos [los militares] se habrían enfrentado a Wallace, le habrían hecho pasar canutas, pero no se puede obligar a un presidente a lanzar una bomba. Simplemente no se puede».

Considerando que la historia revisionista estadounidense de Stone y Kuznick arranca con la idea de que Truman rebajó el umbral moral de los Estados Unidos y que muchos de sus sucesores continuaron rebajándolo, ésta no es una cuestión menor. El drama de aquella Convención Demócrata de 1944 Stone y Kuznick lo describieron como un thriller hitchcockiano ya en la década de 1990, antes de decidirse —una década más tarde— a transformarlo en la pieza clave de su documental. «Bush no fue una aberración», dice Stone en referencia al presidente republicano de los dos mandatos al que retrató salvajemente en su película biográfica de 2008 W. «Bush representa la culminación de un tipo de mentalidad estadounidense que comenzó con Truman y se aceleró tras la Segunda Guerra Mundial».

Stone presenta a Wallace como el hombre que podría haber evitado a los EEUU sus debacles de posguerra —la guerra fría, Vietnam, la «guerra contra el terror»—, si solamente hubiera ganado aquella nominación a la vicepresidencia en 1944. Wallace fue, en definitiva, el buen padre perdido justo cuando Estados Unidos más lo necesitaba.

Es difícil evitar pensar que Stone ya ha contado esta historia antes. En su película de 1991 JFK, presentó al presidente Kennedy como un liberal amante de la paz arrebatado a Estados Unidos por una conspiración conservadora asesina encubierta por la Comisión Warren. Él y Kuznick escribieron: «Sabemos positivamente que Kennedy tenía muchos enemigos que detestaban el cambio progresista tan fervorosamente como aquellos que habían bloqueado a Henry Wallace en 1944 cuando intentó conducir a los Estados Unidos y al mundo por una similar senda de paz y prosperidad». En su opinión, Kennedy murió resistiendo a las fuerzas que querían empujarlo a la guerra contra la Unión Soviética.

Si uno quisiera psicoanalizar a Stone como él y Kuznick lo hacen con Truman, podríamos centrarnos en su íntima relación con su padre y en el impacto traumático causado por el abrupto divorcio de sus padres en 1962, cuando su único hijo estaba lejos en la escuela. Su padre Luis, un corredor de bolsa judío no practicante, estaba casado con Jacqueline, una francesa católica no practicante. Se divorciaron el año en que Kennedy se enfrentó a la amenaza soviética durante la crisis de los misiles cubanos. Al año siguiente John F. Kennedy fue asesinado en Dealey Plaza, convirtiéndose en el padre perdido de una desconsolada nación.

Para Stone, Kennedy fue la persona que podría haber salvado a los EEUU de la debacle de Vietnam y terminado la guerra fría. «Era simplemente inconcebible que Kennedy hubiera consentido en llevar tropas de tierra a Vietnam. Se opuso a los militares con respecto a Laos. Se opuso a ellos cuando le pidieron apoyo aéreo para [la invasión de] Bahía de Cochinos. Y se opuso a ellos en la crisis de los misiles cubanos… —el mayor acto de valentía humana que el mundo haya visto habiendo tantas cosas en juego».

Se podría encuadrar la mayor parte de la cinematografía de Stone dentro de este marco edípico. En su película de 1986 Platoon exploró sus experiencias de la guerra de Vietnam, con un novato Charlie Sheen enfrentado a dos curtidos veteranos de guerra encarnado la figura del padre: el sargento bueno (Willem Dafoe) y el sargento malo (Tom Berenger). En Wall Street el ingenuo trader Charlie Sheen es adiestrado por el venal Gordon Gekko, interpretado por Michael Douglas. El biopic de 1995, Nixon, protagonizado por Anthony Hopkins, podría considerarse como el reverso maniqueo de JFK: al padre malo lo descalabran en Watergate mientras que el padre bueno muere asesinado en Dallas. La Historia no contada de los EEUU merece también, probablemente, una lectura edípica: es la última rebelión contra la política conservadora que su padre implantó en él.

«Nací conservador», dice. «Mi padre me crió como un republicano de Eisenhower. Le tenía [yo] mucho miedo a la conspiración comunista para conquistar el mundo». Ese temor lo llevó a combatir en Vietnam. «Yo era un patriota. Me lo creía realmente». ¿No le radicalizo Vietnam? «No. Salí de Vietnam ensangrentado pero sin una comprensión cabal de las realidades geopolíticas”.

«En 1976 escribí el guión de Nacido el 4 de julio [su adaptación de la autobiografía del desilusionado veterano de Vietnam Ron Kovic, que Stone finalmente rodó en 1989 con Tom Cruise como protagonista]. A Ron lo hirieron y quedó castrado e inmovilizado en una silla de ruedas. A él sí lo radicalizó Vietnam, pero a mí no».

Fue el hecho de ser testigo de lo que los EEUU hicieron secretamente en Centroamérica durante los años 80 lo que le abrió definitivamente los ojos. «La venda se me cayó cuando vi la presencia norteamericana en toda Guatemala. Entrenábamos y financiábamos a los escuadrones de la muerte de Guatemala, tropas de élite autoras de gran parte de las masacres. También vi lo que hicimos en El Salvador, Honduras y Nicaragua. El objetivo final era impedir que los comunistas controlaran la región o, como dijo Reagan, que pasaran el Río Grande.

«En aquellos tiempos pensé, mirando alrededor: `Esto es Vietnam bis’. Tal vez soy un poco corto, pero tardé unos 15 años entenderlo. Comprendí que Estados Unidos era un matón y me pareció repugnante. Desde entonces he hecho películas progresistas».

La primera de ellas fue Salvador (1986), acerca de un cínico juntaletras (James Woods) que se despierta políticamente al presenciar el golpe militar de El Salvador ejecutado por escuadrones de la muerte apoyados por Estados Unidos. La carrera posterior de Stone, hasta llegar a La Historia no contada de los Estados Unidos, representa una crítica retrospectiva de lo que pensaba sobre los EEUU hasta que cumplió 40 años.

La versión de Stone de la historia estadounidense concluye con una nota de esperanza. ¿Cómo es posible? «Bueno, Chávez sonreía mientras se estaba muriendo de un terrible cáncer porque no cesó de creer en algo más grande que él. Y yo creo que todos lo hacemos —al menos todos los que nos preocupamos por el género humano”.

Stone considera esperanzador el movimiento Occupy y la remoción de Hillary Clinton como secretaria de Estado. «¡No la puedo soportar!», dice. «Ha sido una halcón durante años. Se oponía a la Contra (sic). Votó a favor de la guerra de Irak. Instó a Obama a enviar más tropas a Afganistán. Siempre ha seguido la rutina de «Estados Unidos es indispensable” y, más recientemente, ha escrito un artículo en Foreign Affairs en el que habla del siglo XXI como el siglo de los Estados Unidos el Pacífico y donde dice que China puede y debe ser contenida. Es como esos idiotas de Fox News que convierten a China en enemigo al presentarla como una amenaza. ¿Quién es la amenaza? Nosotros tenemos entre 800 y 1.000 bases militares en el extranjero y los chinos tienen una».

Stone tampoco exime de críticas al actual presidente de los EEUU: «Mientras tanto, tenemos a Obama gastando 12.000 millones de dólares en dos años vendiendo armas a Taiwán. Estamos armando a Vietnam y a Australia. ¡Agg!», exclama exasperado, «Volvemos a las andadas”.

Stone es ciertamente más convincente como Casandra que como Pollyanna(1). Sugiere que el Pentágono está obsesionado con el «dominio de espectro completo». «Eso significa controlar el aire, la tierra, el mar, el espacio y el ciberespacio. Ése es el plan. Ya hemos atacado a Irán a través de Israel con armas cibernéticas. Ahora tratamos de asegurarnos el control del espacio. Se habla de drones situados en el espacio a 250 millas de altitud que pueden disparar ráfagas de láser».

Para Stone todo eso son espejismos similares a los frustrados sueños de la Guerra de las Galaxias de Reagan de la década de 1980. Él y Kuznick citan con aprobación al ex-primer ministro soviético Mikhail Gorbachev: «Todo el mundo está acostumbrado a ver a los Estados Unidos como el pastor que le dice a todo el mundo lo que tiene que hacer. Pero ese tiempo ya se acabó”. Ya no es tanto la ciudad de la colina como la ciudad comandando la colina.

Nadie parece habérselo dicho todavía a los EEUU. Stone es optimista: «Dentro de 15 o 20 años algún joven verá La Historia no contada de los Estados Unidos y quizás eso sirva de inspiración a la persona que lidere a la próxima generación. Siempre queda la esperanza».

La Historia no contada de los Estados Unidos comenzó a emitirse en Sky Atlantic HD el viernes 19 de abril a las 21:00.

Stuart Jeffries

The Guardian

Traducido para Rebelión por LB.

NOTA:

(1) Así como el personaje mitológico de Casandra vaticina desgracias, Pollyana, una niña creada por la imaginación literaria de Eleanor H Porter, se caracteriza por buscar el lado positivo de cualquier situación y representa en la cultura popular anglófona la personificación del optimismo exacerbado.


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