Omar Nieto comparte su fascinante novela sobre La Conquista

En “La guerra secreta de Moctezuma”, la nueva novela del poblano Omar Nieto, se plantea un mundo alternativo en el que fracasan los intentos de Hernán Cortés por conquistar el Imperio Azteca

Omar Nieto comparte su fascinante novela sobre La Conquista

Autor: El Ciudadano México

Por Gerardo Sifuentes

El tlatoani Cuitláhuac llega a las costas españolas rodeado de un gran contingente de naves con miembros de naciones aliadas. Al desembarcar, arroja la cabeza decapitada de Hernán Cortés como desafío. Así empieza la novela “El juego secreto de Moctezuma, o de cómo los españoles perdieron la guerra contra los aztecas” (Harper Collins, 2021).

Las ucronías son los mundos que pudieron ser, pero sólo pueden ocurrir dentro de la fantasía. El ejemplo clásico es preguntarse qué hubiera pasado si Hitler ganaba la Segunda Guerra Mundial. El autor estadounidense Philip K. Dick pensó en ello y escribió la novela “El Hombre en el Castillo” (1962).

En México, entre los mundos alternos más inquietantes que se han especulado, está lo que habría pasado si los españoles fallaban en su intento por conquistar Mesoamérica. Esta posibilidad ha sido planteada dentro de la imaginación de muchas personas. En el cuento clásico de la ciencia ficción mexicana “Crónica del Gran Reformador” (1985), escrito por Héctor Chavarría, se explora esta posibilidad con la ayuda de un grupo de viajeros en el tiempo.

Entre los ejercicios ensayísticos de historiadores incluidos en la serie de compendios “What If?” (1999), editados por Robert Cowley, se incluye “El sacrificio de Hernán Cortés”, escrito por el antropólogo estadounidense Ross Hassing, que discute la muerte del soldado español durante la llamada “Noche Triste”.

En esta ocasión el autor poblano Omar Nieto (1975), se planteó la posibilidad de otra alternativa semejante, jugando con múltiples posibilidades históricas. ¿Qué hubiera pasado si Cuitlahuac no hubiera muerto por viruela? ¿Qué hubiera pasado si los reinos bajo el dominio azteca, incluyendo los tlaxcaltecas, se hubieran unido en contra de los mercenarios españoles? En entrevista para El Ciudadano, el autor explica los pormenores que le llevaron a escribir una fascinante novela con esta temática.

¿Cómo empezó la idea de tu libro?

-Para mí era importante encontrar lo que considero ‘huecos históricos’ de la Conquista española, momentos de quiebre donde se podría torcer la historia. Todo parte de algunos conceptos contenidos en mi libro Teoría general de lo fantástico (2015), pero pasar de la teoría a los hechos dentro del rubro que denomino ‘fantástico posmoderno’.

Esta parte de historias o personajes del imaginario colectivo que ya existen, que ya están propiamente construidos y de los que solo queda la reescritura. No vamos a inventar nada más de la Conquista a menos que exista un nuevo hallazgo, se encuentre un códice escondido o descubran una pirámide, básicamente ya se ha establecido todo.

Cabe sin embargo la posibilidad desde la literatura replantear el ‘qué hubiera pasado si…’, la ucronía, donde la idea es crear una ficción especulativa. No sé si en México tengamos una tradición al respecto, ya que somos muy serios, muy dados al respeto de la Historia, con mayúsculas, como ciencia social, sin abrir paso a la especulación, que está del lado de la literatura.

Es importante destacar que el libro no nace como una novela histórica, sino como una ficción con fuertes bases en la historia, que permite a la imaginación hibridarse con la historia, o al menos con la versión oficial que tenemos de los hechos.

¿Cuál es el momento histórico en el que inicia la novela?

-El primer capítulo es la escena de Cuitláhuac, el hermano de Moctezuma, llegando a las costas de Cádiz arrojando la cabeza decapitada de Hernán Cortés. Detrás de él, entre las olas, centenas de canoas y otras naves de una coalición de pueblos originarios, mayas, purépechas, otomíes, zapotecas, mixtecas, que eran los otros imperios paralelos a los aztecas, que en la realidad lucharon contra ellos y nunca se pudieron unir.

En la realidad histórica, los aztecas buscaron la alianza con los purépechas o con los propios tlaxcaltecas y otros muchos pueblos para luchar contra la invasión española, pero esto no ocurrió por muchas circunstancias. Una de estas fue que Cuitláhuac, quien es el que toma el poder después del asesinato de Moctezuma, muere de viruela a los sesenta días; algunas fuentes dicen que ochenta, otras entre dos y cuatro meses. Esta es otra fuerza que interviene en el azar que selló el destino del imperio.

En la novela, Cuitláhuac no muere, este es el primer hueco histórico, en el que imagino que este líder hubiera vivido más tiempo, lo cual habría sido posible, ya que a pesar de la epidemia que arrasó con los habitantes del continente hubo muchos supervivientes y nosotros y miles de habitantes de los pueblos originarios somos evidencia de esto.

El segundo hueco es que las alianzas que los aztecas habían buscado se hubieran consolidado de verdad. Un tercer hueco es que Cortés no era muy querido por la corona española, por lo tanto las traiciones dentro del bando español habrían podido contribuir a su caída. Todos estos pequeños huecos de la historia me permiten urdir una trama siguiendo esa línea y tratar de llevarla a una culminación, de hacerla posible en la ficción.

¿Qué libros te sirvieron como base para tu escritura?

Mi intención fue refugiarme en las fuentes indígenas de la Conquista, no en las de los invasores. Me explico: todos los libros que se han publicado recientemente sobre la Conquista son básicamente el mismo libro, son la recapitulación de las Cartas de relación de Cortés, la obra de Bernal Díaz del Castillo, de López de Gómara, la revisión exhaustiva de Ramón Iglesias; es decir, de todas las fuentes españolas. Pero pareciera que no tuviéramos fuentes indígenas, cómo fue que lo vieron los pueblos originarios. No faltará la discusión acerca de que se ha tratado de entrevistas con los supervivientes, como lo hizo Sahagún, pero es distinto. Está la obra de Tezozómoc, escrita en los 1600s, entre otras fuentes más apegadas a la cosmovisión mesoamericana que nos permiten ver, como lo hizo Miguel León Portilla, la visión de los vencidos, no de los vencedores.

Si hoy vamos a una librería encontramos más de una decena de libros escritos desde esta visión cortesiana de la Conquista, que se ha repetido tanto que ha llegado a las series de televisión, a las películas, es como si hubiéramos sido aplastados por una ‘obra divina’, que fue una ‘conquista espiritual’ y que la acatamos como si no tuviéramos voluntad, que ‘gracias a Dios’ nos conquistaron. No es así, ni fue así hace 500 años. Fue en realidad un holocausto, social, militar, hasta biológico si quieres verlo así. Fue la desaparición, el aplastamiento, de una forma de ver la vida, de otra visión del respeto, del honor, de la guerra, del tiempo. Esta diferencia hizo que los indígenas muy pronto en vez de dioses vieran a los españoles como auténticos bárbaros. No se trata de hacer un revisionismo histórico, sino ver cómo hubiese sido la historia si la suerte no hubiera estado del lado de Cortés.

¿Cuál fue la parte más difícil al escribir esta novela?

-Escribir una historia desde el punto de vista de los vencidos, desde lo más cercano al punto de vista indígena. Tal vez esta novela pone en pie el imaginario del programa intelectual de León Portilla, quien desde el ensayo erudito, desde la Academia, genera grandes textos para establecer que la cosmovisión indígena no tiene que ver absolutamente nada como el mundo occidental. Esta novela se inscribe en esta línea de los que perdieron la guerra y lo transforma en la posibilidad de ser los que ganan.

-¿Qué pueden esperar los lectores al enfrentar tu novela?

-Es posible que rompa con todo lo que les han enseñado en la escuela. Puede quedar destruido el discurso gubernamental, académico, escolar, de los medios de comunicación que ha permeado durante tanto tiempo. Fuimos y somos de alguna manera un país poderoso, pero, como hoy, no fuimos una ‘nación’ única, es decir homogénea; los aztecas eran el enemigo a vencer; tenían sometidos a otros 40 grandes reinos que ellos llamaban provincias, de alguna manera muy parecidos a los estados de la República Mexicana como hoy se conoce. Era una autocracia. La única manera de convencerlos para unirse era hacerles ver que el enemigo blanco, el enemigo español, era un enemigo mayor.

La posibilidad del libro es que por una vez en la historia pudieran dirimir las diferencias entre zapotecas, mixtecas, tecos, sinaloas, purépechas, o los mayas, quienes eran otro gran imperio que fue sometido hasta mucho tiempo después de la caída de Tenochtitlán.

La resistencia en la mixteca poblana también se extendió por mucho tiempo; hoy en la mixteca oaxaqueña son irreductibles. A todo esto había que darle cauce en esta ficción. Yo creo que como hace 500 años México fue un actor dividido, pero no se trataba de ser iguales, se trataba de tener una meta en común; en aquel tiempo eran naciones distintas, incluso hoy decirles pueblos indígenas es faltar a la verdad, a la historia, eran, son, naciones hechas, con sus propias costumbres, lenguas, tradiciones totalmente distintas de los propios aztecas.

Además los propios aztecas eran un pueblo dividido, al menos en otros grupos étnicos, los tepanecas, los acolhuas, los tenochcas o mexicas y tlatelolcas, que estaban peleados. Entonces México siempre estuvo dividido, y esta novela nos muestra la posibilidad, al menos en la fantasía, de estar unidos alguna vez. Esto quizá nos explica la identidad nacional, aunque muchas veces estamos absurdamente divididos. Incluso podría decirse que la raíz de la violencia que vivimos está ahí, hablo por ejemplo de las decenas de cárteles, los michoacanos, los del golfo, los de Sinaloa, como si en el fondo aun existiera la misma cuestión de hace 500 años. Quizá la división la llevamos en la sangre.

-¿Qué te parece el revisionismo actual desde el gobierno? ¿La controversia alrededor de la estatua de Colón?

-En principio no es una mala idea, al contrario, creo que es muy buena. Lo que veo mal es que sea tan superficial, que sea para ganar votos fácilmente. Si realmente hubiera un revisionismo histórico, una tendencia, en principio el INAH, los encargados del cuidado del patrimonio y la investigación de nuestra historia, tendrían un presupuesto mucho más alto. Segundo, el respeto a los pueblos indígenas sería más visible. Si de verdad se preocuparan por hacer un verdadero revisionismo habría más recursos para proteger pirámides, promover la investigación histórica, procurar mejores sueldos a los arqueólogos, que hubiera una mayor difusión del trabajo de los investigadores.

La gran contradicción de este revisionismo desde el gobierno fue el espectáculo de luces de la pirámide de cartón en el Zócalo; mientras que a unos pasos el Templo Mayor se encontraba inundado. Pero como muchas cosas de este gobierno esto se ha reducido a su mínima expresión. Dejaron escapar una gran oportunidad por los 500 años de la conmemoración de la caída de Tenochtitlán, empezando porque no explican las razones por las que cayó, eso no lo han tocado. Se cumplió el 13 de agosto pasado, cuando Cuauhtémoc se rinde ante Cortés y la escena es increíble; se rinde porque en el lago que rodea la ciudad se esponjan los cuerpos de los caídos; el agua está teñida de sangre, la población tenochca tlatelolca se está alimentando de ratas, la viruela ha causado estragos, la mortandad era terrible; recordemos que el 70 u 80% de la población indígena desapareció en los primeros 20 o 30 años de la Conquista. En realidad somos sobrevivientes de esa etapa.

Ahora somos una de las naciones más diversas del mundo, por nuestra sangre corre sangre no solo indígena mesoamericana, sino también africana, árabe. Pero si a alguien se le tiene que pedir perdón, antes que exigirles a los españoles, es del gobierno de México a los pueblos indígenas de la actualidad; están olvidados en las sierras y las ciudades, alejados del desarrollo. Forman parte de la población más depauperada, y no se les ha reconocido su identidad cultural por el propio gobierno mexicano. Este revisionismo histórico me parece más un acto de populismo que un acto de gobierno.

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