– ¿Tienes una propuesta en torno a lo que los programas de educación debieran considerar a la hora de enseñar la historia de Chile?
– Más que una propuesta es una insistencia, pues se ha dicho antes. Lo significativo y útil es lo que sirve a las personas en el contexto de sus comunidades locales, en su cotidiano, en la crianza o en el trabajo. Bajo este principio es una desfachatez que los sujetos no sepan quiénes son ni de dónde provienen, por ejemplo, quiénes fueron, hicieron o sintieron sus propios abuelos y, sin embargo, deban aprender lo que dijo un “prócer” –por lo común un militar- hace dos siglos atrás. Eso demuestra el desgarro que provoca la imposición del Estado y su idea de nación por sobre la sociedad. Nos desafilian de nuestras redes reales para sumarnos a un constructo que es más ideal que real.
Si asumimos ese enfoque, entonces una consecuencia pedagógica debiera ser territorializar el currículum al perfil socio-cultural y lingüístico del alumnado, por lo que puede haber currículum superpuestos o en diálogo, más que un solo currículum impuesto. En lo que se refiere a la historia de Chile y mediante metodologías participativas e inductivas de reconstrucción del conocimiento, se debieran redescubrir las historias locales captando sus sentidos y tránsitos, configurando los mundos de posibilidades que se desarrollaron o frustraron y los sujetos que las protagonizaron e intervinieron. De seguro que esto ayudaría a tener empatía con la diversidad y a comprender las visiones de mundo, intereses y posiciones de todos –clases, grupos, géneros, etnias- quienes conforman la sociedad.
Si todo lo anterior pudiera concebirse como una reforma en el contexto de la tradición sociedad-escuela en Chile, y más en la diada calidad/equidad de la educación que hoy anima al movimiento estudiantil, lo segundo –lo referido a la historia y los conocimientos indígenas y mapuche en particular- lo propondría como un cambio radical, de raíz. Creo que así como las sociedades indígenas por derecho deben transitar a su autogobierno, en el ámbito educativo deben producir y reproducir conocimientos (valores, tecnologías, saberes, etc.) en espacios consagrados para ese fin. Es decir, ya no basta con que los programas y los currículum “los integren”, sino que éstos deben fundarse en sus conocimientos y lenguajes. Eso significa otra escuela, otra universidad, que no puede parecerse a lo que conocemos. No estoy inventando nada: hablo en los parámetros del derecho indígena (Convenio 169 y Declaración de la ONU) que es parte del actual marco jurídico del país. Mediante éste se nos debe reconocer, validar, promover y financiar nuestra institucionalidad propia y apropiada. Ese es el reto que nos queda y por el cual algunos ya están desvelándose.
Fuente: Comunicaciones ANIDE