María Paz Lillo (26) estudió Psicología en la Universidad de Chile. En tercer año se interesó en la psicología comunitaria porque esta área de la psicología permite abordar temas como participación, democracia y transformación social. “Lo que me atrajo es la posibilidad de intervención comunitaria, es decir, no trabajar solamente con individuos sino que con grupos, comunidades,”, comenta Lillo.
Cuando cursaba los últimos años de la carrera, y producto del terremoto del año 2010, tuvo la posibilidad de participar activamente en la contención de comunidades que se vieron muy afectadas. Ese mismo año realizó talleres con adultos mayores en la comuna de Paredones, al mismo tiempo realizó un voluntariado en la comuna de Retiro en la VI Región, donde trabajó con niños y adolescentes.
Egresó de Psicología en 2011, mismo año en que estudió el Diplomado en Intervención Comunitaria y desde 2013 es becaria CONICYT, estudiante de Magister en Psicología, Mención Psicología Comunitaria de la Universidad de Chile. Desde marzo, se encarga de la generación y monitoreo de iniciativas de organización y acción estudiantil intra y extra universitaria para el enriquecimiento de los procesos de discusión, organización y colaboración estudiantil en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh). Además, es investigadora en el Centro de Investigación en Vulnerabilidades y Desastres Socionaturales (CIVDES) de la Universidad de Chile.
«Hablando desde mi experiencia, haber estado en Chaitén (2012) marcó mi trayecto como psicóloga, ya que me enfrenté a un contexto totalmente distinto. Siempre había trabajado en espacios rurales, mientras que en Chaitén estuve en una zona muy urbana y accesible. En ese lugar, junto a otros psicólogos realizamos talleres orientados a familias, madres e hijos y a hacer diagnósticos a las familias. Realicé entrevistas a los dirigentes y vecinos y nos sentamos a conversar para ver de qué manera ser útiles», indica María Paz Lillo.
Este trabajo fue financiado por un proyecto del Fondo Valentín Letelier de la Universidad de Chile, que se extendió hasta 2013, y «fue muy importante porque me ayudó a tener una postura mucho más profesional», agrega Lillo.
Respecto a lo ocurrido en la zona, la psicóloga explica que «el río tomó su cauce natural y dividió en dos la ciudad. La parte norte carecía de viviendas numerosas, siendo habitada principalmente por familias más adineradas, mientras que la parte sur era la más poblada donde las autoridades debieron demoler las casas. Ellos utilizaron la escuela como “bandera de lucha” para el retorno, es decir, el principal conflicto que ellos tenían tras el desastre era el desplazamiento forzado por parte del Estado», destacando el desafío de interactuar con gente de todas las edades, para lo cual se realizó un trabajo interventor con todos los estamentos de la escuela, el equipo directivo, apoderados, niños y profesores.
En la práctica, resulta positivo brindar un espacio donde los grupos compartan sus experiencias, asegura Lillo, diciendo que «en esos casos hay que tratarlos con mucho respeto y cautela para no pedirles que cuenten nuevamente la historia porque, probablemente, la han contado a muchas personas. Pero tampoco hay que invalidarlos», y que «por sobre todo, está la demanda de que hay algo traumático por solucionar».
El trabajo de la psicóloga investigadora del CIVDES apunta a que tras una catástrofe, es necesario propiciar un espacio seguro con los vecinos donde puedan expresarse libremente. «Si la persona quiere hablar poco o si, por el contrario, quiere contarlo todo está bien también. Si no quiere decir nada, se hablará en otra ocasión. Por otro lado, no todos los testimonios deben expresarse mediante la palabra, también se pueden usar otro tipo de recursos expresivos, lúdicos y artísticos», adiciona María Paz Lillo.
«Nuestro enfoque es más bien comunitario, aun cuando toma ciertos elementos muy propios de la emergencia de lo clínico; yo creo que el sello es siempre lo comunitario para que –después del evento– puedan recobrar su estabilidad en la vida», indica Lillo, para quien el enfoque comunitario implica crear o potenciar redes de apoyo, analizar cómo se resignifica el territorio, comprender cómo son las relaciones con los vecinos, con la familia y con la escuela, lo cual es relevante en situaciones cotidianas y aún más en situaciones de catástrofes naturales, como la ocurrida en la noche del 16 de septiembre en la costa cercana a Canela.
La psicóloga cree que influye mucho «la temporalidad que se establece en la literatura, esta tiene que ver con la relación entre las comunidades y los(as) otros(as) que quieren ayudar. En un primer momento, la gente se siente muy abrumada. Pero, al mismo tiempo, se mantiene una sensación –independiente de la adversidad– se saldrá adelante». “Somos chilenos, lo vamos a lograr” son consignas que se escuchan y se leen en medios de comunicación y redes sociales después de la catástrofe, pero cuyos ecos no se extienden más allá de la contingencia. «Después de esa etapa, las cámaras de televisión se van, ya no se transmiten noticias todos los días, y luego se enfrentan a la realidad de lo que quedó. En ese periodo y lo he podido ver en casi todas las comunidades con las que he compartido, se sienten abandonados, la ayuda se desvanece y «nadie los considera», finaliza Lillo.