–¿De qué se trata tu nuevo libro El galán imperfecto?
–El protagonista es un galán supuestamente comprensivo, buena onda, cercano, pero que en el fondo es un hijo de puta, como todos los hombres. Antonio tiene un problema dermatológico que lo obliga a hacerse una circuncisión tardía, a los 33 años.
–Próximo a casarse…
–Está de novio con una mujer que hace estos viajes iniciáticos que muchas mujeres chilenas hacen de un año o seis meses. Antonio se queda ahí esperando y desarrolla, en torno a su posición, una verdadera obsesión.
–¿Qué significa para el protagonista intervenir su pene en este contexto?
–Yo creo que tiene un problema con el sexo. Entonces cuando el doctor le dice esto, le parece normal. En ese sentido la novela es bastante realista. Muchos hombres tenemos problemas con el sexo opuesto, pero sobre todo con el sexo propio. El sexo para el hombre es un extranjero, un señor muy feo y muy tuerto que te mira y te juzga. Uno dice «cómo me va a juzgar este ignorante. Qué sabe él de mí que yo no sepa».
–O sea, al lado de la muerte con capa y gancho, está esta otra persona (sexo).
–Yo creo que el hombre se muere cuando eyacula. En Francia le dicen la pequeña muerte. Esa es una experiencia súper fuerte. Esa experiencia (la del protagonista) es frustrante, porque cuando no puede, no puede. No puede fingir que quiere. Los hombres somos seres bastante tristes.
EL BULLYNG
–En la novela abordas temas como el bullyng y también en entrevista con La Tercera hiciste unas declaraciones polémicas. ¿Tienes algo con eso?
–Las declaraciones fueron desafortunadas y las suscribo plenamente. Estoy de acuerdo conmigo pero no en el tono. Cualquier persona que lleva a sus hijos al colegio, en la mañana, y los devuelven a las tres, saben que los van molestar en algún momento. Si no lo sabes eres un idiota, no cachaste nada. No creo que pasarlo bien sea una prerrogativa de la infancia ni de la adultez. Pasarlo bien no es el objetivo de la vida. Pasarlo mal tampoco. Es llegar a la verdad.
–Claro, y eso no justifica el bullyng…
–Nada lo justifica. Pero yo no justifico el invierno. No me gusta. He tratado de vivir en países donde no hay invierno y no he podido. Y cuando llueve no me voy a quejar al Sernac porque llueve. Me buscaré un abrigo, un paraguas o un impermeable.
–Llegaste bien abrigado.
–Sí, estoy como con cuatro capas. Pero sabes que esto es importante. La otra vez hablaba con un haitiano y me decía que le impresionaba la falta de autoridad de la gente en Chile. Yo le expliqué que mi generación, la que vivió la dictadura, y que conoció la dictadura y que conoció la autoridad de la iglesia y de los milicos encima, hemos querido educar a nuestros hijos o nietos en la no-autoridad. Creo que es un fracaso total. Tom Araya, de Slayer, dice que su papá era de Viña, de otra generación, y lo educó en el rigor, en la pesadez, en la dureza, y salió siendo bajista de Slayer. Educando a la gente en la suavidad y en los algodones no creo que salga Slayer; puede salir un neo fascista, como lo que estamos creando en Chile con toda facilidad.
–Te interesa el tema de la actualidad.
–Sí, trabajo en eso. Yo sé que voy a convertirme en un Fernando Villegas 2.0.
–Él no te cae bien.
–No, porque es una especie de capataz. No necesitamos un capataz. No sirven para nada, nunca ha servido para nada. Fernando Villegas tiene tanta consciencia de no servir para nada que hace mucho ruido, para que crean que hace algo. Mueve las llaves para que crean que está haciendo algo. Yo no quiero ser parte de ese rol. Prefiero ser el latifundista sin fundo.
NICANOR PARRA Y PLAN Z
–Hablemos del epígrafe de tu libro, que es de Nicanor Parra.
–Nicanor Parra es uno de mis maestros. Mi libro no tiene nada de antipoesía y al mismo tiempo tiene todo. El idioma de la tribu, vulgar, está en todas partes. La novela juega mucho con los planos de lo culto e inculto. Hay sexo, mugre, cultura, incultura, inteligencia y tontería. Sobre todo hay un personaje que a Nicanor Parra le interesa mucho. Él lo llama el «energúmeno», que es ser descolocado, que dice todo lo que piensa, de clase media, fuera de órbita. Si uno lee Versos de salón, esa es la historia del «energúmeno». El deslenguado, que no tiene freno.
–Que no calza en la sociedad.
–Claro. Es alguien con corbata que se toma dos tragos y dice todo lo que no debe decir. Al otro día se arrepiente, vuelve a tomarse dos tragos y vuelve a decir lo mismo. Nunca se recupera. Nicanor Parra lo pone en el personaje del Chico Molina, un energúmeno por esencia.
»El poema de Parra habla sobre un machista terrible que cuando su mujer está llorando, él lee una revista. La intención del poema de Parra es mostrar la frialdad de un hombre frente a las mujeres. Y el libro no es eso, pero sí lo es. Esa mezcla de elementos cotidianos, banales, sucios.
–¿Qué pasa con la persona que interpreta algo distinto de la literatura en general, fuera de la academia?
–Algunas personas hemos tenido la bendición o maldición de no poder entrar en eso. Cuando conocí a Nicanor Parra fue el año 2002. Yo quería ser un escritor académico, serio, que escribiera novelas de verdad, como José Donoso. Pero yo escribía en The Clinic, hacía programas de televisión; era un poco payaso, y me sentía mal porque sentía que no estaba a la altura de lo que me había propuesto. Y me miraban como un payaso. A Nicanor Parra le interesaba esa parte, y yo dije «qué mala onda, porque quiero ser un poeta, escritor, y estando como un payaso, no». Descubrí que para él era la mejor medalla porque para él ahí estaba la literatura. Parra me enseñó que Plan Z no era un error en mi carrera literaria sino que era mi carrera literaria.
–¿En algún momento pensaste que era un error?
–Bueno, yo lo hice porque tenía 26 años, tenía que hacer algo, me gustaba la tele, pero pensando que se iba a borrar. No pensé que 20 años después iban a hablar de eso. Ahora me doy cuenta de que no, que cuando escribo esta novela tiene un toque de Plan Z. En Plan Z yo no era el que hacía los chistes ingeniosos; hacía los personajes, imitaba a gente mediocre, que era lo que yo era; una persona mediocre. Sabía imitar a un profesor mediocre porque era lo que había estado a punto de ser. Yo era profesor de castellano. Mis compañeros de universidad eran profesores de gimnasia, ese mundo lo conocía.
¿Imitabas a tus compañeros?
Yo solo imitaba gente. Igual participaba de los chistes. La mayoría de los chistes de Plan Z eran en base a experiencias reales. Yo nunca inventé un sketch sino que contaba cosas reales que me pasaban y los otros la escribían y la exageraban. Esta novela es un poco lo mismo.
CAMADA DE ESCRITORES DE CLASE MEDIA
¿Cuál es el libro que más te carga de esta nueva camada de escritores a los que criticaste en entrevista con La Tercera?
Nah, el periodista me provocó. Es muy feo decir que sean malos o buenos porque escriben de clase media. Yo encuentro que escribir de una clase social que no ha sido escrita siempre es una suerte. Yo envidiaba a García Márquez cuando chico porque había vivido su infancia en Aracataca. Tú sabes que los parientes de García Márquez, para los 40 o 50 años de Cien años de soledad, fueron todos a Madrid y todos encontraban que García Márquez era el peor escritor del pueblo porque todo lo que escribía era fome. Todos contaban historias mucho mejores.
»Muchos de estos jóvenes tienen talento y mucha onda, pero yo quiero saber el segundo libro, el tercer libro. Yo quiero que el juicio sea tan riguroso como lo es para la gente de clase alta o media. A mí el pobrecito en la literatura me parece estúpido. Pobrecito es Matías Correa, o Matías Celedón, o José Donoso o yo, esos somos los pobrecitos, que tenemos que hacer un doble esfuerzo. Pero no existe la pobreza en la literatura. No como en el cine. Ahí tienes a los hermanos Larraín que tienen que hacer películas sobre gente muy pobre pero tienen millones para hacerla. No entiendo el pobreteo ni el llanterío.
»Además han sido sometidos a una pobreza crítica tan gigantesca. Cuando tú lees a personas como la Patricia Espinosa, que son simplemente «esto es incorrecto o es correcto» hablar de eso de esa manera. Es una crítica censora, inquisitorial, sobre todo inquisitorial. Porque no entiende que la literatura es como la ley anglosajona, que se hace por precedentes. Es decir, algo es legal o ilegal según haya fallado ante un tribunal. En la literatura esto se escribe o no se escribe depende quién lo haya hecho antes. En la literatura y el lenguaje es así, las cosas están permitidas o no según quién las haya hecho o no las haya hecho antes.
¿Bonsai, de Alejandro Zambra, es un gran precedente para la literatura de este tipo?
Es el comienzo de algo. Yo no he visto ninguno que haya superado eso, que haya ido más lejos de eso. Más bien le han ganado en discreción a Bonsai. Es un libro que me gusta mucho y Zambra ya lo superó.
¿Tú también quisiste publicar joven?
Y me sacaron la mierda. Una buena sacada de mierda es algo que estos huevones necesitan con urgencia. Yo escribí un libro que se llama Invierno en la torre y me sacaron la mierda. Todos los amigos y todo el mundo. Fue muy bueno porque un crítico me dijo todas las cosas que estaban mal, yo lo leí y dije ¡eso es lo que voy a hacer! Eso es lo que les falta. Memorias prematuras fue todo lo contrario. Si hubiera querido seducir al lector siendo sencillo, humilde, lejano, minimalista, dije no, parece que no va por ahí la cosa. En el caso de estos jóvenes no es culpa de ellos; les tocó venir cuando el mundo se acababa, ser la orquesta del Titanic. Pero si vamos a ser la orquesta del Titanic, toquemos fuerte. No sean emos.
Nuevo capítulo del LiberaLibro y conversamos con Rafael Gumucio, autor de El galán imperfecto. ¡Comenta con nosotros!
Posted by El Ciudadano on Friday, May 19, 2017
*Revisa la conversación en el siguiente link.