“El derribo de un bombardero SU-24 es la culminación de un proceso de fricciones entre Rusia y Turquía, porque es evidente que aquel avión no representaba ninguna amenaza para Ankara, de manera que fue más un incidente con intencionalidad política que una operación militar.”
La afirmación es de Raúl Sohr, periodista, sociólogo y analista internacional, especializado en temas de seguridad, energía y defensa.
En entrevista, Sohr expresa que “no está claro si el avión cruzó algún segmento de territorio turco, pero si ello ocurrió debió ser algo insignificante”. Y define como “desproporcionada” la reacción de Ankara.
Sostiene que la reacción después del incidente también fue inadecuada. “Con cierta razón el presidente Vladimir Putin dijo: ‘En vez de llamar y explicarnos por qué derribaron nuestro avión, van y piden una reunión con la OTAN, como si nosotros hubiésemos derribado un avión turco’”.
El líder ruso acusó a Turquía de ser “cómplice” del Estado Islámico (EI). “La acusación –apunta Sohr– alude a la evidencia de que Turquía está facilitando el contrabando de petróleo que hace el EI a través de su territorio”. Además los servicios turcos de inteligencia han servido como puente para que el EI reciba armamento enviado desde distintos países musulmanes.
Sohr indica que Turquía y Rusia “vienen chocando desde hace tiempo en Siria”. “Mientras Moscú apoya decididamente al presidente Bashar al-Asad, el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan es su enemigo declarado”.
El analista afirma que el EI sirve a dos objetivos de la política turca: confrontar en el campo de batalla a las fuerzas kurdas y ayudar a tumbar al gobierno de Asad. Esta contraposición de intereses estaría en la raíz de la actual confrontación con Rusia.
Sohr, el más riguroso e informado comentarista internacional de la televisión y la prensa chilenas y colaborador de varios medios internacionales, presentó el viernes 13 el libro El terrorismo yihadista.
Durante la entrevista, recuerda que los rusos han bombardeado a los turcomanos –que habitan Siria cerca de la frontera con Turquía–, “lo que ocasionó las protestas de Ankara”.
El 4 de octubre Turquía protestó también por la violación del espacio aéreo por parte de aviones rusos, situación que fue admitida por Moscú, que atribuyó el hecho a “malas condiciones meteorológicas”.
Sohr señala que el nuevo conflicto mete en problemas a los países de la Unión Europea y a Estados Unidos, pues “de una u otra forma están obligados a solidarizarse con Turquía, que es miembro de la OTAN. Y uno de los elementos constitutivos de esta alianza es que si uno de sus miembros es atacado, todos deben contribuir a su defensa”, declara.
Espacio vital
Rusia y Turquía tienen razones aún más de fondo para involucrarse en el conflicto que se desarrolla en Siria e Irak. “Para Rusia el tema es absolutamente vital: Medio Oriente tiene enormes vasos comunicantes hacia sus fronteras meridionales. El Cáucaso es directamente influido por lo que pasa en Medio Oriente”, expresa Sohr.
Añade: “Los musulmanes del Cáucaso –chechenos, azeríes y daguestaníes– son sunitas. Y a ellos no les gusta nada lo que está haciendo Putin, quien apoya al chiita Asad.
“Los rusos, que ya conocen las consecuencias del terrorismo, lo que más temen es que el EI logre implantarse y generar adhesiones en algunas exrepúblicas soviéticas e incluso entre la población musulmana de Rusia.”
Ilustra con un dato: “Se estima que 7 mil musulmanes provenientes de Rusia y de exrepúblicas soviéticas están combatiendo junto al EI (…) Moscú ya ha tenido atentados en colegios y en teatros; por tanto, los rusos saben lo que es el terrorismo islámico”.
Por lo anterior, Sohr estima que la irrupción del EI y otros grupos yihadistas “es un tema de seguridad nacional directo para Rusia”, porque “si el conflicto se resuelve mal y se ahonda, Rusia va a sentir las reverberaciones”.
Según él, los intereses turcos son de otra índole. Desde que Ankara constató que no podría integrarse a la UE “comenzó a mirar a Medio Oriente con la ambición de convertirse en un líder del mundo islámico”.
Para este sociólogo y periodista, la decadencia política de Egipto –otrora principal referente regional–, agudizada tras la Primavera Árabe (2010-2013), aumentó esa ambición. “Sin embargo, en ese propósito Turquía chocó con Asad, quien también tenía una ambición de liderazgo (…) Entonces, Erdogan empezó a sostener que había que deponerlo o reemplazarlo a cualquier precio”. Le cuestionó su carácter dictatorial y la represión con que abordaba las crecientes protestas.
De acuerdo con el periodista, esto es un sinsentido “porque hay una serie de otros gobiernos en la región que son bastante menos democráticos que Siria, como el de Arabia Saudita, y Turquía nunca planteó la necesidad de deponerlos”.
Tanto o más importante que el conflicto con Siria es el problema con los kurdos. “La creación de un Estado kurdo le podría privar de una vasta región de su territorio”, apunta Sohr.
Aunque el analista estima difícil que esto último ocurra en el corto plazo, el hecho de que en Irak y Siria ya se esté materializando un Estado kurdo preocupa seriamente a Ankara, “puesto que los kurdos podrían tener cubierta la retaguardia para sus operaciones en Turquía”.
Los kurdos –la mayor nación sin Estado del mundo– son 30 millones, 14 de los cuales habitan Turquía. Seis millones son los que viven en Irán y otros tantos en Irak, mientras que en Siria son 2 millones.
El conflicto mayor
La tensión entre Ankara y Moscú ha copado portadas de los diarios en los últimos días, pero se enmarca en un conflicto mayor que tiene relación con el auge del terrorismo yihadista y las diversas guerras que protagonizan sunitas y chiitas, fundamentalmente en Siria e Irak.
En un contexto histórico, Sohr puntualiza que “Irak y Siria emergen como tales, tras la Primera Guerra Mundial, con la caída del Imperio Otomano y como resultado del tratado Sykes-Picot (1916)”.
“Ese acuerdo –continúa– no tuvo en cuenta las realidades étnico-religiosas del territorio en cuestión, sino que fue una repartición de poder entre dos potencias coloniales. Con el tiempo, lo que ha ido aflorando son las animosidades y contradicciones que existen entre muchos de los protagonistas que habitan esas tierras”.
Destaca que “Irak tiene mayoría chiita, pero Sadam Husein fue un sunita que los reprimió muy duramente. Eso generó una animosidad muy grande entre las dos comunidades religiosas y, tras la caída de Husein, estalló una guerra civil que ha costado cientos de miles de vidas”.
Resalta que en Siria pasó lo contrario: “Una minoría chiita –de la vertiente alauita, a la que pertenece Asad y que equivale a 15% de la población– gobierna a los sunitas, que son la amplia mayoría”.
“Desde 2010 los sunitas se han volcado contra Asad, generándose una guerra civil que ha dejado un cuarto de millón de muertos, 11 millones de desplazados en un país de 22 millones de habitantes, mientras 4 millones han emigrado, muchos de ellos a Europa.”
Y abunda en el papel que juegan otras potencias de la región: “Los sauditas son violentamente antichiitas; por tanto, están contra Irán, país del que temen tenga una visión hegemónica en la región”, expresa Sohr.
Arabia Saudita, añade, es un país que se afirma mucho en su gasto militar (67 mil millones de dólares anuales) y en la protección que le da Washington.
“Estados Unidos tiene una doctrina que viene de tiempos de Dwight Eisenhower (presidente entre 1953 y 1961), en la que se planteó que quien quisiera inmiscuirse con Arabia Saudita se iba a enfrentar directamente con Estados Unidos”, manifiesta.
Subraya que Estados Unidos dedica entre 20 y 30% de su presupuesto bélico a la defensa de sus intereses en Medio Oriente, siendo Arabia Saudita el principal destino de dichos recursos. Este gasto apuntaría –según Sohr– a asegurarse de que no habrá interrupción del flujo petrolero. “Esa es la motivación de la alianza”.
Destaca que en Arabia Saudita rige el wahabismo: “Una visión fundamentalista del Islam, muy similar a la sostenida por el Estado Islámico”. Resalta que muchas de sus prácticas coercitivas son idénticas: decapitaciones, lapidaciones, castigos corporales, amputaciones. “Son tremendamente estrictas: la mujer en Arabia Saudita prácticamente no tiene existencia legal. Hay una policía religiosa que es tremendamente poderosa”.
Hace ver que el integrismo religioso reinante en Arabia Saudita es un caldo de cultivo para el terrorismo yihadista. Subraya que la mayoría de quienes participaron en los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono en septiembre de 2011, provenían de dicho país.
“La política de Arabia Saudita es reprimir duramente a los grupos fundamentalistas dentro de sus fronteras, pero fuera de éstas le dan ‘chipe libre’ (los dejan ser) e incluso los alimentan, como hicieron con Al-Qaeda.”
Sostiene incluso que “los sauditas han sido instrumentales en el desarrollo de varios de los grupos islámicos, incluido el EI, al que han ayudado y probablemente siguen ayudando en forma encubierta” debido a que esta organización “combate contra los chiitas”.
Expresa que los sauditas ayudan al EI a sabiendas de que éste actúa “de la forma más criminal imaginable”.
Recuerda además que Arabia Saudita ha financiado la construcción de mezquitas en Europa, que han sido centros de reclutamiento y agitación, desde donde han partido miles de yihadistas europeos a luchar en Siria e Irak.
Sohr subraya que en este momento, Arabia Saudita implementa una guerra contra Yemen, la que declaró luego que este país cayera en manos de los rebeldes hutíes (chiitas). Como parte de la embestida, la citada petromonarquía –junto con otros emiratos de la región– impuso un bloqueo naval y ha lanzado masivos bombardeos aéreos –que afectan a civiles– que están provocando una catástrofe humanitaria, silenciada por la comunidad internacional.
A partir de lo anterior, Sohr asegura que Estados Unidos y el resto de Occidente “han sido muy parcos, por no decir absolutamente cínicos, en la forma en que manejan la cuestión: mientras denuncian los crímenes del Estado Islámico, Arabia Saudita ejecuta atrocidades que están totalmente reñidas con los derechos humanos, y, respecto de eso, hay absoluto silencio”.
El experto estima que la evolución del conflicto en Siria e Irak ha ido favoreciendo las posiciones sostenidas por Irán. Lo explica: “En principio, muchos apoyaron al EI por ser anti-iraní y anti-chiita, pero luego éste se transformó en tal amenaza, que para muchos en Occidente Bashar al-Ásad pasó a ser un mal menor”.
“Todos comienzan a darse cuenta –sentencia Sohr- que el vacío que se podría generar, de caer el régimen sirio, podría ser tan dramático como lo ocurrido tras la caída de Husein, que dejó expuesto a Irak a una guerra civil atroz”.
El analista señala que lo mismo sucedió en Libia con la caída –en 2011- de Muamar el Gadafi. Ese país quedó ingobernable: de hecho tiene dos gobiernos que es como decir que no tiene ninguno”
“(Junto a Siria) Libia es otro gran forado por el que están saliendo a Europa una cantidad enorme de refugiados provenientes de Somalía y otros países, porque no hay un control”.