«La sola presencia del Estado militarizado en el pueblo mapuche genera que todos sean posibles víctimas», sostiene el periodista Richard Sandoval (Colo-Colo ya no es Chile, Soy periférico, Tanto duele Chile), autor del libro de crónicas Tiempos peores (Planeta, 2018). Una suerte de recorrido por distintos acontecimientos recientes, lugares y personajes a través de los cuales se van evidenciando las diferentes formas en que en nuestro país se violan los Derechos Humanos.
«Esto parte desde la inquietud de mostrar que en Chile también se violan los Derechos Humanos frente a la acusación -que permanece- de violación de los Derechos Humanos en países como Honduras, Nicaragua, Venezuela, países caribeños, centroamericanos, vinculados también con procesos de Izquierda», explica Sandoval. De ahí que Tiempos peores transite desde la violencia que implica tener que respirar aire contaminado como ocurre en Quintero y Puchuncaví, pasando por la inexistente garantía de un techo bajo el cual dormir, hasta aquella ejercida sistemáticamente por la policía a lo largo de todo el país y especialmente en la Araucanía.
La conversación tiene lugar en días teñidos por el asesinato del comunero mapuche Camilo Catrillanca, la víctima más reciente de la violencia estatal ejercida por Carabineros de Chile en el sur. La misma que padeció Brandon Hernández Huentecol, protagonista de una de las historias probablemente más kafkianas del libro y con la que abrimos la conversación. «Es un caso que me ha llamado mucho la atención. Por el hecho de que sea un adolescente; por el hecho dramático de que al otro día comenzaba a hacer su práctica; porque era un niño con apellido mapuche, viviendo en zona mapuche, pero que no tenía nada que ver con las luchas reivindicatorias. Cuando conversé con él me decía que no tenía idea que se hacían marchas mapuches, y la mamá más bien apoyaba a Carabineros en todo el conflicto mapuche», relata el periodista.
¿Y qué lectura haces de este caso con los antecedentes de que, por ejemplo, Brandon es atacado cuando está preparándose para su práctica y mientras su hermano está andando en bicicleta, algo muy cotidiano?
La lectura es que los medios, que son los que construyen el sentido común, te presentan el conflicto mapuche como -y así lo dice el Gobierno también- este pequeño grupo reducido, violentistas, a los que el Estado tiene que ir a enfrentar con lo mejor que tiene desde el punto de vista militar. Y lo que expresa el caso de Brandon es que la instalación militar del Estado en territorio mapuche no elige a quien o no atacar, sino que la sola presencia del Estado militarizado en el pueblo mapuche genera que todos sean posibles víctimas, que todo el pueblo mapuche sea el que está asediado. El carabinero no elige a quien tirarle o no una bala loca, no elige contra quien se le escapa un tiro; finalmente es el Estado chileno contra el pueblo mapuche, y ahí puede caber gente movilizada, líderes culturales y políticos como Camilo Catrillanca, cabros chicos que andan en bicicleta y que no tienen más culpa que llevar un apellido mapuche.
Tú saliste a buscar casos de distintos ámbitos donde se graficara que en Chile se están violando los Derechos Humanos, y hay uno que me llama la atención porque no está vinculado políticamente a ningún suceso, que es el del papá con el hijo que vivían afuera de la Posta Central. ¿Por qué decides tomar ese caso?
En Chile hay cuestiones que se dan por sentadas. El modelo neoliberal genera que nosotros demos por sentado que la vivienda no es un derecho, por ejemplo. La Constitución de la República de Chile no garantiza el derecho a una vivienda digna, entonces estamos acostumbrados en esta vorágine del boom inmobiliario a que si queremos irnos a vivir solos, dejar de vivir con nuestros padres, tenemos que pagar un arriendo de un departamento por mínimo 300 lucas por una pieza.
Entonces lo que quise hacer con este caso fue mostrar lo que significa en su versión más extrema la no existencia de un derecho a la vivienda. Porque está el caso del padre que tiene todo un historial, una vida de vivir en la calle desde que era chico, pero está el caso de su hijo -Fabián-, absolutamente sano, que no consume ningún tipo de droga y que se dedica a recolectar cachureos para ir a venderlos con su papá; lleva cerca de 10 años viviendo en la calle, tiene apenas 23 años y es un caso de cómo la violación de Derechos Humanos afecta a niños y al desarrollo de una persona. Porque el Estado no se detuvo a asegurar que él fuera al colegio, a asegurar que tuviera un techo donde pasar un invierno y, por el contrario, la respuesta que da el Estado es otra vez la fuerza represiva. O sea, ese niño está acostumbrado a que durmiendo, a las 3 de la mañana, lleguen carabineros garabateándolo, golpeándole las costillas, expulsándolos como perros. Entonces uno se pregunta qué pasa con esa promesa de país desarrollado que nos vienen ofreciendo los presidentes desde el regreso a la democracia y que Piñera dice que vamos a ser desarrollados el año 2025.
Ese caso, además, representa una cifra muy decidora de cómo Chile se comporta con sus problemáticas sociales y que indica que en promedio en los países desarrollados una persona en situación de calle vive solo 2 años así, mientras que en Chile ese promedio se alarga a 5. Algo que consideramos como normalidad porque estamos acostumbrados a que así sea.
«En Chile se condena lo marginal a priori»
Pero hasta en ese caso hay un hecho que se repite en gran parte de las crónicas, el de la violencia policial. ¿Qué responsabilidad le asignas a los medios de comunicación tradicionales en la normalización de los hechos de violencia protagonizados por carabineros?
Creo que la cobertura a los temas de violencia como una cuestión normal ha llevado a que hoy la represión policial sea parte de la cultura chilena. Esa es una de las conclusiones que saqué con el libro. Es parte de lo que tenemos que aprender en nuestro desarrollo como ciudadanos.
El otro día aparecía, por ejemplo, un video en donde mostraban cómo se estaba preparando un periodista de Canal 13, en una universidad de Temuco, para un despacho sobre una movilización. Y se filtró el video donde ensayaba la información que iba a dar y tenía listo su guión para decir que Carabineros tenía que actuar con fuerza represiva porque los estudiantes habían puesto una barricada. Y las barricadas no aparecían y el periodista decía ‘ya po cabros, queremos show, necesitamos el show para poder entregar la información’. Lo que indica ese video es que los medios de comunicación tradicionales tienen una estructura dramática armada a la hora de entregar la información, en la que necesitan el enfrentamiento, y en esa necesidad la fuerza represiva aparece como la respuesta natural, normal, frente a una actuación ciudadana que es condenable. Y eso no puede ocurrir, porque si nos vamos a comparar con países desarrollados tenemos que entender que allí las fuerzas represivas están mucho más controladas y la presencia, por ejemplo, de un «guanaco» o de un gas lacrimógeno, es absolutamente excepcional.
El otro día conversaba con una amiga argentina que me contaba una experiencia que tuvo en una manifestación en la Embajada de Argentina en Chile cuando se votó en el Senado de su país la ley de aborto. Y me decía que había un grupo como de 200 personas y sin mediar ninguna provocación llegó el «guanaco» a tirar agua y los pacos a tirar lacrimógenas. Y me decía que era la primera vez que tenía que respirar el aire de las lacrimógenas y el agua del «guanaco» porque había ido como a 100 marchas en Argentina y siempre los líderes de la manifestación, en conversación con la policía, llegaban a algún tipo de acuerdo. Y lo que comprobó es que en Chile esa instancia de mediación no se da, es natural la represión; por eso digo que la represión policial es parte de la cultura chilena, y eso es lo que hoy está mostrando un descalabro por parte de Carabineros, porque se están evidenciando todos los abusos de poder que existen.
¿Consideras que en este poco tiempo que lleva Piñera eso se ha agudizado?
Yo creo que hay que entender dos cosas. Una es que Carabineros tiene una forma de actuar que es muy autónoma y eso es lo que está cuestionado hoy; muchos dicen ‘se mandan solos’. Y eso tiene mucho de cierto, pero también es cierto que las movilizaciones, desde que Carabineros depende del Ministerio del Interior, se reprimen o no se reprimen o su magnitud tienen que ver con una orden política y esa orden política es mucho más fuerte y evidente al momento de la existencia de un gobierno de derecha. En gobiernos de centro izquierda -Nueva Mayoría, Concertación- la represión ha estado -de hecho el caso de Rodrigo Avilés fue en el gobierno anterior, también el mismo caso de Brandon (Hernández)-, pero también en el libro hay situaciones que demuestran cómo a partir de un ordenamiento político la represión es mucho más directa y ni siquiera existe la posibilidad de diálogo. Por ejemplo en la marcha de Quintero-Puchuncaví, en que Carabineros llegó decidido a reprimir, no sé si como una forma de intimidar, de coartar la expresión, pero la decisión política es llegar a reprimir.
Y lo mismo ocurre en la crónica que se llama Tiempos peores, donde los estudiantes que se manifestaron después del pronunciamiento del Tribunal Constitucional por el lucro también recibieron una represión brutal, con un cabro que es el protagonista de ese texto que estuvo inconsciente en el piso y fue arrastrado por carabineros con una acción absolutamente impulsiva de su parte y sin una posibilidad de diálogo.
La represión está siempre, es parte de la lógica democrática chilena, pero con este gobierno se ha mostrado una especie de mayor empoderamiento de parte de Carabineros para reprimir sin culpa, como lo que pasó en la gran marcha que hubo por Camilo Catrillanca, donde se proyectó su rostro en Plaza Italia. Hubo un nivel de represión que no se veía desde la época del Movimiento Estudiantil de 2011.
Los medios al momento de ofrecer a la ciudadanía el tema de la violencia en los enfrentamientos entre manifestantes y policía, igual hacen diferencias. Un ejemplo es lo que pasó en Francia, donde yo nunca vi un adjetivo negativo para referirse a los franceses que estaban dando vuelta un auto para luego quemarlo. Y ahí sí se habla de las demandas de los manifestantes. ¿Por qué crees tú que ocurre eso?
Porque Chile es un país clasista, racista, centralista y finalmente los centros de poder son serviles a los dueños del país, y esa misma cultura es la que lleva a tratar a los estudiantes secundarios como delincuentes o a los residentes de una población como pobladores potencialmente también objeto de delitos, o a los mapuches como un peligro. Es decir, todo lo que es diferente e «inferior» tiene que manifestarse, y lo que señalen o traten de discutir, de poner sobre la mesa, es menos relevante que su condición de ser. Entonces, claro, cuando salió lo de Francia daban sendos reportajes sobre quiénes son los ‘chalecos amarillos’ y qué buscan, con una curiosidad respetuosa, una que no se permite en Chile. Acá todo lo que es manifestación o contrario a la continuidad del orden mercantil debe desacreditarse inmediatamente por ser sucio y marginal, en definitiva. En Chile se condena lo marginal a priori.
¿Cómo te aproximas a la crónica del integrante de las Juventudes Comunistas que es golpeado en la marcha que mencionas contra el TC? Recuerdo haber visto en vivo por televisión el relato que tú haces de la agresión…
Fue bien interesante esa crónica. Hay diversas formas en las que me aproximo a personajes y a áreas. Por un lado, hay formas que son más elaboradas, por ejemplo, la mapuche: me tomo el tiempo de identificar un personaje, de estudiarlo e ir a buscarlo; hay otras que son de un impulso, como la de Quintero, donde yo dije ‘esta va a ser la última crónica y tengo que ponerla porque es muy importante’, porque el tema de la violación a los Derechos Humanos respecto al medio ambiente es muy importante, y en Internet encontré que en dos días más era la primera gran marcha, un día sábado, y yo dije ‘me voy el sábado y estoy todo el día ocupado ahí’. Y ahí viví in situ la represión de los pacos.
Y otra forma es reaccionar también a los propios registros que aparecen en las redes. O sea, la crónica de Fernando Quintana (Juventudes Comunistas) la hice luego de ver el video en que él aparece inconsciente en el piso siendo arrastrado por los pacos. Fue de tal impacto, que hubo denuncias del Instituto Nacional de Derechos Humanos, por ejemplo, y además era el estreno del gobierno (de Sebastián Piñera) y lo que te indicaba era que así iba a responder el Gobierno a los reclamos estudiantiles. Entonces después de ver el video yo fui a reconstruir la historia. Al otro día fui a verlo a su casa, lo acompañé mientras lo entrevistaban canales de televisión. Y lo que yo decido como escritor, como periodista, es meterme en su vida, en su departamento, conversar más allá de lo que pasó esa vez, respecto de lo que piensa de la política, su historia política, por qué llega a poner su cuerpo a disposición de una cuestión política, quién es su mamá, su papá, es tratar de comprender un poco la historia familiar del personaje para tener una perspectiva más amplia. Y esa aproximación, como más humana, más obsesiva respecto de un personaje, es lo que permite al final tener un texto que también permite sensibilizar, empatizar, como verlo más allá de «el guerrillero» que uno ve en el video enfrentándose a los pacos.
Si tuvieras que escoger de todos los relatos uno que a tu juicio consigue aglutinar de mejor forma lo que es hoy Chile en términos de los abusos, de las violaciones a los Derechos Humanos, ¿cuál elegirías?
Yo creo que es la de Quintero, es la que más dice cómo es Chile a partir del personaje que es Noemí. Un personaje que en su historia de vida dice absolutamente cómo es Chile. Ella es una mujer de 6o años que fue a manifestarse por haber sido intoxicada junto a su nieta en las intoxicaciones masivas.
Me comentaba que cuando se intoxicaron no fueron al hospital porque sabían que iba a ser una pérdida de tiempo, que les iban a dar con suerte una pastilla y las iban a mandar para la casa: ahí está la desconfianza en el sistema de salud público. Segundo, va a la manifestación a expresarse pacífica y libremente por el tema de la contaminación y la reprime Carabineros, siente el terror de que su nieta de 12 años se va a morir porque es asmática, y ella llora en un pánico rememorando los peores tiempos de la dictadura que había también sufrido. Luego me cuenta que su esposo murió de cáncer, según ella a causa de la contaminación tras verse expuesto trabajando durante muchos años en una de las empresas de Quintero.
Esta misma mujer es la que me dice que sus dos hijos también son víctimas del sistema chileno al estudiar una con CAE (Crédito con Aval del Estado), no poder pagar el CAE al momento del egreso porque se tiene que operar y al no pagar el CAE no puede titularse y son años perdidos. Y su otro hijo estudia en la Universidad del Mar, que termina siendo un fraude, y su título no le sirve de nada. Entonces en esta pura descripción que te doy hay como diez violaciones a los Derechos Humanos en un solo personaje; imagínate cuánta gente como ella existe en Chile, a cuántos como ella se les muere un familiar porque no hubo hora en el hospital público, que estudian una carrera charcha en una Universidad que estafa y que han sufrido alguna violencia policial injustificadamente. Debe haber de a miles. Entonces ese personaje dice mucho de cómo es Chile.
¿Te quedaron historias fuera del libro?
Sí, yo quería harto trabajar -pero me quedó como pendiente- el tema de los medios de comunicación alternativos. A la hora de hablar de Derechos Humanos y de condenar a un país extranjero siempre se pone mucha atención respecto al ejercicio de la libertad de prensa, de expresión.
Venezuela…
Claro, Venezuela, Cuba, y una de mis principales preocupaciones tiene que ver con conversar respecto a qué tanto se cumple en Chile la libertad de prensa. O sea, si uno va a los kioscos se va a encontrar con puros diarios de circulación nacional diaria que son de un perfil político empresarial; si uno va a la televisión no hay ningún gran canal que no sea del perfil de mercado, incluso el canal público. Entonces, dónde está la libertad de prensa para quienes quieren hacer comunicación desde una población; dónde está para quienes no tienen una ley que les garantice un espacio radiofónico; dónde está para esa decena de radios comunitarias que son allanadas anualmente y que son denunciadas por el Colegio de Periodistas y quedan ahí como parte de una anécdota y nadie lo conversa; dónde está la libertad de prensa en un país que no tiene una ley de prensa que garantice la pluralidad de voces. Entonces ese cuestionamiento me gustaría ponerlo a través de ejemplos, como el de radios allanadas, que es un tema que me gustaría desarrollar más adelante.
Tiempos peores es una suerte de resumen de todos los abusos que padecemos en Chile en distintos ámbitos y situaciones de la vida cotidiana. A tu juicio, ¿por qué todavía la ciudadanía no le ha podido poner coto a todo ese tipo de abusos, ni siquiera a uno tan transversal y hasta -si se quiere- despolitizado, como es el de las pensiones de las AFP?
Lo que se me viene a la cabeza es que el sistema es tan perverso que no te da tiempo, oxígeno, para una organización mayor a la que satisfaga tus necesidades más urgentes. Es decir, estamos hablando de gente que tiene que trabajar 15 horas para poder tener una platita extra que le permita tener transporte, alimentación o pagar un examen que no te lo va a dar el sistema privado. Nuestros cerebros están tan agobiados por la urgencia de la generación de dinero, que se hace muy difícil tener una pausa para arrojarte a la movilización y la organización.
Por eso en Chile muchas de las manifestaciones sociales son fenómenos, como el de las AFP que fue un gran fenómeno; o el Movimiento Estudiantil de 2011 que también lo fue; o ahora que estuvo el gran fenómeno de las protestas por la muerte de Camilo Catrillanca. Pero el sistema te da tiempo para solo despertar durante el fenómeno. Por eso una organización más encadenada en cuanto a sus luchas, es una cuestión más de largo plazo. Y por eso es tan importante la persistencia de un movimiento por una nueva Constitución, por ejemplo, porque la estructura dictatorial que nos dejó Jaime Guzmán es tan fuerte, tan perversa, que no da tregua.