Liss Lares es una joven caraqueña que hace más de seis años decidió dejar la vida en la ciudad, el trabajo, los horarios, el transporte público, la comida procesada, la contaminación lumínica, el esmog, la hiperconectividad, entre tantas particularidades citadinas para vivir como ella misma dice “en bienestar”.
En conversación con El Ciudadano la joven socióloga nos cuenta que percibe la urbe como un espacio cada vez más insostenible admite que “seguramente hay muchas posibilidades productivas y formativas y de participación para muchas personas pero particularmente la experiencia de Caracas o el caso venezolano hemos visto en los últimos años cambios significativos en el acceso a servicios, en la calidad de vida, en la generación de productos de la ciudad y eso pareciera venir en detrimento.”
Cabe recordar que el país latinoamericano vive desde hace varios años un asedio económico y un bloqueo que ha agudizado aspectos básicos de la vida, teniendo esto en cuenta “hay una posibilidad grande de que la ciudad, en este caso Caracas se esté haciendo insostenible” asegura Lares.
Profundizando en el tema de los servicios públicos Lares recalca que
“al menos la ciudad de Caracas en los últimos 5 o 6 años hemos experimentado una crisis con el abastecimiento de agua, que no tiene precedente. Se ha tenido crisis con el suministro de servicio eléctrico, es frecuente la caída de tensión, lo que afecta también el uso de electrodomésticos, hemos vivido crisis muy particulares de hace muchos años con el abastecimiento de alimentos”. A esto habría que sumarle las dificultades con el transporte público y el suministro de gasolina “esas son cosas que pusieron en el presente citadino la duda ante la posibilidad de sostener una vida de calidad, una vida saludable en un entorno urbano”.
Liss vive en un espacio ubicado en territorio rural, en la franja costera del estado La Guaira, a pocos minutos del pueblo de Todasana, ella asegura que “procura ser un proyecto de conexión con el bienestar personal a través del contacto con la naturaleza” al que ha llamado Todasana orgánica y funciona como hostal ecológico.
La vida en este lugar se resignifica constantemente, la forma en que los visitantes hacen consciente sus actividades cotidianas, el consumo de alimentos, de electricidad o de agua, la cantidad de desechos orgánicos e inorgánicos que producen, las formas de procesar la comida son algunas de las actividades que exigen estar enteramente en el presente, sin prisa, agresividad o inquietud.
Casos como el de Liss se ven cada vez más a menudo, la comuna El Maizal en el Estado Lara, la Comuna Lomas Unidas de Macho-Capaz en Mérida, colectivos de siembra en las periferias de las urbes emergen cada vez con más fuerza como una alternativa de conexión con la naturaleza “en Venezuela he distinguido algunas experiencias de jóvenes, de agrupaciones, de asociaciones que han hecho esa apuesta en los últimos años, esta Conuco Hormiguero, una posada que se llama El Naranjal, hay varios espacios así de integración con la naturaleza muy lindos, muy bien desarrollados”.
La alimentación como actividad fundamental de la vida humana se vislumbra esperanzadora en estos espacios “el huerto o conuco es tan importante para nosotros como alimentarnos, la posibilidad de generar los alimentos y que además sean libres de agrotóxicos y de transgénicos y resulta bastante sanador” indica Lares.
Por otra parte los alimentos en la actualidad se basan en productos refinados y procesados que impactan en la salud de personas jóvenes, adultos contemporáneos e incluso niños y niñas, “en la producción de alimentos a pequeña escala hay una gran posibilidad de restaurar el equilibrio del organismo humano” y detalla que “en una relación de proximidad con los alimentos el conuco es vital, puede hacer un diferencia entre la forma que estamos experimentando nuestra vida y puede ser la clave de la salud”.
La joven asegura que salir de la ciudad ha sido la mejor decisión que ha tomado “a pesar de todas las dificultades y todos los retos o limitaciones que he tenido, ha sido la decisión más feliz que he tomado en mi vida” y no repara en manifestar que “salir de la urbe es una posibilidad de aproximarse a estados de bienestar y felicidad que son inherentes como humanidad.”
Por último advierte a aquellas personas que se estén replanteando la vida en la urbe y pretendan salir que tengan en cuenta “las aspiraciones de cada quien, las cosas que los hagan felices” en su caso se siente “sostenida y conectada” con lo que quiere experimentar.
Sofía Belandria El Ciudadano