Yolanda Perea: la voz de las víctimas de violencia sexual en el conflicto armado de Colombia

Era 1997, en medio de la inmensidad de la selva y la noche en Riosucio, Chocó (occidente de Colombia), sintió que una sombra entró a la finca de su abuelo, donde dormía con sus hermanos

Yolanda Perea: la voz de las víctimas de violencia sexual en el conflicto armado de Colombia

Autor: Pedro Guzmán

En 1997, Perea, a sus 11 años, fue víctima de violencia sexual por parte de un combatiente de las FARC, experimentando un dolor que ninguna niña debería conocer. Spuntik habló con ella en el marco del Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas del Conflicto Armado.

Nadie le había explicado que los muertos, muertos permanecían, que nunca más vuelven a respirar, abrazar, soñar, comer o levantarse. Eso lo entendió después de mucho pedirle a su mamá, María Ricardina Perea, que dejara de estar acostada con una sábana blanca encima que le cubría el rostro mientras que sus hermanos no dejaban de llorar, reclamando de su sosiego. Ella, con apenas 11 años, y siendo la mayor, no entendía lo que pasaba y no quería entenderlo. Pero la realidad le llegó de golpe. Yolanda Perea tuvo contacto con la muerte antes de lo que le pasó a su mamá, no precisamente con la muerte. Sí con una experiencia que le quitó las ganas de vivir.

Era 1997, en medio de la inmensidad de la selva y la noche en Riosucio, Chocó (occidente de Colombia), sintió que una sombra entró a la finca de su abuelo, donde dormía con sus hermanos. Sintió el peso y el frío de un arma en su cabeza, y una mano que tapó su boca para evitar cualquier ruido. “Me dice que, si me muevo, me mata a mí y a mi familia. Abusa de mí y se va”. Aunque era una sombra, sabía quién era. Lo había visto en la mañana, de uniforme camuflado, morral y armado.

«Integrante de las FARC. Era normal verlos pasar porque para ir al caserío cruzaban por donde mi abuelo. Me preguntó dónde estaban las vacunas del ganado, se las entregué, las revisó y se fue. Seguí jugando con mis hermanos. Él sabía que esa noche nos quedábamos solos con mi abuelo, y entró a la casa que no tenía puerta, solo el marco». Su violación fue la antesala de la muerte de su mamá.

Al otro día, cuando María Ricardina y sus tíos volvieron de la fiesta, Yolanda no la esperó como siempre a orillas del río, celebrando su llegada junto con sus hermanos. «Me empezó a llamar, yo la escuché gritando mi nombre, pero no era capaz de moverme, no sentía mi cuerpo, estaba escondida, temerosa. Cuando me encontró, me preguntó que qué me pasaba y le conté todo».

Sin medir algún riesgo, su mamá llegó hasta el campamento del Frente 57 de las FARC, asentado en la vereda de la cuenca del río Truandó, al que pertenecía su violador, a reclamar por lo que hicieron a su hija, a clamar justicia, a exigir respeto por los niños, por la gente que no tenía nada que ver con la guerra.

No le creyeron y, mucho menos, castigaron al responsable. Mientras él seguía impune y libre, Yolanda se convirtió en esclava de sus miedos. Le arrebataron su niñez y su alegría. La mataron por dentro. Lo único que le daba un poco de ilusión era ir a pescar, pero ellos, los hombres uniformados y armados, también le quitaron lo último que le recordaba que estaba viva. A los tres meses de su violación, María Ricardina se fue una temporada de casa para trabajar en la tala de madera; Yolanda, con el permiso de su abuela, se fue al río, a meditar mientras un pez le picaba la carnada.

«Me encantaba el silencio, no hablar con nadie. Cuando bajé a la playita a pescar, no me había dado cuenta de que por ahí estaba el que me violó con otros tres hombres. Aparecieron de la nada y me empezaron a gritar ‘sapa’ [soplona], me dijeron palabras y me pegaron. Todos me dieron patadas. Mi abuela escuchó los gritos y bajó con la escopeta y los sacó».

Yolanda no entendía por qué estaba sangrando tanto, por qué le dolía el vientre, por qué se sentía tan débil, hasta que su abuela le explicó. Estaba en embarazo y había perdido el embrión.

Nunca entendió cómo una niña de 11 años podía concebir y su abuela, en vez de enseñarle, la hizo jurar que guardaría silencio por siempre. «Ella me dijo que el que rompe una promesa, el diablo se lo lleva y lo sube a un árbol».

El miedo y las supersticiones eran las que guiaban a Yolanda. Su mamá nunca se enteró de que estuvo embarazada y tuvo un aborto forzado, mucho menos consolarla para devolverle la fuerza y dejar de lado la ignominia. Desde que María Ricardina le reclamó a las FARC por lo que le hicieron a su hija, tenía sus días contados.

Meses después de la violación, siete hombres armados llegaron a su casa con la excusa de comprar una vaca y un marrano para una fiesta. Eso ya había ocurrido en otras ocasiones. Lo que cambió esta vez fue que preguntaron por su mamá. «Cuando oigo que la llaman, ahí mismo me paro para bajar con ella las escaleras. Siempre le estaba pisando los talones porque quería ser como ella. Se da la vuelta y me dice que esta vez no, me pide que me haga responsable de mis hermanos y que me vaya de inmediato».

Escuchó una balacera y salió corriendo a resguardarse. Su mamá había sido asesinada. «A mi abuelo lo sentaron en unos troncos de madera para que viera cómo mataban a mi mamá por haberse atrevido a reclamarle y levantarle la voz a los de las FARC». También murió un primo de Yolanda, y su tío, que intentó intervenir, fue herido, y quedó con secuelas para movilizarse. La finca El Congreso ya no era segura.

Justicia para las víctimas de violencia sexual

Yolanda no volvió a ser la misma, se reinventó a través de la culpa y el dolor. Los convirtió en su lucha y su voz. Hoy es una lideresa social y defensora de los derechos de las víctimas, especialmente de las que han sufrido violencia sexual en el marco del conflicto armado como ella.

Desde la Mesa Municipal de Participación de Víctimas de Medellín, la Ruta Pacífica de Mujeres y otras organizaciones y apuestas por la verdad, reparación, justicia y no repetición, Yolanda ha trabajado y se ha empecinado por recoger más de 2.000 casos sobre el delito de violencia sexual para que la Jurisdicción Especial para la Paz —tribunal creado tras la firma del Acuerdo de Paz en 2016— abra un macro caso e investigue cómo la guerra afecta directamente el cuerpo, integridad y dignidad de niñas, jóvenes y mujeres.

Yolanda también fue una de las víctimas que más se movilizó para que se aprobaran las 16 circunscripciones especiales para la paz. El espacio de representación para quienes han sufrido los embates del conflicto armado en Colombia. Eso se logró el pasado 13 de marzo, cuando por primera vez los 170 municipios más afectados votaron por sus representantes a la Cámara. Ella, por su parte, aspiró al Senado por la lista del Nuevo Liberalismo, partido creado en la década de los 80 por Luis Carlos Galán y Rodrigo Lara, que desapareció tras el asesinato de ambos y revivió el año pasado, tras el fallo favorable que dio la Corte Constitucional a una demanda de sus hijos.

Sin embargo, la lista no superó el umbral de más de 500.000 votos y todos los candidatos, incluida ella, se quedaron sin voz y representación en el Senado. «Tengo tanto guayabo (tristeza). Le metí alma y corazón a la campaña, trabajé fuertemente, incluso estando en embarazo, pero, el día antes de las elecciones, repartieron dinero a diestra y siniestra, y la gente por hambre vota por el que sea», relata.

Yolanda no descarta la idea de volver a intentarlo, de luchar por un lugar en el Congreso donde las mujeres víctimas de violencia sexual tengan resonancia, una curul que les crea, que pelee para que el sistema no les dé la espalda y las revictimice, como le ocurrió con su abuelo, que cargó en ella la culpa de la muerte de su mamá.

En el Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas del Conflicto Armado —9 de abril de cada año desde 2012—, Yolanda insiste en la necesidad de que las víctimas sean el centro para la reconciliación de Colombia. Y eso empieza por la representación que tengan en espacios de poder, como el Congreso, y que el Estado les dé más protagonismo.

Más que conmemorar una fecha que, a su juicio, desdibuja su intención, pide por acciones que demuestren que sus verdades sí son creídas, como la apertura del macro caso por violencia sexual en la JEP, como un proceso de negociación con el ELN, como la inversión social sostenible en las regiones, en otras palabras, garantías para vivir con tranquilidad.

Fuente Sputnik


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