“Si vamos a recomenzar, pues siempre estamos recomenzando, recomencemos desde el fondo, desde lo más duro, desde lo más dañado para que efectivamente otros seres humanos imaginen un futuro y lo imaginen desde la fuerza y desde la conciencia de todo el daño inútil que unos a otros nos hemos causado”.
Volver al 11 de septiembre de 1973, a un país y a un hombre. Las claves se extienden a la vista y las apreciaciones, aunque diversas, giran sobre un mismo círculo. Para entrar de lleno en esta poesía hay que ser capaz que visitar una y mil veces los mismos paisajes, sueños, lecturas y fantasmas. Es necesario sumergirse en ellos sin cansancio, alerta, pues cuando se cava profundo van apareciendo señales de lo que ahí se entierra. Luego de conocer ‘Zurita’, su último libro, donde las posibilidades se abren hacia dentro, quizás pueda leerse la obra de Raúl Zurita (Santiago, 1950) como un solo poema.
-¿Cuál fue tu experiencia mientras estabas preparando el libro?
-Fue gradual. Yo nunca pensé que en un viaje a Alemania por cuatro meses, el año 2002, de pronto me iba a sentar y me iban a empezar a surgir una serie de imágenes que en ese momento no sabía lo que conformaban. Pero curiosamente decidí hacer un buen número de hojas y todas ellas están, o sea no se perdió nada. Entonces, uno sabe poco, finalmente. O, mejor dicho, hay que hacer el esfuerzo máximo, porque de todas maneras aquello que no controlas, llámese inconsciente, historia de la lengua o lo que sea, hará lo que quiera con tu escritura.
-¿Cómo es para ti el personaje Zurita que aparece aquí?
-Yo entiendo que el arte, o tiene relación con la vida o no tiene relación con absolutamente nada. Pero, al mismo tiempo, todos esos géneros de memorias o autobiografías los encuentro por lo general bastante detestables y bastante fomes. A mí me aburren al menos. Entonces es tu vida, pero tu vida pasada a través de filtros, de mangueras, de engranajes, de cadenas. Tú alimentas literalmente con tu sangre las obras, pero no es esa lectura ingenua de contar hechos sino que es contar lo que queda entre hecho y hecho. Las texturas del tiempo, las texturas de tu propio cuerpo, las tonalidades. Finalmente la literatura, la poesía, el arte en general es lo único que le puede dar a los hechos la piedad y la compasión que los hechos en sí mismos jamás tienen. Murió mi padre, ayer me encontré con mi hijo, hoy tuve un nieto: Son datos. Entonces, lo único que les da su dimensión abismal y humana es precisamente el arte. El arte le da a los datos la dimensión de su humanidad y de su terror también. En ese sentido, uno cuenta su vida. Pero la cuenta desde la urdimbre de los hechos, desde lo que los hechos dejan como huellas.
-¿Cuál es la poesía chilena que más amas?
-Son dos, fundamentalmente. Nicanor Parra y Pablo Neruda. Son totalmente distintos y sin embargo ambos tienen una cosa en común: Son experimentos radicales. Son experiencias absolutamente a fondo. Se dice que la poesía final de Neruda se ablandó, puede ser. Pero las tentativas del Canto General y Residencia en la Tierra son empresas extremas. La Antipoesía también es una empresa extrema.
-Me llamó la atención el comentario que aparece en la contraportada sobre “la desoladora literatura con que ha comenzado el presente siglo”.
-Basta leer al mismo Bolaño. Este comienzo de siglo ha sido un desierto, y es esa la imagen que millones y millones de seres humanos tienen de él. Es un comienzo de siglo bastante aterrorizante, en realidad. Y creo que la literatura y la poesía lo está reflejando profundamente. Ojala que no sea así, pero hay una suerte de escalada del terror. Del terror casi metafísico, y la literatura que de verdad cuenta lo está reflejando.
-¿Tú crees que se puede leer a un país desde su poesía?
-… Sí.
-¿Cómo sería la lectura de Chile desde su poesía?
-Si uno leyera a Chile desde su poesía podríamos ser conscientes y mirar nuestra fragilidad como pueblo; reconocer la necesidad de amor que tienen todos los seres humanos, todos los pueblos; ver nuestros temores, nuestros terrores, y darnos la posibilidad entonces de, con todos esos saberes reunidos, inventar un nuevo sueño. Inventar un nuevo porvenir.
-Han surgido muchos comentarios donde se asume que Zurita escribe una historia de Chile, pero me parece mucho más que eso. Creo que en este caso es una metáfora de algo íntimo y basto, igual que como suele suceder con los paisajes en tu poesía. ¿Podrías hablarme un poco de eso? ¿Qué es Chile en este libro?
-Chile en este libro es también un desierto. Un paisaje desolado, atravesado por el viento. Y donde las cosas, el que habla o los que hablan, están en un presente inmediato y al mismo tiempo es como si todo hubiera sucedido hace miles de millones de años. Por alguna razón que desconozco, pero que desconozco profundamente, siento que todo lo que me ha tocado ser está ligado a la historia de esta aldea. Y si como ser humano el Chile que ha nacido me parece detestable, entonces estas imágenes de Zurita son imágenes de países arrasados.
Yo creo que las obras literarias son metáforas de algo que se desconoce, son respuestas a preguntas que todavía no se han formulado.
Entonces, tal vez, mi imagen de este país neoliberal se traduce en la obra a través de los desiertos. Es la reiteración lo que está acá. La reiteración del mal, del daño.
No puedo ser un crítico o un comentarista de mí mismo, pero creo que esta es una obra de un tipo a quien se le murió el papá a los dos años y que trata de partir del dato de su existencia. Y tal vez si tú llegas al fondo de este dato de tu propia existencia, es posible que estés comentando el dato de todas las existencias. De todas las historias. En una historia humana tan trágica y contradictoriamente civilizada como la de la humanidad, la historia a veces toma la forma de una absolución. Se sintetiza. Entonces, el daño es el daño que seres humanos le causan a otros seres humanos. Los torturan, los matan, los hacen desaparecer. O cuando alguien muere de hambre, como está sucediendo en África ahora –a las guerras se suma una sequía feroz-, es la humanidad entera la que muere, la que fracasa. Por eso yo creo que este libro es un libro desesperanzado.
-Hay un momento en “El día más blanco” donde se describe cómo el protagonista se da cuenta de que todos los rostros son uno solo, y es la infelicidad la que nos hace pensar que son más. ¿Crees que este libro tal vez pueda leerse como el gran esfuerzo por juntar todos los rostros?
-Qué bonita lectura. Es una bellísima lectura. Creo que este es un esfuerzo por juntar todos los rostros. Creo que ese libro que mencionaste, ‘El día más blanco’, es también la base de todo. Es el sedimento sobre el cual doce años después vuelvo a los mismos temas y los empiezo a pensar de nuevo.
-Al leerte uno siempre vuelve a los grandes espectáculos de la naturaleza como metáforas de las pasiones humanas. En ese sentido me parece bella la sincronía que hubo en el lanzamiento de este libro con lo que está sucediendo dentro del país. Lo ligo a tu idea del arte como preservativo del dolor.
-Toda obra de arte, sea lo que sea y toque el tema que toque, sea cual sea el género, está diciendo no fuimos felices porque si hubiéramos sido felices todo esto no habría sido posible. La historia del arte es la historia de la desventura humana. Si hubiese sido una aventura feliz, el arte no existiría. Entonces la historia del arte es la historia del dolor. Eso no significa que no pueda existir un arte feliz, pero la alegría angélica no necesita ser retratada más que en la alegría. Hay un mito mapuche, una historia de creación mapuche que dice estaba Ngenechén solo y se sintió solo. Se preguntó por qué, y entonces mandó una parte de sí mismo para que hiciera el mundo, un hijo. Lo tiró con mucha fuerza por lo que al chocar con el agua de la oscuridad se desmayó. No creó nada porque estaba aturdido. Entonces Ngenechén mandó a su mujer, que en el fondo era otra partición de sí mismo, para que despertara al hijo y pudieran hacer el mundo. La mujer primero le despertó la frente y formó el cielo y las estrellas. Después le fue despertando los brazos y de esos brazos se formaron las cordilleras. Lo iba despertando parte por parte, y con las partes que le iba despertando se iban creando los peces, el agua, todo. Pero se le olvidó despertarle el corazón. Entonces el corazón se despertó solo, medio atontado y de allí nació el hombre que es lo último que nació. Por eso no entiende, porque llegó tarde, y por eso está condenado al pensamiento y le teme a la muerte. Es el eslabón más bajo de la creación.
Entonces, los grandes poemas de la felicidad siempre han sido permanentemente desmentidos, pero algunos vuelven a un algo maravilloso pues son apuestas por la felicidad. El arte, en ese sentido, es el preservativo del dolor.
-Normalmente hay un arte muy potente que surge en las peores circunstancias, como desde las cenizas, y es el caso de obras que surgieron en la dictadura. Dentro de las movilizaciones sociales que se están multiplicando ¿Existe para ti la posibilidad de que el arte sea una herramienta efectiva?
-Yo creo que todo movimiento que tiene como trasfondo un proyecto revolucionario, de revolución, es un proyecto artístico. Pongámosle el nombre que le pongamos, no creo que el arte como una disciplina tenga algo que hacer allí porque las manifestaciones son arte y poderosísimo. No creo que desde la academia, por así decirlo, por vanguardista, amplio e iluminado que sea, se instale a sacar eso que es la movilización. Eso es una vieja proclama del Cada. El sólo hecho de pensar, entrar en los espacios de vida sólo con la mente, aunque no se tradujera en ninguna acción, ya es un hecho artístico.
-¿Tienes ganas de seguir escribiendo poesía?
-Estoy en el limbo. Un sueño que tenía era dedicarme a fumar y a leer. Dejé el cigarro, entonces la verdad no sé. No sé, por un tiempo trataré de ordenar mis pensamientos.
Creo que, finalmente, fui más o menos fiel. Seguramente hay algunos desvíos. Pero las cosas que me planteaba cuando joven son más o menos las mismas. Siento que este libro final, si es el último, está bien. Cierra algo que no es tan incoherente.
-De hecho tiene mucha coherencia. Cuando volteas hacia atrás y piensas en lo primero que escribiste ¿Cómo sientes a Purgatorio mirándolo desde Zurita?
-Para mí es un libro con el que he pensado mucho sobre ese Purgatorio. Creo que éste es un libro perfecto, perdona la palabra. Es perfecto, lo cual no significa nada, pero es perfecto, a ese libro uno no le puede mover una letra. Pero no es eso lo importante. El personaje que hay ahí es el mismo personaje con el que me encuentro treinta años después. No es tan distinto. Además que detesto la poesía bien hechita, pero he estado leyendo unos poemas de Ungaretti de dos líneas. Me tienen alucinado. “Hoy es todavía ayer / Yo no quiero que sea también mañana”. La poesía es un gran arte, pero los poemas tienen que ser como eso o no son. “Hoy es todavía ayer/ Yo no quiero que sea también mañana”.
Por Rocío Casas Bulnes
Fotografías: Daniel Fuentes/Rodrigo Balladares/Flickr
Raúl Zurita
Ed. UDP,
Santiago, 2011
745 páginas
$15.000
Poesía
Disponible en: lecturasciudadanas.cl
Cultivos Chilenos – Suplemento Arte & Cultura
El Ciudadano Nº107, primera quincena agosto 2011