Por Paula Contreras Rojas
Antropóloga. Grupo de Investigación en Emociones y Sociedad (GIES), Escuela de Antropología, UAHC.
“Los miedos están relacionados con el país a nivel general, la seguridad social… hay desconfianza, indignación y rabia. Hay tantas cosas mal hechas en este país que primero te da miedo, impotencia y luego te da la rabia. De repente me veo furiosa, y a veces tengo ganas de cambiar todo y de que haya un despertar ciudadano” (Relato de Ana, 48 años)
En estos momentos de intensas movilizaciones sociales en todo Chile, donde hemos podido sentir esa enorme alegría y esperanza que provoca el ser parte de ese ansiado despertar, pero que se mezcla inevitablemente con el dolor, la pena y la rabia que la tortura, la muerte y la represión sin medida dejan en nuestros cuerpos, comprender los miedos sociales desde un plano que va más allá de su articulación con el proceso dictatorial entrega algunas herramientas para la reflexión de lo que estamos viviendo.
Hace bastantes años que vengo investigando sobre los miedos sociales en el Chile actual. He trabajado con entrevistas y relatos de vida de santiaguinas y santiaguinos, y también me he dedicado a realizar observación participante de un Chile, y específicamente de un Santiago que, desde distintos planos (arquitectónicos, relacional, cultural, etc.), nos va mostrando cómo los miedos sociales son emociones no estáticas sino en constante transformación.
Los miedos sociales en el Chile actual poseen una característica particular, y es que estos están generados por ciertas experiencias socio-emocionales que se vivencian desde la amenaza, la cual puede ser una amenaza material o una amenaza a la integridad física, como muy bien lo señaló Norbert Lechner (1985). Saber que esa amenaza puede concretarse y que no tenemos la capacidad de controlarla vuelve las inseguridades cotidianas que vivimos a diario en miedos. Esos miedos hoy en día están íntimamente vinculados a las experiencias que implican vivir ciertas problemáticas socioculturales no resueltas desde el fin de la dictadura hasta hoy, y ello hace que, entre otros elementos, puedan ser vistos como miedos “sociales”.
Esas problemáticas no resueltas que se traducen en experiencias socio-emocionales generadoras de miedos, están asociadas a tres grandes amenazas como son la amenaza socioeconómica, la amenaza a la integridad física y la amenaza a la inclusión social. En todas ellas, las experiencias por ejemplo de la inestabilidad laboral, del acceso a la salud, de la jubilación, de los traslados en transporte público por la ciudad, del caminar por el barrio, de la pérdida del status o de la discriminación son, entre otras, experiencias que muchas y muchos vivencian desde el miedo. Ello transforma las prácticas cotidianas y trae efectos que modifican las relaciones sociales, la autopercepción individual y el sentido de pertenencia a una comunidad más amplia. La emoción del miedo comienza a colonizar las experiencias mencionadas y de ahí su carácter socio-emocional.
Esos miedos son, además, miedos que se viven de forma diferenciada dependiendo de nuestra posición social, nuestro género o nuestra pertenencia étnica. Por ejemplo, no será lo mismo la experiencia cotidiana de jubilar, caminar de noche por la calle o enfermarse. Algunas y algunos nunca asociarán la emoción del miedo a dichas experiencias, mientras que para otras y otros el miedo será la emoción preponderante al vivenciar las experiencias señaladas. Quienes vivencian las experiencias socio-emocionales relacionadas con la amenaza socioeconómica, a la integridad física o a la inclusión social comparten, sin estar necesariamente conscientes de ello, un “ambiente emocional” específico, en este caso relacionado con el miedo, como emoción determinante a nivel de prácticas individuales y colectivas.
Junto con vivirse de forma diferenciada, los miedos, al igual que otras emociones, poseen una particularidad que está ligada a su carácter “relacional”. ¿Qué quiere decir ello? Quiere decir que las emociones no se presentan una a una, no piden permiso para que sintamos una emoción primero y luego de que esta se retire podamos sentir la siguiente emoción, es decir, sentir primero rabia y, luego de la retirada de esta, sentir por ejemplo pena. Las emociones poseen esa característica relacional que les permite presentarse al mismo tiempo y con diversas intensidades. Y lo interesante de ello es que pueden mutar y transformarse. Una emoción puede dar origen a otra, estar encadenadas nutriéndose una de la otra, y esa relación muchas veces nos habla de cierto “ambiente emocional” que propicia que una emoción específica se encadene o articule con otra. Y ese es el caso de los miedos sociales.
Los miedos sociales pueden gestionarse desde la movilización o desde la paralización. Cada persona posee singularidades en su historia de vida que la llevarán a acentuar la gestión de sus miedos ya sea a través de una movilización en su actuar o de una paralización de este. Y es en ese plano donde se puede apreciar de mejor manera el carácter “relacional” de los miedos, pues al estar estos asociados a ciertas problemáticas sociales no resueltas y arrastradas por muchos años, la gestión de ellos ha llevado que las experiencias asociadas a dichas problemáticas sean también generadoras de rabia. Ya sea el gestionar los miedos sociales desde la movilización (intentando influir en las condiciones que me hacen sentir amenazada) o desde la paralización (sin encontrar herramientas que permitan salir de la amenaza) ha llevado a que los miedos se articulen con la rabia. Miedo-rabia movilizadora contra esas amenazas señaladas o miedo-rabia paralizadora que muchas veces se va en contra de nosotros mismos.
Así, el miedo que en su momento colmó o dominó el “ambiente emocional” de las experiencias socio-emocionales relacionadas con las amenazas socioeconómicas, a la integridad física y a la inclusión social, hace un tiempo está dando paso a nuevas emociones emergentes como es el caso de la rabia. En este juego de emociones “dominantes”, “emergentes” y “residuales” como muy bien ha explicado Raymond Williams (1988), el miedo y la rabia parecieran estar hoy en día íntimamente relacionadas. Pareciera también, que en esta emergencia de la rabia hay una dualidad en su gestión que va de la violencia sin sentido a ser motor de acción y de organización contestataria. Y es en este contexto donde toman sentidos las palabras de Ana, de ese relato que da inicio a esta reflexión, donde el miedo y la rabia están abrazados, dando sentido a esas acciones que muchas veces no se pueden entender desde la pura racionalidad.