Mutilaciones, dolor y castigo: el fenómeno del trauma ocular

Cerca de 500 personas viven hoy en Chile con uno menos de sus ojos

Mutilaciones, dolor y castigo: el fenómeno del trauma ocular

Autor: Camila Sierra

Cerca de 500 personas viven hoy en Chile con uno menos de sus ojos. Con la cifra más alta registrada por la literatura internacional, el mismo Estado que generó las marcas es el que crea un programa de reparación para las víctimas de trauma ocular. Pero la historia no es nueva. Desde la conquista que el Estado de Chile se ha encargado de castigar dejando marcas.

Por Camila Sierra Madrid
Publicado en la edición impresa N°247 de El Ciudadano en Marzo 2021

Gonzalo Iturriaga (45) fue de las primeras nuevas víctimas. El lunes 21 de octubre del 2019 – a tres días de comenzado el estallido social- fue a manifestar su descontento como muchas otras personas a Plaza de la Dignidad. Fue desde Recoleta –comuna en la que vive- con un vecino de su barrio, quien al poco rato se tuvo que ir. Gonzalo decidió quedarse. “Me quedé pasado el puente Pio Nono, en un arbolito. Y cómo yo no era de andar en marchas y estaba solo, me quedé ahí no más. Ahí saltaba, levantaba las manos, llegaba harta gente pero ningún tipo de desorden, al contrario, todo familiar”.

Según relata, pasaron una o dos horas cuando “aparece un grupo que venía arrancando de los pacos y atrás venían no sé cuántas micros y camiones de milicos, milicos a pie y pacos. Y empezaron a dispararle a toda la gente, escopetazos a diestra y siniestra, no miraron, no calcularon nada”. Fue en ese momento que recibió un impacto de perdigón en el ojo izquierdo.

Fabián Leiva tiene 32 años. El mismo día que se firmó el bullado “Acuerdo por la Paz” – el 15 de noviembre de 2019- recibió tres impactos de perdigón en su cuerpo. Uno en el tórax, uno en el cráneo y otro en el ojo izquierdo. “Me acerqué para levantar un cholguán que había en el suelo para cubrir a unos cabros chicos. Los pacos me dispararon a cuatro metros, les dije que no dispararan. Lo hizo igual. No me disparó a las piernas, me disparó a la cara”, dice mientras recuerda que la agresión fue frente al GAM.

Gonzalo perdió el 100% de la visión del ojo izquierdo, lo atendieron en la Unidad de Trauma Ocular del Hospital Salvador desde que recibió el perdigón. Fabián corrió mejor suerte. Perdió el 30% de la visión de su ojo herido, ya que por Ley de Urgencia pudo ser atendido en primera instancia en la Clínica Alemana, donde lograron mantenerle la presión ocular y salvar la mayor cantidad de visión posible. Ninguno de los dos solía llorar. Ninguno había sentido en su vida tanto dolor (de todo tipo) como ahora.

Ojalá fueran casos aislados. Pero no. Según la Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular –organización horizontal que emerge luego de la gran cantidad de personas que han sufrido la pérdida de uno o ambos ojos debido a violencia desmedida por parte del Estado durante la insurrección comenzada en octubre de 2019- son alrededor de 480 los mutilados (hasta marzo de este año, momento de la publicación de este reportaje). Eso sin contar a quienes no hacen la denuncia. Heridas que han sido causadas no solo con perdigones, sino que también con bombas lacrimógenas y consecuencia de fracturas craneales, producto de reiterados y brutales golpes.

Al momento del ataque, ni Gonzalo ni Fabián se imaginaban que se trataba de un perdigón alojado dentro de uno de sus ojos. Tampoco dimensionaban lo que significaría para ellos la experiencia de ser uno más entre los cerca de 500 que llevarán hasta el últimos de sus días, una marca en su cuerpo perpetrada por el Estado.

“Al comienzo la mayoría eran perdigones, pero luego ya en su afán de herir le dieron con todo, empezaron a disparar lacrimógenas en la cara y en la cabeza. Todo lo que hicieron fue con el propósito de hacer daño. Esta es una más de las tantas masacres que han existido a lo largo de la historia de Chile, si el Estado le ha puesto siempre el pie encima de la gente”, añade Gonzalo.  

Gonzalo Iturriaga. Foto por Luis Hidalgo

Mutilaciones, castigos y torturas: Una vieja historia

Tal como las antiguas crónicas y algunos libros de historia de Chile lo documentan, han sido las torturas y las mutilaciones una práctica habitual de castigo incluso antes de la fundación del Estado.

Indígenas a los que se les cortaba nariz o manos y se devolvían a sus comunidades durante la conquista española. Masacres a comienzo del siglo XX. Mujeres y hombres torturados por oponerse al régimen de la dictadura militar. Cientos de personas con trauma ocular producto del estallido social desatado el 18 de octubre de 2019. Pareciera que la historia se repite con los ribetes de la época en que se desarrollan, pero siempre conservando el espíritu: el castigo.

Ya lo menciona Jerónimo de Vivar en “Crónica y relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile” –citado en ‘La mutilación del alma y del cuerpo en la historia de Chile’ en El Desconcierto- donde señala la práctica de Pedro de Valdivia con los prisioneros mapuches después de la victoria de los españoles en la batalla de Andalien en febrero de 1550: “Y de aquéstos mandó el gobernador castigar, que fue cortarles las narices y las manos derechas”.

Lo mismo Pedro Mariño de Lovera en “Crónica del Reino de Chile”, donde menciona que meses antes de la fundación de Villarrica, se le cortaban manos, pies, orejas, narices y pechos a los indígenas que quedaban vivos aún en dicho territorio.

Pasó el tiempo y en los primeros años del siglo XX los castigos ejemplificadores por parte del Estado a los movimientos sociales de la época no se hicieron esperar. En 1903 cientos de trabajadores fueron asesinados en la Huelga portuaria de Valparaíso. Lo mismo ocurrió en la Huelga de la carne en 1905, en que luego de que se aumentara el impuesto al alimento se reunieron un gran número de personas fuera del palacio de La Moneda, las que fueron aplastadas por medio de las armas, muriendo cerca de 200 personas.

La Matanza de Santa María de Iquique es el hito más emblemático del movimiento obrero chileno, en el que luego de una semana de paralización, fueron masacrados miles de trabajadores del salitre por pedir mejoras laborales y salariales.

Un siglo después, una cantidad exorbitante de personas han sido mutiladas en el régimen de Sebastián Piñera, quien bajo la figura de estado de excepción –la suspensión del derecho para defenderlo- dio paso a que militares y carabineros tuvieran licencia para herir e infringir dolor, violar y transgredir sistemáticamente los Derechos Humanos –vulneraciones que hasta ahora no han cesado- quedando en la más total impunidad. 

“La transformación de las formas en cómo se gobierna, también pueden ser indicadores de la manera en cómo se castiga al pueblo, de cómo se ponen los límites en el pueblo. La economía de la violencia que se lleva a cabo también es un ejercicio de masas. Estas diferentes formas de castigo llevadas a cabo por los aparatos represivos del Estado caracterizan las formas de cómo se constituye el poder”, señala el sociólogo y estudiante de post grado de la Universidad Federal de Río de Jaineiro en Comunicación y Medios, Alejandro Donaire.

Con licencia para mutilar

Ni siquiera en el conflicto de Medio Oriente la cifra de mutilaciones oculares es tan alto como el registrado en Chile una vez desatada la revuelta. Así lo confirma la investigación realizada por académicos de la Universidad de Chile en la que se da cuenta de la realidad de las heridas oculares registradas por la Unidad de Trauma Ocular (UTO) del Hospital del Salvador en Santiago entre el 19 de octubre y el 8 de noviembre del 2019.

Según la investigación, no se registra en la literatura internacional una taza tan alta de mutilaciones oculares como la que explotó exponencialmente en este país. “La mayor cifra de trauma ocular se sitúa en un período de seis años, de 1987 a 1993, en el conflicto palestino-israelí. Ahí se registraron 154 casos. Nosotros registramos 182 casos en cerca de un mes y medio sólo en el Hospital del Salvador”, declaró Álvaro Rodríguez, académico del Departamento de Oftalmología de la misma Universidad y que lideró el estudio.

Las escopetas antidisturbios no son más que escopetas normales de calibre 12mm, que supuestamente usarían cartuchos con balines de goma. Sin embargo, luego de un estudio de la Universidad de Chile y uno de la Universidad Austral, quedó demostrado que los balines disparados por las escopetas de impacto cinético, solo contienen 20% de goma y 80% de metal, entre ellos plomo.

Llamadas por la institución como “no letales”, lo cierto es que lo son. Los casi 500 casos de mutilación ocular entre los que se incluye el emblemático caso de Gustavo Gatica, joven universitario que perdió sus dos ojos tras recibir disparos perpetrados por carabineros en las protestas en Plaza de la Dignidad, demuestran lo contrario.

Mencionado en un artículo de Javier Velázquez y Catalina Fernández publicado por CIPER en mayo del 2020, los estudios técnicos han reconocido que “cualquier arma para controlar manifestantes que utilice el impacto como mecanismo para incapacitar o disuadir es inevitablemente peligrosa. Mientras más fuerte sea el impacto, mayor es el peligro. La diferencia entre un impacto a alta velocidad ‘seguro’ y otro que pueda ocasionar lesiones graves o ser incluso letal es demasiado tenue”.  

Fabián Leiva al momento del ataque.

En el mismo artículo, manifiestan que se registran casos en que se demuestra que incluso siendo esta arma disparada de manera correcta, su uso puede provocar traumatismos graves con fractura de huesos, daño a órganos internos del cuerpo o explosiones del globo o lesiones oculares con importante pérdida de la visión, hecho por el cual muchas organizaciones internacionales han rechazado la denominación “no letal”, llamándolas con el concepto de “menos letales” para referirse a ellas.

Pero no solo con perdigones han castigado. El informe de Amnistía Internacional –quienes analizaron los hechos ocurridos entre el 18 de octubre y el 30 de noviembre de 2019- da cuenta de que también se ha mutilado con bombas lacrimógenas disparadas al cuerpo –específicamente a la cara y la cabeza de los manifestantes- así como también con bastones retráctiles y brutales golpizas. Se dio a conocer incluso casos de personas a las que se les ha atacado con gas pimienta directo a la cara, afectando de igual forma la visión.

Pareciera que la idea es dejar marcas. Sin embargo, “ya no son aparatos concentrados vinculados a la muerte del líder carismático, sino que tienen que ver con represiones moleculares. Antes se mataba a personajes específicos y se generaba un martirio que en el fondo creaba represión siguiendo el paradigma cristiano, pero ahora transformas a toda la población de un territorio en posibles mártires. Entonces no es uno solo sino que es cualquiera. Que no son todos, es cualquiera”, manifiesta Donaire.

El Estado mutila, el Estado repara

El 11 de noviembre de 2019, cuatro días antes de la firma del Acuerdo por la Paz, el Ministerio de Salud anunciaba la creación del Programa Integral de Reparación Ocular (PIRO). El objetivo del programa es garantizar atención médica, estética y funcional, además de apoyo psicológico a las víctimas de trauma ocular producto del levantamiento popular.

Perteneciente a la UTO del Hospital del Salvador, el programa entró en funcionamiento hace alrededor de siete meses. Sus beneficiarios son personas que hayan sufrido daños en su visión como consecuencia de la violencia ejercida por el Estado que sean usuarios tanto de FONASA como de Isapres y cuenta con un equipo multidisciplinario de profesionales. “Hay una psicóloga, tecnóloga médica, asistente social, terapeuta ocupacional y hace poco se integró un oftalmólogo”, relata Fabián, quien es beneficiario del programa. 

A Mayo de 2021, en el programa hay una nueva Trabajdora Social, una Psicóloga, una Terapéuta Ocupacional, una Tegnóloga Médica y un Médico. Sin embargo, y según un joven que sufrió trauma ocular y que pertenece a la Coordinadora de víctimas, a los profesionales les contratan solo tres meses y si alguno de ellos sostiene una licencia no se contrata a otro para su reemplazo, lo que afectaría en los tratamientos de los usuarios.

El estado de excepción no es solamente un decreto de gobierno. Es cuando las reglas sociales, normativas y jurídicas, se suspenden justamente para mantener el orden social. Podría resultar paradójico pensar en que sea el mismo Estado, que dispuso de licencias para dejar marcas, el que las repare. Pero no.

Alejandro Donaire, quien también es investigador independiente en temas de biopolítica y regímenes de gobierno, declara que los beneficiarios del PIRO “experimentan el estado de excepción pero en la carne, sintiendo cómo el Estado les dice ‘les reventamos el ojo pero les damos una reparación’ ”. Reparación que en este caso es prácticamente inmediata, a diferencia de lo que ocurrió luego de la dictadura que los programas de reparación aparecieron muchos años después.

El Ministro de Salud a cargo de la cartera al momento del anuncio del PIRO, Jaime Mañalich, declaraba: “queremos expresar nuestra enorme preocupación por lo que está ocurriendo en el país. Sólo en el servicio público hemos tenido que atender a más de 1.800 víctimas de la violencia. Debemos agradecer a los servicios de salud que han seguido atendiendo sin cesar y de esa manera respondiendo en forma adecuada a los lesionados”.

Gonzalo también es beneficiario del PIRO. Al igual que Fabián, tiene una buena percepción del programa, o más específicamente, de las personas que trabajan en él. “Ellas hacen su mejor esfuerzo. Son pocas, pero tratan de abarcar a todas las personas con sus personalidades, sus emociones, sus frustraciones, pero hacen su mayor esfuerzo”.

“El Estado no solo se defiende a través de la violencia, sino que también se defiende limitando ese ejercicio de la violencia a un momento específico, como si fuera una guerra. El castigo tiene que ver con el cuerpo. Estas personas viven ese estado de excepción, viven esa paradoja de que digan que estamos en guerra, pero los mismos que lo dicen son los que reparan. Y no es tan paradójico si pensamos en que así es como funciona el Estado, así es como se organiza para poder defenderse” reflexiona el sociólogo Alejandro Donaire.

Fabián Leiva recién herido

Y ahora, ¿cómo viven las víctimas?

Fabián tiene depresión severa. Ya no puede boxear, jugar en el computador ni leer más de 45 minutos seguidos.  Tiene problemas de fotosencibilidad, pierde el equilibrio a ratos y a veces se tropieza. No puede volver a su puesto de trabajo, aumentó su astigmatismo y debe cuidar rigurosamente el ojo que aún conserva.

Él se muestra más crítico. Actualmente y desde que sufrió la agresión, lo trata un psiquiatra voluntario fuera del aparato estatal. Lo atendió un psiquiatra del servicio público un año después de que recibió el perdigón derivado desde el PIRO al Hospital Barros Luco por una interconsulta.

“El profesional que me atendió me dijo que confirmaba el diagnóstico de mi psiquiatra  pero que no me podía atender, así que me mandó con tratamiento para seis meses, o sea, con 180 ketiapinas y 180 certralinas para la casa y con la receta para comprarme 180 clonacepam sin ninguna supervisión. Y me pone en la hoja que estoy de alta. Una persona con ideación suicida se toma un tercio de los medicamentos que me dieron a mí y se muere”.

El psiquiatra del Barros Luco le dijo además, que le recomendaba cambiarse de trabajo, a lo que él respondió: “claro, sentado detrás de tu escritorio, con los cinco palos que recibes de sueldo y con todos tus privilegios y me dijo ‘sí, con todos mis privilegios’. Eso fue un día antes de mi cumpleaños, estoy frustradísimo”.

Fabián ha vivido persecución política, desde que entraron un par de carabineros a la sala de intervenciones cuando le estaban sacando el perdigón, hasta que lo siguieron en al menos tres oportunidades cuando iba a controles a la UTO.

Para Gonzalo lo peor ha sido la relación con sus hijos. “Mi hijo mayor se enteró por nosotros pero sus compañeros de colegio igual le comentaban que algo me había pasado, que el papá había salido en la tele, que le habían disparado los carabineros. La Josefa era más chica cuando esto pasó, y hay veces que me dice jugando papá te voy a disparar y yo me quiebro, si estamos jugando y ella me dice ‘ay no, verdad que a ti ya te dispararon’, yo quedo pálido. Esto ha sido lo más difícil de lo que me ha pasado. Pero a los niños cómo les haces entender esto. Yo creo que a muchos les ha pasado, la relación con los niños es el talón de Aquiles”.


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