En vísperas de un hecho por todos categorizado como histórico —primerísimo primer debate en primera segunda vuelta—, un viernes de terror en París pone un marco de violencia, pero también de política. Parece ser que la tierra de la igualdad, la libertad y la fraternidad olvida que también fue la cuna del terror que hoy mismo padece y de una manera similar: franceses que matan a franceses y el pánico ancestral al caballo de Troya:
«El terrorismo es una invención sorprendentemente reciente: los seres humanos se han masacrado y desmembrado los unos a los otros desde el principio de los tiempos, sin embargo el terror como noción filosófica, como idea e “ismo”, el terrorismo con t mayúscula, es algo bastante más innovador. Así su origen se sitúa en la Revolución Francesa» (Terry Eagleton).
Mientras tanto, en una lejana república —diría Lilita— los candidatos a presidente se baten a duelo, sin terminar de comprender qué es y qué se espera de un debate.
Francia bombardea Siria y, en una escala menor, dos hombres pugnan por un trabajo de 4 años. Ninguno discute su tendencia al centro —espacio político generalmente denostado en el país de los pasionales y los bipolares— como la única versión de la derecha que, en el fondo, muchos soportan. No es una novedad, el mundo vuelve a virar a la derecha, habrá que sobrevivirla de la manera más digna posible.
Al igual que una trasmisión de eliminatorias de la selección —«metáfora» repetida por distintos periodistas en distintos canales— nos encontramos con una disposición del tiempo de la trasmisión que planteaba un antes, un durante, un después y, además de todo esto, un ganador.
En la previa, se discutía, en varios canales, si el debate podría hacer que una persona gane la presidencia, e ideologías aparte, todos citaban a Durán Barba: «no te puede hacer ganar, pero si perder», mientras se mostraban consejos en la interna manejada por el «ecuatoriano», un verdadero sofista del marketing, el Gorgias de Macri.
También se especulaba con si el debate pasaría por un contraste de modelos o de personalidades, entendiendo que el peronismo es personalista y que, ahora, todos quieren y no quieren ser peronistas, una especie de postura heraclítea acerca de un partido, una persona, un relato.
Modelo, personalidad, ideología, marketing ¿cuál es el futuro de la política? La ideología se ha vuelto peligrosa, se vincula con lo extremo, ha pasado de moda, entonces, ¿qué es lo que se discute? Las nuevas publicidades de la desesperación, mensajes con tinte radical de los 80s, referencias a los 90s, lenguajes dramáticos al estilo de la izquierda (no olvidemos la estrella de la muerte de Altamira en julio de este año), con caretas bizarras al borde de la clase C y además el discurso del hippismo empresarial «somos buenos, somos felices, somos alegres… votanos».
Es tan difícil no sentirse bastardeado por esta forma de política. Bajo los lemas partidarios del «mal menor» o la muerte de la política en manos de la «revolución de la alegría». Vamos a votar con alegría o vamos a votar desgarrados, ¿desde cuándo el voto solo pasa por un ámbito completamente personal, subjetivo y emocional? A los que no nos convence el discurso biopic o los lemas Pixar-Disney el debate nos ha hecho dudar —y en algunos casos confirmar— la posibilidad del voto en blanco, pero ¿en qué medida uno cumple con su rol ciudadano si no elije, aunque nadie lo represente?
Se hablaba de los grandes logros de la democracia, de una revalorización de la política, de la puesta en escena de la discusión partidaria… mucho ruido y poco maní (no nos alcanza ni siquiera para citar a Shakespeare). El debate no solo fue tedioso, sino que fue más parecido a la pelea de dos niños por un juguete que a la argumentación que uno espera de dos adultos, que se supone, están en condiciones de gobernar un país.
Primer Round: princesas contra fantasmas
Previa explicación de que el ejercicio se realizaría con un manual por todos aprobado, manual que sería mencionado como si de las sagradas escrituras se hablara, comenzó el «debate». Un minuto de silencio por la victimas de París y la rigidez cadavérica en la cara de los candidatos.
Comienza el desarrollo del primer tema (Desarrollo Económico y Humano) el candidato de Cambiemos con su lenguaje «de vecino», prometiendo que van a trabajar todos los días, por el bienestar, etc. Paren: ¿que van a trabajar todos los días?, ¿eso es un motivo para elegir a un candidato?
Es cierto que desde la historia, la generalización y también el prejuicio, uno tiende a pensar que el político no trabaja, pero de ahí a aclararlo hay una distancia, esa distancia debería llamarse respeto al electorado. A su vez, y luego de una enumeración de propuestas que podría hacer cualquier hombre con imaginación y capacidad de improvisación, meros títulos sin contenido… llegó lo que era de suponer: el pase de factura a Scioli, por no haberse presentado en el debate anterior.
Scioli, que al igual que Macri evadió respuestas, alzó la bandera que sostendría toda la noche: Macri es la garantía del ajuste y la devaluación, de la sumisión ante organismos internacionales, la privatización de las empresas y del estado. Un Macri bastante más entrenado en «el juego» replicó con el discurso de la pasión ahuecada: «no metan miedo, el miedo lo tienen ustedes, nosotros tenemos la alegría». El discurso de la felicidad y la esperanza que hacen del candidato de Cambiemos una versión bizarra de una princesa de Disney que conversa con pajaritos y ratoncitos, que se viste con hermosos vestidos y que vive de sus ensoñaciones.
Como contrarespuesta, Scioli señaló todas las leyes a las que Macri se opuso y de repente ahora revalora. Y ahí mismo empezó el verdadero debate que no fue sino una serie de calificaciones sin la más minima altura, nada de diplomacia, nada de argumentación.
Segundo Round: Tesis de los dos caminos vs. tesis de la verdad Feliz
Antes de finalizar el primer tema, ya se impuso el discurso que se iba a arrastrar en todo el resto, el debate podría haber finalizado en este momento. Macri sostendría el discurso de la verdad, como si hubiera sido ungido con ella, como si esta nada tuviera que ver con sus causas judiciales contra el discurso de la mentira. Mientras Scioli sostendría el cambio como devaluación y su gobierno como una continuidad con cambio: «no soy el gobierno que termina el 10 de diciembre», «no miremos el pasado, miremos el futuro».
El debate, de ahí en más, se volvió monotemático. Por un lado, la tesis de los dos caminos, en voz del candidato del FPV: uno conduce hacia progreso y el otro hacia el pasado noventoso. Por el otro lado, la tesis de la verdad feliz que se vale de las polaridades morales de Disney: los buenos y los malos, la verdad y la mentira, la felicidad y la tristeza, la paz y la guerra, el miedo y la esperanza.
La tesis de los dos caminos supone la indecisión y la imagen de un camino claro y florido, contra uno peligroso y oscuro; un camino posible y uno imposible, una decisión parmenídea reformada en la angustia de Hamlet: estado o mercado, política o marketing, corbata o cuello desabotonado. No hay un trasfondo más profundo, es axiomática: A (que todos conocen y pudieron ver lo bueno y lo malo de su desarrollo) o ¬ A (y todo lo que se puede incluir en la negación de lo ya postulado). Ah, y la cuestión lógica se humaniza con el relato de las dificultades que debe atravesar un hombre que sufrió un accidente hace más de dos décadas, como si eso fuera una garantía de poder llevar a cabo la presidencia de una Nación.
La tesis de la bipolaridad moral que hemos llamado «a verdad feliz» supone la moralización de la política (algo completamente peligroso), pero, a su vez, la banalización de los conceptos de verdad y mentira, que como ya nos ha señalado eminentemente el Sr. Nietzsche, deben ser pensados en sentido extramoral. Con un discurso plagado de palabras empalagosas como «soñar» —y derivados—, «maravilla», «esperanza», «imposible» y todo lo que a usted se le ocurra que puede cantar la Bella Durmiente. Con un discurso invasivo, ofensivo —a la capacidad intelectual y crítica— y «naif» —en el peor sentido del término—y, para colmo, tengo que sufrir que el señor Macri me envíe un correo, cosa que no debería estar permitida, ni para él ni para nadie, que se titula «Abrimos los ojos y no los volveremos a cerrar», y sigue con frases de conductora de programa infantil tales como «ola de alegría», «sentimos olor a aire fresco», y, tras de todo, se atreve a dejarme un abrazo.
No quiero abrazos, no quiero tesis, no quiero discursos vacíos, ¡no los quiero! Dejen de arrastrarse por un voto y pónganse a trabajar en serio. Estamos hartos de ser rehenes de discursos, si no pueden decir qué van a hacer, si no saben qué es lo que van a hacer, por lo menos, podrían guardar silencio.
El debate de ayer fue un bochorno y si eso es lo que entendemos por democracia estamos más perdidos de lo que imaginamos. No me incluyan, yo nunca cerré los ojos y si alguien tenía los ojos cerrados deberíamos preguntarnos porqué y desde cuándo. Yo no camino por donde se supone debo hacerlo, yo no soy un ganado que se conduce, yo no soy una niña que se persuade con frases de algodón de azúcar.
Somos adultos, queremos que nos traten como tales. Y si no pueden articular un discurso con matices, tonos y contenidos, no deberían ser funcionarios en ningún orden.
Entonces, ¿quién podría alguna vez llegar a amar a una bestia?
Jimena Bezares