Por Josefa Montes
Katiuska Estrada, profesora de 44 años, se ha visto forzada a convertirse en el único sostén económico y emocional de su hogar luego de que hace un poco más de dos meses su esposo, Santiago Patricio Traverso Bernaschina, profesor de 65 años, pasara a engrosar la lista de más de 23 mil fallecidos a causa del COVID-19, y cuya muerte adjudica a la negligencia y los problemas derivados de los protocolos aplicados por el Gobierno para enfrentar la pandemia.
El certificado de defunción del profesor de Historia y Geografía indica que causa de su muerte fue el cuadro de neumonía que desarrolló luego de contagiarse de coronavirus en su lugar de trabajo. Sin embargo este documento no refleja la peregrinación que él, su esposa y su cinco hijos tuvieron que pasar.
La peregrinación de Santiago
Santiago “Shaguito” Traverso es recordado por su viuda como un hombre alegre y amable, bailarín empedernido, entregado a su familia y comprometido con su trabajo docente, el cual ejerció por más de cuatro décadas.
Santiago pasó los últimos 13 años de su vida en labores académicas y directivas del Liceo de Adultos Luis Gómez Catalán G-95 de Estación Central, donde se desempeñaba como inspector general.
En conversación con El Ciudadano, Katiuska recordó que su esposo estaba realizando turnos éticos en su lugar de trabajo debido a que era un directivo docente con la responsabilidad de ir a trabajar pese a tener 65 años y sufrir hipertensión.
“Él estaba a cargo de un nivel específico, una cantidad específica de cursos. Él tenía que estar constantemente monitoreando esos cursos y tener un contacto estrecho con los profesores jefes de esos cursos”, explicó.
También tenía a su cargo de la validación de estudios, un proceso presencial altamente demandado.
Solo en 2015, el Mineduc autorizó a 81 mil estudiantes en Chile a rendir exámenes libres, de los cuales alrededor de 69 mil corresponden a adultos. “
“Durante octubre, noviembre y diciembre, Santiago estuvo a cargo de esa examinación, en la que participan muchos docentes en el establecimiento. Estaba muy al pendiente de esa área, porque la gente espera su examen laboral para su licencia de trabajo, de conducir (…) Había un compromiso moral que tenía que cumplir”, indicó Katiuska.
Es en este contexto de turnos éticos que Santiago se contagió de COVID-19. Realizó su último turno el 21 de diciembre del año pasado, día en el que, por orden de la dirección del establecimiento, terminó su jornada laboral en el comedor del colegio en lugar de su oficina.
Cabe recordar que la implementación de turnos éticos en los colegios no ha estado exenta de polémica. En marzo del 2020, el Colegio de Profesores Regional Metropolitano publicó el pronunciamiento de Contraloría y la Dirección del Trabajo sobre las responsabilidades laborales durante un Estado de Catástrofe Nacional. En estos dictámenes, ambas instituciones explicitan que los establecimientos educacionales no están obligados a tener turnos éticos. La única excepción a esto aplica para los puestos directivos.
El paso por la residencia sanitaria
La familia Traverso Estrada se enteró de la presencia del coronavirus en su hogar luego de que su hijo menor, de 8 años, presentó síntomas de un cuadro respiratorio calificado por su madre como “extraño”, tomando en cuenta que se había mantenido durante todo el año en casa y que quien había tenido que salir por trabajo era justamente Santiago.
El niño fue llevado al médico familiar lo más pronto posible, mientras que se gestionó el traslado del docente a una residencia sanitaria de manera preventiva.
Santiago Traverso fue trasladado en un furgón al Hotel Radisson, que funciona como residencia sanitaria desde el año pasado, y que formó parte de los recintos investigados por la Contraloría General de la República debido a la no suscripción de contratos para su funcionamiento entre la Seremide Salud Metropolitana y la empresa que prestó los servicios.
Durante su estadía en el Hotel Radisson, Traverso comenzó a desarrollar síntomas y el 27 de diciembre, su estado de salud comenzó a deteriorarse.
Katiuska relató que su esposo no consumía alimentos, se sentía solo y desganado.
El docente solicitó que se le realizara una prueba PCR, debido a que había ingresado por contacto estrecho con un paciente con Covid-19 y por cuidar su hipertensión, y que además ignoraba si se había contagiado.
Sin embargo, la respuesta de la residencia sanitaria lo llevó a solicitar salir de este recinto, ya si quería testearse, solo podía acceder de manera particular porque la residencia no contaba con test.
En consulta con la Seremi de Salud Metropolitana, la entidad confirmó que las residencias sanitarias no tienen obligatoriedad de facilitar PCR, debido a que no es un requisito de salida (a diferencia de los hoteles de paso para ingresar al país).
Varios hospitales, ninguna hospitalización
Santiago salió de la residencia sanitaria bajo la autorización del doctor Luis García el 31 de diciembre, para proseguir con su aislamiento dentro de su hogar.
“Llegó a la casa al mediodía. Llegó un Santiago enfermo, él venía muy delicado de salud”, recordó Katiuska, y señaló que tanto ellas como sus hijos no mostraron síntomas de la enfermedad, siendo controlados dos veces por médicos a domicilio.
Al día siguiente, el docente fue ingresado con fiebre al Hospital del Profesor, en Estación Central. No recibió atención hasta después de ocho horas, y dejó el hospital con una neumonía detectada gracias a un escáner y un PCR positivo, que ordenó el médico responsable, Alberto Gruezo Pérez.
Los días siguientes recibió atención gracias al programa de médicos a domicilio de la Municipalidad de Maipú, quienes ratificaron las dificultades respiratorias, y recomendaron aumentar el tratamiento de antibióticos y dejar la orden de trasladar al docente a un hospital en caso de presentar complicaciones.
El 6 de enero, Santiago fue trasladado en un “covid-móvil” al Hospital El Carmen, llevando consigo una carpeta con todos los antecedentes médicos y documentos recopilados hasta el momento. “La ambulancia nunca llegó”, acusó Katiuska.
El doctor José Luis Molina Morillo lo dio de alta a las 17.30, y se le colocó un poco de oxígeno durante dos horas, pero no pudo retornar a su hogar hasta que estuviera disponible una ambulancia cuatro horas y media después. “Esas horas sentado en la urgencia fueron fatales para él”, expresó, al tiempo que indicó que la carpeta de antecedentes médicos en ningún momento fue revisada por nadie en el hospital ni fue tomada en consideración.
Finalmente, dejó la sala de urgencias de dicho hospital hasta las 22:00 horas, cuando recién hubo una ambulancia disponible para el traslado a su domicilio.
Katiuska pasó la madrugada del 7 de enero en vela, cuidando y monitoreando a su esposo: “Llamé toda la noche a la ambulancia, sentada en el living. Hay un período entre las 4 y las 6 de la mañana en que yo no le saqué más el saturómetro, y la saturación no subió de 80%”.
La ambulancia del Hospital El Carmen no llegó sino hasta las 6.00 de la mañana, y Santiago partió de su hogar por última vez con un 78% de saturación, en estado grave.
Entre los días 7 al 9 de enero al docente se le aplicó el tratamiento de una cánula de alto flujo con 15 litros de oxígeno en la sangre, no pudiendo salir del complejo cuadro respiratorio.
A través de una video llamada el día sábado 9 de enero, Santiago le comentó a su esposa que un equipo médico había hablado con él, explicándole que entrará a ventilación mecánica.
“Es la última vez que vi a mi esposo con los ojos abiertos, que pude hablar con él (…)Yo sabía que él tenía mucho miedo, entonces le pregunté si él quería hacer esto. Me respondió que estaba tranquilo y que iba a proceder con todo el tratamiento”, relató Katiuska.
El 10 de enero entró a respiración mecánica, y su esposa descubrió que se habían perdido la ropa, los documentos y la argolla de matrimonio.
“Nosotros nos conocíamos desde hace 13 años, y este año cumplíamos 10 años de matrimonio, así que nos íbamos a casar de nuevo. Y no era solo la argolla: necesitaba los documentos de Santiago para poder hacer la validación de la licencia médica emitida por el hospital”, dijo al recordar que junto a sus pertenencias estaba la misma carpeta de antecedentes que ella había armado con la esperanza de facilitar el tratamiento de su pareja.
A partir de ese momento, Katiuska comenzó a recibir informes médicos cada vez más complejos y desoladores.
En la semana del 18 de enero, el doctor a cargo, Alverto Di Lorenzo, le informó que sería necesario realizar una traqueotomía. El procedimiento no se llevó a cabo sino hasta el día 26, un día después de que el mismo profesional le comunicara que debía comenzar a preparar a la familia debido a que la muerte de Santiago era inminente.
El silencio que queda
El propio 26 enero, Katiuska se dirigió al hospital junto a sus dos hijas mayores para que pudieran despedirse de su padre sin poder tocarlo.
Lo encontró dormido, con la tráquea entumecida y muy delgado. “Ese fue el momento en que me despido de un hombre maravilloso, intachable, y lo dejo partir para que no sienta esa presión que uno tiene con su compañero de no dejarlo solo.”
El doctor a cargo fue categórico y le advirtió que de sobrevivir, Santiago necesitaría oxígeno, además de un trasplante de pulmones y de corazón.
“El escenario que me describe el doctor es fatal.”, recordó.
El jueves 28 de enero, Katiuska sintió en su corazón que algo está mal. Llamó en la mañana para pedir información, pues aún no le daban la videollamada que la Oficina de Informaciones, Reclamos y Sugerencias (OIRS) otorga para el contacto entre pacientes de COVID con sus familiares. “Me dicen que el diagnóstico es reservado y que yo tengo que esperar a que el doctor me llame.” Insistió durante toda la mañana, sin obtener respuestas positivas.
A las 12.00 del medio día le autorizaron la videollamada, cuando ella ya estaba en el hospital, y pudo observar su esposo estaba mal.
Tres horas después recibió la llamada del doctor, con una voz distinta a la que había usado durante todo el tratamiento. “Katiuska, te estoy llamando porque Santiago nos acaba de dejar hace diez minutos”, le dijo.
La docente describe ese proceso como el más duro: “Tuve que entrar a verlo, en esa bolsa negra. Solo vi su rostro”.
No le entregaron el certificado de defunción hasta dos horas después, después de mucha insistencia.
«Quedan otros antecedentes en el tintero en relación a la hora de llamad, no concuerda la hora que se informa su deceso y la hora que está en el certificado de defunción. Así mismo quien firma este certificado de defunción no es el médico tratante, sino otro que durante los 23 días que mi esposo está en el hospital nunca me da algún reporte diario (médico, René Vallejos Lopez)», destacó.
La doctora que le hizo entrega del documento le comunicó a Katiuska que contaba con apenas una hora para sacar el cuerpo del hospital y que debía llevarlo directamente al cementerio, sin velorio, porque ese era el protocolo.
Ante sus palabras, la mujer le respondió con indignación: “Lo que está ahí no es un saco de papas, ese cuerpo me pertenece, es el cuerpo de mi esposo, es el padre de mi hijo. Yo no me voy al cementerio sin mi hijo, ¿cómo le digo a él que su padre está en esa bolsa?”
A las 21.00 del mismo día, Katiuska logró retirar el cuerpo de su esposo con la funeraria. Allí debió hacer un último reconocimiento: la bolsa negra, totalmente sellada, con una pulsera con el nombre de su esposo en una manga de la bolsa. No puede acercarse ni tocarla.
“Yo le pedí a la funeraria que colocara su ropa en el ataúd, antes de que lo sellaran para que él no se fuera sin su ropa: él se va con su terno, con el que se iba a casar este año conmigo”, recordó.
«A Shaguito lo dejaron morir»
Desde entonces, Katiuska ha recorrido un duro camino para salir adelante junto a sus hijos. Nunca recibió ningún llamado de la Seremi de Salud Metropolitana para el seguimiento y trazabilidad de los PCR positivos. Tampoco ha recibido ninguna respuesta de su empleador, la Municipalidad de Estación Central, a quien envió una carta de denuncia con su caso. No ha recibido ningún apoyo económico ni indemnización, así como el pago de sus bonos y remuneraciones pendientes asociadas al desempeño docente de su esposo.
En una carta en la que relató la terrible experiencia que ha atravesado su familia, Katiuska aseveró que «a Shaguito lo dejaron morir».
Indicó que su esposo Santiago Traverso, profesor de Estado de Historia y Geografía, fue contagiado el día 21 de diciembre en un turno ético y falleció víctima de un sistema de salud despiadado donde se aplicó la ley de la última cama.
«¿Mi Santiago un número de cama crítica?; ¿Mi Santiago una cifra más en el número de fallecidos diarios a nivel nacional?; ¿Cómo le cuento a mi hijo de 8 años que su amado padre muere en una de las peores pandemias de la historia producto de una cadena de errores humanos?», son parte de las preguntas que planteó Katiuska, para quien su esposo «es un mártir más de esta pandemia del Covid-19».
¿Quién responderá?…