Opinión de Carolina Garcés Estrada, académica de la Universidad Arturo Prat
Durante estos días, en el marco de la campaña Alimentos Para Chile, el Gobierno está entregando cajas con insumos de primera necesidad a los hogares más pobres y afectados por la emergencia sanitaria. Es una caja que contiene alimentos claramente insuficientes, tanto en cantidad como en calidad, ya que no considera frutas, verduras ni carnes. Tampoco tiene una perspectiva de género, porque no considera productos de primera necesidad para las mujeres. Es una estrategia asistencialista, y el peligro del asistencialismo está en la violencia del antidiálogo, que impone a las personas pasividad (Freire, 2005).
Chile es un país sumamente desigual. Lo que ha ocurrido con las estrategias implementadas en esta crisis es un reforzamiento brutal de la desigualdad por parte del Gobierno de la mano del asistencialismo. Entregando a las familias el mismo despliegue de estrategia de resistencia que ellas han realizado y que les ha permitido sobrevivir en estos años. No pensando en la calidad de vida de las familias más pobres, una respuesta algo más digna de lo que ya el sistema las tenía acostumbradas. La respuesta del Estado vuelve a ser asistencial; lo nefasto de ello es que en el asistencialismo no hay responsabilidad compartida, no hay decisión, estas acciones revelan disciplinamiento y domesticación (Freire, 2005). Las condiciones de la pandemia no deberían ser un argumento para justificar un trato humillante por parte del Estado a las personas, especialmente para aquellas familias más pobres.
El Estado capitalista y neoliberal en estos 30 años ha sostenido la destrucción de los tejidos sociales y comunitarios -herencia de la dictadura-, ya sea por las políticas redistributivas, políticas regresivas o por las políticas asistenciales de corte populista. Estas nos han hecho no validar y -lo que es peor- nos han hecho no creer en nuestra capacidad de autogestión, de reconstruir nuestras realidades y nos han transformado cada vez más en ciudadanos y ciudadanas demandantes frente al Estado.
En el actual contexto de crisis sanitaria -donde emergen la desigualdad, la vulnerabilidad y la urgente asistencia a las personas-, no se visualiza desde el Estado una posibilidad de resignificar procesos participativos y de construcción de ciudadanía en contextos de crisis sociosanitaria. El Estado sistemáticamente le ha dado la espalda al trabajo territorial con las organizaciones sociales y con otras instituciones, básicamente debido al potencial transformador y democrático de este último, obviamente no exento de problemas.
Sin embargo, existe un despliegue de prácticas colectivas y organizadas relevantes, que se ha venido realizando históricamente y que se ha invisibilizado. Antes de la entrega por parte del Estado de las cajas de alimentos, en los territorios estaba la gente organizándose para satisfacer las necesidades de alimentación de las personas que habitan esos territorios y otras personas que circulan en esos territorios; ciertos colectivos profesionales también lo han estado realizando. En este sentido, el Estado queda corto en sus estrategias, no ofrece nada distinto bajo sus criterios neoliberales, sigue destruyendo la dignidad de las personas.
La nula posibilidad de una articulación entre la institucionalidad y las organizaciones de base, se resignifica en un espacio de antidiálogo. Ya que en estos procesos está en disputa el ejercicio del poder, se releva un poder que vuelve a disciplinar y a invisibilizar prácticas activas y organizadas tendientes a enfrentar de manera colectiva esta crisis.
En este sentido, esta experiencia nos debe llevar a pensar en cómo superamos el asistencialismo a partir de las posibilidades que se despliegan en la construcción de un lugar que articule las demandas comunes en el territorio.
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Referencia bibliográfica
Freire, P. (2005). Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI Editores