Por Mauricio Becerra Rebolledo
Un virus que se habría originado en un mercado de la ciudad china de Wuhan se ha esparcido en las mochilas de la globalización del turismo y los negocios. Si las últimas grandes pandemias que han llegado a todos los continentes, como la influenza que brotó en 1918 o la epidemia del VIH, demoraron algunos años en recorrer el globo, el coronavirus en menos de tres meses ha provocado la paralización del capitalismo globalizado más grande de su historia.
La circulación global de la pandemia coincidió con una crisis económica del neoliberalismo arrastrada desde 2008. Pese a que las medidas de contención han revalorizado la importancia de la salud pública y la fuerza de comunidades cohesionadas, la expansión de mecanismos de vigilancia y control, aceptadas por el estado de emergencia sanitaria, pueden acabar fortaleciendo la sociedad neoliberal. Estamos asistiendo a una nueva experiencia colectiva producida por el capitalismo globalizado que mantiene a más de un tercio de la población del planeta en cuarentena.
La situación de pánico social producida se puede entender desde la perspectiva de la doctrina del shock observada por Naomi Klein. La desarticulación social provocada por la cuarentena ha sido propicia para promover agendas que buscan profundizar los mecanismos de vigilancia. Paul Preciado advierte que “las epidemias, por su llamamiento al estado de excepción y por la inflexible imposición de medidas extremas, son también grandes laboratorios de innovación social” (1).
En Chile la expansión de la pandemia fue aprovechada inmediatamente por el gobierno de Sebastián Piñera, cuya gobernabilidad del país estaba al borde del abismo tras cinco meses de intensa movilización social. Si en otros países los militares fueron movilizados en apoyo al despliegue médico y para fortalecer la cuarentena, la primera medida del mandatario chileno contra el coronavirus no fue de orden sanitario, sino que aprovechó el momento para decretar Estado de Excepción Constitucional de Catástrofe y, a los pocos días, un toque de queda. El empresario-presidente aprovechó la ocasión para dar un golpe estratégico al movimiento social y poder así retomar el timón del país en un mes de marzo en que la protesta no decaía y se anunciaba la entrada de los secundarios en escena.
El gobierno de derecha y el empresariado chileno asumieron una forma de gestión necropolítica frente a la pandemia (2). Piñera se la jugó por mantener encarcelados en condiciones de hacinamiento a los presos políticos de las luchas de octubre de 2019 y aprovechar la situación para otorgar impunidad encubierta a violadores de Derechos Humanos. La patronal, en tanto, se ha obstinado en mantener el comercio funcionando, amparado en un gobierno que ha decretado zonas de cuarentena por trozos de ciudad. El sentir del empresariado fue resumido por José Manuel Silva, director de inversiones de LarrainVial, quien dijo que “no podemos seguir parando la economía, y debemos tomar riesgos, y eso significa que va a morir gente”.
AMPLIACIÓN DE TECNOLOGÍAS DE SEGUIMIENTO
Las políticas de contención del coronavirus ensayadas en China y Corea del Sur implicaron el uso de tecnologías de espionaje individual en la identificación de los contagiados. Los instrumentos utilizados fueron el termómetro y el teléfono móvil. Se aprovechó al mismo tiempo de técnicas de vigilancia utilizadas hasta ahora por la publicidad, como el geofencing, que localiza a las personas en un radio determinado, para esta vez identificar y aislar a los enfermos. Así ocurrió con los habitantes de Wuhan, quienes durante la cuarentena cada vez que entraban al metro, llegaban a su lugar de trabajo o ingresaban a un local comercial, eran testeados con un termómetro. En caso de marcar con temperaturas sobre los 37 grados, se activa un mecanismo de contención que implica el rastreo de los espacios por donde se movilizó y con quienes estuvo en proximidad. Quienes se cruzaron en su camino recibían una alerta en su móvil.
En Corea del Sur, país que tiene experiencia con un brote del virus SARS en 2003, la estrategia ante el Covid-19 fue realizar test masivos, la identificación de los contagiados y su seguimiento. Una vez detectadas las personas infectadas, fueron obligadas a confinarse, controlándose de que cumplieran la cuarentena a través del GPS del celular. Tras implantarse la cuarentena en varios países, Google publicó un informe que mostraba su grado de cumplimiento. Midieron si la gente fue o no al supermercado habitual (ya saben cual es), si dejamos de pasear en parques y playas o si saliste de casa violando la medida de excepción.
La cuarentena ha permitido además el ensayo de nuevos dispositivos para el capitalismo en transformación, tecnologías que si bien son usadas hace ya varios años, acentuarán su penetración en las relaciones sociales, como el pago con tarjetas de plástico, con la correspondiente desaparición del dinero como mecanismo de intercambio; el reemplazo de humanos por máquinas, como ocurre en las cajas de supermercado; y el teletrabajo, que acaba transformando el hogar en un espacio laboral.
Asistimos a una experiencia de ingeniería social inédita en la historia de la humanidad. Varios analistas temen la consolidación de un estado de excepción permanente. El periodista Pepe Escobar advierte que las oligarquías van a utilizar esta ampliación de los mecanismos de control para evitar el fin del neoliberalismo provocado por la crisis económica, perfeccionando así los mecanismos de control individual y de movimiento, argumentando un sistema de gestión sanitario.
EL MUNDO QUE VIENE DESPUÉS
Visto en perspectiva, el estallido de octubre de 2019 en Chile antecedió al colapso del neoliberalismo, cuya crisis económica se veía venir. Antes de esa fecha la inversión era escasa, se cerraron varias fábricas y disminuyeron las exportaciones. La crisis social se adelantó a la crisis económica y ahora se suma la crisis sanitaria en curso. A nivel planetario también tenemos enfrente el proceso de calentamiento global, lo que visualiza un escenario de cambio radical de época histórica. La paralización actual de la cadena productiva y la incertidumbre respecto de la economía son claros síntomas de que el mundo jamás volverá a ser como lo hemos conocido.
El coronavirus está frenando brevemente la crisis climática llevada en marcha por el capitalismo del desastre y ha dado un respiro para el planeta. Un informe de la International Energy Agency (IEA) calculó en marzo que el mundo está emitiendo menos de un millón de toneladas de dióxido de carbono (CO2) por día debido a la caída en la producción industrial de amplias regiones de China, el norte de Italia y la caída en el consumo de petróleo (3).
El antropólogo Bruno Latour llama la atención respecto de que la crisis del coronavirus es transitoria, pero al mismo tiempo está inserta en otra más profunda, que es la mutación ecológica irreversible a que nos lleva el capitalismo del desastre. Para evitar esto infiere que se puede aprovechar la crisis de salud para descubrir otras formas de entrar en la mutación ecológica. Resalta que pese a ser casi imposible de imaginar hace pocos días atrás, “ha sido probado que es posible en cuestión de semanas suspender en todo el mundo y al mismo tiempo un sistema económico que hasta ahora nos ha dicho que es imposible reducir su velocidad o redirigirla” (4).
Giorgio Agamben lanza una hipótesis para explicar la rapidez con que las multitudes aceptaron el confinamiento. Sugiere que “de alguna manera, aunque inconscientemente, la plaga ya estaba allí, que, aparentemente, las condiciones de vida de las personas se habían vuelto tales que una señal repentina fue suficiente para que aparecieran como lo que ya eran; es decir, intolerables, como una plaga. Y esto, en cierto sentido, es el único hecho positivo que puede extraerse de la situación actual: es posible que, después, la gente comience a preguntarse si la forma en que vivían era la correcta” (5).
Latour sugiere, en tanto, comenzar a imaginar y poner en práctica pequeños gestos de barrera, los cuales unidos a otros lograrán suspender el sistema productivo. “Una cosa lleva a la otra: si cada uno de nosotros comienza a hacer este tipo de pregunta sobre cada aspecto de nuestro sistema de producción, podemos ser efectivos interruptores de la globalización”, argumenta. Agrega que además de imaginar gestos de barrera contra el virus, hay que pensar gestos “contra cada elemento de un modo de producción que no queremos que sea reanudado”. “Ya no se trata de reanudar o transformar un sistema de producción, sino de abandonar la producción como el único principio de relación con el mundo”, apunta.
CHILE, ESPACIO EN DISPUTA
En Chile, el esfuerzo del Gobierno, con el apoyo de la gran prensa corporativa, está puesto en aprovechar el estado de shock de la población y retomar la gobernabilidad. Pero le juega en contra la ineficaz gestión del ministro de Salud, Jaime Mañalich, ex gerente de una clínica donde uno de los dueños era Piñera.
En las últimas semanas ha sido la tónica la demora en tomar medidas, mantener a amplios sectores de la población trabajando, la búsqueda de un protagonismo artificial y el afán por manipular las estadísticas para tener un bajo índice de mortalidad. Por lo demás, la dupla Piñera-Mañalich ya tiene experiencia en realizar piruetas con los datos, cuando redujeron por secretaría las listas de espera AUGE entre 2011 y 2013. Sin embargo, el coronavirus puede ser un presente griego para el Gobierno, al ser un problema más que demostrará la incompetencia de la racionalidad tecnocrática de costos y beneficios en la resolución de un problema sanitario, lo que tarde o temprano profundizará el malestar social.
Una vez pase la pandemia, colectivos más amplios de trabajadores, quienes tal vez aún no habían tenido ocasión de inteligibilizar su malestar con el modelo, vivenciarán lo que es el Estado subsidiario y el modelo de negocios chileno cimentado sobre una explotación abusiva de la mano de obra. Las largas filas para cobrar el subsidio de desempleo, las muertes sin atención en la saturada salud pública y la precarización del trabajo, son poderosas experiencias en la formación de conciencia política. La protesta que prendió con fuerza en los centros comerciales a mediados de marzo, cuando los trabajadores exigieron cerrar las tiendas para protegerse del coronavirus, demuestra la ampliación de prácticas políticas y de clase en los segmentos del proletariado surgidos en la economía tercerizada.
Gran parte de la masa trabajadora entrará tarde o temprano en cuarentena. La vuelta a la realidad del hogar también puede ser un tiempo para examinar si queremos volver al Chile anterior a octubre de 2019. La apuesta del Gobierno por la dispersión del movimiento social que ya había empujado un plebiscito para superar la Constitución de Pinochet, puede ser contestada aprovechando el encierro para aprender de los movimientos sociales que nos precedieron y así preparar el retorno no solo a las calles, sino que para organizar y preparar el Chile que superará el ensayo neoliberal comenzado hace ya más de cuarenta años. El planeta y el país que surgirán después de la pandemia son un espacio en disputa.
Notas:
(1) Paul Preciado. Aprendiendo del virus. El País, 28 de marzo de 2020
(2) “Necropolítica” es un concepto formulado por el filósofo camerunés Achille Mbembe para explicar la producción por parte del capitalismo contemporáneo de población excedente, es decir, zonas y grupos sociales destinados a morir
(3) International Energy Agency (IEA). Oil Market Report, marzo de 2020
(4) Bruno Latour. Imaginar gestos que barrem o retorno da produção pré-crise. AOC, marzo de 2020
(5) Giorgio Agamben. Reflexiones sobre la peste. Una voce, 27 de marzo de 2020
Artículo publicado en la edición nº 240 de la revista El Ciudadano.